La luz cae sobre la mesa del hombrecito
que repasa algunos fuegos y
descose las espaldas de la unidad.
La luz avisa que se va a ir
con una especie de apagación que
sobreviene y entra el desierto, la incierta
boda del hombre con su furia. Un perro
conversa con los astros y la casa
se llena de compañías oblicuas
y chillonas. El mal está ahí, sentado.
El hombrecito moja la pluma
en sangres que no existen, enredadas
en monstruos mismísimos y
países visibles que crujen.
Pide bueyes que le arranquen el corazón
mientras revuelve los infiernos.