ESCENA V

ORESTES - LAS ERINIAS - EL PEDAGOGO

EL PEDAGOGO.— Vaya, mi amo, ¿dónde estáis? No se ve nada. Os traigo un poco de alimento; las gentes de Argos sitian el templo y no podéis pensar en salir; esta noche trataremos de huir. (Las ERINIAS le obstruyen el camino.) ¡Ah! ¿Quiénes son éstas? Más supersticiones. ¡Cómo echo de menos el dulce país de Ática donde era mi razón la que tenía razón!

ORESTES.— No trates de acercarte a mí, te desgarrarán vivo.

EL PEDAGOGO.— Despacito, lindas. Vaya, tomad estas viandas y estos frutos, si mis ofrendas pueden calmaros.

ORESTES.— ¿Los hombres de Argos, dices, están amontonados delante del templo?

EL PEDAGOGO.— ¡Ya lo creo! Y no podría deciros quiénes son los más perversos y los más encarnizados en perjudicaros: si estas lindas muchachas que están aquí o vuestros queridos súbditos.

ORESTES.— Está bien. (Una pausa.) Abre esa puerta.

EL PEDAGOGO.— ¿Os habéis vuelto loco? Están ahí detrás, con armas.

ORESTES.— Haz lo que te digo.

EL PEDAGOGO.— Por esta vez me autorizaréis a desobedeceros. Os lapidarán, digo.

ORESTES.— Anciano, soy tu amo y te ordeno que abras esa puerta.

El PEDAGOGO entreabre la puerta.

EL PEDAGOGO.— ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay, ay!

ORESTES.— ¡De par en par! El PEDAGOGO abre la puerta y se esconde detrás de una de las hojas. La MULTITUD empuja vivamente las dos hojas y se detiene desconcertada en el umbral. Viva luz.