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LOLA

La intimidación

Lola está sudando. A pesar del frío del norte que ha congelado los termómetros las últimas veinticuatro horas y la nieve que cubre insólitamente las calles de Mataró, no para de sudar. El sudor le produce incomodidad, la ropa se le engancha a la piel y se siente mojada y sucia.

Abdoulieu se ha cerrado en banda y ha permanecido sordo a todos los argumentos que Antonia y ella le han ido exponiendo, pacientemente, a lo largo de media hora. Al hablarle de los riesgos sanitarios que conllevaba la ablación y de los problemas que podría causar a su hija, ha respondido con evasivas, sin mirar a los ojos, incómodo y consultando continuamente el reloj para dejar claro que tiene prisa y que tiene que resolver otras cosas más importantes que atender a esa conversación estúpida de mujeres.

Cuando, finalmente, le han presentado el documento de compromiso, asegurándole que le exime de responsabilidades ante la familia ha lanzado balones fuera.

—No puedo firmar.

Aminata, abatida y silenciosa, se ha agitado en la silla. Era evidente que no estaba de acuerdo, pero no lo ha manifestado.

—¿Por qué? —ha preguntado Antonia con una amabilidad fruto de la experiencia.

—Mi madre quiere conocer a su nieta y yo se la llevo. Yo no puedo decir a mi madre lo que tiene que hacer y dejar de hacer con su nieta.

Lola se ha crispado. La cantinela del respeto hacia las mujeres mayores la saca de quicio.

—Pero tu madre tiene que entender que Fatou es española y que aquí la ley prohíbe la ablación —interviene sin poderse reprimir.

—Fatou no es española —suelta de pronto Abdoulieu.

—¡Claro que sí! ¡Ha nacido aquí! —salta Lola enfadada.

—No, no lo es —insiste Abdoulieu.

—Tiene razón, no hay nacionalidad española automática para los gambianos nacidos en España —admite Antonia.

Lola se ha descolocado.

—¿Quieres decir que Fatou es gambiana?

—Sí. Y tendrá que esperar hasta los dieciocho años, si continúa residiendo aquí, para optar a su nacionalidad española —aclara Antonia.

Abdoulieu se reafirma en su argumentación refrendada por la trabajadora social.

—Fatou es gambiana y debe seguir las tradiciones gambianas.

—Pero vive aquí —objeta débilmente Lola.

—Dadme la nacionalidad española para mi hija y firmaré el documento —las reta Abdoulieu con agresividad, esta vez sí, mirándolas a los ojos.

Antonia responde por ambas.

—Sabes que no es posible, que nosotras no tenemos potestad para esto. Deciden los jueces.

—Yo tampoco tengo potestad para lo que me pedís. Deciden las viejas.

Lola, que se había recomendado prudencia, sube el tono de voz y utiliza una frase intimidatoria.

—El responsable penal de tu hija en este país, sea o no española, eres tú. Si tu hija vuelve cortada, serás tú quien vaya a prisión y no tu madre. ¿Queda claro?

Abdoulieu calla. Quizá molesto por sentirse desautorizado por una mujer aunque demuestre ese respeto que le sirve de coartada para con las viejas de su tierra. Lola se da cuenta de que los ojos se le han ido empequeñeciendo y que los tiene rojos, inyectados en sangre. Le asusta la mirada de Abdoulieu.

—Lo que quiere decir la doctora Quirós es que tu madre debe saber que, si cumple con el ritual de Fatou, tú recibirás un castigo, irás a la prisión y no le podrás enviar dinero.

Antonia ha hablado con dulzura y firmeza. Aminata suspira profundamente, segura de que esta vez Abdoulieu dará su brazo a torcer, que no puede continuar jugando a este tira y afloja, que no hay alternativa.

Abdoulieu calla y mira al suelo fijamente. Es especial, advierte Lola, un hombre apuesto, inteligente y tozudo en torno a los cuarenta. Un elegido. El camino que ha recorrido Abdoulieu y tantos hombres como él está lleno de riesgos y lo que les motiva a seguir adelante es la convicción incuestionable de pertenecer al clan familiar y el mito incierto del retorno teñido de nostalgia. Las tradiciones y el amor incondicional por los suyos los mantienen vivos. Los elegidos son especiales. Abdoulieu no es un individuo libre, es un representante de la comunidad, la punta de lanza de una familia, de un clan, de una tribu. Abdoulieu ha sido escogido para emprender la aventura de la emigración. Los parientes le han proporcionado el dinero y esperan que se lo devuelva con creces, pero también esperan un comportamiento ejemplar puesto que es un símbolo. Lejos de su tierra, Abdoulieu ha pasado por penalidades y vejaciones que nunca admitirá ante los suyos. Pero allí, en Bakau, es el héroe que envía dinero, el que vive en una ciudad europea, el que construye la casa sólida para los padres, el que regresa periódicamente con regalos y les habla de las maravillas tecnológicas de Occidente. Valor y empuje no le faltan, reconoce Lola. Ha aprendido una lengua nueva, costumbres nuevas, ha sido el motor de una familia que llegó desconcertada a un país nuevo y ha trabajado duro para alimentarlos sin olvidarse de ahorrar dinero para contentar a la familia de allí.

—No me dejáis alternativa —dice gravemente—. Fatou es gambiana y yo no puedo sacrificar el futuro de mi hija por un país que no le reconoce la nacionalidad. Tendré que dejarla allá.

Aminata ahoga un grito y Antonia, repentinamente, se levanta de la silla, crecida.

—¿Nos estás amenazando?

—No es ninguna amenaza. Vosotras me habéis coaccionado. Me habéis dicho que no puedo volver a España con mi hija purificada. Pues que se quede allá.

Aminata esta vez sí interviene.

—El lugar de Fatou está aquí con su madre y sus hermanos, no en casa de los Marong. Aquí va a la escuela, tiene amigas.

—Calla, mujer —responde secamente Abdoulieu.

Aminata le obedece, como ha hecho siempre, pero le brillan los ojos y le tiemblan las manos.

Lola hace un último intento por la vía de la persuasión.

—Tienes una familia que has traído desde muy lejos y que se ha adaptado a nuestra forma de vivir. Deja que viva aquí según nuestra ley.

Abdoulieu, ya envalentonado, se niega.

—Casaré a mis hijas con sus primos. Si no están purificadas, no habrá trato. Quiero lo mejor para ellas.

Lola se da cuenta de que Abdoulieu se ha encerrado en su caparazón y que cada vez se enroca más y más en sus convicciones. No sabe qué ha sucedido para que de repente esgrima esas bodas absurdas. Es culpa de la precipitación, de la urgencia provocada por el viaje, de la falta de un diálogo en el tiempo. De repente, Abdoulieu se ha visto forzado a decidir en cuestión de minutos sobre la pertenencia de sus hijas a un mundo o a otro. Un dilema complejo que desencadena emociones profundas, respuestas del subconsciente. La posibilidad de la occidentalización de las niñas lo aterra. Probablemente, cree que las perderá y que dejarán de ser suyas porque Occidente lleva aparejado que los hijos cuestionen la autoridad de los padres y su infalibilidad.

Antonia también ha llegado a la misma conclusión y ya no se vuelve a sentar.

—Lo siento mucho, Abdoulieu, no nos dejas otra opción que comunicarlo a la policía.

—Ahora sois vosotras las que me estáis amenazando —exclama indignado y poniéndose en pie a su vez.

Lola vuelve a sudar, la angustia no le permite ni hablar. Es Antonia quien toma las riendas de la situación.

—De verdad que lo siento, Abdoulieu, no te queremos hacer ningún mal ni a ti ni a tu familia, pero tendremos que poner en conocimiento del juez estos hechos.

—¿Qué hechos? —objeta nervioso Abdoulieu—. No hay ningún hecho. No he hecho nada.

—Comunicaremos que en breve viajarás a Gambia con tu hija y que hay un alto riesgo de que allá la sometan a una ablación.

—He dicho que la dejaré allá —responde con altivez.

—Es posible que el juez no permita viajar a la niña —le advierte Antonia.

Abdoulieu, con un ademán adusto, invita a Aminata a levantarse, coge él mismo el cochecito de Ousman y sale por la puerta sin mirar atrás. Aminata se despide con vergüenza. Baja los ojos y aprieta los labios buscando las palabras para disculparse.

—Está enfadado. Cuando se le pase lo verá diferente.

—No hay tiempo. El viaje es dentro de tres días —le recuerda Lola con un deje de tristeza.

La puerta se cierra y Antonia y Lola se miran un instante, embargadas por la decepción.

—Hemos hecho todo lo posible —la intenta animar Antonia.

Para Lola no es ningún consuelo. Ha fallado estrepitosamente, se dice culpabilizándose del fracaso. Habría necesitado más tiempo. Más momentos para sembrar dudas, para ofrecer ideas, para permitirle ir incubando una perspectiva diferente del problema. Habría tenido que hablar con Abdoulieu hace dos meses, al principio de todo, cuando descubrió la mutilación de Binta.

Ha llegado tarde y no se lo perdona.

Mientras Antonia descuelga el teléfono y se pone en contacto con la fiscalía, Lola se acerca a la ventana y deja vagar la mirada sobre el manto blanco que ese día cubre la ciudad.

Aparentemente una ciudad pura, limpia, inocente, virgen.

Una gran mentira.