Necesidad de plantear de nuevo los problemas

Cuando en el siglo XVI, a principios del siglo XVII, el desconcierto científico y filosófico llega a términos tales que hace absolutamente preciso replantear de nuevo los principales problemas de la filosofía, el pensamiento que los replantea no está ya en las mismas condiciones en que estaba Parménides. Han transcurrido veinte siglos desde entonces, y esos siglos que han transcurrido no han transcurrido en vano; sino que acumulándose el tesoro de las experiencias y de las teorías filosóficas del pasado, ese tesoro presiona sobre el presente, para que el pensamiento que quiere despertarse en ese presente no pueda estar, no esté de hecho en las mismas condiciones en que estaba en tiempos de Parménides. En tiempos de Parménides la filosofía nace; la filosofía piensa por vez primera; la filosofía no tiene un pasado en el cual apoyarse y del cual depender, sino que es libre de los vínculos de la historia.

Hace lo que puede, lo que de sí mismo da el pensamiento humano. Parménides se encuentra virgen; encuentra problemas vírgenes, problemas que no han sido antes de él atacados por nadie, y por lo tanto, cuyas soluciones inexistentes no pueden en modo alguno presionar ni condicionar la dirección de su propio pensamiento. Parménides se encuentra con el descubrimiento (hecho por los pitagóricos y los geómetras) de la razón, del pensamiento humano; y entusiasmado con ese descubrimiento de la razón, le confiere íntegramente la misión de descubrir el ser. Porque inevitablemente piensa también que el ser se deja descubrir por la razón; que el ser es inteligible; que las cosas, en su esencia, son inteligibles. Este pensamiento filosófico de Parménides es, pues, un pensamiento espontáneo, autóctono, libre. Pero el pensamiento de Descartes, el pensamiento de los hombres del siglo XVI, ya no es autóctono, ni espontáneo, ni libre. Viene después de veinte siglos de filosofar. Tiene detrás de sí la filosofía de Aristóteles, que ha sido creencia de la humanidad durante tantos siglos; que ha sido creencia y que es al mismo tiempo ahora fracaso. Por lo tanto, la posición del problema es completamente diferente. El hombre se encuentra con una realidad histórica conceptual, mental, que es el sistema de Aristóteles, el realismo aristotélico, que está ahí, y que el hombre no puede borrar de la realidad porque ella existe históricamente ahí y presiona en una determinada dirección al pensamiento nuevo. Comienza en este momento la segunda navegación de la filosofía. La primera la inicia Parménides; esta segunda la inicia Descartes. Pero aquellos navegantes –Parménides, Platón, Aristóteles– eran navegantes inocentes. No había sufrido la filosofía desengaño ninguno todavía. En cambio su navegante nuevo, el navegante Descartes, ha perdido la virginidad, ha perdido la inocencia. Ya no está en las mismas condiciones. Tiene detrás de sí un pasado filosófico aleccionador, una experiencia previa, que ha fracasado. Y entonces él tiene que comenzar a filosofar, no con la alegría virginal de los inocentes griegos, sino con la cautela y la prudencia del que ha presenciado un gran fracaso de siglos. ¡Cuidado! –piensa Descartes–. ¡No vayáis a equivocaros! ¡Mucho cuidado! Esta actitud de prudencia y de cautela que el lugar y el momento histórico imponen inevitablemente a Descartes, es lo que imprime un sello indeleble en el pensamiento moderno. El pensamiento moderno es todo lo que se quiera, menos inocente; es todo lo que se quiera, menos espontáneo. Empieza a surgir ya con la idea de precaución y de cautela; y esa misma idea de precaución, de no reincidir en los errores del pasado, de evitar esos errores, es lo que imprime una dirección al curso de su desenvolvimiento. ¿En qué consiste esa cautela? Pues consiste en que el espectáculo histórico del derrumbamiento del aristotelismo pone en el primer plano del pensamiento moderno una cuestión previa, antes de toda otra. La cuestión que nos interesa a nosotros y que interesa al hombre, es la cuestión metafísica que hemos formulado en la pregunta: ¿quién existe? Pero cuando Descartes, y el pensamiento moderno simbolizado por Descartes, acometen esa pregunta: ¿quién existe?, ya no son vírgenes, ya no son inocentes, dicen: ¡Cuidado! Y antes de acometer la pregunta de quién existe quieren asegurarse de que no se van a equivocar. Resuelven, pues, primero buscar la manera de no equivocarse; resuelven hacer una investigación previa, preliminar, de propedéutica, que va a consistir en pensar minuciosamente un método que permita evitar el error.