Los colegas se habían reunido en Big Playground, sin nada que hacer. Era el Día de Acción de Gracias y casi todo el mundo se había ido a visitar familiares. Estaba oscureciendo y no había suficiente luz para jugar a baloncesto, y de todas formas hacía demasiado frío. Richie estaba junto a Buddy en el banco. Perry y Joey se entretenían lanzando piedras a través de la reja metálica.
—¿Quieres ir a White Castle?
—No tengo pasta.
—Te presto un cuarto de dólar.
—Me debes un dólar.
—No es verdad.
—¿Quién pagó la botella de Tango anoche?
—De acuerdo. Te presto un cuarto de dólar y te compro un paquete de cigarrillos.
—¿Habéis visto eso?
—Eh, ¿nos vamos a tocar tetas?
—Hace demasiado frío.
—Dan un baile en el Bronx House.
—No tengo pasta.
—Podemos quedarnos fuera y mirar.
—Y que se nos congelen los huevos.
—¿Vamos a casa de Eugene?
—No está.
—Vámonos a tocar tetas.
—¡Qué coño!, vamos.
Echaron a andar por Allerton Avenue, en busca de chicas. La calle estaba desierta y todas las tiendas cerradas. Una manzana más allá divisaron a dos mujeres que se acercaban.
—¿Quién va primero?
—Perry.
—Ya fui el primero la última vez.
—Joey.
—No, no me apetece.
—Venga. Imagínate que es tu madre.
—Al menos, mi madre tiene tetas.
—Sí… Tres.
—Dos más que la tuya.
—Por lo menos no son peludas.
Mientras discutían, las chicas pasaron de largo.
—¿Habéis visto eso?
—¡Joder, tíos, sois unos gallinas! Yo iré —dijo Buddy. Richie le ayudó a quitarse la chaqueta—. Vamos, vamos. —Buddy dio unos saltitos para entrar en calor.
Estaban en el escaparate de la entrada de una tienda y no se los veía. Una mujer obesa andaba por la calle, hacia ellos.
—Cázala, Buddy.
Buddy se metió las manos en los bolsillos y puso los brazos en jarras. Les hizo un guiño a los colegas y empezó a andar despacio hacia la señora obesa. Cuando estaba a un metro y medio de ella, se cruzó en su camino y chocó contra la mujer. Se quedaron el uno frente al otro, dudando de por dónde pasar. Buddy fue por la izquierda y le refregó con el codo derecho la teta de la izquierda. Farfulló una disculpa y fue por la derecha, restregándole el codo izquierdo por la teta de la derecha. Iba a intentarlo de nuevo con el codo derecho, pero ella reaccionó y le arreó un golpe con su robusto antebrazo, Buddy se cayó al suelo. La señora maldijo a Buddy en un idioma extranjero y siguió andando. Los Wanderers se partían el culo. Al pasar por su lado, la mujer les gritó:
—¡Cerdos! ¡Sois unos cerdos asquerosos!
Perry empezó a gruñir. Entonces se pusieron todos a cuatro patas, fueron gruñendo hasta el cuerpo tendido de Buddy, y se agacharon a su alrededor como hienas.
—Eh… creo que este cerdo asqueroso está fuera de combate.
Iban todos a gatas, gruñendo y olfateando.
—Eh, cerdo, creo que ya es hora de que te levantes.
Buddy levantó las manos, las arqueó como si fueran garras y empezó a estrujar carne imaginaria.
—¡Oh, qué tetas más deliciosas…! ¡Qué tetas más deliciosas…!
—Creo que este marrano quiere segundo plato.
Se levantaron y ayudaron a Buddy a ponerse de pie.
—¿Quieres repetir, tío?
—¡Pues sí, créetelo que sí! Solo que esta vez me buscaré una presa más pequeña.
Volvieron al escaparate y Buddy se puso la chaqueta. Unos minutos después apareció una chica andando hacia ellos y Buddy se puso en marcha otra vez. Cuanto más se acercaba la chica, más le gustaba a Buddy lo que veía. Tenía unos dieciséis años y un encrespado pelo negro azabache. Por lo que Buddy podía ver, tenía una bonita figura y cara de putita italiana: tez oscura, ojos negros, pómulos marcados y mucho maquillaje en los ojos. Buddy estaba tan concentrado en observarla que casi se le olvida cruzarse en su camino. Cuando lo hizo, fue tan abrupto que su pecho chocó contra la nariz de ella. Se quedó mirándola, intoxicado por el aliento de chicle de frutas de la chica. Ella lo miró con socarronería. Él se dio cuenta de que no estaba haciendo nada con los codos y empezó a moverlos de un lado a otro sin ninguna efectividad, como la bomba de una lavadora.
—¿Qué te pasa?
—¿Eh? —Buddy se quedó delante de ella, danzando con las manos en los bolsillos.
—¿Tienes que ir al lavabo? —La chica lo rodeó y siguió andando. Él fue tras ella, sin saber qué decir, y la alcanzó.
—Eh… ¿que qué me pasa? —La cabeza le iba a toda máquina.
—Ella lo miró.
—Eh… ¿qué me pasa? Eh, nada.
—¿Te encuentras bien?
—Eh… sí, claro. —Entonces se le encendió la bombilla—. Excepto que dos tíos acaban de atacarme.
—¿Qué?
—Sí. Eh… salieron de un Cadillac en el parque y me atacaron. Me deshice de ellos, pero me dieron con una cachiporra. —Se agarró la frente y movió la cabeza, como aturdido—. Discúlpame por chocar contigo… estoy un poco mareado. —Se apoyó en un coche aparcado y se hizo el sufrido—. Oye, ¿quieres comerte una porción de pizza conmigo? Necesito hablar con alguien —le dijo.
—Creo que tendrías que ir a ver a un médico.
—No… me pondré bien.
—Sigo pensando que deberías ir.
—No… no es la primera vez que me pasa… Estoy bien. ¿Cómo te llamas?
Ella se rio fuerte.
—Eh, ¿qué clase de truco es este?
—¡No es un truco! ¡Lo juro ante Dios!
Ella lo miró divertida y echó a andar por Allerton. Él se puso a andar a su lado y juntos pasaron ante un estupefacto grupo de Wanderers. De repente recordó que no llevaba dinero y la cogió del brazo.
—Espérame aquí. Ahora mismo vuelvo.
Volvió corriendo hacia los Wanderers y agarró a Richie.
—¡Óyeme! ¡Dame ese dólar ahora! —Dio un rápido vistazo para ver si ella lo seguía esperando. Estaba.
—¡Buddy! ¿Qué pasa? ¿Se te ha quedado clavado el codo?
—Oye… —agarró a Richie por la solapa de la chaqueta—, ¡dame ese dólar ahora o te arranco el corazón!
—Solo medio pavo. —El pánico de Buddy dejó asombrado a Richie.
—Dámelo.
Buddy se echó hacia atrás, para vigilar a la chica, y al mismo tiempo extendió la mano, moviendo los dedos con impaciencia. Richie le dio el medio dólar y Buddy salió como un rayo.
—Gracias por esperarme.
—¿Habías perdido la cartera?
—Sí.
Los Wanderers los siguieron con la mirada, se miraron unos a otros y anduvieron tres manzanas, entre bares y estaciones de servicio, hasta White Castle.
Buddy y la chica entraron en una pizzería cerca del parque y engulleron chorreantes porciones en una mesa llena de churretones.
—¿Cómo te llamas?
—Despie.
—Despie… ¿Despie de Despinoza?
—Sí. ¿Y tú?
—Buddy.
—¿Diminutivo de qué?
—Mario… ¿Dónde vives? —preguntó, recogiendo un hilo de queso.
—Por White Castle.
—Eh… ¿conoces a Fat Sally?
—No.
—¿Conoces a Eugene Caputo?
—No.
—¿Conoces a… Toby Becker?
—Creo que sí.
—Es mi mejor amigo.
—¿Ah sí?
—Sí, hicimos juntos el noveno grado.
—¿Vas al Olinville?
—Sí. Me gradué allí.
—¿Y dónde estás ahora? ¿En Evander?
—No, en Tully.
—¿Conoces a Phillip D’Allessio?
—¿A qué curso va?
—Décimo.
—Yo estoy en doceavo.
—¿Conoces a… Donna Palombo?
—No.
—¿Conoces a… Marie Gueli?
—Sí. Está en mi clase de lengua. Una verdadera zorra.
—Es mi hermana.
—Oh… —Buddy se sonrojó.
Ella rio.
—Lo decía en broma. ¿Dónde vives?
—En el complejo de viviendas sociales.
—¿Conoces a Barry Jacobi?
—No.
—Es mi novio.
A Buddy le dio un vuelco el corazón.
—¿Ah sí? —dijo, débilmente.
—Bueno… cortamos.
Resurrección.
—Sí, se veía con otra chica a escondidas.
—Yo nunca haría eso —afirmó él con severidad.
—Me pidió que volviera con él, pero yo tengo orgullo, ¿sabes qué quiero decir?
Buddy asintió solemnemente.
—Tuve una novia que me la pegaba con otro. Pasé de ella al instante. Yo también tengo orgullo.
—El orgullo es importante.
—Sí… hay que mantener alta la cabeza.
—Sí.
—Una vez vi una peli en que los japos torturaban a un tipo, pero él no les daba la información que querían. Cada vez que lo torturaban se ponía a cantar el himno nacional.
—¡Uau! ¿Y qué pasó?
—Lo acababan matando.
—Eso es orgullo.
—Nunca les daría información a los comunistas, aunque me torturaran —dijo Buddy.
—Mi padre fue marine.
—El mío estuvo en la Marina.
—¿Te gustan los Four Seasons?
—Sí… Mi hermano conoce a Frankie Valli.
—Un amigo mío conoció a Dion.
—Yo tengo el autógrafo de Smokey Robinson.
—Una vez me subí en un ascensor con Murry the K.
—Jackie the K es una fulana, sin ánimo de ofender.
Salieron de la pizzería y echaron a andar por Allerton, hacia la casa de Despie. Buddy le hizo una prueba. Despie llevaba un bolso en la mano izquierda, así que él se puso a la izquierda de ella. Si ella cambiaba el bolso a la mano derecha, estaba dejando la otra libre para cogerse de la mano con él. Al principio no lo hizo, así que él le rozó con los nudillos el dorso de la mano. A la tercera vez, Despie se echó la correa del bolso al hombro derecho. Una manzana más allá ya iban cogidos de la mano. Cuando pasaron por White Castle se toparon con los Wanderers.
—¡Hey!
—¡Hey! —Buddy los saludó como si fueran amigos que había perdido de vista hacía mucho tiempo.
—¡Hombre, Buddy! —Devoraron a Despie con la mirada, prestando especial atención al hecho de que Buddy le sostenía la mano.
—Hola, os presento a Despie… estos son mis colegas.
Ella se quedó mirando a Richie.
—Tú eres el novio de Denise Rizzo, ¿verdad?
—Sí.
—Te conozco… Denise y yo vamos a la misma clase en Evander. Te vi un día al salir de clase.
—Pues vaya. Eh, quizá podríamos quedar los cuatro algún día —sugirió Richie.
Buddy dio un respingo. Aún no le había pedido a Despie una cita, y Richie podía mandarlo todo a paseo.
—¡Claro! —respondió ella.
—Eh, ah… Nos vemos luego, tíos, ¿vale?
—Nos vemos.
—Nos vemos.
Cuando Buddy y Despie hubieron andado un cuarto de manzana, aquel se giró hacia los Wanderers, puso ojos de loco y sacó la lengua. Eso les hizo gracia y echaron unas risas.
—Vivo en la siguiente manzana.
—Bonita calle.
—No está mal.
Se pararon en la puerta de la casa de ella.
—Ah, oye… ¿por qué no me das tu número de teléfono y salimos un día los cuatro, con Richie y C?
Despie sacó del bolso un papel arrugado y un bolígrafo enorme y extraño.
—Aquí lo tienes.
—Hummm… —Buddy observó el número, entreteniéndose—. Despie Carabella. Dos, seis, cuatro, dos, tres, uno.
—Eso es.
Él observó la nota un poco más y se la metió en el bolsillo.
—Bueno… —Buddy arrastró los pies.
—Buenas noches.
Él le rodeó el hombro con el brazo y acercó la boca a la de ella. Despie se resistió durante un segundo, luego le pasó el brazo por detrás del cuello. Besaba con lengua como una experta y se quedó pegada al cuerpo de Buddy. Sus lenguas se fundieron en una durante cinco minutos enteros, hasta que ambos mentones chorrearon de saliva.
—Me gustas, Despie.
—Tú también a mí.
—Quizá podríamos salir el sábado.
—Claro.
Ella se giró para entrar en casa. Buddy se marchó, limpiándose el mentón con la manga de la chaqueta. Cuando hubo cruzado la calle le gritó a Despie, lo bastante alto como para que se encendieran algunas luces.
—¡Te llamaré mañana!
Ella le dijo adiós con la mano y él salió disparado como una liebre hacia White Castle.
Al día siguiente, en la clase, Despie le pasó una nota a Denise, tres filas más allá: ¿CONOCES A UN AMIGO DE TU NOVIO, LLAMADO BUDDY? LO CONOCÍ ANOCHE Y VAMOS A SALIR EL SÁBADO. ¿QUIERES QUE ALMORCEMOS JUNTAS Y HABLEMOS? DESPIE.
Denise respondió: SÍ, CONOZCO A BUDDY. ME GUSTA Y ME PARECE GUAPO. TE VERÉ AL FONDO DEL COMEDOR, CERCA DE LAS VENTANAS. DENISE.
—¿Y cómo conociste a Buddy? —preguntó Denise, dándole un bocado a un fino bocadillo de mortadela.
—Bueno, anoche no tenía nada que hacer, así que me puse a pasear por Allerton y vi a Buddy andando calle arriba. Me pareció guapo. Él no me vio ni nada. Entonces él va y choca con una señora gorda y empieza a tocarle las tetas con los codos. La mujer lo tiró al suelo, fue de lo más gracioso. Ella se puso a chillarle y entonces veo que él va con otros tíos.
—¿Iba Richie con ellos?
—¿Ese es tu novio?
—Sí… y le daré una paliza si me entero de que estuvo tocándoles las tetas a las tías.
—Estaba allí, pero no hacía nada. Entonces decido seguirle el juego, así que di la vuelta a la manzana y aparezco por el otro lado de la calle, y Buddy se pone a andar hacia mí.
—¿Y qué pasó?
—Chocó conmigo, pero no hizo nada más.
—¿Y qué pasó entonces?
—Me preguntó si me apetecía una pizza, pero primero me contó una patraña sobre dos tíos que salieron de un Cadillac y lo atacaron.
—Suena a Buddy.
—Luego me acompañó a casa y me pidió una cita para mañana por la noche.
—¡Qué fuerte!
—Sí. ¿Cómo es Buddy?
—Bueno, es guapo, es de los Wanderers, vive en el complejo de viviendas sociales.
—¿Es cierto que tenía novia y rompió con ella, porque ella se veía con otro tío?
—Bueno, él salía con una chica, Margo, que se veía con otro tío, pero fue ella la que rompió con Buddy. Buddy no rompió con ella.
—Él me dijo que rompió con ella.
—Ya.
—¿Juega en algún equipo?
—No, pero es un buen jugador de bolos. Todos ellos lo son —contestó C.
—¿Quieres que salgamos los cuatro, mañana?
—Vale. Vamos a ir al Globe. ¿Os apuntáis?
—Vale. Él me llamará esta noche.
—¿Cómo te ha ido en sociales? —preguntó C.
—Aprobé. Copié de ese capullo de Barry Jacobi.
Buddy llegó tarde al comedor. Los Wanderers ya estaban comiendo en su mesa de siempre.
—¡Eh, ahí viene el hombre del día!
Buddy se sentó y sacó un bocadillo de jamón.
—¿Vas a salir con Despie esta noche? —preguntó Richie.
—No, pero tengo que llamarla.
—Oye, mañana por la noche C y yo vamos a ir al cine. ¿Os apuntáis?
—Vale. Pero a condición de que nos podamos separar después; tú ya me entiendes…
—Sí, bueno, mañana por la noche mis padres no estarán en casa. Tienen reunión en el club, con sus primos.
—¡Cojonudo!
—Sí, puedes quedarte mi habitación. C y yo usaremos el dormitorio de mis padres.
—¿Tienes condones?
—Mi padre tiene. ¡Eh, espera! ¿Qué quieres decir con que si tengo condones? No te van a hacer falta.
—No estés tan seguro.
—¿Cinco pavos a que no?
—No tienes cinco pavos.
—Da igual. No te la vas a tirar.
Buddy no pudo conseguir el coche de su padre, así que fueron andando al Allerton Globe a ver dos buenas pelis de terror, lo cual le fue bien a Buddy, pues Despie chillaba un montón y escondía la cabeza debajo de la axila de él. Con el brazo rodeando los hombros de Despie, Buddy estiró la cabeza por encima del respaldo del asiento y cruzó una mirada con Richie. Este hizo lo mismo y sacó la lengua obscenamente. C se excusó para salir un momento y se fue con Despie al servicio.
—¡Eh, tío! —Buddy saltó dos asientos hacia Richie y chocaron los cinco ruidosamente—. ¡Estoy rompiendo los gayumbos, de lo empalmado que voy! —Buddy se estrujó la entrepierna, fingiendo dolor.
Dos personas mayores se giraron y lo fulminaron con la mirada.
—¿Le has metido mano en las tetas?
—Aún no lo he intentado.
—Tiene un buen par.
—Eh —dijo Buddy—, me vas a dejar tu habitación, ¿verdad?
—Como me pringues de lefa la cama, te la voy a hacer comer con una cuchara.
—Lo haremos en el suelo.
—Eres un tipo con clase.
—Sí, soy un tío elegante —dijo Buddy.
Buddy puso unos discos en el tocadiscos de Richie y apagó la luz. Despie cogió a Buddy y casi lo derribó encima de ella. Buddy empezó a restregar su cuerpo contra el de Despie, que gemía de agradecimiento.
—Buddy —Despie le dio unos golpecitos en la espalda y le susurró—, ¿me traes un vaso de agua?
—¿Eh?
—Tengo sed.
—Sí, claro… Sí.
Se levantó, con la camisa medio fuera de los pantalones y el pelo revuelto. Fue arrastrando los pies hasta el lavabo, echó una meada y le trajo a Despie un vaso de agua. Despie dejó el vaso en el suelo.
—Pensaba que querías agua.
Ella le cogió la mano y se la puso entre las piernas.
—¡Madre mía!
Despie estaba desnuda. Buddy no había estado nunca con una chica desnuda. Se quedó paralizado, con la mano inmóvil donde ella la había dejado, mientras Despie le desabrochaba la camisa.
—¿Eres virgen? —susurró Buddy. Ella no contestó y continuó con los pantalones—. Porque si lo eres, no tengas miedo. —Despie le bajó los calzoncillos y le acarició la erección—. No tengo condones, pero la sacaré antes de correrme.
Ella le pasó el brazo por el cuello, se deslizó debajo de él y con la otra mano le condujo la verga. En el mismo momento en que entró, Buddy se corrió a chorros.
A primera hora de la mañana siguiente, Buddy yacía en la cama, pensando en Despie. Miró el despertador. Las cinco y media. Se levantó, fue a la cocina y marcó el número de teléfono de ella. Rezó para que no fueran sus padres quienes contestaran. El teléfono sonó cuatro veces y Buddy estaba a punto de colgar, cuando ella dijo:
—¿Hola?
—¿Despie? —susurró él.
—¿Quién es?
—Buddy.
—¿Qué pasa? —Su voz sonaba somnolienta.
—Nada. Solo quería hablar.
—¿Qué hora es?
—No sé, cerca de las dos.
—¿De qué quieres hablar?
—No sé. Te echo de menos.
—Qué amable.
—¿Me has echado de menos?
—… Sí.
Durante un minuto nadie dijo nada.
—¿Despie?
—¿Sí?
—¿Puedo ir a verte?
—¿Mañana?
—Ahora.
—¿Ahora? Están todos durmiendo.
—Tengo que hablar contigo.
Otro silencio.
—Vale.
—Nos vemos ahora.
Buddy colgó, se vistió, le cogió a su padre las llaves del coche y condujo hasta la casa de Despie. Ella lo esperaba en el porche de la casa.
—Hola.
—Hola. —Despie llevaba puesto un albornoz acolchado y un pañuelo en el pelo—. Entremos —susurró ella, cogiendo a Buddy de la mano y guiándolo por la escalera hasta su cuarto—. Habla en voz baja o los despertarás.
Despie cerró la puerta y se tendieron en la cama.
—Te he echado de menos, Despie.
—Yo también a ti.
—Ha sido una noche estupenda.
—Me lo he pasado bien.
Buddy se incorporó y se quitó el abrigo y los zapatos. Ella levantó la colcha y él se metió debajo, junto a ella.
—¿Despie?
—¿Sí?
—Ha sido mi primera vez.
Otro silencio.
—Para mí también.
—¿Te dolió?
—Un poco.
—Traté de no hacerte daño… ¿Tuviste un orgasmo?
—No lo sé.
—¿Qué quieres decir?
—No lo sé. No sabría decirlo.
—¿Disfrutaste?
—Sí.
—Me corrí muy rápido.
—No importa.
—La próxima vez no me correré tan rápido.
—Está bien.
—¿Fue tu primera vez?
—Ya te he dicho que sí.
—¿Sangraste?
—No lo miré.
Una luz se encendió en el pasillo. Unas zapatillas se arrastraban hacia la puerta de Despie. Buddy saltó de la cama y se escondió en el armario. Alguien llamó con suavidad a la puerta. Despie fingió estar durmiendo. Su madre abrió la puerta y asomó la cabeza en el dormitorio.
—¿Despie?
Escudriñó la oscuridad unos momentos, luego cerró suavemente la puerta. Veinte minutos después, Buddy salió del armario. Despie estaba profundamente dormida.
Al día siguiente, en Big Playground, Buddy estaba taciturno y callado. No podía jugar a baloncesto ni participar en el palique habitual. Pensar en Despie lo hacía desgraciado. Pensaba en ella con intensa añoranza, pero había algo en ella que le hacía desear que nunca se hubiesen conocido.
—Eh, tío —Richie se sentó en el banco al lado de él—, ¿por qué no juegas?
—No sé —dijo, encogiéndose de hombros—. No tengo ganas.
—¿Despie te lo hizo pasar mal anoche?
Buddy sonrió. Si Richie supiera que Buddy se había estrenado la noche anterior, fliparía. Buddy mismo estaba sorprendido de no estar proclamándolo a los cuatro vientos. El sexo no era para nada lo que él esperaba. Era una putada.
—¿Despie te dio problemas?
—No.
—¿Hasta dónde llegaste?
—Bastante lejos.
—¿No quieres hablar?
—Supongo que no, tío.
Richie se encogió de hombros y se levantó.
—Bueno, tío, como quieras.
Los domingos eran siempre un rollo. Hacía frío y viento. Los pocos árboles que había en Big Playground estaban sin hojas. Buddy no había terminado la reseña de estudios sociales que tenía que entregar el lunes. No se podía concentrar en nada que no fuera Despie. Cruzó las canchas de baloncesto y salió por el agujero de la verja a la calle. Hurgándose en los bolsillos en busca de una moneda, fue a la tienda de caramelos Pioneer y se sentó en una cabina de teléfono. Detestaba la sensación de pánico que le encogía el estómago. No tenía nada que decir, pero tenía que hablar con ella.
El número estaba ocupado.
Nadie contestó.
Número equivocado.
Nadie contestó.
Nadie contestó.
Buddy se marchó de la tienda de caramelos, con la ropa empapada de sudor por los nervios. No quedaba nadie en el parque. Subió a casa y trató de llamar a Despie. Seguía sin responder. Sacó su carpeta de anillas, la abrió en una página en blanco y escribió:
Mario Borsalino 11 / 27 / 62 |
Estudios Sociales 402 Señor Finnerty |
|
El caso XYZ |
Sacó el tomo WYC-XAU de la Home and Hearth Encyclopedia, lo abrió por el Caso XYZ y empezó a copiar palabra por palabra. Después de cada diez frases se levantaba y marcaba el número de Despie. Despie odiaba a Buddy. Él la aburría. Ella no era virgen. Se follaba a negratas y nazis antes del desayuno. La polla de Buddy era demasiado pequeña. Él la amaba. Ella se la chupaba a todos los tíos de Lester Avenue. A Terror le gustaba cagar en la boca de ella. Todo el tiempo que él pasó en el armario, Despie estuvo riendo hasta que se durmió. Luego se lo contó a sus padres y se rieron todos. Lenny Arkadian conocía el interior del coño de Despie como la palma de la mano. Ella estaba follando con alguien en ese mismo momento. La amaba. Mucho. De verdad.
—¿Hola?
—Al fin en casa.
—¿Quién es?
—Buddy.
—Hola.
—¿Dónde estabas?
—En casa de mi tío.
—¿Qué hacías allí?
—¿Qué quieres decir qué hacía allí? Es mi tío. Fuimos a visitar a mi tío.
—Perdona.
—Buddy, ¿pasa algo?
—No.
—Oye, me tengo que ir, me están esperando. Adiós.
Antes de que Buddy pudiera decir adiós, la línea se cortó. El estómago se le contrajo otra vez. La estaban esperando. ¿Quién la esperaba? ¿Amigas? ¿Amigos? ¿Amantes? Probablemente. Pero él se comportaría. La manera más rápida de perder una chica es ser posesivo. ¿Qué tío? No le había dicho nunca nada de un «tío». Y una mierda, un «tío». El Tío Sam, tal vez. Se estaba follando a la tropa. El Tío Sam te necesita.
Esa noche, Despie se puso a hacer los deberes en su escritorio, mientras escuchaba el Scott Muni Show en la radio. No sabía qué pensar de Buddy. Le gustaba, y quizá le gustaría salir de manera estable con él, pero se comportaba de una forma tan rara… Tal vez no tenían que haberlo hecho tan pronto. Despie no estaba segura de que, si le decía la verdad, él lo llevara bien. Quizá cuando él se calmara un poco, tendrían una charla. En la radio, una lenta pieza de piano dio paso a una canción.
—Y ahora, aquí tenéis una dedicatoria de Buddy a Despie. Escuchad la letra. Smokey Robinson y los Miracles, para todos vosotros.
No me gustas, pero te amo,
me paso el tiempo pensando en ti
aunque tú me tratas siempre mal.
Yo te amo con locura.
Me tienes realmente atrapado.
Me tienes realmente atrapado.
Despie se quedó muda y atónita. Las palabras le entraban por una oreja y le salían por la otra. El teléfono empezó a sonar, y en dos horas, Despie recibió llamadas de seis amigas. Despie no pensaba en la letra de la canción. Podía haber sido «Duke of Earl» o Beethoven, no importaba. Lo que importaba era que Scott Muni había mencionado su nombre en la radio y Buddy le había dedicado una canción.
Buddy estaba en su escritorio, empapado de sudor. Esperaba que Despie hubiera oído la canción, pero temía que se enfadara con él, por declarar en público la agonía de su amor. Esperaba que Despie no se ofendiera por «No me gustas», y esperaba que no se asustara por «pero te amo». El teléfono sonó y Buddy casi se arranca un pedazo de muslo al saltar del escritorio para contestar.
—¿Hola?
—Oye, tío, ¿te estás buscando una baja por trastorno mental o qué?
—Hola, Eugene, ¿has oído la canción?
—«Aunque tú me tratas cruelmente, yo te amo tiernamente…» —imitó Eugene, con una voz nasal y maliciosa.
—¿No te gusta la canción?
—Tío, es una canción muy bonita, una canción preciosa, de verdad, pero escucha, pardillo, si yo fuera una chica y oyera esa canción, pensaría… joder, ese tío es un mierdas. Mira, no conozco a esa Despie; solo sé que está buena, pero tío, te lo digo yo, a las chicas les gusta que las zarandeen un poco, tío, les gustan los tipos con pelotas y no… —Eugene entonó con voz nasal otra estrofa de la canción—. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
—No sé… —Escuchar a Eugene deprimió a Buddy.
—Oye, Buddy, ¿quieres seguir virgen el resto de tu vida?
—¿Hola?
—¿Buddy?
—¡Despie!
—Hola, he oído la dedicatoria. Ha sido realmente tierno.
—¿Te ha gustado?
—Sí, ha sido realmente encantador de tu parte.
Buddy suspiró desde lo más hondo de su alma.
—¿Así que te ha gustado?
—Sí. ¿Hablaste con Scott Muni por teléfono?
—Sí.
—¡Uau! ¿Y cómo es?
—Simpático ¿Quieres que nos veamos mañana, después de clase?
—¿Dijo algo de lo extraño que era un nombre como Despie?
—Eh… no. ¿Quieres que nos veamos mañana, después de clase?
—¿A qué hora?
—A las cuatro. Iré a verte a casa.
—Vale. ¿Te dijo algo más?
—No. Despie…
—¿Sí?
—De verdad… de verdad, me gustas.
—Tú también a mí.
—Nos vemos mañana.
—Hasta mañana.
Buddy se quedó tendido en la cama, sonriendo hacia el techo. ¿Qué coño sabría Eugene?