Orgulloso de la belleza de su mujer, el rey Candaulo hizo entrar en la alcoba matrimonial a Giges, su favorito, para que viese a la reina desnuda y lo envidiase. Giges la vio y, en efecto, la envidia le nubló los ojos.
La reina, sin perder su aire altivo (cosa nada fácil cuando se está sin ropa), se plantó frente a Giges y le arrojó a la cara esta verdad: «Una mujer decente sólo se muestra desnuda delante de su marido». Entonces Giges mató a Candaulo, se casó con la reina y ocupó el trono.