EL RÍO

El amor no tenido baja

como cántaro que se va a romper. ¿Qué

va a salir de ahí? ¿El señor

que espera un sol sin arrugas

para irse a dormir? ¿Es cierto

que el universo mira suave? Decir

es ceniza de aquel fuego, de aquel

horizonte con

una joya infinita.

El signo de las sombras es

lo que nos corresponde. Las figuras

precisas vendrán después. Las

puertas de la piedra parecen

un dolor que no se sabe abrir y la

distancia que las borra produce una

sequedad del aire en que no soy de mí.

La sangre pisada por la realidad

es un caballo. ¿Alguien oye

la conclusión del alma

en el goce militar? ¿Se pudre

la mano metida en la razón?

Se sufre aquí.

De los muertos se levanta

un párpado, un aguijón, una pregunta

en su nueva batalla. Los vivos

están untados de espanto.

No salen de la furia ni

del bobo de su repetición. En esa

tierra conozco las horas

irreales, pechos

sin consecuencias, mujeres

que arrastran muertos de su deseo,

dientes y pies y manos que ruedan

en mis furores, ellos,

que no perdonan. Son

lentos en el pensar, tienen

mucha sangre al dorso, bestias

que gritan en el menor rincón.

Estoy parado en viajes que nunca haré

y sueños que nunca tendré. Se abre

la visibilidad de la ausencia.

El cuerpo de una ilusión pesa

menos que la sombra que da, no canta

destapado por el sol, va

de un abismo a otro, vuela como

gaviota sorda en la ventana.

He visto eso, servidumbres acostadas

en una muerte que no sirvió y vi

compañeros que sentían la felicidad

y no la conocían. Esperaban

en las recetas del invierno. Así fue, eso vi,

hombres y mujeres que hablaban del

porvenir en voz baja para no molestarlo.

Murieron derivados

de su conocimiento del futuro, extranjeros

en la distancia que mañana son otros.

Corrigieran la noche y quien

corrige la noche corre el riesgo

de quemar su deseo. Quien corrige

el deseo se puede quemar. Conozco

países melancólicos por esa razón. Conozco

criaturas agarradas a ellas mismas

como a un clavo que no arde. Conozco

rebaños de paciencia haciendo olvido.

¿A dónde va tanto olvido? ¿Es

sangre ciega en los tableros del sur? Y vos,

Dios, ¿por qué olvidas? Te encogiste

para que fuera la sombra argentina,

ese animal feroz perdido.

Llueve.

La distancia entre Dios y Dios pasa

por la calle con

su infancia mojada en la mano,

vestida de su propio desastre.

El tiempo no termina de pasar

desterrado de su propia pasión y triste por ahora,

con dilaciones vagas y catástrofes.

¡Quiero ser un jardín carnal

que florece y lavaba a la muerte de sus muecas!

¡Con la luna saltona detrás!

¡Los compañeros caen levemente

en el país que duele! ¡Como

mano rogada caen, como

lo que se apaga por amor

en las condenaciones del creyente!

Llamar a las cosas por su nombre es otro exilio.

La mirada rueda como un lagrimón.

Los compañeros, sí.

Duermen bajo la plomada solar y

preferirían otra cosa.

Dicen que el sueño tiene muchas casas

y también está dentro de la muerte, y

raspa rincones que no dejan de doler.

Los compañeros yacen con la voz atada

al espejo del centro que no cesa. Están

en un lugar del fuego

desamparados de sus actos. La

memoria explora entre

lo que pudo ser y no fue.

Hay gritos que se pierden

en el roce de los días.

¿Quién es posterior a su vida? Sólo

el vuelo del pájaro que cava descendencias

y deja el cuerpo ido a lo que puede suceder.

No huye de sus peligros y toca

el tamaño de la muerte. Se posa

en una ventana asomada a la locura. Esta noche

va a ocurrir todavía. ¿Para

bajar a tierra al íntimo pavor?

En la peluquería de hombres se conversa

y pasa la sombra del abuelo de Jorge

con sus tijeras cortando el tiempo.

La despasión tiene hijos monótonos. El sueño

es un trabajo absurdo, dicen, una

miseria del cuerpo, una falta

de aseo. Dan ganas

de despertarse otro. Aislar

et verdor del paisaje es una posibilidad.

La angustia es imperfecta. El

deseo sobrevive y no

quiere tener alma.