LOLA
La vergüenza
Los acontecimientos la han arrastrado en medio de la confusión y se ha sentido superada, incapaz de tomar las riendas ni encontrar la salida adecuada, impotente para consolar a unos y a otros, abatida por la responsabilidad y el peso de la implicación.
¿Estás interesada?, le preguntó Lourdes. ¡Pues implícate!, le dijo Celia Andreu. Puede resultar frustrante, le advirtió Julia. No lo hagas esperando ninguna recompensa moral, le aconsejó Antonia. No se gana ni se pierde, la vida se vive, decía Oriol.
¿Y ahora qué?, se pregunta en el juzgado donde ha llegado acompañando a Binta Marong y a su hermano Lamin. Confiaban en ella y los ha decepcionado. Ha leído la decepción en los ojos de Binta. Creía que era todopoderosa y que con un simple chasquear de dedos liberarían a su padre y la pesadilla se desvanecería. Ha entendido que Binta se había obnubilado y la había confundido con un chamán.
No. Lola Quirós no hace magia ni puede detener el funcionamiento de la justicia que una vez se pone en marcha avanza implacable como un mecanismo de relojería abrumador tictac, tictac, al margen de las voluntades, de las personas, del tiempo y la razón.
—Me prometiste que no avisarías a la policía —le ha reprochado Binta con odio.
Se ha dado cuenta del engaño, Lola no era quien ella creía. Una diosa blanca de un país blanco con una moral blanca y unas leyes blancas. Esto es la leyenda blanca, se dice Lola, la leyenda que difundieron los colonialistas que esquilmaron el África negra y esclavizaron a sus habitantes. Os traemos el progreso, la riqueza y la verdadera religión, pregonaron. Pero sembraron la muerte, el resentimiento y la pobreza dejando tras de sí un continente devastado.
No. Los blancos no podemos dar lecciones. Y sin embargo lo intenta.
—Lo siento. Era mi obligación. El juez ha retirado cautelarmente el pasaporte de tu hermana y tu padre, y no podrán viajar. El forense ha examinado a Fatou y el juez dictará la sentencia.
Puede palpar la angustia de Lamin y la culpabilidad de Binta que a sus catorce años aún ignora que toda implicación conlleva una contrapartida dolorosa.
—Pero yo sólo quería que no purificaran a Fatou, no quería que detuvieran a padre —se desespera Binta—. Me lo prometiste.
Yo quería un hijo, se lamenta Lola, y no ha podido ser. Pero guarda un silencio respetuoso y adopta una actitud paternalista, como hacían los colonialistas blancos de las granjas africanas que se apropiaron de las tierras de los nativos.
—A veces las cosas no son como queremos que sean.
Es un consuelo muy pobre. Las cosas no queremos que sean como son, pero podemos hacer dos cosas, dejarlas como están o intentar cambiarlas. Ella y Binta, al menos, lo han intentado.
No se lo dice, no serviría de nada. Binta se ha zambullido en un marasmo emocional que le impide discernir racionalmente. Lola es su enemigo más inmediato. La blanca que ha traicionado la fe ciega que había depositado en sus manos. Se merece su desprecio, y Lola acepta con resignación su odio como la contrapartida dolorosa de su propia implicación.
Decide callar y ofrecer simplemente su compañía desnuda a los dos hermanos, un acto de humildad. Les propone sentarse y esperar en silencio. Pronto Lola se da cuenta de que ellos sí saben esperar y trata de imitarlos, pero se distrae. No sabe estar tanto rato inmóvil, con la mente vacía, mientras otros deciden y administran su tiempo.
Ella es una occidental impaciente y se levanta de la silla caminando arriba y abajo hasta que saca el móvil y llama a Alicia, para saber cómo está, cómo se encuentra, para recordarle que es su amiga y que piensa en ella.
—He decidido seguir adelante con el embarazo —le comunica Alicia, decidida.
Se alegra. Lola se alegra de alegrarse de la decisión de Alicia. Su amiga Alicia tendrá un hijo. No ella. Pero se alegra igualmente.
—Cuenta conmigo —le dice.
Y escucha las inquietudes de la amiga y sus miedos irracionales, comprensibles, y la consuela diciendo que todo irá bien, que tendrá una criatura preciosa. La complace ayudar a la amiga y no quiere plantearse si gana o pierde. Encuentra una compensación egoísta en este acto tan sencillo de decir, cuenta conmigo, te querré a ti y a tu hijo.
No le ha resultado nada difícil. El amor es pura supervivencia. Por eso ha podido leer el mensaje de Oriol pidiendo visitarla a su nuevo piso para hablar con ella. Ven, le ha respondido por e-mail sin que le temblaran las manos. Ven cuando quieras, ha escrito. Sabiendo que ya podría recibir a Oriol en su casa sin derrumbarse. No le importa que esté con otra y no siente curiosidad malsana por saber quién es, ha borrado el odio y el rencor. Le enseñará el mar que se ve desde su ventana y le invitará a dulces marroquíes, regalos de sus vecinos que celebraban el Ramadán.
Su casa ya no huele a sushi y Mataró ya no huele a cubo abandonado en la playa. Ya se ha familiarizado con las calles empinadas salpicadas de antiguos chalés de veraneo y las ramblas de plátanos alfombradas de hojas. Ya se sabe el camino de casa al trabajo y el tiempo que tarda. Ya conoce el nombre de la pelirroja y los años que tiene. Ya no se extraña de los olores ni de la luz de la ciudad y se sacia de la visión del mar con glotonería.
—¡Ya salen! ¡Ya salen! —grita Binta, repentinamente excitada.
Han pasado muchas horas, no las ha contado, y por fin todo ha terminado. Antonia la informa rápidamente.
—El juez les ha retirado el pasaporte a ambos y les impide el viaje. Ya hay sentencia en firme. Abdoulieu está en libertad sin cargos.
Binta y Lamin se han lanzado sobre Abdoulieu que camina abrazado a la pequeña Fatou. Lola se fija en como Abdoulieu rechaza el abrazo de la hija mayor, dándole la espalda, y acoge a Lamin.
La herida aún es reciente y Abdoulieu se lo hará pagar.
Aminata, unos pasos atrás, camina sola, silenciosa y al ver a Lola esboza una sonrisa y se le acerca. Una vez delante, educadamente, murmura un «gracias» inaudible. Mucho más de lo que Lola esperaba. Y Lola la abraza en un gesto espontáneo.
—Siento todo lo que ha pasado. Quisiera que las cosas hubieran sido diferentes —traduce con la dificultad de decir en palabras todo aquello que le preocupa.
Aminata está triste, pero serena.
—No tengo miedo —dice convencida—. Abdoulieu lo aceptará. Es bueno Abdoulieu.
Mejor que mire al futuro con optimismo, que tenga coraje, que no se amedrente ante su hombre, que sea conciliadora. Es a ella a quien le toca probablemente recorrer el camino más largo, piensa Lola. Ella es y será el difícil encaje de dos mundos, de dos generaciones.
La ve alejarse calladamente. Una presencia poderosa y frágil.
Las mujeres africanas, flexibles como los juncos, viven a ras de tierra y arrastran su carga y la de quienes las rodean con la ligereza del vuelo de sus fanous coloreados. Acarrean el agua, los hijos, la leña, los maridos, las culpas y el grano, sin desfallecer nunca. Danzan al son de los jenbés y paren sin gritos.
Son fuertes las mujeres africanas.
África tiene nombre de mujer.