SEIS

Viernes 29 de julio de 1994

EL ENTUSIASMO de edward se intensificó a medida que la semana transcurría. La base de datos sobre el nuevo alcaloide aumentó a una tasa exponencial. Para todos los propósitos prácticos tanto él como Eleanor vivían en el laboratorio. Edward insistía en comprobarlo todo personalmente, por lo que no tenía tiempo para nada más. No había impartido sus cátedras ni dedicado un momento a su grupo de alumnos graduados. Muchos de sus proyectos de investigación se encontraban estancados debido a la falta de su liderato y consejo.

A Edward no le importaba nada. Como un artista en un arrebato de creación, estaba cautivado por la nueva droga y totalmente ajeno a lo que le rodeaba. El miércoles temprano, en una proeza extraordinaria de química orgánica cualitativa, terminó de caracterizar por completo el núcleo estructural de cuatro anillos del compuesto. El miércoles por la tarde, el científico definió todas las cadenas secundarias. A manera de broma, Edward describió la molécula como una manzana de la que salían gusanos.

Las cinco cadenas secundarias, en particular le fascinaron al científico. Una era tetracíclica, igual que el núcleo, y se parecía a esa sustancia. Otra se asemejaba a una droga conocida como escopolamina. Las tres últimas eran similares a los principales neurotransmisores del cerebro: norepinefrina, dopamina y serotonina.

La madrugada del jueves, Edward y Eleanor vieron recompensados sus esfuerzos cuando la imagen de la estructura molecular completa apareció en la pantalla de la computadora en un espacio virtual de tres dimensiones. El logro fue producto del nuevo programa informática, de la capacidad de la supercomputadora y de horas de acalorados debates entre ambos, donde cada uno desempeñaba el papel de abogado del diablo frente al otro.

Después de ejercitar los dedos como si fuera un virtuoso a punto de tocar una sonata de Beethoven, Edward se sentó ante la teriminal que estaba conectada en línea con la supercomputadora. Apelando a todos sus conocimientos, experiencia e intuición para la química, empezó a trabajar con el teclado. En la pantalla, la imagen vibró y trepidó mientras Edward manipulaba la molécula y separaba las dos cadenas secundarias que instintivamente reconocía como las responsables del efecto alucinógeno: la que se parecía a esa sustancia, y la otra semejante a la escopolamina.

Para gran alegría suya, logró remover todo, salvo un minúsculo fragmento de dos partículas de carbono de la cadena secundaria de esa sustancia, sin afectar el compuesto de manera muy significativa. En cambio, la cadena secundaria de escopolamina fue otro cantar. Edward solo fue capaz de amputarla de un modo parcial. Cuando trató de quitar más, la molécula se dobló sobre sí misma.

Después de retirar todo lo que se atrevió de la cadena de escopolamina, Edward descargó los datos de la molécula en su computadora del laboratorio. La imagen que Eleanor y él contemplaban en ese momento era la de una nueva droga artificial e hipotética formada mediante la manipulación por computadora de un compuesto natural. La meta de Edward era eliminar todos los efectos colaterales alucinógenos y antiparasimpáticos de la sustancia. Estos últimos se referían a la boca seca, la dilatación de las pupilas y la amnesia parcial que tanto él como Eleanor habían experimentado posterior a la ingestión del compuesto.

En ese momento se puso en marcha el verdadero punto fuerte de Edward: la química orgánica sintética. En un esfuerzo maratónico, a altas horas de la noche del jueves, ideó un proceso para elaborar la droga a partir de los reactivos químicos a su disposición. Temprano por la mañana del viernes, produjo una ampolla llena de la nueva sustancia.

—¿Qué opinas? —preguntó Edward a Eleanor mientras los dos miraban el frasco.

—Creo que has realizado una hazaña extraordinaria de virtuosismo químico —expresó Eleanor con sinceridad.

—No pretendía oír un cumplido —repuso Edward—. ¿Qué piensas que es lo primero que debemos hacer?

—Soy la integrante más conservadora de este equipo —observó Eleanor—. Opino que nos demos una idea acerca de la toxicidad.

—De acuerdo, hagámoslo —coincidió Edward. Se puso de pie con dificultad y ayudó a Eleanor. Juntos volvieron al trabajo.

Lo primero que hicieron fue añadir concentraciones variadas de la droga a diversos tipos de cultivos de tejidos, incluyendo células de riñón y nerviosas. Aun las dosis relativamente grandes no produjeron ningún efecto.

A continuación, elaboraron un preparado de ganglios de Aplasia fasciata, insertando pequeños electrodos en las células nerviosas que transmitían los impulsos eléctricos de manera espontánea. Al conectar los electrodos a un amplificador, crearon una imagen de la actividad celular en un tubo de rayos catódicos. Poco a poco, añadieron la droga al líquido penetrante. La observación de las respuestas neuronales les permitió determinar que, en efecto, la droga era bioactiva, aunque no deprimía ni aumentaba la actividad espontánea. En vez de ello, la sustancia parecía estabilizar el ritmo.

Con entusiasmo creciente, puesto que todo lo que habían hecho hasta entonces produjo resultados positivos, Eleanor administró la nueva droga a un lote de ratas que estaban bajo estrés, en tanto que el científico la agregaba a una preparación sináptica recién elaborada. Eleanor se dio cuenta de inmediato de que la droga producía un efecto tranquilizador en los roedores.

Edward tardó un poco más en obtener resultados. Descubrió que la droga afectaba los niveles de los tres neurotransmisores, pero no de la misma manera. El efecto era mayor en la serotonina que en la norepinefrina, que a su vez se afectaba más que la dopamina. Lo que no esperaba era que la droga pareciera formar un enlace covalente débil con los ácidos glutámico y gama amino-butírico, dos de los principales agentes inhibidores del cerebro.

—¡Esto es fantástico! —exclamó Edward—. Estoy seguro de que esta droga es tanto un antidepresivo como un ansiolítico, y como tal podría revolucionar el campo de la psicofarmacología. Tal vez llegue a compararse con el descubrimiento de la penicilina.

—Aunque quizá sea alucinógeno —advirtió Eleanor.

—Con franqueza, lo dudo —manifestó Edward—. No después de remover la cadena secundaria parecida a esa sustancia. Sin embargo, tenemos que cerciorarnos.

Se dirigieron a la mesa de trabajo de Edward y prepararon varias soluciones cada vez más concentradas. Él fue el primero en probar la droga, y al ver que no ocurría nada, Eleanor también la bebió. Tampoco percibió ningún efecto. Alentados por ello, aumentaron poco a poco las dosis hasta un miligramo completo, sabiendo que esa sustancia producía efectos psicodélicos a 0.05 miligramos.

—¿Y bien? —preguntó Edward después de media hora.

—En lo que a mí respecta, no he sentido ningún efecto alucinógeno —respondió Eleanor.

—Aunque sí hay un efecto —agregó Edward.

—Sin duda —repuso ella—. Pero tendría que describirlo como una especie de satisfacción tranquila. Además, siento que mi memoria de largo plazo ha despertado de una especie de ensueño. De pronto recuerdo mi número telefónico de cuando tenía seis años, el año en que mi familia se mudó a la costa occidental.

—¿Y tus sentidos? —preguntó Edward—. Los míos parecen haberse agudizado, sobre todo el del olfato.

Eleanor echó la cabeza hacia atrás y olfateó el aire.

—Nunca me había dado cuenta de que en este laboratorio había tal mezcolanza de olores.

—Hay algo más que experimento —declaró Edward—. No sería sensible a ello si no hubiera tomado Prozac hace un par de años, después de que mi padre murió. Ahora me siento socialmente seguro, como si pudiera integrarme a un grupo de gente y hacer todo lo que quisiera. La diferencia es que en aquella ocasión tuve que tomar Prozac tres meses antes de sentirme así.

—No podría decir que tengo esa misma sensación —replicó Eleanor—. Pero puedo afirmar que siento la boca un poco seca. ¿Tú también?

—Quizá —reconoció Edward. Luego miró directamente a los ojos azul oscuro de Eleanor—. Es posible que tengas las pupilas un poco dilatadas. Si lo están, es probable que se deba a la cadena secundaria de escopolamina que no pudimos eliminar por completo. Ahora comprueba tu visión cercana.

Eleanor tomó el frasco de un reactivo y leyó la letra menuda de la etiqueta.

—No hay problema —manifestó ella.

—Muy bien. Empieza a diseñar un modelo molecular computarizado para crear una familia de compuestos a partir de la nueva droga, sustituyendo las cadenas secundarias.

Mientras Eleanor se iba a trabajar en su computadora, Edward llamó a Stanton Lewis.

—¿Te gustaría cenar esta noche con Kim y conmigo? —preguntó Edward—. Hay algo que debes saber.

—Ajá, bribón —repuso Stanton—. ¿Acaso se trata de algún tipo de anuncio social importante?

—Creo que será mejor que lo hablemos en persona —repuso Edward con suavidad—. ¿Qué me dices de la invitación a cenar? Yo voy a pagar.

—Esto parece serio —comentó Stanton—. Tengo una reservación para cenar en el Anago Bistro en Main Street, Cambridge. Es para dos personas, pero me encargaré de que la cambien a cuatro. Nos vemos a las ocho de la noche.

—Excelente —dijo Edward y colgó enseguida antes de que Stanton pudiera hacer más preguntas. Después Edward llamó a Kim a su trabajo en la Unidad quirúrgica de terapia intensiva.

—¿Estás muy ocupada? —preguntó él cuando Kim contestó.

—Ni lo preguntes —contestó Kim.

—Hice planes para cenar con Stanton y su esposa —comentó Edward con entusiasmo—. A las ocho en punto. Lamento avisarte con tan poca anticipación.

—Preferiría cenar solo contigo —dijo Kim.

—Es muy amable de tu parte decir eso —respondió amable Edward—. Yo también preferiría cenar a solas contigo. Pero tengo que hablar con Stanton y pensé que podríamos hacer una especie de pequeña fiesta. Después de cenar, tú y yo daremos un paseo por la plaza, como el día que nos conocimos. ¿Qué te parece?

—Bueno, es un compromiso —aceptó Kim.

KIM Y EDWARD llegaron primero al restaurante. La anfitriona los condujo a una mesa acogedora al lado de una ventana. La vista daba a una sección de Main Street, con su repertorio de pequeñas pizzerías y restaurantes hindúes. Un camión de bomberos pasó a toda velocidad, las sirenas ululaban.

—Juraría que el cuerpo de bomberos de Cambridge usa su equipo para ir por café —comentó Edward riendo—. No es posible que haya tantos incendios.

Kim miró con atención a Edward. Nunca lo había visto tan conversador y jovial, y aunque se veía cansado, actuaba como si acabara de tomar varias tazas de café exprés. Incluso había ordenado una botella de vino.

—Creí que Stanton siempre elegía el vino —observó Kim.

Antes de que Edward pudiera contestar, Stanton llegó, irrumpiendo en el restaurante como si fuera el propietario.

—De acuerdo, chicos —dijo a Edward, mientras Kim ayudaba a Candice a sentarse—. ¿Cuál es la gran noticia? ¿Debo pedir que nos abran una botella de Dom Pérignon?

—Ya ordené el vino —repuso Edward—. Con eso estará bien.

—¿Ordenaste el vino? —preguntó Stanton—. Pero si aquí no sirven jugo de manzana —rio de buena gana mientras se sentaba.

—Ordené un vino blanco italiano —aclaró Edward—. Un vino fresco y seco va muy bien con el clima caluroso del verano.

Kim arqueó las cejas. Nunca había visto esa faceta de Edward.

—¿De qué se trata? —preguntó Stanton, que se inclinó con impaciencia, poniendo los codos en la mesa—. ¿Van a casarse?

Kim se sonrojó. Se preguntó si Edward le habría contado a Stanton acerca de sus planes para compartir la cabaña.

—Por desgracia no soy tan afortunado —repuso Edward, riendo a su vez—. Tengo buenas noticias, pero no tan buenas.

Kim parpadeó y observó a Edward. Le impresionó la forma tan hábil con que manejó el comentario inapropiado de Stanton.

La camarera llegó con el vino. Stanton examinó la etiqueta.

—No es una mala elección, viejo —comentó a Edward. Una vez que sirvieron el vino, Stanton empezó a hacer un brindis, pero Edward lo interrumpió:

—Es mi turno —alzó la copia hacia Stanton—. Por el inversionista más astuto en el mundo de las empresas médicas de riesgo.

—Y yo pensaba que no lo habías notado aún —replicó Stanton riendo. Entonces, todos bebieron un sorbo.

—Creo que hemos creado la droga de la próxima generación, a semejanza de Prozac y Xanax —explicó Edward—. Una sustancia que parece ser perfecta. No es tóxica y posee muy pocos efectos colaterales; es casi seguro que tenga aplicaciones terapéuticas más amplias. En realidad, es posible que, debido a su estructura única de cadenas secundarias, capaces de alteración y sustitución, su espectro terapéutico sea infinito en el campo psicotrópico.

—¿Podrías ser más específico? —preguntó Stanton—. ¿Qué hace esta droga?

—Creemos que tiene un efecto general muy positivo en el ánimo —declaró Edward—. Parece ser antidepresiva y ansiolítica, lo que significa que calma la ansiedad. En apariencia, también puede combatir la fatiga, aumentar la satisfacción, agudizar los sentidos y mejorar la capacidad de la memoria de largo plazo.

—¡Estás hablando de una droga que vale miles de millones de dólares! —exclamó Stanton.

—¿Hablas en serio? —preguntó Edward.

La camarera interrumpió su conversación y ordenaron la cena. Después de que ella se alejó, Edward continuó:

—Todavía no comprobamos nada de esto. Aún no hemos llevado al cabo experimentos controlados.

—Pero pareces estar muy seguro —replicó Stanton.

—Muy seguro —manifestó Edward.

—¿Sabes cómo funciona la droga? —lo interrogó Stanton.

—Parece estabilizar los principales neurotransmisores del cerebro —explicó Edward—. Afecta las neuronas individuales, pero también lo hace con redes celulares completas, como si fuera un autacoide u hormona cerebral.

—¿Cómo la descubrieron? —inquirió Candice.

Edward explicó entonces la relación entre la antepasada de Kim, los juicios por brujería en Salem y la teoría de que fue un moho lo que envenenó a las acusadas en aquella época.

—Fue la pregunta de Kim acerca de si podía probar la teoría del envenenamiento lo que me indujo a tomar muestras de tierra.

—Qué ironía de la vida —comentó Candice—. Encontrar una droga útil en una muestra de tierra.

—En realidad no —aclaró Edward—. Muchas de las drogas más importantes se han descubierto en la tierra. La ironía es que esta droga viene del demonio.

—No digas eso —protestó Kim—. Me da escalofrío.

—A mí tampoco me agrada la asociación —dijo Stanton—. Preferiría considerarla como una droga caída del cielo —enseguida miró a Edward y preguntó—: ¿Qué vas a hacer ahora?

—Por esa razón quería verte —repuso Edward—. ¿Qué crees tú que debería hacer?

—Formar una compañía y patentar la droga —contestó Stanton.

—¿En verdad crees que esta pueda ser una situación que implique miles de millones de dólares?

—Sé de lo que hablo —aseguró Stanton—. Sé qué terreno piso.

—Entonces hagámoslo —decidió Edward.

—De acuerdo. Para empezar, necesitamos algunas denominaciones —Stanton sacó una pequeña libreta y una pluma del bolsillo de su saco—. Es necesario encontrar un nombre para la droga y otro para la compañía.

—¿Qué te parece si le ponemos Omni a la nueva droga? —preguntó Edward—. Para que vaya de acuerdo con su rango potencialmente amplio de aplicaciones clínicas.

—No creo, Omni suena más a una compañía —dijo con habilidad Stanton—. Podríamos llamarla Omni Pharmaceuticals.

—Me agrada —respondió Edward.

—¿Qué opinas de Ultra para la droga? —preguntó Stanton—. Estoy seguro de que funcionaría muy bien para la publicidad.

—Me parece bien —repuso Edward.

Ambos hombres miraron a las damas para saber su reacción. Candice mencionó que los nombres le parecían bien. Kim no supo qué opinar; estaba un poco desconcertada por el súbito e inesperado interés de Edward en los negocios.

—¿Cuánto tiempo necesitas a fin de estar listo para comercializar esta nueva droga? —preguntó Stanton a Edward.

—No creo poder contestar a esa pregunta por ahora —respondió Edward—. Ni siquiera puedo estar ciento por ciento seguro de que alguna vez podrá comercializarse.

—Ya lo sé —comentó Stanton—. Solo quiero que me des tu mejor conjetura. La duración promedio desde el descubrimiento de una droga potencial hasta su aprobación por la Federal Drug Administration y comercialización subsecuente es de alrededor de doce años, y el costo promedio, de aproximadamente doscientos millones de dólares.

—No voy a tardar doce años —aclaró Edward—. Y tampoco necesito nada parecido a doscientos millones.

—¿Cuánto dinero necesitas? —preguntó Stanton.

—Tendría que instalar un laboratorio con la tecnología más reciente —manifestó Edward.

—¿Hay problemas con el que tienes en la actualidad?

—El laboratorio pertenece a Harvard. Tengo que alejar a Ultra de Harvard debido a un convenio de participación que firmé.

—¿Crees que eso nos cause algún problema? —preguntó.

—No lo creo —repuso Edward—. El convenio se refiere a los descubrimientos hechos en horas hábiles. Voy a alegar que descubrí a Ultra en mi tiempo libre, lo que es técnicamente correcto, aunque llevé a cabo cierta parte de la separación y síntesis preliminares en horas de trabajo.

—¿Y el periodo de desarrollo? —preguntó Stanton—. ¿Cuánto tiempo crees que podamos acortarlo?

—Mucho —puntualizó Edward—. Ultra es una sustancia no tóxica. Eso por sí solo agilizará la aprobación de la Federal Drug Administration, puesto que la caracterización de las toxicidades específicas es lo que requiere de mucho tiempo.

—Te diré algo —propuso Stanton—. Puedo reunir con facilidad de cuatro a cinco millones sin tener que ceder una proporción importante de las acciones patrimoniales, ya que la mayor parte del dinero provendría de mis propios recursos. ¿Qué te parece?

—Fantástico —repuso Edward—. Mientras te encargas de los aspectos del financiamiento, yo instalaré el laboratorio. La pregunta es: ¿dónde?

—Cambridge es una buena ubicación —sugirió Stanton.

—Quiero que esté alejado de Harvard —manifestó Edward.

—¿Qué opinas entonces de la zona de Kendall Square? —propuso Stanton—. Está suficientemente lejos de Harvard y, sin embargo, cerca de tu departamento.

Edward se volvió hacia Kim; las miradas se entrecruzaron. Kim adivinó lo que él pensaba y asintió con la cabeza.

—Dejaré Cambridge a finales de agosto —dijo Edward—. Me mudaré a Salem.

—Edward va a vivir conmigo —explicó Kim—. Estoy renovando la vieja casa de los terrenos familiares.

—Es maravilloso —dijo Candice.

—¡Ah, bribón! —exclamó Stanton mientras alargaba el brazo por encima de la mesa y le daba a Edward un ligero golpe en el hombro—. ¿Por qué no ubicamos la compañía en alguna parte de North Shore? Los locales comerciales que se alquilan en esa zona deben de costar menos de la mitad que en la ciudad.

—Stanton, acabas de darme una idea —dijo Edward. Miró a Kim—. ¿Y el molino convertido en establo de la propiedad? Sería el laboratorio ideal para este proyecto, debido a su aislamiento.

—No… no sé —tartamudeó Kim. La sugerencia la había tomado completamente desprevenida.

—Me refiero a que tú y tu hermano le alquilen el lugar a Omni —aclaró Edward—. Como mencionaste, la propiedad es una carga. Estoy seguro de que el pago del alquiler resultaría una ayuda. ¿Qué opinas?

—Tendré que preguntarle a mi hermano —respondió Kim.

—¿Cuándo? —preguntó Edward—. Porque cuanto antes mejor.

Kimberly miró el reloj y calculó que en Londres serían alrededor de las dos y media de la mañana, justo la hora en que Brian empezaba a trabajar.

—Supongo que podría llamarle en este momento.

—Así me gusta —dijo Stanton—. Decisión —sacó el teléfono celular de su bolsillo y lo deslizó sobre la mesa para acercarlo a Kim—. Omni pagará la llamada.

Kim se puso de pie.

—Me siento cohibida de llamar a mi hermano delante de todos —dijo—. Voy a salir un momento.

Después de que Kim se alejó de la mesa, Stanton preguntó:

—¿Cuánto personal necesitarás en el laboratorio? Los sueldos demasiado elevados pueden agotar el capital.

—Mantendré el número en el mínimo —contestó Edward—. Sin embargo, voy a necesitar personal del más alto nivel, lo que no resultará barato. Necesito un biólogo para manejar los estudios con animales; un inmunólogo para los estudios celulares; un cristalógrafo; un especialista en modelos moleculares; un biofísico y un farmacólogo, además de Eleanor y yo.

—¿Qué demonios crees que vas a crear? ¿Acaso una universidad? —exclamó Stanton—. Muchos de los nuevos laboratorios biomédicos terminan en la quiebra por la derrama de capital que implican los salarios demasiado generosos.

—Lo tendré presente siempre —dijo Edward—. ¿Cuándo consideras que pueda empezar a disponer del dinero?

—Cuenta con un millón de dólares a principios de la semana próxima —prometió Stanton.

Los primeros platos de la cena llegaron cuando Kim regresó. Se sentó y le entregó el teléfono a Stanton.

—A mi hermano Brian le encantó la idea —informó Kim—. Sin embargo, insiste en que Omni pague las reparaciones.

—Me parece justo —repuso Edward. Alzó su copa—. Por Omni y Ultra —chocaron las copas y bebieron. Edward pensó que jamás había probado un mejor vino blanco y se dio un momento para disfrutar de su buqué a vainilla y su ligero sabor a albaricoque.

DESPUÉS de la cena, Kim y Edward subieron al automóvil de este en el estacionamiento del restaurante.

—Si no te molesta, me gustaría dejar para otra ocasión el paseo por la plaza —dijo Edward.

—¿Cómo? —preguntó Kim. Le sorprendió, aunque todo lo ocurrido en la velada había constituido una sorpresa para ella. La conducta de Edward había sido excepcional desde el momento en que pasó a recogerla.

—Quiero hacer varias llamadas —explicó Edward.

—Pasan de las diez. ¿No te parece que es un poco tarde para llamar a nadie?

—No en la costa occidental —repuso Edward—. Hay un par de personas en UCLA y en Stanford con quienes me gustaría contar en el equipo de Omni.

—Supongo que debes estar muy emocionado con esta aventura comercial —manifestó Kim.

—Estoy eufórico. Ultra ofrece una oportunidad única en la vida de dejar huella en este mundo, y al mismo tiempo, ganar una generosa cantidad de dinero.

—Pensé que no te interesaba convertirte en millonario.

—No me interesaba —contestó Edward—. Pero no había pensado en que podía convertirme en multimillonario. No me había percatado de que esto entrañaba tanto potencial.

Kim no estaba segura de que hubiera gran diferencia, pero no dijo nada. Era una cuestión ética y no tenía ganas de debatir.

Dieron vuelta para alejarse de Memorial Drive y se dirigieron hacia las tranquilas calles residenciales de Cambridge. Edward se detuvo en su lugar de estacionamiento y apagó el motor. Entonces se golpeó la frente con la palma.

—Pero qué tonto soy —dijo—. Deberíamos haber ido primero a tu casa para que recogieras tus cosas.

—¿Quieres que me quede esta noche?

—Por supuesto —respondió Edward—. Así podremos salir temprano a Salem.

—¿Estás seguro de que quieres ir? —preguntó Kim—. Tenía la impresión de que no deseabas perder el tiempo.

—Ahora sí, puesto que ahí vamos a instalar Omni —contestó Edward y volvió a encender el motor del auto—. Vamos por una muda de ropa para ti. Suponiendo que desees quedarte —sonrió en la penumbra.

—Creo que sí —repuso Kim. Se sentía indecisa e inquieta sin saber con exactitud cuál era la causa.