¿Existen en realidad intuiciones? Existen; y el primer ejemplo, y más característico, de la intuición, es la intuición sensible, que todos practicamos a cada instante. Cuando con una sola mirada percibimos un objeto, un vaso, un árbol, una mesa, un hombre, un paisaje, con un solo acto hemos llegado a tener, a captar ese objeto. Esta intuición es inmediata, es una comunicación directa entre mí y el objeto. Por consiguiente, es claro y evidente que existen intuiciones, aunque no fuera más que esta intuición sensible. Pero esta intuición sensible no puede ser la intuición de que se vale el filósofo para hacer su sistema filosófico. Y no puede ser la intuición de que se vale el filósofo por dos razones fundamentales. La primera es que la intuición sensible no se aplica más que a objetos que se dan para los sentidos, y por consiguiente, sólo es aplicable y válida para aquellos casos que por medio de las sensaciones nos son inmediatamente dados. En cambio de esto, el filósofo necesita tomar como objeto de su estudio objetos que no se dan inmediatamente en la sensación y en la percepción sensible; tiene que tomar por término de su esfuerzo objetos no sensibles. No puede servirle, por consiguiente, la intuición sensible. Pero además, hay otra razón que impediría al filósofo usar de la intuición sensible, y es que ésta, en rigor, no nos proporciona conocimiento, porque como no se dirige más que a un objeto singular, a éste que está delante de mí, al que efectivamente está ahí, la intuición sensible tiene el carácter de la individualidad, no es válida más que para ese particular objeto que está delante de mí. En cambio la filosofía tiene por objeto no lo singular que está ahí, delante de mí, sino objetos generales, universales. Por consiguiente, la intuición sensible, que está por su esencia atada a la singularidad del objeto, no puede servir en filosofía, la cual, por su esencia, se endereza a la universalidad o generalidad de los objetos.