EGISTO - CLITEMNESTRA - ORESTES y ELECTRA (escondidos)
CLITEMNESTRA.— ¿Qué tenéis?
EGISTO.— ¿Habéis visto? Si no los hubiera aterrorizado, se libraban en un santiamén de sus remordimientos.
CLITEMNESTRA.— ¿Sólo eso os inquieta? Siempre sabréis enfriarles el coraje en el momento deseado.
EGISTO.— Es posible. Soy harto hábil para esas comedias. (Pausa.) Lamento haber tenido que castigar a Electra.
CLITEMNESTRA.— ¿Porque ha nacido de mí? Habéis querido hacerlo, y encuentro bien todo lo que hacéis.
EGISTO.— Mujer, no lo lamento por ti.
CLITEMNESTRA.— ¿Entonces por qué? Vos no amáis a Electra.
EGISTO.— Estoy cansado. Hace quince años que sostengo en el aire, con el brazo tendido, el remordimiento de todo un pueblo. Hace quince años que me visto como un espantajo: todas estas ropas negras han terminado por desteñir sobre mi alma.
CLITEMNESTRA.— Pero señor, yo misma…
EGISTO.— Lo sé, mujer, lo sé: vas a hablarme de tus remordimientos. Bueno, te los envidio, te amueblan la vida. Yo no los tengo, pero nadie en Argos es tan triste como yo.
CLITEMNESTRA.— Mi querido señor…
Se acerca a él.
EGISTO.— ¡Déjame, ramera! ¿No tienes vergüenza, delante de sus ojos?
CLITEMNESTRA.— ¿Delante de sus ojos? ¿Y quién nos ve?
EGISTO.— ¿Quién? El rey. Han soltado a los muertos esta mañana.
CLITEMNESTRA.— Señor, os lo suplico… Los muertos están bajo tierra y no nos molestarán tan pronto. ¿Habéis olvidado que vos mismo inventasteis esas fábulas para el pueblo?
EGISTO.— Tienes razón, mujer. Bueno, ¿ves qué cansado estoy? Déjame, quiero recogerme.
CLITEMNESTRA sale.