Pero llega un momento en la historia del pensamiento humano en que la creencia en el realismo aristotélico empieza a sufrir menoscabo. Para comprender la nueva concepción filosófica que va a substituir al realismo aristotélico, no tenemos más remedio que recordar la historia. La creencia aristotélica sufre menoscabo a partir del siglo XV, y ese menoscabo va siendo cada vez mayor. Los cimientos del aristotelismo van siendo cada vez más zapados por las minas que los hechos históricos y los descubrimientos particulares le imprimen al movimiento del pensamiento humano. Esos hechos históricos son principalmente tres. En primer lugar, la destrucción de la unidad religiosa, las guerras de religión, el advenimiento al mundo del protestantismo. Las luchas entre los hombres por distintos credos religiosos, hacen tambalear la fe en una verdad única que uniese a todos los participantes en la cristiandad. El hecho histórico de las guerras de religión es al mismo tiempo, como todo hecho histórico, síntoma de un cambio de actitud en los espíritus y causa de que ese cambio de actitud se haga cada vez más consciente y claro, más profundamente visible a los ojos del hombre de aquellos tiempos. Pero además de las guerras de religión, que destruyen la creencia en la unidad o en la unicidad de la verdad, otros hechos históricos contribuyen notablemente a menoscabar la creencia en la metafísica aristotélica. Estos hechos son: en primer término el descubrimiento de la tierra, y en segundo término el descubrimiento del cielo. Los hombres descubren la tierra. Por primera vez se dan cuenta de lo que es la tierra; por primera vez un hombre da la vuelta al mundo y demuestra por el hecho la rotundidad del planeta. Cambia esto por completo la imagen que se tenía de la realidad terrestre. Este cambio radical en la imagen que se tenía de la realidad terrestre conmueve toda la física de Aristóteles. Esta conmoción es gravísima, porque la conmoción en una parte del edificio arrastra fácilmente el resto. Pero además de haber descubierto la tierra, el hombre del siglo XVI descubre el. cielo. El nuevo sistema planetario, que Képlero y Copérnico desenvuelven, cambia por completo también la idea que los hombres tenían de los astros y de su relación con la tierra. La tierra cesa ya de ser centro del universo; cesa de contener en sí en máximum de preeminencia antropomórfica; la tierra ahora es un planeta, y no de los más grandes, con una trayectoria; es un grano de arena perdido en la inmensidad de los espacios infinitos. El sistema solar es uno de tantos sistemas de que se compone la inmensidad del cielo; y la tierra en ese sistema solar ocupa un lugar secundario, periférico, que no es, ni mucho menos, la posición central única y privilegiada que los antiguos y Aristóteles le concedían. He aquí también, con esto, otro caso que profundamente conmueve los cimientos de la ciencia aristotélica. Estos hechos históricos –las guerras de religión, el descubrimiento de la rotundidad del planeta, el descubrimiento de la posición de la tierra en el universo astronómico– son otros tantos golpes terribles a la ciencia de Aristóteles. Ese sistema de conceptos que se pliegan perfectamente a la realidad; ese sistema clasificativo de conceptos que responden a las jerarquías de las esencias, empieza a resquebrajarse. Por todos lados cunde la duda; discútese; no se cree ya en él; se ha perdido la creencia en él. En este momento puede decirse que el saber humano entra en la crisis más profunda que ha conocido. De esa crisis nace una posición completamente nueva de la filosofía. Es éste uno de los casos más ejemplares en que se puede comprender de la manera más patente la historicidad del pensamiento humano. El pensamiento humano, lejos de ser algo que en la eternidad y fuera del tiempo subsiste siempre igual a sí mismo, funcionando en las mismas condiciones y capaz de las mismas perfomancias, está radical y esencialmente condicionado por el tiempo y por la historia. El pensamiento humano no da de sí en cualquier momento y en cualquier lugar cualquier cosa; sino que nace, surge en una mente concreta, en un hombre de carne v hueso, en un individuo, el cual vive en una época determinada y piensa en un lugar determinado; y ese pensamiento viene condicionado esencialmente por todo el pasado, que presiona sobre la mente en la cual se está destilando.