Martes 4 de octubre de 1994
EL RUGIDO asombrosamente ensordecedor de un trueno despertó a Kim de las profundidades del sueño en un instante. La casa todavía vibraba por el ruido cuando ella se sentó erguida en la cama. Sheba había reaccionado ante el cataclismo saltando del lecho y yendo a ocultarse debajo.
A pocos minutos del rugido del trueno, la lluvia azotó el techo de pizarra ubicado sobre la cabeza de Kim y golpeó contra el mosquitero de la ventana de bisagras abierta. Ella saltó de la cama y cerró la ventana. Cuando estaba a punto de poner el seguro, el destello de un rayo iluminó el campo entre la cabaña y el castillo, y Kim vislumbró una figura fantasmal, apenas cubierta, que corría por la hierba. No estaba segura, pero pensó en Eleanor.
Kim corrió al pasillo que comunicaba con la habitación de Edward para avisarle. Tocó a la puerta. Como no obtuvo respuesta, la abrió. Durante el destello de otro rayo, vislumbró al joven tirado de espaldas sobre la cama con brazos y piernas extendidos. Vestía ropa interior. Sin embargo, una de las perneras del pantalón aún colgaba de la pierna.
Encendió la luz del pasillo y se acercó de prisa a la cama de Edward. Lo sacudió con fuerza. Este no solo no despertó, sino que su respiración ni siquiera se alteró. Era como si estuviera en estado de coma. Prendió la lámpara de la mesa de noche y sacudió a Edward con insistencia, al tiempo que lo llamaba a gritos por su nombre. Él parpadeó y abrió los ojos.
—Edward, ¿estás despierto? —Kim volvió a sacudirlo; la cabeza se balanceaba de lado a lado como si fuera un muñeco de trapo.
El hombre parecía desorientado. Entonces entrecerró los ojos hasta formar una mera rendija, mientras que el labio superior se curvaba hacia arriba como el de una bestia que gruñe. La expresión de Edward se retorció en una horrible mueca de rabia pura.
Asustada, Kim lo soltó de los hombros y retrocedió. Edward emitió un sonido gutural parecido a un gruñido y se sentó. La miraba fijamente.
Kim corrió a la puerta, consciente de que Edward había saltado tras ella. Lo oyó tropezar y caer al piso; imaginó que era porque se había enredado con los pantalones que no había terminado de quitarse. La joven azotó la puerta de la habitación tras ella y bajó como un rayo las escaleras. Corrió al teléfono de la cocina y marcó 911. Sabía que algo malo le pasaba a Edward. No solo estaba enojado porque lo había despertado; su mente estaba trastornada.
Mientras la comunicación se establecía, oyó al científico gruñir en la parte superior de la escalera. Enloquecida de terror, dejó caer el teléfono y se dirigió a la puerta trasera. Cuando llegó, alcanzó a ver por encima del hombro que Edward se estrellaba contra la mesa del comedor. Estaba totalmente fuera de sí.
Kim abrió de golpe la puerta y se precipitó a la lluvia, que caía a cántaros. Su único pensamiento era conseguir ayuda; pensó que la fuente más cercana de auxilio era el castillo. Rodeó la casa y atravesó el campo corriendo tan rápido como pudo en la oscuridad.
La entrada principal del castillo estaba abierta de par en par. Respirando agitadamente, Kim entró a toda prisa. Corrió por el recibidor a oscuras y llegó al gran salón, donde chocó contra Eleanor. Un camisón blanco de encaje empapado estaba adherido al cuerpo de la mujer como una segunda piel.
Kim se paralizó de momento. El rostro de Eleanor, bajo la escasa luz, tenía la misma expresión salvaje que había visto en el de Edward. Para colmo, la boca estaba manchada de sangre.
Tropezar contra la joven le costó a Kim la ventaja que le llevaba a Edward. Jadeante, él entró tambaleándose en el salón y vaciló, mirando a Kim de manera feroz en la penumbra. Tenía el cabello húmedo y pegado a la cabeza, la camiseta y los pantaloncillos cortos estaban cubiertos de lodo.
Edward se lanzó contra Kim, pero se detuvo cuando advirtió la presencia de su compañera de investigación. Olvidándose de manera momentánea de Kimberly, avanzó dando tumbos hacia Eleanor. Cuando se encontraba a corta distancia de ella, echó la cabeza hacia atrás con cautela, como si olfateara el aire. La contendiente hizo lo mismo y con lentitud empezaron a dar vueltas uno alrededor del otro. Kim se estremeció. Era como si estuviera atrapada en una pesadilla en la que observaba a dos animales salvajes encontrarse en medio de la selva.
Retrocedió mientras Edward y Eleanor estaban ocupados. En cuanto vio el camino despejado hacia el comedor, giró con brusquedad. El movimiento repentino sobresaltó a los otros dos. Como por algún reflejo carnívoro primitivo, empezaron a acosarla.
Kim llegó a las escaleras y, al tiempo que gritaba, corrió a la planta alta. Irrumpió en la habitación ocupada por François y se acercó hasta la cama. Sacudió al biofísico con desesperación, pero no despertó. Empezó a sacudirlo de nuevo, sin embargo, en ese instante se quedó paralizada. Aun en medio del pánico recordó que había sido igualmente difícil despertar a Edward.
Kim retrocedió un paso. François abrió los ojos con lentitud y, tal como había sucedido con Edward, el rostro sufrió en un momento una transformación salvaje. Entrecerró los ojos y el labio superior se curvó hacia arriba dejando al descubierto los dientes. De la boca salió un gruñido que no era humano y le heló la sangre.
Ella giró para huir, pero Edward y Eleanor bloquearon la puerta. Sin dudarlo, Kim se precipitó a la puerta que comunicaba con la sala de estar de esa sección de la casa y salió al corredor. De regreso en las escaleras, subió en forma apresurada al siguiente nivel y entró en otro cuarto que sabía estaba ocupado.
Curt y David se encontraban en el piso, apenas vestidos y cubiertos de lodo. Frente a ellos había un gato desmembrado. Al igual que Eleanor, tenían la boca manchada de sangre. Kim oyó a los demás subir las escaleras. Dio media vuelta, abrió la puerta que daba a la parte principal de la casa y cruzó a toda velocidad el pasillo de las habitaciones principales. En su carrera desesperada chocó contra una mesa. Cayó en medio de un tremendo estrépito. Por un segundo no se movió. Tenía un dolor punzante en el estómago y la rodilla derecha estaba entumecida. Sintió que algo le corría por el brazo, pensó que era sangre.
Kim buscó a tientas en la oscuridad y se dio cuenta de que había tropezado contra las herramientas y la mesa de trabajo del plomero. Oyó el ruido distante de las criaturas; se rehusó a pensar en ellas como seres humanos en su actual estado. Cuando por fin la vista se adaptó a la oscuridad, logró distinguir algunos de los utensilios. Tomó el soplete de acetileno y también el encendedor de fricción. Si estas criaturas la estaban cazando y actuaban bajo instintos animales, como sospechaba, el fuego las aterrorizaría.
Con el soplete en mano, la joven caminó como pudo hasta el ala de huéspedes y empezó a bajar las escaleras. Después de solo unos cuantos pasos divisó a Gloria, que iba de un lado a otro en el arranque de las escaleras, como lo haría un felino frente a su guarida. Cuando la farmacóloga vio a Kim, profirió una especie de aullido y empezó a subir la escalera.
Kim cambió de dirección, huyó por el pasillo y bajó por la escalinata principal, pegada a la pared para ocultarse. Al llegar al final de los escalones, cojeó hacia el vestíbulo. A casi tres metros de su meta, se detuvo. Para consternación de Kim, Eleanor caminaba sigilosamente de un lado a otro frente a la entrada principal.
Se hizo a un lado a fin de evitar la línea de visión de Eleanor. En cuanto lo hizo, se dio cuenta de que alguien bajaba por la escalinata principal. Kim cojeó al baño que estaba construido debajo de la escalinata y cerró la puerta. Estaba aterrorizada. Colocó el soplete de acetileno y el encendedor en el piso y se sentó en la taza del baño para aliviar un poco la presión sobre la rodilla hinchada.
Transcurrió cierto tiempo. Kim no podía saber cuánto. La casa estaba en silencio. Pero entonces cobró conciencia del sonido que alguien hacía al olfatear. Si Edward había sido capaz de percibir el olor de su colonia la otra noche, tal vez podría volver a olerla.
Los minutos pasaron con lentitud. Por los ruidos colectivos, Kim comprendió que el grupo estaba reunido al otro lado de la puerta del baño. Emitió un quejido cuando uno de ellos dio puñetazos en la puerta varias veces. La madera apenas resistió. La enfermera sabía que no podría defenderse de un asalto concertado. Se puso en cuclillas en la oscuridad y buscó a tientas el soplete. Junto a él se encontraba el encendedor. Se incorporó con el soplete y el encendedor en las manos. Con dedos temblorosos trató de prender el encendedor. Una chispa saltó en la oscuridad. Pasó el soplete a la mano derecha y giró el tornillo; oyó un siseo continuo. Sostuvo el soplete y el encendedor a corta distancia y prendió el encendedor. Con un sonido crepitante el soplete se encendió.
Cuando Kim logró encenderlo, la puerta había empezado a astillarse bajo los golpes constantes. Manos ensangrentadas se introdujeron a través de las fracturas en el panel. Para horror de Kim, la puerta cayó hecha pedazos a medida que las criaturas desgarraban los tablones de madera.
Los investigadores estaban frenéticos, como animales salvajes a punto de ser alimentados. Intentaron entrar apresuradamente en el baño al mismo tiempo. En medio de la confusión de brazos y piernas, solo lograron obstaculizarse unos a otros.
Kim apuntó el soplete hacia ellos. Edward y Curt eran los que se encontraban más cerca. Se retrajeron por el terror; los ojos brillantes como cuentas no se apartaban de la flama azul. Animada por su reacción, Kim salió del baño, manteniendo el soplete frente a ella. Los investigadores retrocedieron. Kim hubiera preferido que se quedaran en un grupo compacto o que huyeran juntos, pero a medida que avanzaba hacia el vestíbulo, empezaron a rodearla. Tuvo que agitar el soplete en círculo para mantenerlos a distancia.
El temor abyecto que las criaturas habían mostrado a la flama en un principio; empezó a disminuir. En un momento, cuando Kim apuntaba el fuego en dirección a otro, Edward se abalanzó contra ella y la sujetó del camisón. Kim dirigió el soplete hacia él y le quemó la mano. Edward gritó de manera horrorosa y la soltó.
El siguiente en saltar hacia ella fue Curt. La chica le chamuscó una franca a lo ancho de la frente y el cabello se prendió. Curt aulló de dolor y apretó las manos contra la frente.
Gloria entró cuando Kim cambiaba de dirección y la sujetó del brazo. Esta logró liberarse con una sacudida, pero el movimiento repentino provocó que girara sin control y cayera. En el proceso de su caída, el brazo de Kim golpeó contra el borde de una mesa lateral con tal fuerza que se entumeció, lo que ocasionó que soltara el soplete, que cayó sobre el piso de mármol en un ángulo pronunciado y patinó sobre la superficie pulida.
Kim se sentó, sujetando el brazo lastimado con el sano. Las horribles criaturas se cernían sobre ella, agrupándose para matar. Con un chillido colectivo cayeron sobre la enfermera al mismo tiempo, como animales de rapiña.
Kim gritó y luchó mientras la arañaban y mordían. Entonces, un rugido estruendoso y reverberante, acompañado de una luz repentina, brillante y caliente, interrumpió el frenesí, y Kim logró escabullirse. Todos miraban confundidos sobre el hombro de la chica. Los rostros reflejaban una luz dorada.
Al volverse para mirar detrás de ella, Kim Stewart vio una pared en llamas. El soplete había prendido los cortinajes y todos ardían como si los hubieran rociado con gasolina. Las criaturas profirieron un aullido colectivo. Edward fue el primero en correr; los demás lo siguieron. Pero no se dirigieron a la puerta principal; en vez de ello, invadidos por el pánico, subieron corriendo la escalinata.
—No, no —gritó Kim a las figuras que huían. Pero todo fue en vano. No solo no la entendían; ni siquiera la oyeron. El rugido de las llamas, en su furia, sofocaba todo sonido. Se puso de pie y cojeó hacia la puerta de entrada. Una vez afuera, se volvió a mirar el castillo. La vieja estructura ardía como yesca. Las llamas ya eran visibles desde las ventanas del ático.
Para Kim la escena era como una imagen del infierno. Movió la cabeza con desaliento. El diablo había regresado a Salem.