Así Descartes busca una verdad primera, que no pueda ser puesta en duda; que resista a toda la duda. Es decir, que por un movimiento sutil de su espíritu Descartes convierte la duda en método. ¿Cómo? Negativamente, aplicando la duda como un cernidor, como una criba que coloca frente a toda proposición que se presenta, con la pretensión de ser verdadera; y entonces exige de las verdades no sólo que sean verdaderas, sino también que sean ciertas. Todo lo que lo preocupa es buscar la certidumbre, y el criterio de que se vale es la duda. La misma duda que ha derribado el pensamiento aristotélico, eso mismo le sirve a él para encontrar el suyo; porque si la duda ha mordido en el sistema aristotélico y lo ha hecho inservible, intentemos ahora aplicar la duda, para que todo aquello en que la duda (llevada a términos de exageración rigurosa) haga mella, todo ello quede eliminado de las bases de la filosofía. La duda se convierte, pues, en método; y lo que se intenta aquí descubrir es una proposición que no sea dudosa, que no sea dudable. Pero colocados ya en este plan, en el plan de no interesarse por la cantidad de conocimiento, sino por obtener aunque sea uno solo, pero indudable; colocados ya en ese plan, la marcha del pensamiento cartesiano no puede tener más que uno de estos dos resultados: o bien encallaba en la infructuosidad completa, naufragando en el escepticismo completo, y entonces terminaba la navegación filosófica en el piélago del escepticismo; o bien forzosamente tenía que llegar a descubrir por primera vez en la historia del pensamiento humano algo completamente nuevo: lo inmediato. Tenía que descubrir Descartes lo inmediato, o fracasar en su intento. Descubrió, en efecto, lo inmediato. Voy a explicar lo que esto quiere decir. Nuestro conocimiento de las cosas, en la filosofía de Aristóteles, consiste en poseer conceptos, en llenar nuestra mente de conceptos, los cuales se ajustan a las cosas. Un concepto es verdadero cuando lo que el concepto dice y lo que la cosa es, coinciden. Así, en el sistema aristotélico, nuestra relación con las cosas es una relación mediata. ¿Por qué? Porque está fundada en un intermediario. Ese intermediario es el concepto. El concepto nos sirve de intermediario entre nuestra mente y las cosas. «Mediante» el concepto conocemos las cosas. Nuestro conocimiento es mediato. Por eso el conocimiento aristotélico era siempre discutible; porque siempre cabía discutir si el concepto se ajustaba o no se ajustaba a la cosa. Puesto que la verdad del concepto consistía en ajustarse a la cosa, siendo el concepto la mediación o intermediario entre nosotros y la cosa, siempre cabía discutir la verdad del concepto. Es decir, que en este sistema aristotélico el conocimiento ofrece sin remedio el flanco a la duda.