Evidentemente no podía ocultársele a Parménides que el espectáculo del universo, del mundo de las cosas, tal como se ofrece a nuestros sentidos, es completamente distinto de este ser único, inmóvil, ilimitado, inmutable y eterno. Las cosas son, por el contrario, movimientos, seres múltiples, que van y vienen, que se mueven, que cambian, que nacen y que perecen. No podía ocultársele, pues, a Parménides, la oposición en que su metafísica se hallaba frente al espectáculo del universo. Entonces Parménides no vacila un instante. Con ese sentido de la coherencia lógica, que tienen los niños (en este caso Parménides es el niño de la filosofía), saca valientemente la conclusión: este mundo abigarrado de colores, de sabores, de olores, de movimientos, de subidas y bajadas, de las cosas que van y vienen, de la multiplicidad de los seres, de su variedad, de su movimiento, de su abigarramiento, todo este mundo sensible, es una apariencia, es una ilusión de nuestros sentidos, una ilusión de nuestra facultad de percibir. Así como un hombre que viese forzosamente el mundo a través de unos cristales rojos diría: las cosas son rojas, y estaría equivocado; del mismo modo nosotros decimos: el ser es múltiple, el ser es movedizo, el ser es cambiante, el ser es variadísimo, Y estamos equivocados. En realidad, el ser es único, inmutable, eterno, ilimitado, inmóvil. Declara entonces Parménides, resueltamente, que la percepción sensible es ilusoria. E inmediatamente, con la mayor valentía, saca otra conclusión: la de que hay un mundo sensible y un mundo inteligible. Y por primera vez en la historia de la filosofía, aparece esta tesis de la distinción entre el mundo sensible y el mundo inteligible, que dura hasta hoy. ¿A qué llama Parménides mundo sensible? Al que conocemos por los sentidos. Pero ese mundo sensible que conocemos por los sentidos es ininteligible, absurdo; porque si lo analizamos bien, tropieza a cada instante con la rígida afirmación racional de la lógica, que es: el ser es, y el no ser, no es. Habrán ustedes visto que todas esas propiedades del ser, que hemos enumerado antes, han sido asentadas como pilares fundamentales de la metafísica, porque sus contrarias (la pluralidad, la temporalidad, la mutabilidad, la limitación y el movimiento) resultan incomprensibles ante la razón, Cuando la razón las analiza, tropieza siempre con la hipótesis inadmisible de que el no ser es, o de que el ser no es. Y como esto es contradictorio, todo eso es ilusorio y falso. El mundo sensible es ininteligible. Por eso, frente al mundo sensible que vemos, que tocamos, pero que no podemos comprender, coloca Parménides un mundo que no vemos, no tocamos, del que no tenemos imaginación ninguna, pero que podemos comprender, que está sujeto y sometido a la ley lógica de la no contradicción, a la ley lógica de la identidad; y por eso lo llama, por vez primera en la historia, mundo inteligible, mundo del pensamiento. Este es el único auténtico; el otro es puramente falso u objetivo. Si sacamos el balance de los resultados obtenidos por Parménides, nos encontraremos maravillados verdaderamente ante la cosecha filosófica de este hombre gigantesco. Este hombre descubre el principio de la identidad, uno de los pilares fundamentales de la lógica. y no sólo descubre el principio de identidad, sino que además afirma inmediatamente la tesis de que para descubrir qué es lo que es en realidad, no tenemos más guía que el principio de identidad; no tenemos más guía que nuestro pensamiento lógico y racional. Es decir, asienta la tesis fundamental de que las cosas fuera de mí, el ser fuera de mí, es exactamente idéntico a mi pensamiento del ser. Lo que yo no pueda pensar, porque sea absurdo pensarlo; no podrá ser en la realidad; y por consiguiente, no necesitaré para conocer la auténtica realidad del ser, salir de mí mismo; sino que con sólo sacar la ley fundamental de mi pensamiento lógico, cerrando los ojos a todo, con sólo pensar un poco coherentemente, descubriré las propiedades esenciales del ser. Es decir, que para Parménides las propiedades esenciales del ser son las mismas que las propiedades esenciales del pensar. y no crean ustedes que invento. Entre los fragmentos que se conservan, brilla esta frase esculpida en mármol imborrable: «Una y la misma cosa es ser y pensar». A partir de este momento, quedaban ahí, por veinticinco siglos, puestas las bases de la filosofía occidental. Les he dado a ustedes, con este examen rápido de la filosofía de Parménides, una idea estructural, general, de conjunto, de la importancia colosal que este metafísico eleático tiene en la historia de la filosofía. Pero no quisiera abandonar la escuela eleática sin darles a ustedes, por decirlo así, un poco de detalle de esta filosofía. Hasta ahora les he hablado a ustedes de la filosofía eleática, de Parménides, en líneas un poco generales. Bastaría con lo que les he dicho para caracterizarla. Pero quiero agregar unas cuantas consideraciones más, para que tengan ustedes una vivencia del detalle mismo, de la técnica misma con que los eleáticos hacían su filosofía.