4. LA AZOTEA

Los hermanos Hite eran idiotas. Scottie, de diez años, era íntimo amigo de Dougie Rizzo, hermano de C. El hermano de Scottie, Rockhead o Frank, tenía la misma edad que los Wanderers, pero era considerado un pajero maníaco y un leproso.

Los Hite eran tan rubios que parecían albinos. Iban siempre moviendo los labios sin decir nada y con los ojos entornados, como si estuvieran tratando de resolver un problema de matemáticas. Solo un maníaco como ellos, aunque mucho más malévolo, como Dougie Rizzo, podía hacerse amigo de Scottie Hite, pero con la única intención de usar a Scottie y a Igor para sus malvados planes. En cuanto a Frank, no tenía amistades, aunque sí muchos enemigos. El señor Hite trabajaba en una fábrica de patines de ruedas. Su tarea consistía en comprobar que cada patín tuviera el número correcto de ruedas. Estaba en período de prueba porque había dejado pasar un patín con tres ruedas y una señora de cincuenta años en su segunda juventud se había roto la pierna deslizándose por una cuesta. La señora interpuso demanda y la compañía descubrió que el error lo había cometido él, así que si se le escapaba otro patín defectuoso, lo pondrían de patitas en la calle. Le colocaban intencionadamente patines de tres ruedas en la cadena de montaje, pero él los pillaba todos. Era un trabajador concienzudo.

La señora Hite estaba a cargo de la lavandería del barrio, en el sótano de su edificio. Llevaba viviendo en el país veinte años, pero seguía hablando un inglés casi ininteligible. Era de Irlanda.

El día que dejaron a Dougie y a Scottie desnudos en el parque, Dougie convenció a Scottie de que fuera a la autopista y pidiera ayuda. Mientras Scottie esperaba con el culo al aire al borde de la vía y casi fue atropellado por más de un estupefacto automovilista, Dougie encontró a un niño más pequeño que él, le pegó una paliza, le quitó la ropa y se fue a casa.

—¡Eh, Hite! —Dougie apareció por detrás de Scottie en Big Playground y le dio una palmada en el hombro.

—Hola, Dougie.

—¿Quieres que hagamos un concurso, Scottie?

—Vale.

—Sé uno bueno. A ver quién puede pegarle más flojo al otro.

—Ah.

Dougie se llevó a Scottie detrás del edificio Parks Department, una pequeña casa de suministro de ladrillos, en medio del parque.

—Veamos quién puede pegarle más flojo al otro, ¿lo pillas?

—No. —Scottie entornó los ojos y calculó el número pi hasta el décimo decimal.

—Mira, gilipollas… Así.

Dougie le cogió el brazo a Scottie, que se encogió alarmado. Dougie echó el puño hacia atrás y, simulando que iba a descargar un fuerte puñetazo, le dio un golpecito a Scottie en el bíceps.

—Así, ¿ves?

Scottie asintió con la cabeza.

—Muy bien, tú primero —dijo Dougie, retirando el brazo.

Scottie hizo una mueca de enfado, gruñó, echó el puño atrás —por un instante Dougie se asustó de que Scottie no lo hubiese entendido— y le dio a su amigo un golpecito suave en el brazo.

—Vale, ahora me toca a mí.

Dougie le cogió otra vez el brazo a Scottie, echó el puño atrás y golpeó a Scottie tan fuerte como pudo.

—Has ganado —se rio Dougie, mientras Scottie se sostenía el brazo y aullaba como un lobo, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados de dolor—. Eh, sé otro juego.

—¡No! —gritó Scottie.

—Venga. —Dougie le frotó el brazo a su amigo—. ¡Eh, Scottie!

Scottie se lo quedó mirando.

—¡Puaj! ¡Tienes un moco en la camisa! —gritó Dougie, señalando con el dedo un punto en el pecho de Scottie.

Cuando este bajó la vista, Dougie le dio con el dedo en la nariz.

—¡Cabrón de mierda! —chilló Scottie, persiguiendo por el parque a Dougie, que era más rápido y esquivaba a su esbirro con una facilidad de risa.

Finalmente, Scottie se cansó y abandonó.

Era una de esas tardes de domingo frías y grises, cuando más peligrosos son los chicos que se aburren, y Scottie y Dougie no eran la excepción. De paseo por el anguloso complejo de viviendas sociales rompieron una ventana, pegaron fuego a tres papeleras y encallaron el ascensor del edificio de Scottie.

—Ojalá fuera un marine —dijo Dougie. Scottie entornó los ojos, meditando cómo reorganizar la distribución de las tropas de los marines en el Pacífico—. Ojalá fuera un marine, así podría torturar nazis… ¿Te gusta la tortura? —preguntó Dougie.

—No sé. ¿Qué es?

—Ven aquí. Te lo enseñaré. —Hizo entrar a Scottie en el vestíbulo de un edificio—. Bien. Yo seré el marine y tu serás el nazi. —Se puso frente a Scottie y ladró—: ¿Dónde están tus tanques? —Scottie se quedó confuso y se encogió de hombros—. ¡Mientes! —Dougie le asestó una fuerte bofetada a Scottie.

—¡Ay! ¡Cabrón!

Scottie agarró de las orejas a Dougie y le golpeó la cabeza contra una pared de hormigón. El satisfactorio ¡bonk! que oyó hizo que a Scottie se le pasara el enfado. Dougie se quedó sentado en el suelo de cemento, aturdido y con la cabeza dándole vueltas.

—No tenías que haber hecho eso, Dougie —le dijo Scottie tratando de adoptar un tono de disculpa.

Dougie levantó la vista hacia Scottie, que jadeaba y se hurgaba la nariz. El frío odio que rebosaba de la cara de Dougie frenó su impulso de estrangularlo y lo reemplazó por una grata sensación de oportunidad y venganza. Scottie nunca le había pegado, a pesar de ser el saco de boxeo de Dougie; este era un caso claro de amotinamiento.

—Ayúdame a levantarme, Hite.

Dougie estiró el brazo, pero Scottie retrocedió.

—¿Vas a pegarme?

—No.

—Júralo ante Dios.

—Lo juro.

—Santíguate.

Dougie se santiguó.

—Júralo por tu madre.

—Lo juro.

Dougie sonrió amistosamente.

—Júralo por el hermano Timoteo y la hermana Teresa ante el Sagrado Rosario.

—Lo juro —respondió Dougie con paciencia.

Scottie extendió nervioso la mano. Dougie se contuvo de estamparle a Scottie la cabeza contra la pared y se puso de pie.

—¿Así que no te gusta la tortura, eh?

—¿Qué?

—Vamos, te invito a una Coca-Cola.

Se llevó a Scottie por el complejo de viviendas sociales, hasta la tienda de caramelos Pioneer. Mientras Scottie sorbía su Coca-Cola, Dougie se dio impulso sobre el taburete giratorio y estuvo dando vueltas hasta que se mareó.

—Hite, ¿a que soy tu mejor amigo del mundo?

—¿Qué?

—¿A que soy tu mejor colega?

Maxie, el encargado de los refrescos, un inmigrante calvo cuyas gafas reflejaban tanta luz como podían, se les acercó.

—Veinte céntimos.

—Yo lo pagaré todo. —Dougie hizo grandes aspavientos para sacar del bolsillo un cuarto de dólar—. Scottie es mi mejor amigo y le pagaré siempre lo que quiera.

Maxie no se conmovió demasiado y le devolvió una moneda de cinco centavos a Dougie.

Una vez fuera, cruzaron la calle hacia Big Playground. Dougie le dio un golpecito con el codo a Scottie.

—¿Qué?

Dougie sacó una revista guarra del bolsillo delantero de los pantalones y se la dio a Scottie.

—La cogí cuando no miraba.

—¡Uau!

—Tú tampoco me viste, cuando la cogí, so… —Se contuvo de llamar so capullo a Scottie—. Es para ti.

—¡Uau!

—Te gusta, ¿eh? ¿Te gustan las tetas grandes que salen ahí? —preguntó Dougie, riéndose por lo bajo.

Scottie dejaba escapar risitas idiotas mientras contemplaba a una chica semidesnuda de grandes melones.

—¿Quieres que subamos a una azotea y miremos las fotos? —sugirió Dougie, con un susurro malicioso.

—Sí, vale.

—Vamos, pues.

Trotaron por el complejo de viviendas hasta un edificio en el que nunca habían estado, cerca del parque. Scottie seguía con sus risitas tontas y su alborozo, Dougie caminaba en silencio. Cogieron el ascensor hasta la última planta, luego la escalera hasta la terraza. Dougie empujó con el hombro la gran puerta de hierro.

Era una terraza cuadrada, rodeada por una rejilla metálica de un metro de altura, como la de una cárcel. El suelo estaba recubierto de gravilla, y la gravilla estaba como casi siempre cubierta con una fina capa de cenizas que salían de una chimenea de incineración. Las dos únicas estructuras sobre esa sobria superficie eran la chimenea y la gran puerta de hierro que llevaba a la escalera.

Los dos chavales experimentaron una deliciosa sensación de terror, pues colarse en una terraza era la cosa más prohibida que podían hacer en el complejo. En cualquier instante un portero negro y grande, vestido con su uniforme azul oscuro de trabajo, podía abrir de golpe la puerta metálica o aparecer desde detrás de la chimenea y llevárselos por la escalera siete pisos abajo, y luego a la comisaría. Scottie voceaba y daba gritos de alegría, mientras corría hacia la reja metálica y miraba abajo, a la increíblemente diminuta calle.

—¡Estamos en la cima del mundo! —chilló.

—¿Qué te parece? —le preguntó Dougie, observando tranquilamente el mar de sucios edificios.

Scottie correteaba por la terraza, haciendo sonidos de nervioso placer.

—¡Eh, Hite! Ven aquí con la revista.

Dougie se puso en cuclillas sobre la grava. Scottie se sentó a su lado y empezaron a pasar páginas, Dougie dando chasquidos, Scottie babeando y riendo.

—¡Eh, Hite, fíjate qué culo!

—¡Vaya!

—Eh, Hite, ¡mira qué hago!

Dougie se acercó la revista a la boca y le besó el trasero a la chica que guiñaba el ojo.

—¡Buuu! —exclamó Scottie, haciendo un gesto con la muñeca doblada, en señal de vergüenza.

—Ahora hazlo tú.

—No —dijo Scottie con una risita de embarazo.

—Vamos, hazlo.

Dougie le puso la revista en la cara. Scottie trató de zafarse, luego le dio un besito de nada y redobló los sonidos que hacía, casi histéricamente. Dougie sonrió con desdén. Levantó la revista a la altura de la cara, con las fotos guarras hacia Scottie, y con voz aguda dijo:

—¡Eh, Scottie Hite, chico travieso! ¡Me has besado el culito!

Scottie saludó tímidamente con la mano, salivando entre risitas de vergüenza. Dougie se levantó y empezó a perseguirlo con las fotos por la terraza, chillando:

—¡Eh, Scottie Hite! ¡Bésame el culito!

Scottie, aullando y limpiándose la baba de la barbilla a la vez, huía a trompicones de Dougie. De repente, este se paró y arrojó la revista por encima de la reja metálica.

—Bah, me aburro… Vámonos abajo.

Y mientras Scottie seguía doblado de la risa, Dougie se acercó a la puerta metálica y giró la manija. Nada. Tiró y empujó, pero la puerta no se movía. Blanco como la leche, corrió hasta Scottie.

—¡La puerta está cerrada! ¿Qué vamos a hacer?

Dougie empezó a gimotear de terror. Scottie empezo a gimotear también, con ojos grandes y húmedos de lágrimas.

—¡Qué vamos a hacer! ¡Qué vamos a hacer!

Dougie cogió a Scottie por los brazos y lo zarandeó.

—Qué vamos a hacer —repetía Scottie débilmente.

—¡AAAH! —Dougie sorbía por la nariz, a punto de llorar.

—¡MAMÁÁÁ! ¡MAMÁÁÁ! —Scottie corrió a la reja metálica y prorrumpió en sordos balidos de terror en dirección a la calle desierta que tenían muy por debajo.

—¡Scottie! ¡Scottie! —Dougie llegó corriendo, con los ojos brillantes—. ¡Ya lo tengo! ¡Lo tengo! —Scottie tenía la cara cubierta de lágrimas, la respiración entrecortada, los labios temblorosos—. ¡Scottie! ¡Oye! Podemos… ¡saltar! —Los labios de Dougie temblaban también.

—¡Qué! —chilló Scottie, jadeando de terror.

—¡Podemos saltar! ¡Mira! —dijo, señalando las deportivas de Scottie—. ¡Llevamos PF Flyers! ¡Rebotaremos como canguros! ¡Como en los dibujos animados!

Scottie, percibiendo la salvación, asintió alborozado.

—¡Sí!

—¡Nos pondremos a salvo! —gritó Dougie.

—¡A salvo! —chilló Scottie.

Dougie escaló la reja metálica y se puso en cuclillas sobre la barandilla.

—¡Venga, Scottie!

Scottie se aupó hasta donde estaba Dougie. Ambos se agarraron a la parte superior de la baranda. Agachados, parecían nadadores esperando la señal de salida. Scottie tenían los ojos firmemente cerrados. Dougie se volvió hacia él.

—Bien, cuando diga tres, saltamos, ¿de acuerdo?

Scottie sorbía por la nariz otra vez, pero no abría los ojos.

—¿Listo? Uno… Dos… ¡Tres!

Dougie saltó hacia atrás, hacia la gravilla, pero Scottie se arrojó torpemente desde el tejado. Unos cuatro pisos más abajo empezó a chillar. Dougie oyó un ¡crack!, como el de un coco partiéndose, y se acercó corriendo a la barandilla. Abajo, tendido sobre el pavimento, estaba Scottie: parecía un ensangrentado títere con los hilos cortados. Dougie apretó la cara entre las frías barras de la reja y miró hacia el parque. Un poco después volvió a la puerta de hierro, la abrió y desapareció por la escalera.