Teología de Aristóteles

La metafísica de Aristóteles desemboca inevitablemente en una teología, en una teoría de Dios, y voy a terminar esta lección indicándoles los principios generales de esta teología de Aristóteles, o teoría de Dios. Aristóteles, en realidad –aunque en diversos pasajes de sus escritos (en la Metafísica, en la Física, en la Psicología) formula algo que pudiera parecerse a lo que llamaríamos hoy pruebas de la existencia de Dios– no cree que sea necesario demostrar la existencia de Dios. Porque para Aristóteles la existencia de algo implica necesariamente la existencia de Dios. Lo implica de la siguiente manera: una existencia de las que nosotros encontramos en nuestra vida constantemente ejemplares, una existencia de éstas es siempre «contingente». ¿Qué significa contingente? Significa que el ser de esa existencia, la existencia de esa existencia, no es necesaria. Contingente significa que lo mismo podría existir que no existir; que no hay razón para que exista más que para que no exista. Y las existencias con que tropezamos en nuestra experiencia personal son todas ellas contingentes. Quiere decir que existen las cosas; este vaso, esta lámpara, esta mesa, el mundo, el sol, las estrellas, los animales, yo, ustedes; existimos, pero podríamos no existir; es decir, que nuestra existencia no es necesaria. Pero si hay una existencia y esa existencia no es necesaria, entonces esa existencia supone que ha sido producida por otra cosa existente, tiene su fundamento en otra. Si no lo tiene en sí misma, si no es necesaria, tiene que tener su fundamento en otra cosa existente. Esta segunda cosa existente, si ella tampoco es necesaria, si ella es contingente, supondrá evidentemente una tercera cosa existente que la ha producido. Esta tercera cosa existente, si ella no es necesaria, ella es contingente, supondrá una cuarta cosa que la haya producido. Vamos a suponer que la serie de estas cosas contingentes, no necesarias, que van produciéndose unas a otras, sea infinita. Pues entonces toda la serie, tomada en su totalidad, será también contingente y necesitará por fuerza una existencia no contingente que la explique, que le dé esa existencia. De suerte que tanto en la persecución de las existencias individuales como en la consideración de una serie infinita de existencias individuales, tanto en una como en otra, tropezamos con la absoluta necesidad de admitir una existencia que no encuentre su fundamento en otra sino que sea ella, por sí misma, necesaria, absolutamente necesaria. Esta existencia no contingente sino necesaria que tiene en sí misma la razón de su existir, la causa de su existir, el fundamento de su existir, es Dios. Para Aristóteles no hace falta prueba de la existencia de Dios porque la existencia de Dios es tan cierta como que algo existe. Si estamos ciertos de que algo existe, estamos ciertos de que Dios. existe. Y este algo necesario, no contingente, fundamento, base primaria de todas las demás existencias, este algo es inmóvil, no puede estar en movimiento. y no puede estar en movimiento porque el movimiento es el prototipo de lo contingente para Aristóteles. Aquí oyen ustedes resonar viejas, viejísimas resonancias de los argumentos de Zenón. de Elea. Ya les dije que Platón consideraba muy interesantes esos argumentos de Zenón de Elea, y llegan hasta Aristóteles. Para Aristóteles, en efecto, el movimiento es contingente. ¿Por qué es contingente? Porque el movimiento es ser y no ser sucesivamente. Una piedra lanzada al aire está en movimiento, no lo niega Aristóteles; pero estar en movimiento significa estar en movimiento ahora, en este punto, pero luego en este otro punto; luego en aquel punto ya no hay movimiento. Cuando el punto en donde está una cosa ha sido abandonado por la cosa en movimiento, el movimiento no está ahí sino que está allí. Ese cambiar constante es para Aristóteles el símbolo propio de la contingencia, de lo no necesario, de lo que requiere explicación. Por tanto, si Dios estuviese en movimiento, Dios requeriría explicación. Mas como Dios es precisamente la existencia necesaria, absoluta, que no requiere explicación, tiene que ser inmóvil. Pero si Dios es inmóvil, Aristóteles deduce inmediatamente de su inmovilidad su inmaterialidad. Si es inmóvil es inmaterial, porque si fuera materia, entonces, sería móvil. Todo lo material es móvil; no hay más que darle un empujón. Mas si ustedes me dicen que Aristóteles toma la palabra material en otro sentido, yo digo: sí, claro, la toma en otro sentido; pero en el otro sentido tampoco puede ser material Dios, porque si fuera material en el otro sentido, no tendría forma, le faltaría forma, y al faltarle forma no tendría ser, y al faltarle el ser, no sería. Si tuviera forma y no la hubiese puesto él mismo, sería entonces una existencia derivada de otra. Pero hemos supuesto que es existencia primaria; luego no es materia; no hay materia. ninguna en él, porque de ser materia, esa materia sería potencia, posibilidad, y en Dios nada es posible, sino que todo es real; nada hay en potencia, sino todo en acto. Dios es el acto puro, la pura realidad. En Dios no está nada por ser ni está nada siendo, sino que todo es en este instante plenamente, con plenitud de realidad. No podemos, pues, suponer que en Dios haya materia, porque la materia es lo que está por ser, a lo sumo lo que está siendo, pero Dios no está por ser ni está siendo, sino que es. Y este ser pleno de la divinidad, de Dios, es para Aristóteles lo que él llama «acto puro» que opone a la potencia, a la posibilidad, al mero posible. Y Dios es la causa primera de todo. Mas, ¿cuál es la actividad de Dios? La actividad de Dios no puede consistir en otra cosa que en pensar, y no puede consistir más que en pensar, porque imaginad que Dios hiciera algo que no fuese pensar: pues este algo no podría ser más que moverse, y él es inmóvil; no podría ser más que sentir, y Dios no puede sentir, porque sentir es una imperfección y Dios no tiene imperfecciones; no puede tampoco desear, porque el que desea es que le falta algo, y a Dios no le falta nada; no puede apetecer ni querer, porque apetecer y querer suponen el pensamiento de algo que no somos ni tenemos y que queremos ser o tener, pero Dios no puede notar que algo le falta en su ser o en su tener. Lo tiene todo y lo es todo. Por consiguiente, no puede querer, ni desear, ni emocionarse; no puede más que pensar. Dios es pensamiento puro. Y, ¿qué es lo que Dios piensa? Pues ¿qué puede pensar Dios? Dios no puede pensar más que en sí mismo. El pensamiento de Dios no puede enderezarse más que a sí mismo, porque ningún otro objeto más que sí mismo tiene Dios como objeto del pensamiento. ¿Por qué es esto así? Simplemente porque el pensamiento de Dios no puede dirigirse a las cosas más que en tanto en cuanto son productos de él mismo; en tanto en cuanto son sus propios pensamientos realizados por su propia actividad pensante. Así es que no hay otro objeto posible para Dios sino pensarse a sí mismo. La teología de Aristóteles termina con esas resonancias de puro intelectualismo, en que Dios es llamado «pensamiento del pensamiento», «noesis noeseos». Como ustedes ven, en esta formidable y magnífica arquitectura del universo que Aristóteles nos ha dibujado, las cosas están ahí, ante nosotros, y nosotros somos una de esas múltiples cosas que existen y que constituyen la realidad. Cada una de esas cosas es lo que es, además de su existir, por la esencia que cada una de ellas contiene y expresa. Y cada una de esas cosas y las jerarquías de las cosas están todas en el pensamiento divino; tienen su ser y su esencia de la causa primera que les da ser y esencia. Y ese pensamiento divino en el cual toda la realidad de las cosas está englobada, es el pensamiento de sí mismo; en donde Dios piensa sus propios pensamientos, y al punto de pensar sus propios pensamientos van siendo las cosas en virtud de ese pensamiento creador de Dios. Esta magnífica arquitectura del universo concuerda perfectamente con el impulso del hombre natural, espontáneo. Aristóteles ha logrado por fin dar al realismo espontáneo de todo ser humano una forma filosófica magnífica. El realismo es la actitud de todo ser humano espontáneamente ante la pregunta que hacemos: ¿quién existe? A esa pregunta la respuesta espontánea del hombre es decir que existe este vaso, esta lámpara, este señor, esta mesa, el sol; todo eso existe. Pues a esa respuesta espontánea que a la pregunta metafísica da el ser humano, confiere Aristóteles al fin, al cabo de cuatro siglos de meditación filosófica, la forma más perfecta, más completa, mejor engarzada y más satisfactoria que conoce la historia del pensamiento. Se puede decir que la realización de la metafísica realista encuentra en Aristóteles su forma más acabada. Esta forma ha de regir en el pensamiento de la humanidad hasta que llegue otra radicalmente nueva a sustituirla. Esa nueva contestación a la pregunta metafísica no se dará ya, a partir de Aristóteles, hasta el siglo XVII. La dará Descartes. Esta contestación sí que será radicalmente nueva, completamente diferente de las que hemos visto hasta ahora bajo el nombre de realismo.