RAMA. Retrato de una madre

RAMA

Retrato de una madre

Es la hora sombría de una noche de luna nueva.

Rama se detiene en la puerta de la cabaña y permanece inmóvil. Quiere retener la imagen de los tres cuerpos entrelazados sobre la paja, instintivamente unidos en la adversidad.

La memoria almacena los pequeños detalles, una pierna doblada, un rizo rebelde, un pulgar en la boca, una sonrisa fugaz. Quisiera tener todo el tiempo del mundo para fijar la fotografía de las niñas dormidas, pero el tiempo le ha sido robado, como tantas otras cosas.

Se acerca en silencio, sosteniendo el fruto del baobab, y lo deja en el suelo para que sea lo primero que vean sus hijas al abrir los ojos. El corazón se acelera ante la certeza de que ésta será la última vez y teme que sus latidos terminen por despertarlas.

No se atreve a inclinarse y susurrarles al oído unas palabras de despedida: dulces para las gemelas, alentadoras para Aminata, la mayor, la que dicen que más se le parece.

Poco a poco olvidarán su voz, su rostro y su nombre.

Se entristece al reparar en que no estará para bailar en su purificación, para pintarles los pies de henna el día de su boda ni para sujetarles la mano en sus partos. No estará nunca más.

La sombra retrocede con pasos ligeros y se zambulle en el murmullo nocturno de la selva.

El fruto del baobab, una golosina codiciada, queda en el suelo para endulzar el vacío de una ausencia que jamás podrá ser restituida.