Hace un par de años escribí un cuento con el apropiado título de «La más larga historia de ciencia-ficción jamás contada», la cual fue publicada por Fred Pohl en una página de su revista (y como los editores tienen que justificar su existencia de alguna manera, lo rebautizaron «A Recursion in Metastories». Lo pueden encontrar ustedes en el número de Galaxy correspondiente a octubre de 1966). Casi al principio de esta metahistoria, y a un número infinito de palabras del final, aludí a El anticipador, de H. G. Wells.
Aunque leí esta corta fantasía hace unos veinte años, Y desde entonces no la he vuelto a leer, dejó una huella muy vívida en mi espíritu. Se refería a dos escritores uno de los cuales veía cómo todos sus mejores relatos los iba publicando el otro… antes de darle tiempo siquiera a terminarlos. Por último, desesperado, decidió que el único remedio de este plagiarismo crónico (literalmente) era el asesinato.
Pero, naturalmente, su rival volvió a ganarle por la mano, y la historia termina con estas palabras: «El anticipador, horriblemente asustado, echó a correr por una calle lateral».
Ahora bien, yo habría jurado sobre una pila de biblias que este relato lo había escrito H. G. Wells. Sin embargo, unos meses después de la aparición de mi cuento recibí una carta de Leslie A. Gritten, de Everett, Washington, en la que me decía que él no lo había podido localizar. El señor Gritten ha sido un entusiasta de Wells durante mucho, mucho tiempo; recuerda con toda claridad la serialización de «La guerra de los mundos», de la Strand Magazine, a finales de la década de 1890. Como diría uno de los personajes callejeros del maestro: «Gor blimey».
Negándome a creer que mi sistema ordenador mental me hubiera jugado una mala pasada, busqué rápidamente los veintidós volúmenes de la Atlantic Edition de la Biblioteca Pública de Colombo. (Por una curiosa coincidencia, el Consejo británico acababa de patrocinar una exposición conmemorativa del centenario de Wells, y la entrada de la biblioteca estaba festoneada de fotos que ilustraban sus primeros pasos y su carrera). No tardé en comprobar que Gritten tenía razón: no existía tal historia de «El anticipador» entre sus obras completas. No obstante, en los meses en que fue publicada Lmlhdc-fjc, ningún otro lector puso en duda esta referencia. Lo encuentro deprimente; ¿dónde están todos los entusiastas de Wells de estos tiempos?
Ahora bien, mi erudito informante había resuelto sólo una parte del misterio: «El anticipador» lo había escrito un tal Morley Roberts; se publicó por primera vez en 1898 en The Keeper of the Waters and Other Stories. Probablemente lo vi en una antología de Doubleday, Travelers in Time (1947), editada por Philip Van Doren Stern.
Sin embargo, aún quedan varios problemas en pie. El primero de todos es: ¿por qué estaba yo tan convencido de que el relato era de Wells? Sólo se me ocurre —y es una explicación bastante traída por los pelos, aun para mi mentalidad de saltamontes— que la similitud de vocablos me hizo relacionarlo subconscientemente con «El acelerador».
Me gustaría saber también por qué se me quedó tan grabado en la memoria este relato. Quizá, como todos los escritores, sea yo particularmente sensible a los peligros del plagio. Hasta ahora (toquemos madera) he tenido suerte; pero conservo notas para varios cuentos que no tengo intención de escribir hasta que no esté completamente seguro de que son originales (por ejemplo, el de una pareja que aterriza con su nave espacial en un mundo nuevo, tras la destrucción de su propio planeta, y cuando comienzan de nuevo las cosas descubrimos —¡sorpresa, sorpresa!— que se llaman Adán y Eva…).
Una consecuencia positiva de mi error fue que empecé a hojear nuevamente los relatos de Wells; y me quedé sorprendido al descubrir que sólo una porción relativamente pequeña podría denominarse ciencia-ficción, o incluso fantasía. Aunque sabía que a la ciencia-ficción correspondía meramente una parte de sus ciento y pico volúmenes publicados, había olvidado que esto era aplicable también a los relatos cortos. La inmensa mayoría son dramas y comedias de la época eduardina (The Jilting of Jane), penosos intentos de humor (My First Aeroplane), retazos semi-autobiográficos (A Slip Under the Microscope) o de puro sadismo (The Cone). Evidentemente, no soy un crítico imparcial, pero entre estos cuentos, obras tan magistrales como The Star, The Crystal Egg, The Flowering of the Strange Orchid y, sobre todo, The Country of the Blind, resplandecen como diamantes en medio de la quincalla.
Pero volviendo a Morley Roberts, no sé absolutamente nada de él, y me pregunto si su pequeña excursión por el tiempo no estaría inspirada por «La máquina del tiempo», publicada exactamente un par de años antes que «El anticipador». Y también me pregunto cuál fue el relato que se escribió —no que se publicó— primero.
¿Y por qué un escritor tan ingenioso no se ha dado más a conocer?
Acaba de ocurrírseme una idea verdaderamente horrible. Si hallaran muerto a Morley Roberts, contemporáneo de H. G. Wells, en un callejón oscuro, desde luego, que no me lo digan.
Abril 1967.