ESCENA III

Los MISMOS menos JÚPITER

ELECTRA se levanta lentamente.

ORESTES.— ¿Dónde vas?

ELECTRA.— Déjame. No tengo nada que decirte.

ORESTES.— A ti, a quien conozco desde ayer, ¿tengo que perderte para siempre?

ELECTRA.— ¡Ojalá los Dioses no me hubieran permitido conocerte nunca!

ORESTES.— ¡Electra! ¡Hermana mía, mi querida Electra! Mi único amor, única dulzura de mi vida, no me dejes solo, quédate conmigo.

ELECTRA.— ¡Ladrón! No tenía casi nada mío, fuera de un poco de calma y algunos sueños. Te lo has llevado todo, has robado a una mendiga. Eras mi hermano, el jefe de nuestra familia, debías protegerme, pero me has sumergido en la sangre, estoy roja como un buey degollado; ¡todas las moscas me siguen, voraces, y mi corazón es una colmena horrible!

ORESTES.— Amor mío, es cierto, te lo he quitado todo y no tengo nada que darte fuera de mi crimen. Pero es un presente inmenso. ¿Crees que no pesa como plomo sobre mi alma? Éramos demasiado ligeros, Electra: ahora nuestros pies se hunden en la tierra como las ruedas de un carro en un surco. Ven, partiremos y caminaremos con paso pesado, encorvados bajo nuestro precioso fardo. Me darás la mano e iremos…

ELECTRA.— ¿A dónde?

ORESTES.— No sé; hacia nosotros mismos. Del otro lado de los ríos y de las montañas hay un Orestes y una Electra que nos aguardan. Habrá que buscarlos pacientemente.

ELECTRA.— No quiero oírte más. Sólo me ofreces la desdicha y el hastío. (Salta sobre la escena. Las ERINIAS se acercan lentamente.) ¡Socorro! Júpiter, rey de los dioses y de los hombres, mi rey, tómame en tus brazos, llévame, protégeme. Seguiré tu ley, seré tu esclava y tu cosa, besaré tus pies y tus rodillas. Defiéndeme de las moscas, de mi hermano, de mí misma, no me dejes sola, consagraré mi vida entera a la expiación. Me arrepiento, Júpiter, me arrepiento. Sale corriendo.