NUEVE

Principios de septiembre de 1994

EL LABORATORIO fue inaugurado durante la primera semana de septiembre. La primera persona que empezó a trabajar oficialmente ahí fue Eleanor Youngman, que había renunciado a su puesto en Harvard y se había mudado a Salem. La relación de Kim con Eleanor era cordial, aunque un poco acartonada. Kim se había dado cuenta de que existía cierta animosidad de parte de Eleanor, debida a los celos.

En su primer encuentro, Kim se había percatado que la admiración de Eleanor por Edward incluía un deseo no expresado de tener una relación más personal. A Kim le asombraba que Edward aún no lo hubiera notado.

Los siguientes en llegar al laboratorio fueron todos los animales. Arribaron a media semana a altas horas de la noche. Al observar desde la ventana de la cabaña, Kim no alcanzó a distinguir gran cosa de lo que sucedía, pero no le importó. Que se hicieran estudios con animales la molestaban, a pesar de que comprendía que eran necesarios.

Hacia el final de la misma semana, comenzaron a llegar los investigadores que venían de otras partes. Con la ayuda de Edward y Eleanor, consiguieron cuartos en diversas casas de huéspedes en Salem. Venían solos, habían dejado a sus familias en sus ciudades de origen para aliviar la tensión que producía trabajar veinticuatro horas al día durante varios meses. El incentivo era que todos se iban a convertir en millonarios una vez que tomaran posesión de sus acciones bursátiles.

El primero fue Curt Neuman. Era el mediodía. Desde la cabaña, Kim oyó el rugido sordo de una motocicleta. Al acercarse a la ventana, vio que la motocicleta patinaba hasta detenerse frente a la casa. Un hombre de aproximadamente su misma edad bajó de ese transporte y alzó su visera. Había una maleta atada con correas en la parte posterior del vehículo.

—¿Qué se le ofrece? —gritó Kim desde la ventana.

—Perdone —respondió él en tono de disculpa, la voz tenía un leve acento germánico—. ¿Puede ayudarme a localizar el laboratorio de Omni?

—Usted debe de ser el doctor Neuman —dijo entonces Kim—. Salgo enseguida —Edward había mencionado algo acerca de su acento cuando le contó que esperaba a Curt ese día. Al llegar a la puerta, Edward, quien por lo visto había oído la motocicleta, venía en su automóvil a toda velocidad por el camino de tierra en dirección de la cabaña. Se detuvo, bajó de un salto y abrazó a Curt como si fueran hermanos que hacía mucho tiempo no se veían.

Los dos hombres hablaron brevemente sobre las características de la motocicleta BMW, rojo metálico, de Curt, hasta que Edward se dio cuenta de que Kim se encontraba en la puerta. La presentó a Curt. Kim estrechó la mano del renombrado investigador. Era un hombre grande, cinco centímetros más alto que Edward, de cabello rubio y ojos azul celeste.

—Curt nació en Munich —comentó Edward—. Estudió en Stanford y en UCLA. Muchas personas, incluyéndome, creen que es el biólogo más talentoso del país; se especializa en reacciones provocadas por las drogas. Tuve la suerte de robárselo a Merck.

—Ya basta, Edward —protestó Curt al tiempo que se sonrojaba.

Más tarde, ese mismo día, cuando Kim y Edward terminaban una comida ligera, llegó el segundo investigador de fuera: un hombre alto y delgado, aunque musculoso. Kimberly pensó que se parecía más a un jugador profesional de tenis que a un investigador. Edward los presentó. Se llamaba François Leroux, biofísico de Lyons, Francia.

Tal como había hecho con Curt, Edward le dio a Kim un breve, pero muy elogioso, resumen del currículum vitae de François. Sin embargo, a diferencia de Curt, François inclinó la cabeza en dirección de Kim, como para recalcar que era todo lo que decía Edward y todavía más.

Los últimos dos investigadores decisivos: Gloria Herrera, farmacóloga, y David Hirsh, inmunólogo, llegaron el sábado diez de septiembre. Gloria, al igual que Eleanor, no se ajustaba a la imagen que tenía Kim del estereotipo de una investigadora académica.

Pero eso era lo único en que se parecían. En contraste con Eleanor, Gloria tenía la piel aceitunada, el cabello tan oscuro como el de Kim y, a diferencia de Eleanor, Gloria era cálida y directa.

David Hirsh le recordó a François. Era demasiado alto y esbelto, de aspecto atlético. Su comportamiento fue igualmente cortés, aunque más agradable, puesto que tenía un sentido evidente del humor y una sonrisa complaciente.

Durante los días que siguieron, Kim visitó el laboratorio a menudo para ofrecer apoyo moral, así como para asegurarse de que no hubiera problemas que ella pudiera ayudar a solucionar. Consideraba su posición entre la anfitriona y la dueña del lugar. A media semana, disminuyó la frecuencia de sus visitas y hacia fines de la misma semana, rara vez iba, puesto que Edward le había dicho sin tapujos que sus visitas interrumpían su concentración. Con la plena conciencia de la presión bajo la que trabajaban para producir resultados rápidos, Kim no tomó muy a pecho el rechazo.

Además, estaba contenta con sus actividades. Al comprender que casi todos los documentos que se encontraban en el ático y en la cava de vinos tenían importancia histórica, empezó a organizarlos y a separarlos por fecha y categorías de negocios y personales. Era una tarea monumental, pero le daba la sensación de logro.

De este modo, la primera quincena de septiembre transcurrió plácidamente para Kim. A mediados de mes evitaba por completo ir al laboratorio y rara vez veía a los investigadores, incluyendo a Edward, quien llegaba a casa cada vez más tarde por las noches y salía cada vez más temprano por las mañanas.

Lunes 19 de septiembre de 1994

ERA UN ESPLÉNDIDO día de otoño, el Sol resplandecía y calentaba hasta el punto en que la temperatura subió con rapidez a casi veintisiete grados. Para delicia de Kim, algunos de los árboles lucían el matiz de su esplendor otoñal y los campos que rodeaban el castillo formaban una espléndida capa de vara de oro silvestre.

Kim no había visto a Edward. Se había levantado antes que ella y salido al laboratorio sin desayunar. Se dio cuenta porque no había platos sucios en el fregadero. No le sorprendió; el grupo había empezado a comer en el laboratorio para ahorrar tiempo.

Kim pasó la mañana decidiendo qué tela elegir para las cortinas del dormitorio. Después de una placentera comida, que consistió en una ensalada y té helado, Kim caminó hasta el castillo para dedicar la tarde a buscar y organizar papeles. Se trasladó a un punto distante del ático sobre el ala de sirvientes y se puso a trabajar en una serie de archiveros negros. Utilizó cajas de cartón vacías de la mudanza y empezó a separar los documentos. Muchos se referían a cuestiones comerciales de principios del siglo diecinueve.

Al caer la tarde, había llegado al último gabinete y se encontraba ocupada con el penúltimo cajón, revisando una colección de contratos de embarques; en ese momento alzó la mirada y vio a Edward de pie junto a ella.

—¿Ocurre algo malo? —preguntó Kim con nerviosismo.

—Sí —respondió Edward—. Te he estado buscando desde hace media hora. Si piensas pasar tanto tiempo aquí, mejor manda poner un teléfono.

Kim se puso de pie con dificultad.

—Lo siento —se disculpó.

—Escucha —dijo Edward—. Tenemos un problema. Stanton está furioso por el dinero y viene en camino. Todos detestamos la idea de perder el tiempo para reunirnos con él, en especial en el laboratorio, donde exigirá explicaciones acerca de lo que todos hacemos. Para empeorar las cosas, tenemos los nervios de punta debido al exceso de trabajo. Ha habido muchas riñas por razones ridículas, como quién está más cerca del enfriador de agua. Me siento como el encargado de un grupo de exploradores novatos malcriados. De todos modos, para no hacerte el cuento largo, quiero hacer la reunión en la cabaña. Sería una buena oportunidad para sacar a todos de un ambiente hostil. Para ahorrar tiempo, pensé que podrías preparar cualquier cosa para cenar.

Al principio, Kim pensó que Edward lo decía de broma. Cuando se dio cuenta de que no era así, miró su reloj:

—Pasan de las cinco —dijo—. No puedo preparar la cena para ocho personas a estas horas de la tarde.

—¿Por qué no? —preguntó Edward—. Para lo que me importa, podríamos comprar algunas pizzas y ya. Por favor, Kim. Necesito tu ayuda. Me estoy volviendo loco.

—Está bien —aceptó Kim, a sabiendas de que todo eso era un error—. Puedo hacer algo mejor que ordenar pizzas, pero de seguro no va a ser una cena para gourmets.

—Fantástico —dijo Edward. Salió a toda prisa del ático, mientras gritaba por encima del hombro—: Llegaremos a la casa a las siete y media en punto.

CON TAN POCA anticipación, Kim decidió preparar una cena sencilla de carne a la parrilla, acompañada por ensalada y bollos calientes y sangría o cerveza para beber. De postre eligió helado y fruta fresca. A las seis cuarenta y cinco, ya tenía la carne marinada, la ensalada preparada y los bollos listos para meterlos al horno. Incluso había encendido el fuego en el asador que tenían al aire libre. Estaba terminando de poner la mesa en el comedor cuando llegó Stanton.

—Saludos, prima —dijo mientras daba a Kim un beso en la mejilla. Kim le dio la bienvenida y le ofreció una copa de vino.

Stanton aceptó y la siguió a la cocina.

—¿Es el único vino que tienes? —preguntó Stanton con desdén cuando Kim destapaba la botella.

—Temo que sí —respondió ella.

—Creo que prefiero tomar una cerveza.

Kim continuó con sus preparativos para la cena; Stanton se sentó en un banquillo y la observó trabajar. No dijo nada hasta que ella se volvió a mirarlo.

—¿Edward y tú se llevan bien? —preguntó—. No quiero inmiscuirme en tus asuntos, pero he descubierto que él no es una de esas personas con las que sea fácil tratar.

—Últimamente las cosas han estado un poco tensas —reconoció Kim—. Está muy presionado.

—No es el único —comentó Stanton—. La responsabilidad de mantener toda la operación a flote recae sobre mí, y Edward gasta una cantidad de dinero infame.

La puerta principal se abrió, y Edward y los investigadores entraron en grupo. Todos estaban irritables. Parecía que nadie quería ir a cenar a la cabaña. Edward les ordenó que fueran. Eleanor era la más conflictiva. En cuanto oyó en qué consistía el menú, anunció de manera petulante que ella no comía carne roja.

—¿Qué acostumbras comer? —le preguntó Edward.

—Pescado o pollo —respondió ella.

—Iré por pescado —dijo Kim. Fue por las llaves, salió y subió a su auto. Había sido una descortesía de Eleanor, pero Kim se alegró de salir de la casa. La atmósfera en el interior era deprimente.

Había un mercado de pescados a corta distancia; la chica compró varios filetes de salmón por si alguien más prefería comer pescado. Durante el camino de regreso, se preguntó con inquietud lo que encontraría al volver. El ambiente había mejorado. No podía decirse que fuera una reunión muy alegre, pero se sentía menos tensa. En su ausencia, habían abierto el vino y la cerveza que ella había comprado y bebían a sus anchas.

Los investigadores estaban sentados en la sala, agrupados en torno a una mesa de caballete. Stanton había distribuido unos documentos entre todos. Estaba de pie frente a la chimenea, exactamente abajo del retrato.

—Lo que ven es una proyección de la rapidez con la que nos quedaremos sin dinero al ritmo de gasto actual —explicó—. Es evidente que no nos encontramos en una buena situación. ¿Hay alguna forma de que puedan acelerar el paso?

Eleanor dejó escapar una risa breve y burlona.

—Trabajamos a la velocidad máxima —dijo François.

—La mayoría de nosotros duerme menos de seis horas todas las noches —agregó Curt.

—¿Ya existe una mejor idea sobre el modo en que actúa Ultra? —preguntó Stanton.

—Sabemos ya que es una hormona natural del cerebro —repuso Edward.

—Aunque los niveles no son iguales en todo el cerebro —explicó Gloria—. Nuestros estudios indican que Ultra se concentra en el tallo del cerebro anterior, el cerebro medio y el sistema límbico.

—Ah, el sistema límbico —dijo Stanton—. Recuerdo haberlo oído mencionar en la escuela de medicina. Es la parte del cerebro que se asocia con el animal que llevamos dentro de nosotros y los instintos básicos, como la ira, el hambre y el sexo.

—Gloria, explícale por favor cómo creemos nosotros que funciona —pidió Edward.

—Creemos que atenúa los niveles de los neurotransmisores del cerebro —explicó Gloria—. Algo similar a la manera en que un reactivo compensador mantiene el ph de un sistema ácido-base.

—En otras palabras —aclaró Edward concluyente—, Ultra funciona como estabilizador de la emoción. Esa fue la función inicial de la molécula natural del cerebro. Debía devolver al estado normal la emoción extrema, provocada por un acontecimiento perturbador, como ver a un tigre dientes de sable en la cueva de uno. Ya sea que la emoción extrema sea temor o ira, Ultra atenúa los neurotransmisores, lo que permite volver rápidamente a la normalidad para enfrentar el siguiente desafío.

—¿Qué quieres decir por función inicial? —preguntó Stanton.

—La función evolucionó a medida que el cerebro humano también lo hacía —explicó Edward—. La molécula cerebral ha pasado de simplemente estabilizar la emoción a acercarla más al campo del control voluntario.

Los ojos de Stanton se iluminaron.

—Espera un segundo —dijo—. ¿Estás diciendo que si se administra Ultra a un paciente deprimido, todo lo que tendría que hacer es desear no estar deprimido?

—Esa es nuestra hipótesis actual —asintió Edward.

—¡Ultra podría ser la droga del siglo! —exclamó Stanton.

—Por ello trabajamos sin cesar —añadió Edward.

—Es necesario acelerar el proceso —dijo Stanton—. Tenemos una droga que puede valer miles de millones de dólares y ya estamos a punto de ir a la quiebra.

—Se me ocurrió una manera de ahorrar algo de tiempo —mencionó Edward de repente—. Yo mismo tomaré la droga.

Durante varios minutos hubo un silencio total en la habitación; nada se oía, excepto el tictac del reloj en la repisa de la chimenea.

—¿Lo consideras una medida prudente? —preguntó Stanton.

—Por supuesto que sí —replicó Edward al tiempo que se entusiasmaba con la idea—. No sé por qué no se me ocurrió antes. Estoy seguro de que Ultra no entraña riesgos.

—No hemos estudiado nada acerca de la toxicidad —puntualizó Gloria Herrera.

—No creo que tomar una droga experimental sea una buena idea —dijo Kim, al participar en la conversación por primera vez. Edward la miró con el entrecejo fruncido por la interrupción.

—Pues yo creo que es una idea genial —replicó.

—También estoy dispuesta a tomarla —aventuró Gloria.

—Yo también —se ofreció Eleanor.

Uno por uno, los demás investigadores se ofrecieron a participar.

—Podríamos tomar dosis diferentes —explicó Gloria—. Seis personas nos darán un atisbo de la importancia estadística cuando tratemos de evaluar los resultados.

—Sugiero que tomemos los niveles de dosis a ciegas —propuso François—. De ese modo no sabremos quién toma la dosis más alta y quién la más baja.

—¿Acaso ingerir una droga de investigación, que aún no ha sido aprobada, no es contra la ley? —dijo Kim.

—¿De qué clase de ley hablas? —preguntó Edward, lanzando una carcajada—. ¿Una ley de un consejo de revisión institucional? Bueno, nosotros somos el consejo de revisión institucional y no hemos votado ninguna ley.

Todos los investigadores rieron con Edward.

—Creí que el gobierno establecía directrices acerca de tales cosas —insistió Kim.

—El National Institute of Health ha establecido ciertas directrices —explicó Stanton—. Pero son para instituciones a las que otorgan becas para investigación. Por supuesto, nosotros no recibimos dinero del gobierno.

—Debe haber alguna ley que prohíba el consumo humano de un medicamento antes de completar los experimentos con animales —dijo Kim—. Es totalmente insensato. ¿No recuerdan el desastre de la talidomida? ¿Acaso eso no les preocupa?

—No hay comparación —repuso Edward—. La talidomida no era un compuesto natural y, en general, resultaba mucho más tóxica. Aunque, Kim, no te estamos pidiendo que tomes Ultra. En realidad, tú podrías ser el control.

Todo el mundo rio. Kim se sonrojó y se fue a la cocina. Tenía la incómoda sensación de que una especie de histeria colectiva se estaba apoderando del grupo, debido a la combinación de exceso de trabajo y expectativas demasiado elevadas. Mientras se ocupaba en la cocina, oyó risas continuas y conversaciones a gritos y excitadas acerca de construir un centro científico con algunos de los miles de millones que preveían en su futuro.