INTRODUCCIÓN

La gran importancia que la paideía griega concedió al hecho de escuchar las grandes producciones literarias, la encontramos recogida, en parte, en esta obra de Plutarco. El ejemplo está reducido, sin embargo, aquí a los discursos de los filósofos. Es bien conocido el carácter principalmente oral que, sobre todo hasta la época clásica, tuvo toda la educación griega, basada igualmente en unos textos transmitidos, en su gran mayoría, de una forma oral. De esta tradición, sin duda, y en una época en la que suponemos que la utilización del libro es ya un hecho en los círculos de las personas que tenían acceso a la educación, parte la preocupación de Plutarco porque el joven conozca las ventajas o desventajas de una buena o una mala audición. Ante todo, se destaca que siempre es más provechoso oír que hablar, siendo el silencio una de las virtudes que mayor adorno pueden proporcionar a un joven. Luego se dirá que para que un discurso pueda ser beneficioso al joven que lo oye, éste deberá escucharlo sin envidia, reconociendo sus valores, incluso si en él se dice algo que no le agrada, alabándolo y tomándolo como modelo para intentar hacer él algo parecido; igualmente, será bueno que el joven se examine y se pregunte a sí mismo, tras la audición, si ha sacado algún provecho de la misma y si su alma ha salido enriquecida en la virtud y el bien.

Después podrá, incluso, alegrarse con la forma material del discurso, pero esto deberá ponerlo siempre en segundo lugar; el joven deberá mantener siempre independiente su espíritu crítico, para no dejarse arrastrar, quizá, por los aplausos de los demás, por las bellezas del estilo sin tener en cuenta el valor aceptable o rechazable del contenido de lo que está oyendo. La compostura debida, el saber mezclar las alabanzas con los reproches, así como el saber dirigir las preguntas oportunas en el momento adecuado al orador de turno, son normas importantes para Plutarco de una audición provechosa.

Por lo demás, el joven debe saber que uno no debe esperar recibirlo todo de los demás, sino que se debe esforzar, con los conocimientos que adquiere a través de los discursos que oye, en fomentar su propia inventiva.

Las fuentes de este tratado, dedicado a un joven de nombre Nicandro, han sido estudiadas por Brokate (cf. Bibliografía), que ha señalado la confluencia de varias de ellas en el mismo. Según este autor, tendríamos aquí las huellas de Teofrasto y Jenócrates, pero, sobre todo, de Aristón de Quíos y Jerónimo de Rodas, autores citados en 42B y 48B, respectivamente, y que se habrían ocupado, en sus escritos, de este tema pedagógico.

Para Brokate, además, los capítulos 4 al 9, 10 al 12 y el 14 habrían sido tomados de las fuentes arriba citadas, mientras que en los restantes capítulos Plutarco habría añadido doctrina propia, que se encuentra en otros de sus libros, como en el Cómo distinguir a un adulador de un amigo, que habría sido escrito anteriormente. Diremos para terminar, que el mismo autor busca y señala, en su afán de situar cronológicamente algunos de los tratados de Plutarco, relaciones entre este tratado, otros de las Obras Morales y algunos de las Vidas, situando la composición del mismo en una edad ya avanzada de Plutarco. K. Ziegler (cf. Bibliografía) pone reparos a estas conclusiones de Brokate y piensa que sus argumentos no son convincentes y podrían ser esgrimidos para defender lo contrario.

El llamado «Catálogo de Lamprías» recoge este tratado con el número 102.