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¡Emergencia! ¡Emergencia! —proclamaron ruidosamente los altavoces por todo Magrathea—. Una nave enemiga ha aterrizado en el planeta. Intrusos armados en la sección 8A. ¡Posiciones defensivas, posiciones defensivas!

Los dos ratones agitaban irritados los hocicos entre los fragmentos de sus vehículos de vidrio, que se habían roto contra el suelo.

—¡Condenación! —murmuró el ratón Frankie—. ¡Todo este alboroto por un kilo de cerebro terráqueo!

Empezó a moverse de un lado para otro, mientras sus ojos rosados echaban chispas y se le erizaban los pelos blancos por la electricidad estática.

—Lo único que podemos hacer ahora —le dijo Benjy, agachándose y mesándose reflexivamente los bigotes— es tratar de inventarnos una pregunta que tenga visos de credibilidad.

—Es difícil —comentó Frankie. Pensó—. Qué te parece: ¿Qué es una cosa amarilla y peligrosa?

—No, no es buena —dijo Benjy tras considerarlo un momento—. No cuadra con la respuesta.

Guardaron silencio durante unos segundos.

—Muy bien —dijo Benjy—. ¿Qué resultado se obtiene al multiplicar seis por siete?

—No, no, eso es muy literal, demasiado objetivo —alegó Frankie—. No confirmaría el interés de los apostadores.

Volvieron a pensar.

—Tengo una idea —dijo Frankie al cabo de un momento—. ¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre?

—¡Ah! —exclamó Benjy—. ¡Eso parece prometedor! —Repasó un poco la frase y afirmó—: ¡Sí, es excelente! Parece tener mucho significado sin que en realidad obligue a decir nada en absoluto. ¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre? Cuarenta y dos. ¡Excelente, excelente! Eso los confundirá. ¡Frankie, muchacho, estamos salvados!

Con la emoción, ejecutaron una danza retozona.

Cerca de ellos, en el suelo, yacían varios hombres bastante feos a quienes habían golpeado en la cabeza con pesados premios de proyectos.

A casi un kilómetro de distancia, cuatro figuras corrían por un pasillo buscando una salida. Dieron a una amplia sala de ordenadores. Miraron frenéticamente en derredor.

—¿Por qué camino te parece, Zaphod? —preguntó Ford.

—Así, a bulto, diría que por allí —dijo Zaphod, echando a correr hacia la derecha, entre una fila de ordenadores y la pared. Cuando los demás empezaron a seguirle, se vio frenado en seco por un rayo de energía que restalló en el aire a unos centímetros delante de él, achicharrando un trozo de la pared contigua.

—Muy bien, Beeblebrox —se oyó por un altavoz—, detente ahí mismo. Te estamos apuntando.

—¡Polis! —siseó Zaphod, empezando a dar vueltas en cuclillas—. ¿Tienes alguna preferencia, Ford?

—Muy bien, por aquí —dijo Ford, y los cuatro echaron a correr por un pasillo entre dos filas de ordenadores.

Al final del pasillo apareció una figura, armada hasta los dientes y vestida con un traje espacial, que les apuntaba con una temible pistola Mat-O-Mata.

—¡No queremos dispararte, Beeblebrox! —gritó el hombre.

—¡Me parece estupendo! —replicó Zaphod, precipitándose por un claro entre dos unidades de proceso de datos.

Los demás torcieron bruscamente tras él.

—Son dos —dijo Trillian—. Estamos atrapados.

Se agacharon en un rincón entre la pared y un ordenador grande.

Contuvieron la respiración y esperaron.

De pronto, el aire estalló con rayos de energía cuando los dos policías abrieron fuego a la vez contra ellos.

—Oye, nos están disparando —dijo Arthur, agachándose y haciéndose un ovillo—. Creí que habían dicho que no lo harían.

—Sí, yo también lo creía —convino Ford.

Zaphod asomó peligrosamente una cabeza.

—¡Eh! —gritó—. ¡Creí que habías dicho que no ibais a dispararnos!

Volvió a agacharse.

Esperaron.

—¡No es fácil ser policía! —le replicó una voz al cabo de un momento.

—¿Qué ha dicho? —susurró Ford, asombrado.

—Ha dicho que no es fácil ser policía.

—Bueno, eso es asunto suyo, ¿no?

—Eso me parece a mí.

—¡Eh, escuchad! —gritó Ford—. ¡Me parece que ya tenemos bastantes contrariedades con que nos disparéis, de modo que si dejáis de imponernos vuestros propios problemas, creo que a todos nos resultará más fácil arreglar las cosas!

Hubo otra pausa y luego volvió a oírse el altavoz.

—¡Escucha un momento, muchacho! —dijo la voz—. ¡No estáis tratando con unos pistoleros baratos, estúpidos y retrasados mentales, con poca frente, ojillos de cerdito y sin conversación; somos un par de tipos inteligentes y cuidadosos que probablemente os caeríamos simpáticos si nos conocierais socialmente! ¡Yo no voy por ahí disparando por las buenas a la gente para luego alardear de ello en miserables bares de vigilantes del espacio, como algunos policías que conozco! ¡Yo voy por ahí disparando por las buenas a la gente, y luego me paso las horas lamentándome delante de mi novia!

—¡Y yo escribo novelas! —terció el otro policía—. ¡Pero todavía no me han publicado ninguna, así que será mejor que os lo advierta: estoy de maaaaal humor!

—¿Quiénes son esos tipos? —preguntó Ford, con los ojos medio fuera de las órbitas.

—No lo sé —dijo Zaphod—, me parece que me gustaba más cuando disparaban.

—De manera que, o venís sin armar jaleo —volvió a gritar uno de los policías—, u os hacemos salir a base de descargas.

—¿Qué preferís vosotros? —gritó Ford.

Un microsegundo después, el aire empezó a hervir otra vez a su alrededor, cuando los rayos de las Mat-O-Mata empezaron a dar en el ordenador que tenían delante.

Durante varios segundos las ráfagas continuaron con insoportable intensidad.

Cuando se interrumpieron, hubo unos segundos de silencio casi absoluto mientras se apagaban los ecos.

—¿Seguís ahí? —gritó uno de los policías.

—Sí —respondieron ellos.

—No nos ha gustado nada hacer eso —dijo el otro policía.

—Ya nos hemos dado cuenta —gritó Ford.

—¡Escucha una cosa, Beeblebrox, y será mejor que atiendas bien!

—¿Por qué? —gritó Zaphod.

—¡Porque es algo muy sensato, muy interesante y muy humano! —gritó el policía—. Veamos: ¡o bien os entregáis todos ahora mismo, dejando que os golpeemos un poco, aunque no mucho, desde luego, porque somos firmemente contrarios a la violencia innecesaria, o hacemos volar este planeta y posiblemente uno o dos más con que nos crucemos al marcharnos!

—¡Pero eso es una locura! —gritó Trillian—. ¡No haríais una cosa así!

—¡Claro que lo haríamos! —gritó el policía, y le preguntó a su compañero—: ¿Verdad?

—¡Pues claro que lo haríamos, sin duda! —respondió el otro.

—Pero ¿por qué? —preguntó Trillian.

—¡Porque hay cosas que deben hacerse aunque se sea un policía liberal e ilustrado que lo sepa todo acerca de la sensibilidad y esas cosas!

—Yo, simplemente, no creo a esos tipos —murmuró Ford, meneando la cabeza.

—¿Volvemos a dispararles un poco? —le preguntó un policía al otro.

—Sí, ¿por qué no?

Volvieron a soltar otra andanada eléctrica.

El ruido y el calor eran absolutamente fantásticos. Poco a poco, el ordenador empezaba a desintegrarse. La parte delantera casi se había fundido, y gruesos arroyuelos de metal derretido corrían hacia donde estaban agazapados los fugitivos. Se retiraron un poco más y aguardaron el final.