Mi padre me decía, si te preguntan a qué se dedica tu padre, tú dices que es consejero técnico. En realidad recibía una paga de consejero técnico a cambio de jugar de pareja al bridge con un tipo que administraba concesiones de mercado. Mi abuelo se arruinó con las carreras y mi padre solicitó que le prohibieran a él mismo la entrada en los casinos durante varios años. Loula me escucha como si le contase historias increíbles. La verdad es que es una monada. Se sienta todas las mañanas en mi coche, bueno, quiero decir en el coche que pone a su disposición la productora de la película para ir a buscarla y acompañarla a su casa. Se sienta delante, a mi lado, un poco dormida. Tengo orden de no hablarle si ella no me dirige la palabra, debo respetar su cansancio y su concentración. Pero Loula Moreno me hace preguntas, se interesa por mí, no habla únicamente de sí misma como suelen hacer las actrices. Le digo que me gusta el cine, que trabajo en producción pero que preferiría estar en dirección. Lo cierto es que no sé muy bien lo que quiero hacer. Soy el primer Barnèche no jugador. Ella me tutea y yo la llamo de usted, aunque tengo veintidós años y ella apenas treinta (me lo ha dicho). Poco a poco le voy contando mi vida según pasan los días. Loula Moreno es curiosa y avispada. Enseguida se ha dado cuenta de que me interesa Géraldine, la ayudante de vestuario, una morenita de ojos claros y cabello abundante. La primera impresión con esa chica se mitigó porque enseguida supe que le gustaban los Black Eyed Peas y la cantante Zaz. Normalmente eso enseguida me echa para atrás. Pero el hecho de estar en Klosterneuburg, comenzamos el rodaje en Austria, me volvió quizá más tolerante (o más blando). Máxime porque enseguida descubrimos una pasión común por las Pim’s. Nos acordamos de cuando éramos pequeños, entonces hacían unas Pim’s de chocolate blanco con cerezas. Coincidimos en el hecho de que Casino, que lo fabricaba ahora, no lo hacía tan bien. Géraldine me preguntó si creía que algún día Pim’s haría unas Pim’s con caramelo. Dije, sí siempre que haga un bizcocho más duro o un caramelo líquido muy ligero porque lo que no quedaría bien es blando sobre blando. Géraldine dijo, pero entonces ya no serían unas Pim’s. Yo estaba totalmente de acuerdo. Ella no conocía las Pim’s con pera, que se ve poco y que poca gente conoce. Le dije, es el súmmum de todas las Pim’s. La confitura es relativamente espesa, contrariamente a la de frambuesa o de naranja, pero sólo la notas al masticar. Luego se dispersa. La naranja se nota enseguida, la pera tarda más. Se funde con el bizcocho. Hasta el envoltorio es perfecto. El embalaje es de un elegante… No han utilizado un verde birrioso, han utilizado un color como de topo, sabes. Géraldine estaba entusiasmada. Al final dije, tu primera Pim’s con pera tienes que comértela mirando el envoltorio. Ella dijo, ¡sí, sí, claro! Me enamoré de ella porque es muy poco frecuente que una chica comprenda ese tipo de cosas. Loula asiente. No acabo de saber si tengo alguna posibilidad con Géraldine. Cuando una chica me atrae de verdad, no soy de esos que se tiran de cabeza. Necesito una garantía. En Klosterneuburg, me daba la impresión de que le gustaba. Desde que hemos vuelto, se ha vendido al perchista. Una zorrita que te hace el saludo de scout (no estoy seguro de que lo haga con segundas, y si lo hace con segundas todavía es más grave). Se ha producido otra dificultad que no existía en Austria: se pone bailarinas. Incluso con vestido. En la facultad, si te agachabas, veías un bosque de piernas con bailarinas. Para mí las bailarinas son sinónimo de aburrimiento y de ausencia de sexo. Loula me pidió que le hiciera una lista de cosas que me irritan en una chica. Le dije que la lista era infinita. — Adelante. Dije, que la chica lleve un peinado gilipollas. Que lo analice todo. Que sea católica. Que sea militante. Que sólo tenga amigas. Que le guste Justin Timberlake. Que tenga un blog. Loula se rió. Dije, que no sepa reírse como usted. Una noche, se celebró una pequeña fiesta en honor del último día de rodaje de un actor. Loula me aconsejó que no me dejara comer el terreno por el perchista. Me encontré sentado hombro con hombro con Géraldine en el sótano donde se almacenan los decorados. Había birlado una botella de vino tinto, bebíamos en vasos de cartón. Sobre todo yo. Dije (con la voz susurrante que adoptan los actores americanos en las series cuando llega la secuencia prepolvo), si fuera presidente, haría de inmediato una serie de reformas. Una norma europea contra las perchas que se supone sujetan los pantalones y éstos se caen en cuanto vuelves la espalda. Una ley contra el papel de seda en los calcetines (que se llama papel de seda pero es medio papel de seda medio de calco), que no sirve más que para hacerte perder el tiempo y decirte soy nuevo. Una ley que cuando abres una caja de medicamentos evitase que te moleste el prospecto. Tienes que buscar a tientas el somnífero y te topas con un papel, en vista de lo cual tiras el prospecto que te toca las narices. Tendrían que denunciar a los laboratorios por asesinato dado el riesgo que te hacen correr. ¿Tomas somníferos?, dijo Géraldine. — No, antihistamínicos. — ¿Y eso qué es? No estaba lo bastante alcoholizado como para no calibrar la enormidad del problema. No sólo Géraldine no se iba dejando caer gradualmente sobre mi cuerpo encantada con mis sandeces, sino que desconocía el significado de la palabra antihistamínico. Por no hablar del tono de desaprobación con respecto a los somníferos, que dejaba traslucir una rígida tendencia new age. Dije, medicamentos para la alergia. — ¿Tienes alergia? — Asma. — ¿Asma? ¿Por qué le daba por repetirlo todo de ese modo? Dije, tras darle un tiento a la botella y adoptando una voz lúgubre, y rinitis, y otro tipo de alergias. Acto seguido la besé. Ella se dejó. La tumbé sobre los escalones, contra la pared de hormigón del almacén, y empecé a sobarla atropelladamente. Forcejeaba diciendo no sé qué cosa que yo no entendía y que me irritaba, dije qué, mientras me excitaba encima de ella, ¿qué? ¿Qué dices? Ella repitió, ¡aquí no, aquí no Damien! Intentaba rechazarme, como hacen las chicas, medio sí, medio no, hundí la cabeza bajo la camiseta, no llevaba sujetador, apresé un pezón con los labios, oía gimoteos ininteligibles, le acariciaba los muslos, el culo, había llegado al borde de las bragas, intentaba llevarle la mano a mi polla cuando, de repente, logró incorporarse y me rechazó con los brazos y las piernas, pataleando en todas direcciones y gritando, ¡para, para! Me encontré pegado a la pared de enfrente, descubriendo a una chica colorada y exasperada. Dijo, ¡estás loco! ¿Qué he hecho?, dije. — ¿Bromeas? — Perdóname. Creía que tú…, no parecías resistirte… — Aquí no. Así no. — ¿Qué quiere decir así no? — No con esa brutalidad. Sin preliminares. Una mujer necesita preliminares. ¿No te lo han enseñado? Intentaba recomponerse el pelo, hacía diez veces el mismo gesto para recogérselo detrás. Yo pensaba preliminares, qué palabra tan espantosa. Dije, déjate el pelo, es más bonito a lo salvaje. — Pues a mí precisamente no me gusta a lo salvaje. Apuré la botella y dije, una puta mierda este vino. — ¿Por qué te lo bebes? — Ven a darme un beso. — No. Arriba habían puesto música, pero yo no conseguía descifrar el qué. Tendí una mano de mendigo, ven. — No. Se hizo un moño en el pelo y se levantó. Pegué la cabeza a la pared, despatarrado. Allí no pasaba nada de nada. Ella estaba allí de pie, con los brazos colgando. Yo, en el suelo estrujando con una mano el vaso de plástico. Eso era ser jóvenes, tener años por delante. O sea nada. Un profundo abismo. Pero no un abismo en el que caes. El abismo está arriba, enfrente. Mi padre hace bien viviendo de las cartas. Géraldine se acuclilló a mi lado. Empezaba a dolerme la cabeza. Dijo, ¿qué tal? — Bien. — ¿En qué piensas? — En nada. — Va, dímelo. — En nada, de verdad. Aguardé a calmarme un poco y la besé sin tocar nada más. Me levanté, me arreglé un poco la ropa y dije, me voy. Ella se levantó de inmediato y dijo, yo también me voy. ¿Estás enfadado? — No. Me sublevan esos subterfugios. Esa voz súbitamente ñoña. Subí las escaleras a zancadas, la notaba apretar el paso para mantenerse a mi altura. Justo antes de llegar arriba, dijo, ¿Damien? — ¿Qué? — Nada. En la planta baja reinaba buen ambiente, la gente bailaba, Loula Moreno se había marchado, por supuesto. Al día siguiente, en el coche, le conté la noche a grandes rasgos. Loula dijo, ¿así os separasteis? — Cogí el coche y me fui a casa. — ¿Cómo os despedisteis? — Adiós, adiós, un besito en la mejilla. Mal, dijo Loula. Mal, repetí. Apenas había amanecido, hacía un tiempo asqueroso. Había activado cuanto se puede activar en un coche, limpiaparabrisas, antivaho, calefacción multidireccional. Dije, en la vida real tengo un escúter. Loula asintió. — Iba con patines de ruedas cuando los amigos iban en bici, en bici cuando ellos iban en escúter, y ahora en escúter cuando ellos van en coche. Siempre desfasado. Dije, existe un sistema muy conocido para engatusar a las mujeres, lo sabe todo el mundo, y es no abrir la boca. Los tipos que gustan son silenciosos y ponen cara de mala leche. Yo no me creo lo bastante guapo, lo bastante intrigante al natural, para callarme. Hablo demasiado, digo gilipolleces, quiero ser gracioso todo el rato. Hasta con usted quiero ser gracioso. Muchas veces, después de soltar unas cuantas bromas, me pongo serio porque me lo recrimino. Sobre todo cuando no hacen gracia, me obceco y adopto una actitud siniestra durante un cuarto de hora. Luego vuelvo a la carga con mis gracias. Me jode esa comedia de la seducción. Loula dijo, ¿qué escúter tienes? — Un Yamaha Xenter 125. ¿Entiende usted de eso? — Tuve una Vespa durante un tiempo. Rosa, como la de Vacaciones en Roma. Dije, me la imagino muy bien. Estaría monísima. ¿No era en blanco y negro aquella película? Loula lo pensó un instante. Ah sí, dijo, es verdad. Pero parecía rosa. Puede que no fuera rosa entonces.