El dolor pasa frío afuera
y casi toca el infinito. Del otro lado
hay una luz sin reposo en
una sillita de oro con un agujero
donde se sienta la infancia. «No
te acuerdes de mí», decía,
pero siempre me acuerdo.
La sillita está en la sala, sola,
y veo que la pérdida tiene
voluntad de engañarse y florece
vagamente en la barbaridad.
La puerta que se cierra al hilo
del acompañante amor es eso,
la puerta que se cierra.
Nombrar la mariposa no la hace volar.
En lo que estamos juntos
te lloro mucho, niña con dos lunas,
una que sube para empezar la noche.
El presente es muy viejo y
anda por intervalos del vivir.
Repite la mejilla que no te veo.
Está oscura de lo que va a pasar.
Sufre ilegiblemente.
[a Marcela y Andrea]