Así, por consiguiente, el concepto de «ser» no es un concepto que sea definible. A la pregunta: ¿qué es el ser?, no podemos dar ninguna contestación. En realidad, el ser no puede definirse; lo único que puede hacerse con él es señalarlo, que no es lo mismo que definirlo. Definirlo es hacerlo entrar en otro concepto más amplio; señalarlo es simplemente invitar al interlocutor a que dirija su intuición hacia un determinado sitio, en donde está el concepto de ser. Señalar el concepto de ser, en cambio, eso sí es posible. Es justamente a lo que nos invita nuestra pregunta segunda, que ya no es: ¿qué es el ser? sino: ¿quién es el ser? Esta variación «quien» en vez de «qué» nos hace ver que esta segunda pregunta tiende: no a definir, sino a señalar el ser, para poderlo intuir directamente y sin definición ninguna. Si reflexionamos ahora también sobre esta pregunta de quién es el ser, nos encontramos con que esta pregunta implica algo extraño y curioso. Preguntar quién es el ser, parece querer decir que no sabemos quién es el ser, que no conocemos el ser, y además, que hay diferentes pretensiones, más o menos legítimas, a ser el ser, que diferentes cosas pretenden ser el ser, y que nosotros nos vemos obligados a examinar cuál de esas cosas puede legítimamente ostentar el apelativo de «ser». Nuestra pregunta: ¿quién es cl ser?, supone, pues, la distinción entre el ser, que lo es de verdad, y el ser, que no lo es de verdad; supone una distinción entre el ser auténtico y el ser inauténtico o falso. O, como decían los griegos, como decía Platón, entre el ser que es y el ser que no es. Esta distinción es. en efecto, algo que está contenido en la pregunta: ¿quién es el ser? Y, ¿cómo podremos, entonces, descubrir quién es el ser, si son varios los pretendientes a esa dignidad? Pues podremos descubrirlo cuando intentemos aplicar a cada uno de esos pretendientes el criterio de las dos preguntas.
Cuando algo se nos presente con la pretensión de ser el «ser» antes de decidir sobre ello deberemos, pues, preguntarle: ¿qué eres?. Si podemos entonces disolver ese pretendiente a ser en otra cosa distinta de él, es que está compuesto de otros seres que no son él y es reductible a ellos, y, por consiguiente, quiere decir que ese ser no es un ser auténtico, sino que es un ser compuesto o consistente en otros seres. Y si en cambio, por mucho que hagamos no podemos definirlo, no podemos disolverlo, reducirlo a otros seres, entonces ese ser podrá en efecto ostentar con legitimidad la pretensión de ser el ser. Esto quedará mucho más claro si aplicamos ya una terminología corriente en el pensamiento filosófico, y distinguimos entre el ser en sí y el ser en otro. El ser en otro es un ser inauténtico, es un ser falso, puesto que tan pronto como yo lo examino, me encuentro con su definición, es decir, con que ese ser en otro es esto, lo otro, lo de más allá; es decir, que él no es sino un conjunto de esos otros seres; que él consiste en otra cosa; y entonces el ser que consiste en otro no puede ser un ser en sí, puesto que consiste en otro. Éste es típicamente el ser en otro; mas, como lo que andamos buscando es el ser en sí, podremos rechazar entre los múltiples pretendientes al ser en sí, todos aquellos que consisten en otra cosa que ellos mismos. Esto nos conduce a replantear de nuevo nuestros problemas iniciales; pero ahora en una forma completamente distinta. Acabamos de percibir –y ahora lo vamos a exponer con claridad– que la palabra «ser» tiene dos significados. Luego encontraremos, en el curso de estas clases, otros muchos; pero ahora acabamos de vivir con una vivencia inmediata, dos significados de la palabra «ser»: el uno, el ser en sí; el otro, el ser en otro.