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De nuevo 1904. Mes de junio. Un amanecer tropical de un calor asfixiante.

Aquí y en este presente remoto, un vapor que navega bajo bandera sueca descansa ahora sobre el suave ondular de las aguas. Treinta y un tripulantes hay a bordo. Uno de ellos es mujer. Se llama Hanna Lundmark, apellido de soltera Renström, y trabaja como cocinera del barco.

No obstante, eran en total treinta y dos los pasajeros que emprenderían la travesía a Australia con su carga de madera sueca y listones para los suelos de los saloons y las salas de estar de granjeros acaudalados.

Uno de los hombres de la tripulación acaba de morir. Era oficial y, además, el marido de Hanna.

Era joven y deseaba vivir. Pese a las advertencias del capitán Svartman, un día bajó a tierra mientras cargaban carbón en uno de los puertos desérticos situados al sur de Suez. Contrajo una de las fiebres mortales que siempre constituyen una amenaza en las costas africanas.

Cuando tomó conciencia de que iba a morir, empezó a aullar de miedo.

Ninguno de los hombres que se encontraban presentes junto a su lecho de muerte, ni el capitán Svartman, ni el carpintero Halvorsen, lo oyeron pronunciar unas últimas palabras. Ni siquiera dirigidas a Hanna, que se convertiría en viuda después de un mes de matrimonio. Murió gritando y, en los últimos momentos, justo antes de la llegada del fin absoluto, gimiendo de miedo.

Se llamaba Lars Johan Jakob Antonius Lundmark. Hanna aún lo llora en su conciencia, casi inconsciente por lo ocurrido.

Amanece el día después de su muerte. La embarcación permanece inmóvil. Se han puesto al pairo, porque pronto arrojarán el cadáver al mar. El capitán Svartman no quiere esperar. No hay hielo a bordo con el que mantener frío al difunto.

Hanna se encuentra en la popa con un cubo de fregar en la mano. Es de baja estatura, tiene los pechos altos y la mirada afable. Lleva el pelo castaño recogido en un moño en la nuca.

No es guapa. Pero, de un modo un tanto extraño, todo su ser irradia que es una persona completamente honesta.

Aquí y ahora. Aquí se encuentra. En el mar, a bordo de un vapor con doble chimenea. Cargamento de madera, rumbo a Australia. Puerto de origen: Sundsvall.

La embarcación se llama Lovisa. Fue construida en los astilleros de Finnboda, en Estocolmo. Aunque siempre ha tenido el puerto de referencia en la costa norte.

El primer propietario fue una naviera de Gavle que quebró tras una serie de especulaciones desafortunadas. Luego lo compraron en Sundsvall. En Gavle se llamaba Matilda, por la mujer del armador, que interpretaba a Chopin con torpeza. Ahora es Lovisa, por la menor de las hijas del nuevo armador.

Uno de los copropietarios se apellida Forsman. Él es quien le ha procurado a Hanna Lundmark el trabajo a bordo. Pese a que también en casa de Forsman tienen un piano, no hay nunca quien lo toque. En cambio, sí se oyen acordes sueltos cuando el afinador acude a templarlo regularmente.

Y ahora el oficial Lars Johan Jakob Antonius Lundmark ha muerto de una fiebre arrolladora.

Es como si las olas se hubiesen petrificado. La embarcación sigue inmóvil, como si contuviera la respiración.

Exactamente así me imagino yo la muerte, piensa de pronto Hanna Lundmark para sus adentros. Como una calma súbita, inesperada, que aparece de ninguna parte. La muerte es como el viento. Un traslado repentino al socaire.

Al socaire de la muerte. Y luego, nada.