ESCENA VI

EGISTO permanece solo un momento, luego ELECTRA y ORESTES

ELECTRA (saltando hacia la puerta).— ¡Pégale! No le dejes tiempo de gritar: yo defiendo la puerta.

EGISTO.— Eres tú, Orestes.

ORESTES.— ¡Defiéndete!

EGISTO.— No me defenderé. Es demasiado tarde para llamar y me alegra que sea demasiado tarde. Pero no me defenderé: quiero que me asesines.

ORESTES.— Está bien. El medio poco me importa. Seré asesino.

Lo hiere con la espada.

EGISTO (vacilando).— No has errado el golpe. (Se aferra a ORESTES.) Déjame mirarte. ¿Es cierto que no tienes remordimientos?

ORESTES.— Remordimientos? ¿Por qué? Hago lo que es justo.

EGISTO.— Justo es lo que quiere Júpiter. Estabas escondido aquí y lo has oído.

ORESTES.— ¿Qué me importa Júpiter? La justicia es un asunto de hombres y no necesito que un Dios me lo enseñe. Es justo aplastarte, pillo inmundo, y arruinar tu imperio sobre las gentes de Argos; es justo restituirles el sentimiento de su dignidad. Lo rechaza.

EGISTO.— Me duele.

ELECTRA.— Vacila, su rostro está descolorido. ¡Horror! Qué feo es un hombre moribundo.

ORESTES.— Calla. Que no lleve otro recuerdo a la tumba que el de nuestra alegría.

EGISTO.— Malditos seáis los dos.

ORESTES.— ¿Pero no terminarás de morir? Lo hiere. EGISTO cae.

EGISTO.— Ten cuidado con las moscas, Orestes, ten cuidado con las moscas. No ha terminado todo.

Muere.

ORESTES (empujándolo con el pie).— Para él, en todo caso, todo ha terminado. Guíame hasta la cámara de la reina.

ELECTRA.— Orestes…

ORESTES.— ¿Qué?…

ELECTRA.— Ella ya no puede perjudicarnos…

ORESTES.— Y qué?… No te reconozco. No hablabas así hace un momento.

ELECTRA.— Orestes… yo tampoco te reconozco.

ORESTES.—Está bien; iré solo.

Sale.