Trascendencia e inmanencia

Se ha operado aquí un cambio radical con respecto a la concepción que tenía Platón del mundo y de la verdad. Platón tenía del mundo y de la verdad la concepción de que este mundo en que vivimos es el reflejo pálido del mundo en que no vivimos y que es el habitáculo de la verdad absoluta. Son, pues, dos mundos. Había que ir de éste a aquél. Había que estar seguro, lo más posible, de que la intuición que de aquél tenemos es la exacta y verdadera. En cambio, para Descartes este mundo en que vivimos y el mundo de la verdad son uno y el mismo mundo. Lo que pasa es que cuando lo miramos por primera vez, el mundo en que vivimos nos aparece revuelto, confuso, como un cajón donde hay una multitud de cosas. Pero si en esa multitud de cosas, si en esa multitud de conceptos caóticos, si en ese cajón nos preocupamos despaciosamente por colocar aquí una cosa y allí otra e introducir orden en ese «totum revolutum», en ese cajón, entonces ese mundo se nos hace de pronto inteligible, lo comprendemos, nos es evidente. ¿En qué ha consistido aquí el logro de esta evidencia? No ha consistido en una fuga mística de este mundo a otro mundo, sino ha consistido en un análisis metódico de este mundo, en el fondo del cual está el inteligible mundo de las ideas. No son dos mundos distintos, sino uno dentro del otro y los dos constituyendo un todo. Si me permitís que use ya una palabra técnica filosófica, veréis cómo ahora lo voy a hacer y estará llena de sentido vivo. No he querido usada hasta que no esté llena de sentido vivo. El mundo de Platón es distinto del mundo en que vivimos. El mundo de las ideas, diferente del mundo real en que vivimos en nuestra sensación, es un mundo trascendente, porque es otro mundo distinto del que tenemos en la sensación. La verdad, para Platón, es trascendente a las cosas. La idea, para Platón, es, pues, trascendente al objeto que vemos y tocamos. Cuando queremos definir un objeto de los que vemos y tocamos, tenemos que quitarlo de en medio y fugarnos al mundo trascendente de las ideas, distinto completamente, y por eso lo llama «trascendente». Pero en Descartes, cuando queremos compartir plenamente un concepto, no nos fugamos fuera de ese concepto, a otro mundo, sino que por medio del análisis introducimos claridad en ese concepto mismo. Es el mismo concepto que nos era oscuro, y que ahora se nos convierte en claro. Luego el mundo inteligible en Descartes es inmanente, forma parte, es el mismo mundo de la sensación y de la percepción sensible, y no otro mundo distinto. Los conceptos filosóficos, técnicos, de la «trascendencia» y de la «inmanencia», creo que tienen ahora para vosotros un sentido más vivaz que si los hubiera pronunciado yo de pronto, sin preparación y sin explicación previa. De modo que el método cartesiano, y a partir de Descartes el de todos los filósofos, postula la inmanencia del objeto filosófico. La intuición tiene que discernir, a través de la caótica confusión del mundo, todas esas ideas claras y distintas que constituyen su esencia y su meollo. El análisis es, pues, el método que conduce a Descartes a la intuición, y a partir de este momento, en toda la filosofía posterior a Descartes acentúase constantemente este instrumento de la intuición. Después de Descartes, la intuición sigue siendo, en una o en otra forma, según los sistemas filosóficos de que se trate, el método por excelencia de la filosofía.