Estaba tan bien provisto por la naturaleza que lo apodaron El Toro. Su fama llegó hasta los oídos de la reina Pasifae, quien lo mandó llamar. Vestida con una ajorca de rubíes en cada tobillo, lo recibió en la cámara matrimonial del palacio. Al verlo desnudo gritó aterrada: «No me toques, monstruo. Con semejante espada me matarás».
Indiferente a sus súplicas, él la poseyó. En medio del feroz combate amoroso Pasifae gemía con voz débil: «Sigue, sigue, asesino, no te detengas, que total ya estoy muerta».