Este pequeño tratado nos ofrece, en un reducido número de páginas, un resumen de la teoría educativa de Plutarco, le atribuyamos o no a él esta obra.
En veinte capítulos expone el autor su idea sobre la educación de los hijos desde el mismo momento de su nacimiento, incluso ya antes, hasta que contraen matrimonio. Desde el origen de los padres hasta la elección de los compañeros del niño y del joven, todo está cuidadosamente indicado: se resalta desde un principio la importancia de la instrucción y el ejercicio frente a los dones naturales; se recomienda tener sumo cuidado en la elección del pedagogo, que debe ser un hombre intachable y sobre el que el padre debe mantener una constante vigilancia; se aconseja una enseñanza que excluya el castigo físico y emplee tanto la alabanza como el reproche, debidamente aplicados; se resalta la importancia de los ejercicios físicos, pero sobre todo se piensa que lo fundamental es el conocimiento de la filosofía, y, por último, se destaca el interés y cuidado que se debe poner en apartar al niño y al joven de la compañía de malos condiscípulos y de hombres perversos, como son los aduladores, verdaderos hipócritas de la amistad. El autor termina diciendo que es consciente de la dificultad que entraña llevar a la práctica el programa que propone, pero cree que está al alcance de toda naturaleza humana.
Como el Sobre la abundancia de amigos, también incluido en este volumen, falta este opúsculo en el llamado «Catálogo de Lamprías». La duda sobre su autenticidad se remonta al siglo XVI, debido a Muretus en su Var. Lect. XIV, 1 (1559), y llega hasta nuestros días. Un resumen de esta problemática se encuentra en la obra de K. Ziegler, citada en la bibliografía y, por ello, sólo daremos aquí las líneas generales de la misma. Las razones esgrimidas por los que niegan la autoría de Plutarco son, principalmente, de tipo formal. Desde Wyttenbach, Benseler, Weissenberger, Bock (cf. Bibliografía) hasta Wilamowitz, todos piensan que la lengua y el estilo del tratado lo separan de la restante producción plutarquea. El juicio de Wilamowitz, recogido por Ziegler, resume esta posición más o menos en estos términos: es una obra completamente de segundo orden, en la que se esconden todavía algunos buenos pensamientos… el que hoy día crea en él (como una obra de Plutarco) deja al descubierto su falta de comprensión del autor. Algún autor, como A. Hein, Sizoo o Montesi (cf. Bibliografía) defienden la autenticidad o dudan de las razones formales esgrimidas para su exclusión de las Obras morales.
En una pequeña colaboración nuestra al VI Congreso Español de Estudios Clásicos (cf. Bibliografía), destacábamos los puntos que unen y separan al Sobre la educación de los hijos con la teoría literaria y retórica tradicionales en Grecia, colocándonos en base a estas razones (piénsese que Plutarco no incluyó la retórica entre sus enseñanzas) al lado de los que no creen que esta pequeña obra sea de Plutarco ni siquiera un producto de su juventud. Sí hay unanimidad entre los autores a la hora de reconocer las fuentes en las que se ha basado el autor y que se centrarían en Platón, Aristóteles y, sobre todo, la Estoa, con Crisipo en lugar destacado.
Por último, diremos que la influencia de este pequeño tratado ha sido grande ya desde la Antigüedad, y ello lo demuestra la abundancia de manuscritos, más de cincuenta, que nos lo conservan y el gran número de traducciones a los distintos idiomas modernos. Junto con la Institutio oratoria de Quintiliano fue una obra que influyó grandemente en la pedagogía del Renacimiento.
Como ya hemos dicho anteriormente, este tratado no está incluido en el llamado «Catálogo de Lamprías». Esta relación de las obras de Plutarco, según han demostrado varios autores, entre ellos M. Treu (cf. Bibliografía), no se la debemos a Lamprías, supuesto hijo de Plutarco, que no tuvo ningún hijo con este nombre. Además, por una serie de imprecisiones impropias de una persona tan cercana al autor, como sería su propio hijo, piensa M. Treu que este catálogo fue, probablemente, compuesto entre los siglos III y IV d. C. por un autor desconocido, que tuvo presente, sin duda, la relación de las obras de Plutarco, existentes en alguna gran biblioteca. El que esta obra se atribuya a Lamprías, hijo de Plutarco, se debe a la noticia recogida en el Léxico de la Suda bajo el nombre de Lamprías, al que se le atribuye un catálogo de las obras de su padre Plutarco. De las obras que en él se citan, 227, sólo conservamos 83, y faltan en él los títulos de 18 obras conservadas. La carta que precede al catálogo y dirigida a una persona desconocida debe ser, según K. Ziegler (cf. Bibliografía), una falsificación de los siglos XIII o XIV, hecha sobre el artículo de la Suda.