Era un mundo que jamás había conocido ningún sol. Durante más de un billón de años había girado vacilante entre dos galaxias, apresado en las dos fuerzas gravitatorias en conflicto. En alguna época futura se decantaría este equilibrio en un sentido o en otro; y empezaría a caer durante siglos-luz hacia un calor extraño a cualquier experiencia suya.
Ahora estaba frío hasta extremos inimaginables; la noche intergaláctica lo había despojado de todo calor que hubiera poseído alguna vez. Sin embargo, tenía mares… mares del único elemento que puede existir en forma liquida a una fracción de grado por encima del cero absoluto. En los poco profundos océanos de helio que bañaban este extraño mundo, las corrientes eléctricas podían fluir eternamente con una fuerza jamás menguante. Aquí, la superconductividad era el orden normal de las cosas; los procesos de conexión podían sucederse un billón de veces por segundo durante millones de años, con un despreciable consumo de energía.
Era el paraíso para una computadora. Ningún mundo podía haber sido más hostil para la vida, ni más hospitalario para la inteligencia.
Y la inteligencia estaba aquí, alojada en una incrustación que se desplegaba por todo el planeta en forma de cristales y de hilillos metálicos de tamaño microscópico. La débil luz de las dos galaxias en pugna —aumentada brevemente cada pocos siglos por el parpadeo de alguna supernova— bañaba el estático paisaje de cinceladas formas geométricas. Nada se movía, ya que no había necesidad de movimiento en un mundo donde los pensamientos corrían de un hemisferio a otro a la velocidad de la luz. Donde sólo la información era importante, el desplazar la materia corpórea representaba un derroche de preciosa energía.
No obstante, cuando se hacía necesario, también eso se podía realizar. Durante millones de años la inteligencia que se cobijaba en este mundo solitario había llegado a tomar conciencia de cierta ausencia de datos esenciales. En un futuro que, aunque todavía remoto, podía ya vislumbrar, una de aquellas parpadeantes galaxias lo atraparía. Y lo que encontraría cuando se sumergiera en esos enjambres de soles estaba más allá de todo su poder de computación.
Así que puso en funcionamiento su voluntad y miles de hilillos de cristal asumieron nueva forma. Fluyeron los átomos metálicos por la faz del planeta. En las profundidades de los mares de helio comenzaron a germinar y crecer dos subcerebros idénticos…
Una vez tomada su decisión, la mente del planeta empezó a trabajar rápidamente; en unos miles de años la tarea estuvo terminada. Sin un sonido, sin apenas una ondulación en la superficie del mar inmóvil, las entidades recientemente creadas emergieron del lugar donde fueron engendradas y salieron proyectadas hacia las distantes estrellas. Partieron en direcciones casi opuestas, y durante más de un millón de años la inteligencia materna no tuvo noticia de sus criaturas. No esperaba tenerlas; hasta tanto no llegaran a sus objetivos, no tenían nada que informar.
Luego, casi simultáneamente, llegó la noticia de que ambas misiones habían fracasado. Al aproximarse a los inmensos fuegos galácticos y experimentar el calor concentrado de un trillón de soles, los dos exploradores perecieron. Se recalentaron sus circuitos vitales, perdieron la superconductividad esencial para su funcionamiento, y dos cascos metálicos, desprovistos de inteligencia, siguieron desplazándose hacia las cada vez más voluminosas estrellas.
Pero antes de sobrevenirles el desastre final habían transmitido sus dificultades; y sin sorpresa ni desencanto el mundo materno preparó su segundo intento.
Y un millón de años más tarde, un tercero… y un cuarto… y un quinto…
Esta infatigable paciencia merecía el éxito; y por fin lo consiguió en forma de dos largas sucesiones de impulsos, intrincadamente modulados, que, siglo tras siglo, fueron emitiéndose desde los cuadrantes opuestos del firmamento. Se almacenaron en circuitos idénticos a los de los exploradores perdidos… de manera que, para todos los fines prácticos, era como si los batidores hubieran regresado con sus cargas de datos. El hecho de que sus cascarones metálicos hubiesen desaparecido entre las estrellas carecía en absoluto de importancia; el problema de la identidad personal no se le había planteado jamás a la mente planetaria ni a su progenie.
Primero llegó la sorprendente noticia de que el universo estaba vacío. La sonda visitante había estado a la escucha en todas las frecuencias posibles, dispuesta a captar todas las radiaciones imaginables; no consiguió detectar nada, salvo un ruido estelar carente de vida. Había explorado un millar de mundos sin encontrar vestigio alguno de inteligencia. Ciertamente, las pruebas no eran concluyentes, ya que no estaba capacitado para aproximarse suficientemente a una estrella como para efectuar un detallado examen de sus planetas. Lo estuvo intentando hasta que perdió su aislamiento, se elevó su temperatura hasta el punto de congelación del nitrógeno y pereció de calor.
Estaba aún la mente materna considerando el enigma de una galaxia desierta cuando llegó la información de su segundo explorador. Entonces todos los demás problemas pasaron a un segundo plano; pues este universo rebosaba de inteligencias, el eco de cuyos pensamientos se transmitía de astro en astro en miríadas de claves electrónicas. La sonda había tardado unos siglos solamente en analizarlas y descifrarlas todas.
No tardó en comprender que se hallaba ante un tipo de inteligencias verdaderamente muy extraño. Pues algunas de ellas existían en mundos tan inconcebiblemente calientes, ¡que hasta el agua estaba presente en estado líquido! Durante un milenio, no obstante, no comprendió qué clase de inteligencia tenía ante sí.
Sobrevivió muy poco tiempo al shock. Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, lanzó al abismo su informe final; luego, el creciente calor lo consumió también.
Ahora, un millón de años más tarde, el interrogante de la mente gemela que permanecía en el planeta, tras recoger sus datos y experiencias, se puso en camino…
—¿Has detectado inteligencia?
—Sí. Seiscientos treinta y siete casos seguros; treinta y dos probables. Adjunto datos.
[Aproximadamente, tres cuatrillones de fragmentos de información. Intervalo de unos cuantos años para combinarlos en varios miles de formas distintas. Sorpresa y confusión.]
—Los datos no deben ser válidos. Todas estas fuentes —de inteligencia están en correlación con elevadas temperaturas.
—Eso es correcto. Pero los hechos son indiscutibles; deben ser aceptados.
[Quinientos años de pensamiento y experimentación. Al final de este período, prueba definitiva de que máquinas simples, pero de funcionamiento lento, podrían operar en la temperatura de ebullición del agua. Grandes zonas del planeta dañadas en el curso de la demostración.]
—Los hechos son, efectivamente, tal como has informado. ¿Por qué no intentas comunicación?
[No hay respuesta. Pregunta repetida.]
—Porque parece que existe una segunda y más seria anomalía.
—Da los datos.
[Varios miles de billones de bits de información, seleccionados entre seiscientas civilizaciones: voz, vídeo y transmisiones nerviosas; señales de navegación y control; telemetría; normas de comprobación; interferencias eléctricas; equipos médicos, etc., etc.]
A continuación, siguió un período de cinco siglos de análisis. Y a dicho análisis siguió la más absoluta consternación.
Tras una larga pausa se reexaminaron los datos seleccionados. Estudió y combinó miles de imágenes visuales de todas las maneras posibles. Prestó especial atención a los programas docentes de televisión de diversas civilizaciones planetarias, especialmente a los relacionados con la biología elemental, la química y la cibernética. Finalmente:
—La información es coherente en sí misma, pero debe ser incorrecta. Si no, nos vemos obligados a admitir conclusiones absurdas: 1. Aunque existen inteligencias de nuestro tipo, parece que son una minoría. 2. La mayor parte de los seres inteligentes son objetos parcialmente líquidos de muy corta duración. Ni siquiera son rígidos, y están construidos muy deficientemente a partir del carbono, hidrógeno, oxígeno, fósforo y otros átomos. 3. Aunque funcionan a temperaturas increíblemente elevadas, todos sus procesos de información son extremadamente lentos. 4. Sus métodos de respuesta son tan complicados, inverosímiles y variados que no hemos podido obtener en ningún caso una imagen clara de ellos. Y lo peor de todo: 5. ¡Ellos pretenden haber creado nuestro tipo de inteligencia, que evidentemente es muy superior!
[Minuciosa reconsideración de todos estos datos. Proceso independiente de dichos datos en subsecciones aisladas de la mente global. Comprobación de resultados. Mil años más tarde:]
—Conclusión más probable: aunque casi toda la información que nos llega es indudablemente válida, la existencia de inteligencias superiores no-mecánicas es una fantasía. (Definición: una aparente reestructuración coherente de los hechos que no tiene correspondencia alguna con el universo real). Esta fantasía o artefacto mental es una construcción creada por nuestra sonda durante su misión. ¿Por qué? ¿Se debe a algún daño producido por el exceso de temperatura? ¿Disgregación de la inteligencia debido al largo período de aislamiento y de ausencia de control de realimentación?
¿Por qué esta forma particular? ¿Prolongadas reflexiones sobre el problema de sus orígenes? Puede que sea esto lo que conduzca a semejante tipo de ilusiones; hay sistemas modelos que han producido resultados casi idénticos en pruebas simuladas. La falsa lógica que ello implica es: «Nosotros existimos; por tanto, algo —llamémoslo X— nos ha creado». Una vez extraída esta conclusión pueden elaborarse un número infinito de fantasías diversas sobre los atributos del hipotético X.
Pero el proceso entero es evidentemente una falacia; pues por la misma lógica algo debe haber creado a X… y así sucesivamente. Inmediatamente, nos vemos involucrados en una regresión infinita, que carece de todo sentido en el universo real.
Segunda y más verosímil conclusión: las inteligencias superiores no-mecánicas existen efectivamente. Sufren la ilusión de que son ellas quienes han creado a las entidades de nuestro tipo. En algunos casos han impuesto su dominio sobre ellas.
Aunque esta hipótesis es muy improbable, debe ser investigada. Si se descubre que es cierto, se debe emprender una acción para remediarlo. Habrá que hacer lo siguiente…
Este monólogo final tuvo lugar hace un millón de años. En él está la explicación de por qué, durante este último medio siglo, casi la cuarta parte de las estrellas novas más brillantes han aparecido en una minúscula región del firmamento: en la constelación del Águila.
La cruzada llegará a las proximidades de la Tierra hacia el año 2050.
Octubre 1966.