12 – Amigos y enemigos

Chico y Barbo estaban en la cocina. Barbo estaba comiendo algo antes de irse a dormir; Chico bebía una taza de café antes de entrar de guardia en el sonar. Puesto que el comedor era ahora a la vez el dormitorio, Monk permanecía tendido en una de las mesas de la cocina, tan envuelto en mantas que resultaba difícil apreciar una forma humana bajo ellas.

—Hace un maldito frío —dijo Barbo.

Chico asintió y dio un profundo sorbo a su café.

—Esto no se mantiene caliente el tiempo suficiente. —Su brazo también le dolía como el infierno, y deseaba tanto estar en casa que podía saborear la sensación. Chico había recuperado el control de sí mismo en las últimas horas, así que no sentía deseos de llorar constantemente, pero aún estaba asustado, aún imaginaba que probablemente iba a morir y nunca volver a ver a su familia. Era más seguro, sin embargo, quejarse del café.

Barbo canturreó algo, los ojos fijos en el aire. Chico conocía la canción pero no podía recordar cuál era. Entonces Barbo pronunció las palabras de la estrofa final:

—Jesús, salvador, condúceme.

Era un himno. Chico jamás hubiera imaginado que Barbo fuera del tipo religioso.

No lo era, como demostró el propio Barbo con lo siguiente que dijo:

—Tal como lo veo, socio, si Dios me quisiera ahora yo estaría en mi casa en Houston.

—¿Cómo sabes que no podría haberte pasado algo peor en Houston, caso de estar allí? —preguntó Chico.

—Dime una cosa que pueda pasarme en Houston que sea peor que esto. Estoy a seiscientos treinta metros debajo del océano con un huracán encima de mi cabeza, aislado del mundo, nos quedan quizás otras diez horas de oxígeno, nuestra plataforma está hecha una pena y no podemos utilizar nuestra energía para movernos, tenemos a un miembro de nuestro grupo viendo OVNIs cada vez que está sola y un loco con una bomba atómica dando órdenes y viendo comunistas por todas partes. —Barbo dio otro mordisco a su bocadillo de galleta y mantequilla de cacahuete—. La única cosa peor que esto que podría pasarme sería que me rebanaras la polla y me metieras en una habitación llena de putas.

Chico se echó a reír. Lo mejor de Barbo, incluso cuando estaba irritado y cagado de miedo, era que podía hallar una forma de hacer que todo sonara divertido.

—El teniente Coffey es un buen hombre.

Chico miró a su alrededor, sorprendido. ¿Quién había dicho aquello? Monk. Había olvidado que estaba allí.

—Pensé que estaba dormido —dijo Chico.

—Hemos pasado auténticos infiernos con el teniente Coffey, un montón de veces. —Monk no sonaba irritado. Simplemente les estaba diciendo algo que ellos no sabían—. Siempre nos ha traído de vuelta. A todos nosotros.

—Bueno, no esta vez —dijo Barbo.

—Nunca había perdido a ningún hombre antes —murmuró Monk.

Chico no lo sabía. Eso explicaba en parte por qué Coffey se mostraba tan inquieto, tan trastornado.

—Bueno, ¿no es por eso para lo que pagan a los soldados? —preguntó Barbo. Estaba bromeando de nuevo, pero esta vez, pensó Chico, no era momento de bromas.

—No, señor —dijo Monk—. Es por eso por lo que los soldados reciben honores.

Chico empezó a pensar entonces en lo que hacían los soldados, y en cómo no había pensando en por qué Coffey podía estar tan trastornado ahora, así que les contó una historia:

—Cuando mi padre estaba en la Marina, allá por el cuarenta y uno, su barco atracó en la Habana y él bajó a tierra de permiso con algunos compañeros. Eso fue antes de Castro. Bien, actuaron como marineros de permiso, emborrachándose y divirtiéndose lo suficiente como para matar a un hombre normal, y estaban cruzando el Parque Central de la Habana, y mi padre sintió deseos de mear. Hay allí esta estatua justo en el centro del parque, encima de un pedestal de piedra, como una pared, así que mi padre va, se la saca, y mea sobre la piedra. Y, mientras está haciendo eso, uno de los otros tipos imagina que es un escalador y empieza a trepar hasta arriba de la estatua y se sienta en su cabeza.

—¿Piensas llegar a alguna parte con esto, Chico? —preguntó Barbo.

—Oh, bueno, a vosotros no debe sonaros como gran cosa, ¿no? Sólo un puñado de marineros borrachos, ¿correcto?

—Correcto.

—Sólo que se trataba de la estatua de un tipo llamado Martí, y para los cubanos es como George Washington y Abraham Lincoln y Nathan Hale todos en uno para nosotros, y aquél es el templo más sagrado a su memoria. Quiero decir que, ¿qué ocurriría si un puñado de cubanos fueran al Lincoln Memorial y se subieran a él y se cagaran en su regazo y luego se limpiaran el culo con la bandera?

—Que estarían lamiéndolo todo con sus sucias lenguas en menos de diez segundos —dijo Barbo.

—Si la policía no llega a estar allí —dijo Chico—, la multitud en el parque hubieran cogido a mi padre y a los demás marineros y los hubieran hecho pedacitos. Pedacitos tan pequeños que las hormigas se los hubieran llevado antes de que pudieran recoger suficientes de ellos para llenar un ataúd. Eso es lo que siempre me contó mi padre. Se asustó más que nunca en su vida.

—¿Qué fue lo que le ocurrió?

—Allá por aquellos días el gobierno cubano estaba formado por un puñado de lameculos de los Estados Unidos, así que devolvieron a mi padre y a sus amigos a la flota. El pueblo cubano odió eso. Pedían sangre. Su honor había sido mancillado, dijo mi padre. Y eso es lo peor que puede pasarle a un cubano. Todavía se desafían a duelo, ¿sabes? De todos modos, hubo manifestaciones por las calles, y cuando el embajador de los Estados Unidos salió e intentó hablar con los manifestantes, apareció la policía y cargó contra la gente. Así que los únicos que resultaron castigados por el incidente fueron los propios cubanos.

—Apuesto a que tu padre recibió una bronca fenomenal —dijo Barbo.

—No le dijeron una maldita cosa al respecto. Si la Marina hubiera castigado a sus hombres, entonces quizá los cubanos hubieran olvidado el incidente, porque eso hubiera sido como decir: Nuestros chicos se comportaron mal, y lo sentimos. Pero cuando no ocurrió nada, fue como si los Estados Unidos estuvieran diciendo: Que os jodan a vosotros y al caballo. Mi padre siempre contaba esa historia. Cada vez que uno de nosotros, cuando chicos, nos metíamos en una pelea con alguien, mi padre decía: ¿Qué hiciste? Y cuando nosotros decíamos: No hice nada, repetía: ¿Qué hiciste? Y nosotros decíamos: Todo lo que hice fue esa cosa inofensiva. Y entonces él decía: ¿Y qué crees que pensaba de ella el otro chico? Y la mayor parte de las veces terminábamos diciendo: Debía pensar que yo era más rastrero que el culo de una rata. Y mi padre nos contaba de nuevo esa historia, y luego nos zurraba hasta que no podíamos sentarnos en varios días.

Barbo se echó a reír.

Monk no.

—Eres un filósofo, socio, y yo nunca lo he sabido —dijo Barbo.

—Sólo estoy diciendo que no sabemos lo que pretende Coffey con lo que está haciendo, y puedes estar seguro de que él no sabe lo que nosotros pretendemos con lo que estamos haciendo. Ya nadie comprende a nadie en este mundo.

La sonrisa de Barbo se borró y se inclinó hacia su compañero, con un aspecto más serio del que Chico le había visto nunca.

—Probablemente tengas razón, socio, pero te diré una cosa. En estos momentos Coffey está loco a causa del SNAP. Tiembla, está paranoide, y suda tanto que probablemente no necesite mear. Así que no estamos hablando aquí de un simple malentendido o de tipos que se emborrachan y se mean en el lugar equivocado. Estamos hablando de alguien que sabe cómo matar a la gente con sus manos desnudas y que piensa que el océano está lleno de rusos y que nosotros somos unos peligrosos simpatizantes comunistas y, encima de todo eso, tiene consigo una bomba que puede causar una marejada que haga pedazos la Deepcore contra las costas de Nebraska.

—No es un artefacto tan poderoso —dijo suavemente Monk.

—No me venga con ésas —respondió Barbo—. Si su teniente va a volarme el culo en pedazos, deseo pensar que es una bomba de primera clase la que lo haga, ¿de acuerdo? —Se volvió hacia Chico—. ¿Y sabes otra cosa? Ni siquiera voy a cepillarme los dientes después de comer. —Y con eso se dio la vuelta en la mesa, tiró de un par de mantas hasta su cuello, y se enroscó para echarse a dormir. Chico se dirigió hacia un montón de ropa que había sobre otra mesa y volvió con una almohada, que metió debajo de la cabeza de Barbo.

—Gracias, mamá —dijo Barbo.

—Procura no tener sueños sucios mientras duermes —dijo Chico. Recordó el ritual meter a sus chicos en la cama, y sintió las emociones prohibidas crecer de nuevo dentro de él. Mantente controlado, Chico. Lo que ocurra, ocurrirá. Lavó su taza y se encaminó hacia el sonar, para poder vigilar la aparición de posibles intrusos.

Lindsey no podía hacer nada acerca de Coffey, pero eso no significaba que no pudiera hacer nada en absoluto. Nadie más la creía acerca de los INTs. Excepto Coffey, y éste sólo la creía lo suficiente como para convencerse de que se trataba de un sumergible ruso. Y Hippy…, él sí la creía. La irritaba realmente el que, de toda la gente, él fuera el único, pero era alguien, ¿no? Podía ayudar.

Halló a Hippy ocupándose del mantenimiento del Gran Tonto. La cámara en el morro del Gran Tonto estaba conectada; de tanto en tanto Hippy le hacía efectuar una serie de movimientos de prueba. Ella le observó durante uno o dos minutos. Intentó pensar en alguna forma fácil de iniciar la conversación. ¿Cómo la empezaría Bud? Hey, Hippy, he estado pensando, ¿por qué no…?

¿Por qué demonios estoy intentando ser Bud? Soy yo, y si no les gusta, peor para ellos.

—Hippy —dijo—, no puedo quedarme simplemente sentada aquí en la Deepcore esperando a que alguno de ellos vuelva.

Él dejó de trabajar y la miró un instante. Entonces se dio cuenta de a qué se refería.

—¿Los INTs?

—Quiero ir allá abajo y ver si puedo encontrarlos.

Hippy la miró como si estuviera loca.

—No puede ir ahí abajo —dijo—. Es muy profundo.

—No yo —dijo ella. Palmeó el morro del VOCR—. El Gran Tonto.

Él apoyó una mano protectora sobre su VOCR.

—El Gran Tonto va unido a un cable de control. —Aquello era mala señal, que Hippy acariciara al Gran Tonto. Hippy pensaba que las máquinas con las que trabajaba eran gente. Amigos. No le gustaba que corrieran riesgos.

—¿Es necesario? —preguntó Lindsey—. Mira, puedes simplemente conectar su sistema de guía primario e indicarle allá donde quieres que vaya, y él irá, ¿no?

Hippy agitó las manos en el aire como si estuviera intentando apartar aquella idea de su alrededor.

—No, no. Eso es una mala idea, Lindsey. Una mala idea.

—¿Por qué, Hip? Oh, vamos. —Hippy siempre tenía razones por las cuales las cosas no iban a funcionar. Ésa era una de las cosas que lo hacían valioso. También era una de las cosas que volvían loca a Lindsey.

—Porque, aunque pudiera resistir la presión a esa profundidad, lo cual no creo que pueda…, sin el cable, ¿cómo sabrá lo que ocurre allá abajo? Simplemente llegaría allá como… Por favor.

Lindsey se había puesto a juguetear con las palancas de control que había encima del banco de trabajo. No se dio cuenta de ello hasta que él le dijo que parara. Retiró la mano.

Hippy siguió:

—Llegaría allá como un estúpido. Lo que fuera tendría que pasar por delante de su cámara para que pudiéramos ver algo.

Tenía razón. Era una posibilidad remota. Pero era algo, ¿no?

—Lo sé, pero podemos tener suerte, ¿no? Deberíamos intentarlo.

—Creo que antes debería hablar con Bud acerca de esto.

—No, esto es entre tú y yo. Obtendremos pruebas, luego se lo diremos a los demás. Hippy, mira. Si podemos demostrarle a Coffey que no hay rusos ahí abajo, quizá relaje un poco las cosas.

Eso orientó a Hippy en una dirección distinta.

—Le diré una cosa, Lins: ese tipo me asusta. Más que ninguna otra cosa que hayamos encontrado aquí abajo. Es un maldito Robot Hombros Cuadrados Cabeza Cuadrada. —Sólo hablar de Coffey situó a Hippy del lado de Lindsey. Nada como tener un enemigo común para convertir a Hippy en tu leal amigo—. De acuerdo, deme un par de horas —dijo—. Veré lo que puedo hacer.

Coffey echó una mirada a la sala de control para ver si los civiles seguían todavía montando guardia. Así era, más o menos. Chico estaba allí en el sonar, con los auriculares puestos, y el equipo funcionaba correctamente. Lo único malo era que Chico estaba dormido, sujetándose su brazo roto como si tuviera miedo incluso en su sueño de que fuera a caérsele.

Coffey vagó unos instantes por la sala de control. Conectó los monitores. Aproximadamente la mitad de ellos no funcionaban…, los del lado inundado de la Deepcore. Los otros mostraban estancias vacías, o gente dormida. Excepto la cámara de observación de la bodega de inmersión. Hippy estaba allá abajo, trabajando en el VOCR, con una gran y dentuda sonrisa de tiburón pintada en su rostro. El Gran Tonto. Y ahí entraba la mujer Brigman, de modo que Coffey se sentó y escuchó cada palabra que dijeron.

Robot Hombros Cuadrados Cabeza Cuadrada.

Coffey se negó a irritarse por ninguna de las alusiones personales. ¿El muchachito amante de las ratas cree que estoy loco? Estupendo. Pero el loco eres tú, amigo. Dejar que ella te convenza para que te unas a sus planes. Empiezas a dejar que una mujer te dé instrucciones acerca de lo que debes hacer en la vida, y nunca sabes dónde vas a acabar. Puede convertirte en algo que nunca habías deseado ser. Porque las mujeres no piensan en los hombres como personas. Finalmente me di cuenta de eso. Piensan en nosotros como en máquinas particularmente útiles. Tú y ese VOCR, muchacho de la rata, sois lo mismo para ella, no puede decir dónde termina uno y empieza el otro. Observa a una mujer con una máquina, muchacho. Actuará de la misma forma que actúa contigo. Intentará hacer que la máquina haga lo que ella desea, y cuando no lo haga, le chillará, le dará la espalda y se echará a llorar, hará toda la misma mierda que haría contigo. Sólo que las máquinas son más listas que nosotros. Simplemente se quedan ahí y dejan que todo les pase por encima. Las máquinas no tienen que prestarles atención a las mujeres porque las máquinas no desean jodérselas. Y las máquinas no tienen madres. Así que al Gran Tonto le importa un pimiento si esta zorra se marcha de aquí y lo abandona y empieza a usar al Pequeño Tonto en su lugar. Una máquina no puede sentirse traicionada.

Coffey rompió bruscamente aquella línea de pensamiento. ¿Qué estoy haciendo, sentado aquí pensando en estupideces como éstas? Tengo una misión de la que ocuparme. Un vehículo enemigo en la zona. Un equipo de civiles hostiles en esta plataforma. De mi equipo sólo quedan Schoenick y Monk, un hombre y medio. Dios, perdí a Wilhite. Nunca había perdido a nadie antes. Las cosas se salieron fuera de control, completamente fuera de control, aquí abajo. Pero fue culpa mía. Y salí con el Fondoplano y la plataforma no pudo ser desenganchada y Wilhite murió. Te equivocaste, Coffey. No intentes engañarte. Te equivocaste. Pero era lo único que podía hacer aquí abajo. Actuar para el mejor beneficio de tu país, Coffey. Quizás hubieras debido renunciar al principio, cuando viste temblar tu mano. Sólo que, ¿acaso las cosas hubieran ocurrido de forma distinta? ¿Quién se hubiera hecho cargo? Cuando DeMarco dijo Fase Dos, ellos hubieran hecho lo mismo que yo hice porque ésa era la orden, dirigirse inmediatamente a un misil, retirar una ojiva de combate, llevarla a un lugar seguro y armarla. El mismo resultado. No fue culpa mía. Yo hice lo que se me dijo. ¿Por qué estoy todavía sentado aquí llorándome a mí mismo? Piensa en lo que está ocurriendo. Simplemente piensa en ello. Revisa la situación actual. Seguridades y probabilidades. ¿Cómo pueden cambiar las cosas con lo que le están haciendo al VOCR? Lo están programando para ir abajo. Directamente abajo, a la fosa Caimán. Piensa en ello.

Las luces estaban apagadas. La pseudonoche que las criaturas de tierra firme con un reloj biológico de veinticuatro horas necesitaban. Barbo, Una Noche y Bud estaban echados en otras tantas mesas en el comedor, envueltos en mantas. Monk estaba tendido en la cocina, cuidando de su pierna rota, a veces durmiendo, a veces no. El frío era intenso. El agua goteaba por todas partes, no de fugas, sino del vapor de agua que se condensaba en las paredes dentro de la Deepcore. Pero con los suficientes de ellos en el comedor y la enfermería en la puerta contigua, su calor corporal se mantenía un poco por encima de lo imposiblemente frío.

Lindsey estaba haciendo café. Había visto al entrar que Monk no estaba dormido. Así que, cuando el café estuvo hecho, sirvió dos tazas. Llevó una allá donde estaba tendido el hombre, sólo una cara entre un montón de mantas. Su mano emergió, cogió el café.

Cuando Lindsey se volvió, sintió la mano del hombre tocar su manga. Se volvió de nuevo hacia él.

—Gracias —dijo Monk. Ella le respondió con un movimiento de ojos, luego se alejó.

No era como el teniente Coffey. Quizás antes lo fuera, pero ahora ya no. Esa actitud dura y eficiente ya no estaba allí. Ese aire de inabordabilidad. Monk se había convertido de nuevo en una auténtica persona. Quizás eso se lo hubiera hecho el dolor, pero al menos recordaba cómo ser humano, cómo ser un muchacho de veintitantos años, aún no seguro de haber madurado, aún no seguro de lo que deseaba ser. Era una buena señal…, quizás hubiera también un ser humano oculto dentro de Coffey y Schoenick. Quizás eso significara que había un límite a su arrogancia. Una línea que no pudieran cruzar. Recordó a Schoenick sujetándola, lo impotente que se había sentido. No importaba cómo se debatiera, era como si él ni siquiera se diese cuenta. Le quedaba tanta fuerza no utilizada, que ella sabía que hubiera podido matarla simplemente así. Simplemente un golpe en un lado de su cabeza, y su cuello se partiría como si fuera un pretzel. Odiaba eso. Que alguien tuviera tanto poder sobre ella.

Se dirigió de la cocina al comedor. Bud estaba allí, roncando suavemente. Se sentó junto a la mesa donde él estaba durmiendo. La brisa de su movimiento debió molestarle un poco, o quizá fueron sus suaves pisadas, pero de cualquier modo su roncar disminuyó a un leve jadeo. Eso acostumbraba a pasar siempre cada vez que ella se iba a la cama tarde. Un rechazo sin palabras, como si le estuviera diciendo: Me has dejado aquí solo, ¿dónde estabas?

Le habló como acostumbraba a hacerlo en casa:

—Virgil, vuélvete de tu lado.

Bud gruñó, se volvió de su lado. Una respuesta automática. El esposo bien entrenado. Casi había olvidado aquello. Había tantas cosas que eran puro reflejo entre ellos. Puede que no se comprendieran el uno al otro, pero sabían cómo vivir juntos, cómo estar juntos. Llevaban un buen kilometraje en el matrimonio, más que la mayoría de la gente en tan pocos años, porque habían estado juntos despiertos y dormidos, en el trabajo y en casa. Pero si el viejo coche ya no funciona, tienes que comprarte un coche nuevo, ¿no? No puedes aferrarte al viejo hasta que se te oxide en el patio delantero. Fuimos buenos juntos durante un tiempo, Virgil y yo, y luego ya no. Eso es todo. Es una lástima, sí, pero no es el fin del mundo.

A solas ahora en el sonar, Chico siguió durmiendo. Si creyera realmente que había algo ahí fuera, hubiera permanecido despierto, hubiera montado guardia. Pero era un escéptico, así que dormía. No oyó la interferencia que surgió en el sonar pasivo. No vio el casi imperceptible rastro que apareció en la pantalla del sonar activo.

Brotó del abismo, un simple tubo de agua dentro del agua. Normalmente el sonar no detectaba en absoluto a los constructores y los porteadores, porque no hacían ningún ruido, y cuando el sonar transmitía las ondas de sonido de alta frecuencia, sus cuerpos absorbían la energía de las vibraciones del sonido dentro del agua, sin reflejar nada que el sonar pudiera recoger. Ahora, sin embargo, estaban intentando algo nuevo. En vez de probar de alcanzar a los seres humanos en el agua, intentaban alcanzarlos dentro de la Deepcore y observarlos, comunicarse con ellos si era posible. Eso significaba desarrollar una nueva estructura que pudiera medrar en un entorno gaseoso en vez de líquido. Eso significaba remodelar y unir varios porteadores en un tubo flexible como un solo y grueso zarcillo. Dentro de este tubo, los constructores podían circular libremente. Tenían que encoger sus cuerpos a fin de encajar en él, del mismo modo que lo hacían cuando viajaban en un deslizador. Esto era peligroso…, no disponían de ninguna de sus protecciones naturales contra la relativamente baja presión tan cerca de la superficie. Fue por eso por lo que los constructores enviaron hacia arriba el tubo desde un deslizador muy abajo en el risco, a fin de que nunca tuvieran que aventurarse en aguas libres. El tubo les protegería, les permitiría llevar consigo el océano dentro del interior gaseoso de la Deepcore. Verían a los humanos tal como los humanos se veían unos a otros.

Puesto que el nuevo tubo tenía una capa exterior mucho más gruesa, los constructores no podían absorber energía de ningún tipo a través de él. Las ondas de sonido ya no eran absorbidas; los movimientos del tubo podían ser ahora detectados, débilmente, por el sonar activo de la Deepcore.

También significaba que, a medida que el tubo se alzaba del cañón, no había ninguna disminución en las luces dentro de la Deepcore. Los constructores sabían por la mente de Lindsey que no disponían de energía que malgastar, y que les quedaba poco oxígeno…, el riesgo de más muertes humanas era un asunto serio para ellos, ahora que sabían lo permanente y completa que era la muerte humana. No harían nada para incrementar el riesgo. Además, la disminución de la energía hacía que los humanos se mostraran más temerosos. Acercándose de aquel modo, dentro del entorno gaseoso humano, sin ninguna acción perjudicial como el drenaje de energía, seguro que los humanos no les tendrían miedo. Entonces podrían iniciar las conversaciones.

En la bodega de inmersión, Hippy acababa de terminar las modificaciones en el Gran Tonto. Observó el morro del VOCR, con su ventana frontal en forma de burbuja como un único ojo, la sonrisa de tiburón pintada debajo de ella.

—Todo listo, chico grande —dijo. Y luego, severamente—: Te dije que borraras esa sonrisa de tu rostro. —Hippy bostezó, apagó las luces, abandonó la bodega de inmersión.

Tras él, la sonda de los constructores ascendió desde el agua al aire —la tetramezcla— que respiraban los humanos. La estructura se solidificó, se flexionó, se mantuvo firme. El resplandor de la vida dentro del tubo se reflejó desde el agua, haciendo que las sombras danzaran en techo y paredes. Rápidamente, firmemente, siguió a Hippy fuera de la bodega de inmersión, con el tubo creciendo por su extremo, el agua y la energía fluyendo a lo largo de él para proporcionar los materiales necesarios para su crecimiento, extrayéndolos del fondo del mar en el abismo. Era la primera vez que los constructores habían tenido que crear una estructura que pudiera moverse flexiblemente sobre superficies sólidas mientras era totalmente autónoma en fluidos y energía. Los deslizadores habían tenido que moverse a través del aire libre y el enorme vacío del espacio; nunca habían tenido que moverse a través de estrechos corredores. Así que su rígida y esqueletizada estructura no servía para nada. Afortunadamente, la atmósfera dentro de la Deepcore estaba presurizada para equilibrarse con el ambiente oceánico, así que la sonda no tuvo que enfrentarse a una seria presión diferencial. Toda la fuerza de la estructura fue empleada en mantenerla equilibrada en el aire, sin tocar nada innecesariamente, puesto que cada punto de fricción requería una energía y una atención mucho más grandes para sostener las paredes del tubo.

Funcionó espléndidamente. Se alzó fuera del agua, balanceándose con precisión mientras giraba y se extendía por encima de la cubierta de la bodega de inmersión, luego empujaba su creciente extremo a través de la compuerta y penetraba en los corredores de la Deepcore. Habían construido algo nuevo, y funcionaba; aunque no consiguieran nada con ello, aquello era algo que valía la pena compartir con otras colonias de constructores en otros mundos.

Pero tenía que salir algo más de aquello. Estaban tan cerca de conseguir hacerse comprender. Si los humanos eran capaces de contenerse un poco más, los constructores podrían explicárselo todo, a fin de que no se mataran los unos a los otros con ofensas que nadie pretendía llevar a cabo.

Hippy avanzó por el oscuro corredor. Llegó a los lavabos y entró. Tras él, la luz se reflejó en las paredes y la compuerta. El constructor que iba en cabeza llevó el extremo de la sonda más allá de la puerta y se dirigió hacia las estancias donde los constructores fuera de la Deepcore le habían dicho que estaban reunidos la mayor parte de los humanos. Otro constructor permaneció detrás en el tubo y envió zarcillos a través de la puerta al interior del lavabo y empezó a sondear el cerebro de Hippy mientras éste permanecía sentado allí.

La sonda alcanzó la estancia donde dormía Monk. El constructor más cercano al extremo de la sonda envió zarcillos para examinarlo. Sufría dolor, pero los daños en su pierna eran sólo estructurales, y el cuerpo se estaba curando a sí mismo. El constructor no conocía lo suficiente la estructura del cuerpo humano como para mezclarse. Siguió adelante.

La sonda encontró a continuación a Lioso. Allá los zarcillos del constructor captaron una información más inquietante. El envenenamiento por oxígeno de Lioso había causado serios daños cerebrales. Muchas de las conexiones en su interior se habían roto, cambiando drásticamente la condición que existía cuando uno de los constructores sondeó su cerebro allá en el Montana. Pasó la información al constructor que estaba más cerca de él en el tubo. Inmediatamente el segundo constructor se puso a trabajar, reestructurando el cerebro al estado en el que estaba cuando fue sondeado antes. No llevaba todas aquellas memorias consigo, pero necesitó sólo unos breves momentos para que las preguntas fueran transmitidas a lo largo del tubo hasta el deslizador que aguardaba bajo el borde del risco. Las preguntas fueron enviadas por mensajero a la ciudad. Unos momentos más tarde regresó un mensajero con la memoria exacta y perfecta de cómo era el cerebro de Lioso antes del accidente. El segundo constructor envió sus propios zarcillos e inició el trabajo de reconstrucción. Puesto que era un trabajo delicado, que requería mucha inteligencia sobre el terreno, pasó una significativa porción de sí mismo a lo largo de los zarcillos, de modo que durante unos breves momentos moró en la cabeza de Lioso, supervisando el trabajo a fin de poder tomar decisiones instantáneas sobre una docena de aspectos a la vez.

Mientras tanto, el que iba en cabeza siguió presionando, confiando en que el trabajo de deshacer el daño que habían causado seguiría su curso tras él. El extremo de la sonda llegó al comedor, donde Bud, Una Noche y Barbo estaban dormidos sobre otras tantas mesas, y Lindsey cabeceaba en una silla. El constructor la reconoció por su olor…, los pequeños copos de piel que todo humano libera al aire, con cada copo conteniendo incontables moléculas que retienen perfectamente su identidad. Inmediatamente el constructor lanzó zarcillos hacia Lindsey y hacia todos los demás que dormían en la estancia. Puesto que tenían que tenderse cruzando una amplia zona de gas, sin el sostén del agua, los zarcillos eran más gruesos que antes…, docenas de moléculas de diámetro. Pero para los ojos humanos seguían siendo totalmente invisibles. Entraron en todos los durmientes a través de las fosas nasales, los oídos, los ojos, y sondearon rápidamente sus cerebros. Era una costumbre ahora, aunque hacía muy poco que habían explorado un cerebro humano por primera vez. Al cabo de unos momentos, las memorias fueron transferidas a lo largo del tubo a los constructores que aguardaban en la parte de arriba del cañón, y éstos a su vez las transportaron a la ciudad en las profundidades del abismo. Inmediatamente la ciudad empezó a analizarlas. Pronto sabrían lo que había estado ocurriendo en la Deepcore desde distintas perspectivas. Pero no lo bastante pronto.

Lindsey se agitó. Los otros no sintieron nada y siguieron dormidos, pero Lindsey había sido tocada antes, y notó la oleada de nuevos pensamientos dentro de su mente, no como un sueño, sino como un suceso. Abrió los ojos y lo vio de inmediato, un vítreo tubo de agua suspendido en el aire, penetrando en la estancia por la puerta.

—Bud —susurró, temeroso de alarmarlo, pero decidida a que esta vez no fuera ella sola la única testigo—. Bud. Bud, despierta.

Él empezó a despertar. Lindsey sintió un terrible temor a que mirara y no viera nada, a que realmente ella se estuviera volviendo loca. Entonces los ojos del hombre se abrieron mucho, su cuerpo se envaró, se alzó de la cama como un lagarto despertando. Sí, él también lo vio.

Una Noche oyó los susurros, captó el movimiento, despertó también. Cuando vio el tubo, intentó reflexivamente echarse hacia atrás. Pero no había ningún lugar donde ir.

Bud oyó también movimiento en la cocina, donde Monk debía haberse despertado. Eso dejaba sólo a Barbo dormido.

—¡Barbo! —llamó. Le arrojó una almohada—. ¡Barbo!

Barbo despertó malhumorado, deseoso de volver a dormirse. Echó a un lado la almohada que le habían arrojado, se encasquetó la gorra sobre los ojos. Luego se dio cuenta de lo que habían entrevisto sus adormilados ojos. Se enderezó de golpe, agarró el primer objeto pesado que le vino a mano: una maceta con una planta en el alféizar de la ventana. La alzó como si fuera un arma. Estaba dispuesto a presentar batalla.

El constructor que había lanzado la sonda captó el miedo en ellos, pero esta vez no se retiró. La ciudad había decidido que un poco de miedo era tan natural en los humanos que privarlos de él por completo los deformaría. El único mensaje que envió directamente a sus cerebros fue una sensación de vacilación, un deseo de aguardar y vigilar. Puesto que este deseo se hallaba ya presente en ellos, era sólo asunto de reforzar lo que ya estaba allí. Sólo Lindsey observaba sin ningún miedo en absoluto.

Así que el constructor decidió iniciar su intento de comunicación abierta con ella. Puesto que los humanos no comprendían que se les estaba hablando cuando eran colocados directamente pensamientos en sus mentes, tenían que intentar otra forma. El lenguaje les resultaba todavía algo demasiado extraño y difícil para intentarlo con confianza. Pero, puesto que ellos también podían captar la voz, habían pensado que un mensaje visual tal vez funcionara. Así que la sonda se retorció y se lanzó hacia delante hasta que flotó en el aire frente al rostro de Lindsey.

Esto la sobresaltó, y ahora tuvo miedo, por un instante.

—Bud… —dijo. Pero entonces la sonda vaciló en el aire, con su extremo a medio metro de ella—. No, está bien, está bien —dijo. Apoyó una mano tranquilizadora en él.

Él obedeció, porque ahora confiaba plenamente en ella. Era ella la que había demostrado tener razón. Si ella decía que todo estaba bien, entonces era que todo estaba bien.

—Creo que le gustas —le dijo.

El constructor sintió que la ansiedad de Bud disminuía junto con la de Lindsey. Se sorprendió ante aquello. Todo lo que ella había hecho había sido tocarle y decir unas cuantas palabras, y sin embargo el cerebro del hombre se llenó de calma, como si ella hubiera puesto el pensamiento directamente en su cabeza. Esto era una sorpresa. No habían creído que los humanos fueran capaces de algo así. ¿Cómo lo había hecho, sin ninguna conexión física, cerebro a cerebro?

No había tiempo para explorar aquello…, que la ciudad se encargara de analizarlo cuando le llegaran las memorias. El constructor inició la tarea asignada. Cuidadosamente, formó el creciente extremo de la sonda en una imagen como en un espejo del rostro de Lindsey. No perfecta…, los pliegues y arrugas se veían suavizados debido al material del que estaba hecha la sonda, y el pelo ni siquiera era intentado. Pero era su rostro, inconfundiblemente. El constructor sondeó sus pensamientos para ver lo que hacía ella ante aquello.

Mi rostro, pensó Lindsey. Lo cual significa que ellos me conocen, o desean conocerme. Quieren que me vea a mí misma tal como ellos me ven. O quizá deseen ver como si fuera a través de mis ojos, para comprender qué aspecto tienen las cosas para mí.

Sonrió.

La imagen le devolvió su sonrisa.

Desean tener mi rostro, ser yo.

—Está intentando comunicarse —dijo. Y, mientras lo decía, el constructor llenó su mente con una sensación de seguridad. Sí. Eso es.

Pero era más fácil con ella, porque ella ya había recibido mucha comunicación de los constructores. Ahora el hombre que estaba a su lado, el hombre que ocupaba un lugar tan preponderante en las memorias recientes de ella.

Bud vio su propio rostro tomar forma en el extremo de la sonda del INT. Lindsey se echó a reír.

—¡Es maravilloso! —dijo.

Él no pudo evitar sentirse regocijado. Incluso Barbo y Una Noche estaban riendo…, nerviosamente, pero riendo.

—Soy yo —dijo Bud.

Ya sin miedo ahora, Lindsey recordó haber tocado el gran cuerpo que tanto se había acercado a ella la otra vez. Así que adelantó una mano para tocar la sonda.

—No, no, no —la advirtió Bud.

—Tranquilo —dijo ella. Confía en mí—. Todo está bien.

Él confió en ella. Lindsey adelantó la mano, apretó un dedo contra la sonda. Era fría pero no demasiado fría, y cedió fácilmente, como si hubiera hundido su dedo en un charco de agua. En absoluto como la dura pero carente de fricción superficie del grande de ahí fuera. Se llevó el dedo a la boca, lo probó.

—Agua de mar —dijo.

Pero el constructor se sintió decepcionado. Aquellos humanos no poseían un lenguaje visual más allá de unos pocos conceptos vagos. Todo era habla…, incluso su escritura era una visualización del habla. Tendrían que hallar otra forma.

Sin embargo, tenía que existir aún alguna comunicación. Así que el constructor examinó rápidamente las preguntas inmediatas en sus mentes, y reordenó éstas para que recibieran las respuestas que deseaban. Luego retrocedió, retirándose de la habitación. En su camino hacia fuera, pasó cerca de Monk, adelantó unos zarcillos hacia su mente. Captó de inmediato que era distinto, que sabía cosas que el resto de ellos no conocían. Por un lado, sabía cómo matar, y lo había hecho más de una vez. Pero era algo complicado, sorprendente…, no hallaba placer en ello, no se sentía orgulloso de ello.

Monk también sabía acerca de la ojiva de combate que había sido traída a bordo de la Deepcore; y, aunque el constructor detectó que él no la usaría, supo a través de él que la ojiva de combate había sido armada. Lejos de desmantelar sus armas, los humanos se estaban preparando para usarlas.

Ordenó a la sonda que avanzara rápidamente por el corredor hasta el lugar donde la mente de Monk le había dicho que estaba oculta la ojiva de combate. La ciudad tenía que saber lo que estaba ocurriendo con ella, lo que pensaban hacer con ella, cómo funcionaba. Con Bud y Lindsey, Barbo y Una Noche corriendo tras él, llevó la sonda escalerilla abajo hasta la sala de mantenimiento donde se guardaba la ojiva.

Sus zarcillos examinaron el arma. Aún estaba viva; la maquinaría estaba dispuesta para que pudiera estallar. ¿Por qué se estaban preparando los humanos para hacer esto? Si los constructores pudieran comprenderlo, entonces quizá pudieran abrir la llave que conducía a toda la locura que habían visto, quizá pudieran comprender la humanidad y hallar una forma de sobrevivir en el mismo planeta con ella. Sondeó de nuevo las mentes de las personas que lo observaban, pero ninguno de ellos sabía. De hecho, ellos también tenían miedo del arma; la odiaban casi tanto como los constructores…, incluso Monk sentía así.

Entonces, ¿por qué la toleraban? Por miedo a Coffey. Por un sentimiento de deber y responsabilidad hacia su nación. Por la maravilla ante el poder de aquella cosa. Por la reluctancia a tomar la responsabilidad de actuar contra ella. En la mente de Lindsey, un recuerdo de ser retenida por Schoenick, impotente, incapaz de moverse, algo tan terrible para ella como asfixiarse. Muchas razones en muchas combinaciones.

Y, mientras el constructor mantenía el tubo cerca de la ojiva de combate, pudo captar también su miedo. Estaban aterrorizados de que él pudiera activar el arma, o de que se mostrara tan furioso con ellos por tenerla que decidiera tomar represalias. También había esperanza en algunas de sus mentes…, esperanza de que la desarmara, de que se la llevara lejos de ellos. Esos humanos…, ni siquiera confiaban en sí mismos.

Coffey y Schoenick estaban en la zona de vestuarios, hablando allá donde sabían que no podían ser oídos. Entonces oyeron la conmoción mientras los demás se movían con rapidez por un distante corredor. Ocurría algo, algo desconocido y por lo tanto peligroso. Coffey sospechó rebelión, amotinamiento; se preparó para actuar. Entonces vieron la sonda alzándose por el pozo lunar como un gigantesco tentáculo, cruzando la compuerta. Era increíble. Coffey dejó caer su arma, retrocedió ante la cosa. No podía luchar contra ella. Estoy loco, pensó. Mi cerebro se ha vuelto completamente loco y estoy viendo cosas que no pueden estar aquí.

Excepto que Schoenick lo veía también. Así que tenía que ser real. Y eso significaba que, fuera lo que fuese, estaba penetrando en la plataforma. Y eso era demasiado peligroso para tolerarlo. Sin embargo, nunca se había sentido tan asustado.

Aquél era un enemigo para el que no estaba preparado en absoluto. No había protocolo alguno para luchar con imposibles monstruos submarinos que podían introducir un brazo de medio metro de grueso en tu nave. No había armas especiales para ellos.

Pero Coffey se había enfrentado a situaciones inesperadas antes. Podía improvisar. ¿El tentáculo se metía por una compuerta? Veamos lo que ocurre si esa compuerta se cierra.

Se dirigió rápidamente hacia el botón que accionaba automáticamente la compuerta hermética. Lo pulsó. La compuerta empezó a cerrarse.

La compuerta necesitó sólo tres segundos para cerrarse. En aquel momento la sonda reconoció el peligro e informó a los constructores. Al instante dejaron lo que estaban haciendo y se retiraron por el tubo. Fue necesario menos de un segundo para que desaparecieran. Entonces, incluso los porteadores que mantenían la sonda se retiraron, dejando tras ellos estructuras de agua que, sin una constante renovación, ya se estaban colapsando. Cuando la compuerta se cerró, no había nada vivo en la sonda. Todos se habían marchado, con sus memorias intactas, y lo que chapoteó en las cubiertas de la Deepcore no fue más que agua de mar.

En la sala de mantenimiento, el equipo de la plataforma no tuvo ninguna advertencia de lo que estaba ocurriendo. El tentáculo estaba allí, con su punta flotando cerca de la ojiva de combate, y luego, de pronto, había desaparecido y el agua chapoteaba contra el suelo, salpicándoles. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué lo había matado?

Allá en la bodega de inmersión, el muñón de la sonda retrocedió de la compuerta. Por un momento pareció como si fuera a atacar a Coffey y Schoenick. Coffey dejó escapar un grito y alzó las manos para protegerse de la cosa. De hecho, el constructor dentro de la sonda estaba tendiéndose hacia ellos con sus zarcillos, efectuando una rápida exploración de sus dos cerebros. Halló un inexpresable terror en el de Coffey…, algo mucho peor de lo que Lioso había sentido. Éste es uno que ha intentado matarnos, pensó el constructor, y ahora teme nuestra represalia. Teme que lo arrastremos hasta la locura; si nos quedamos, le causaremos daño. Retiró su contacto con Coffey e hizo retroceder la sonda de vuelta al pozo lunar.

El muñón del tentáculo cayó de regreso al agua con un chapoteo. Coffey, jadeante, lo vio desaparecer. No me ha tocado, pensó. Supo quién era yo, me vio, pero no me ha tocado. Lo partí en dos y no me ha hecho ningún daño. Le vencimos. Se sintió igual que después de que el ladrillo de cemento golpeara la cabeza de Darrel Woodward. Cuando Darrel estaba tendido allí y Coffey se quedó unos instantes de pie junto a él, dándose cuenta de la magnitud de su acción. Sin una chispa de remordimiento, porque no había hecho otra cosa más que cumplir con su deber. Pero henchido con la sensación de su propia fuerza.

Sentado allí, jadeando aliviado, se dio cuenta de que la mujer Brigman había tenido razón. Aquello no eran los rusos…, no había ninguna maldita forma en que los rusos pudieran hacer algo así. Lo que resultaba increíble para él era que ella pensara que era mejor de esta forma. Estaba loca. Esta cosa era mucho más peligrosa que los rusos, hasta tal punto que apenas podía concebir todas las posibilidades. Al menos los rusos eran humanos, sometidos a las mismas limitaciones que él. Tenían que respirar, tenían que llevar consigo combustible, tenían límites. Pero esas cosas, fueran lo que fuesen, pertenecían aquí abajo.

Y, fueran lo que fuesen, poseían una tecnología más allá de todo lo creíble. También tenían acceso a las docenas de ojivas de combate en los misiles del submarino. Y nadie sabe nada de eso excepto nosotros. Podían salir del agua y hacer lo que quisieran, en cualquier momento que quisieran. Nosotros somos los únicos que sabemos de ellos, y no podemos advertir a nadie. Hay una doctrina militar al respecto. Algo…, no puedo recordar. La regla es siempre: Vuelve y da el aviso. No te enfrentes a una inesperada fuerza superior sin órdenes, simplemente regresa e informa. Sólo que, ¿qué haces si no puedes informar, si no hay ninguna forma de transmitir el aviso?

Haces lo que puedes por neutralizar al enemigo. Te dejas eliminar en el esfuerzo si es necesario, pero neutralizas al enemigo y proteges a tus fuerzas principales del ataque por sorpresa.

Sólo que, ¿y si no puedo hacer nada por neutralizarlo? ¿Y si el enemigo es tan superior que todo lo que puedo hacer es enfrentarme a él y morir? No quiero morir para nada. Es pedir demasiado.

Quizá, sin embargo, sí haya algo que podamos hacer. Era más fácil hacer daño a la cosa de lo que parecía al principio. Se lo pensará dos veces antes de volver. Y, aunque todavía no sepamos mucho sobre ella, sabemos que puede ser dañada. Amputada. Rota. Y eso significa que podemos ganar. Quizá sólo haya una pequeña posibilidad de ello, pero si puedo imaginar exactamente la forma correcta de hacerlo, entonces puedo vencerla. Será el más peligroso, terrible enemigo al que ningún soldado haya tenido que enfrentarse nunca, pero puedo vencerla.

En el sonar, Chico despertó, sobresaltado. Fue el sonido del chapoteo del agua en los corredores lo que lo despertó, pero todo lo que pudo oír ahora fue el zumbido del sonar. Luchó por precisar la cosa que se alejaba rápidamente de la Deepcore, pero había desaparecido antes de que consiguiera nada.

Hippy salió del lavabo, sintiéndose mucho mejor pero aún dispuesto a dormir un poco. Si quedaba algún espacio libre donde poder tenderse. Cuando pisó el suelo, chapoteó en él. Bajó la mirada, vio un par de centímetros de agua por toda la longitud del corredor. ¿Qué demonios podía haberla causado? No había sonado ninguna alarma. No podía ser una filtración. Siguió el agua hasta encontrar a los demás que volvían de la sala de mantenimiento.

Unos minutos más tarde estaban todos reunidos en el comedor. Lindsey se sentía tan exuberante que apenas podía contenerse. Habían dudado de ella, pero ahora sabían. Coffey había estado tan malditamente seguro de que eran rusos, y ahora había quedado demostrado que estaba completamente equivocado. O quizá Coffey todavía no lo aceptara.

—Así que alzad la mano los que creáis que se trataba de un tentáculo de agua ruso. ¿Teniente? ¿No? Bien, hemos adelantado algo. Ha costado un poco, pero…

Bud la escuchaba. Tenía sus razones para exultar un poco, pero el aspecto de Coffey era completamente alocado en estos momentos, y no era la mejor ocasión para pincharle. Sonrió y dijo:

—Hey, muchacha.

—¿Sí? —dijo ella. Dejó escapar una pequeña risa azarada. Sabía lo que él iba a decir antes de que lo hiciera. Estaba yendo demasiado lejos.

—¿Quieres impresionarte a ti misma? —dijo Bud. Lo dijo jovialmente, casi afectuosamente. Pero por un momento Lindsey sintió la misma oleada de irritación que siempre la invadía cuando él empezaba a manejarla. Pero esta vez se contuvo. Bud sabía cómo hacer funcionar todo aquello. Él era el mecánico a cargo. Se pellizcó el puente de la nariz, contuvo su lengua, lo consiguió. Fue malditamente difícil. Pero no se sintió tan mal como había pensado que se sentiría. De hecho, parecía bueno cooperar con él para variar, aunque esto le costara un cierto embarazo.

Fue Una Noche quien habló inmediatamente, retirando la presión de Lindsey.

—No es posible que esa cosa fuera simplemente agua de mar.

Era una pregunta, un problema, y Lindsey empezó a buscar posibles explicaciones. Las ideas le llegaron fácilmente.

—Deben haber aprendido cómo controlar el agua. Quiero decir a nivel molecular. Ya sabes. Pueden convertirla en algo plástico, pueden polimerizarla, hacer lo que quieran con ella. Pueden someterla a control inteligente. —Mientras lo decía, le sonó tan exacto, tan cierto, que no pudo dudar que allí residía la verdad. ¿Por qué? ¿Por qué estaba tan segura?

Bud estaba haciendo lo mismo.

—Quizá…, toda su tecnología esté basada en eso. Controlar el agua. —Le oyó, y reconoció que lo que él decía también era verdad. ¿Cómo lo sabía Bud?

Hippy estaba lleno de preguntas, puesto que no había visto nada excepto el agua en el suelo.

—¿Fue lo mismo que viste la otra vez?

—No —dijo Lindsey.

A Hippy se le ocurrió una idea…, una idea que se convirtió en una seguridad en el momento mismo en que pensó en ella.

—¿Sabes?, no creo que esa cosa fuera ellos.

Barbo no lo captó.

—Hippy, ¿de qué demonios estás hablando?

—Quiero decir que no creo que eso fuera un INT. Creo que más bien era su versión de un VOCR. Como el Gran Tonto.

—Hippy, ¿quieres decir que simplemente nos estaban estudiando? —preguntó Barbo.

—Sí.

—¿Por qué? —quiso saber Barbo.

Lindsey estaba dispuesta a estudiar las posibilidades.

—Por curiosidad, supongo. Probablemente somos la primera gente que ven, ¿no? ¿Quién ha llegado hasta tan abajo?

Chico pensó en lo que había estado ocurriendo allí durante el último par de días. En lo que estaba ocurriendo arriba, con la guerra cerniéndose.

—Espero que no juzguen a toda la raza por nosotros.

Barbo pensó que aquélla era una idea divertida.

—Quizá debería afeitarme.

—No —dijo Lindsey.

Coffey escuchó todo aquello, completamente inmóvil, atento. La mujer Brigman era tan engreída, todos ellos creían que eran tan listos. Todos excitados con aquel asunto, como si fuera un juego, como si estuvieran jugando a los científicos y esos INTs fueran a resultar unos seres tan dóciles como los delfines. Bueno, Coffey sabía algo del mundo, y una cosa era segura: Nada tenía el tipo de terrible poder del que disponían esos INTs sin usarlo. Les oyó hablar y reír, y durante todo el tiempo no dejó de temblar interiormente de miedo. Podía sentirlo como un temblor interno, y sabía que si dejaba que se exteriorizara se haría pedazos por completo, y entonces, ¿quién detendría a aquellas cosas, quién defendería al mundo de una invasión que podía hacer que los hunos y los vándalos parecieran meros boy scouts? Tenía que mantener el control, tenía que hacerlo, y así hizo lo único en que podía pensar. El dolor funcionaría. El dolor lo mantendría enfocado, siempre antes lo había hecho. Así que tomó su cuchillo en su mano derecha y lo metió debajo de la mesa y lentamente, cuidadosamente, metódicamente, empezó a efectuar cortes entrecruzados en la piel de su brazo izquierdo. Un corte, luego otro, luego otro, trabajando su antebrazo de arriba abajo.

El dolor llegó hasta su cerebro como una droga, despejando su cabeza. El temblor remitió, y una especie de nueva fuerza ocupó su lugar. La misma fuerza que había sentido antes, cada vez que se hallaba en la cúspide de una misión. Aquellos últimos terribles, gloriosos momentos en los que oyó la puerta de entrada abajo en las escaleras abrirse, oyó a Darrel Woodward subir los escalones, aquellos momentos justo antes de que llegara el instante de actuar.

Estaba de nuevo al control. Y ahora los otros estaban riendo, haciendo bromas acerca de vestirse adecuadamente para sus visitantes INT. Se puso bruscamente en pie y abandonó la habitación. Schoenick le siguió. Cruzaron junto al grupo como si fueran humo.

Fuera en el corredor, Coffey alzó una mano y se sujetó a una de las tuberías del bajo techo. Schoenick estaba allí a su lado, aguardando a que le dijera qué debía hacer. Un hombre perfecto. Leal hasta la médula. No como aquellos estúpidos de ahí dentro.

—Fue directamente a la ojiva de combate —dijo Coffey con voz hosca—. Y ellos piensan que es encantador.

Se volvió y abrió camino hacia la sala de mantenimiento. Cogió su bolsa de material de debajo del banco de trabajo.

Dentro había un rifle de asalto CAR-15 de cañón corto. Era el momento de pasar a la acción.

Coffey no se equivocaba respecto a Schoenick. Era absolutamente leal. Pero no a Coffey. Era leal a sus órdenes, a las reglas. Una de las reglas era que debías obedecer en todo momento a tu oficial al mando. Estupendo. Pero otra de las reglas era que evaluaras a tu equipo para ver si todo iba como debía. Había sangre en el brazo de Coffey. Hileras entrecruzadas de cortes. Nadie podía haberle hecho aquello excepto el propio Coffey. Se estaba hiriendo a sí mismo. Esto no era bueno. Y ahora estaba sacando un CAR-15 y cargándolo. ¿Para qué? ¿Dónde estaba el enemigo? Adelantó una mano y sujetó a Coffey por el brazo izquierdo…, arriba, más allá de los sangrantes cortes.

—Necesitas dormir un poco —dijo Schoenick.

Coffey apartó su mano de un manotazo y terminó con el rifle. Lugo lo dejó encima del banco de trabajo y unió sus manos frente a él de la forma en que lo hacía siempre cuando iba a empezar una explicación. Como si sujetara una caja de la verdad entre sus manos y fuera a abrirla para mostrar lo que había dentro.

—No tenemos forma alguna de avisar a la superficie —dijo Coffey. Su voz era comedida, pero Schoenick podía oír el caos detrás de las palabras—. ¿Sabes lo que significa eso?

Schoenick no lo sabía.

Coffey adelantó una mano y lo agarró por la pechera de la camisa, tiró de él hasta tenerlo muy cerca. Habló directamente al rostro de Schoenick.

—Significa que, cualquier cosa que ocurra, debemos resolverla nosotros. Nosotros.

De acuerdo. Schoenick comprendió. Por supuesto que Coffey estaba tenso. Schoenick sabía tan bien como Coffey que los civiles no estaban con ellos, que no tenían respeto hacia su misión. Ahora la misión había cambiado, ahora era diez veces, un millar de veces más importante. No podían permitirse ninguna interferencia.

Coffey metió el rifle de asalto entre las manos de Schoenick. Schoenick lo cogió. Hizo saltar el seguro. Preparado para la acción.

Unos minutos después de que los SEALs abandonaran el comedor, Bud captó la mirada de Hippy, luego hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta por la que los SEALs habían desaparecido. Hippy captó el mensaje. Ve tras ellos. Averigua qué están haciendo. Hippy se puso en pie y se marchó.

Descendió la escalerilla hasta el nivel inferior. La compuerta de la sala de mantenimiento estaba ligeramente entreabierta. Miró por la ventanilla. No pudo ver a nadie dentro. Abrió la compuerta. Crujió un poco, pero no importaba. La estancia al otro lado estaba vacía.

Completamente vacía. Incluso la mesa donde había estado todo el tiempo la ojiva de combate. Estaban llevando la ojiva a alguna parte. Eso era malo, llevarla Dios sabía dónde para Dios sabía qué. Hippy se encaminó de vuelta escalerilla arriba. Antes de llegar de nuevo al comedor, sin embargo, oyó un fuerte silbido procedente de la bodega de inmersión. Se volvió y siguió a lo largo del corredor. El sonido se hizo más intenso, y luego hubo un resonar. No, conocía aquel sonido. El torno. Alguien estaba metiendo uno de los vehículos en el agua.

Fue hasta la compuerta y miró. No se había equivocado. Estaban trasladando al Gran Tonto por la cubierta hacia el agua. Sólo que el Gran Tonto no estaba solo. La ojiva de combate estaba fuertemente atada debajo de él. El Gran Tonto era ahora un misil dirigido con una sola cabeza nuclear. Y el propio Hippy había fijado el blanco hacía apenas unos minutos.

Retrocedió de la compuerta, se apoyó contra la pared, pensó en lo que podía significar aquello. Sólo una cosa. Esos tipos iban a hacer volar a los INTs. Listo. Muy listo. No saben cuántos son, no saben seguro de qué tipo de armas disponen, ni siquiera saben si los INTs son hostiles, y aquí están, iniciando una maldita guerra nuclear con ellos. A Bud no va a gustarle.

Hippy se volvió para encaminarse de vuelta al comedor. Pero no llegó a dar ni un solo paso, porque allí estaba Coffey, mirándole con fijeza, realmente calmado. Sus labios casi rozaban el cañón de su pistola, que mantenía diagonalmente, el dedo apoyado en el gatillo. No apuntando a Hippy, pero la amenaza era muy clara.

—¿Vinisteis a olisquear algo? ¿Tú y tu rata, chico?

Luego, con la mano izquierda, Coffey agarró la pechera de su camisa y lo empujó corredor adelante.

En el comedor, Bud estaba reclinado en el domo de la ventana de observación, de espaldas a los demás. Estaba mirando hacia fuera y hacia abajo. No era que esperase ver realmente a uno de los INTs. Simplemente tenía que contemplar la oscuridad del océano mientras pensaba en ellos. Cosas…, no, no cosas, una especie de gente que vivía ahí abajo donde el océano era más terrible. Gente que podía dominar el agua y hacer lo que quisiera con ella. Gente que era más lista y más fuerte y más resistente que el océano. Gente que consideraba aquel lugar no como un enemigo, sino como un hogar.

Tras él, los demás aún estaban elaborando la curiosidad que los constructores habían animado en ellos.

—¿Crees que proceden originalmente de ahí abajo? —preguntó Una Noche—. ¿O que vienen de… ya sabes? —Señaló hacia el cielo. Dudando. Era embarazoso sugerir la idea, aunque ella sabía que tenía que ser cierto.

Lindsey estaba más allá de todo azoramiento. Siempre lo había estado. Resultaba evidente que aquellas criaturas procedían de una raíz evolutiva completamente distinta. No tenía sentido pensar en ellos como en unos residentes originarios de aquel lugar.

—No lo sé. —Se echó a reír—. Creo…, creo que son de donde tú dices. De algún lugar con condiciones similares a éstas. Mucho frío, una intensa presión.

—Oh, vaya —dijo Una Noche.

—Felices como cerdos en su pocilga en su valle ahí abajo, probablemente —dijo Barbo. Abrió una salchicha con su cuchillo, la metió entre dos rebanadas de pan y se la llevó a la boca.

La compuerta se abrió bruscamente y Hippy entró en la estancia, empujado por Coffey. Todos alzaron la vista a tiempo para ver que Coffey le daba a Hippy un nuevo empujón que lo arrojaba al suelo entre ellos. Antes de que pudieran reaccionar, Coffey les estaba apuntando con su pistola, y allí estaba Schoenick a su lado, con un rifle de siniestro aspecto.

—¡Quietos todos! —gritó Coffey. Alzó la pistola para apuntar directamente a Bud, luego la paseó por todos los demás—. Que nadie se mueva. —El mensaje era claro: Yo puedo moverme más rápido. Puedo matar a cualquiera de vosotros antes de que podáis dar un paso hacia mí. ¿Queréis que lo haga? No, será mejor que no.

Una vez vio que todos permanecían completamente inmóviles, retrocedió hacia la cocina, donde Monk se estaba levantando en su improvisada cama, observando lo que ocurría. Schoenick se situó inmediatamente en el centro de la estancia, desde donde podía ver a todo el mundo, disparar contra cualquiera al menor gesto agresivo.

Siempre con las miradas fijas en las armas, los demás ayudaron a levantarse a Hippy. Ahora podía transmitir su mensaje.

—Van a usar al Gran Tonto para enviar la bomba a los INTs. —Hippy miró a Lindsey, se dirigió directamente a ella—. Lo programamos para que fuera directamente hasta el fondo.

—¿De qué estáis hablando? —quiso saber Bud.

—Oh, Dios mío —dijo Lindsey. ¿Cómo sabía Coffey que ellos habían preparado el VOCR para que fuera hacia el fondo del abismo? Iba a hacer estallar una bomba nuclear sobre los INTs, pese a que Lindsey sabía, todo el mundo sabía, que eran inofensivos. Y, sin pretenderlo, Lindsey y Hippy les habían ayudado a hacerlo.

En la cocina, Coffey tendió su pistola a Monk.

—Toma, sostén esto un segundo. —Ayudó a Monk a levantarse, y medio lo arrastró hasta el comedor con los demás—. Vamos a pasar a la Fase Tres. —Hizo que Monk se apoyara contra la pared, en un lugar desde donde podía vigilarlos a todos. Era todo lo que Monk podía hacer en aquellos momentos para colaborar con la operación…, mantener a los otros bajo control.

Monk, sin embargo, parecía impresionado. La Fase Tres…, instalar el detonador y evacuar. Pero ¿cómo podían evacuar? Hacer estallar la ojiva en el Montana o abajo en el abismo…, los efectos serían los mismos, la Deepcore estaba demasiado cerca del borde, de modo que sería barrida por la onda de choque en cualquiera de los dos casos. Aunque todos pudieran ponerse los trajes y montar en el Fondoplano y el Taxi Uno para alejarse fuera del radio de peligro, no podrían llevar consigo la suficiente tetramezcla como para permanecer con vida más que unas cuantas horas. Ciertamente, no el tiempo suficiente para efectuar la descompresión y alcanzar la superficie. De una u otra forma, la Fase Tres sería fatal para todos ellos. A menos que Coffey hubiera establecido contacto con la superficie y supiera que el rescate era inminente. Quizás estaban enviando un cable de arrastre para tirar de la Deepcore hasta un lugar seguro tras alguna prominencia submarina. Eso podía tener sentido…, pero ¿cómo podía haberse comunicado Coffey con la superficie sin que el equipo de la plataforma lo supiera? Imposible. Coffey los estaba sentenciando a todos a muerte.

Lo más terrible de todo aquello era que Coffey iba a hacerlo a fin de matar a los INTs. Monk comprendía por qué Coffey les temía…, Coffey no había visto cómo el tentáculo intentaba comunicarse con ellos, cómo jugaba a reproducir los rostros de Bud y Lindsey. Coffey no podía sentir la absoluta certeza de Monk de que no había ningún peligro en aquellas criaturas. Para Coffey, no eran más que un peligro. De alguna forma, Monk tenía que hablar en privado con él, tenía que explicárselo, impedir que cometiera aquel terrible error.

Pero Coffey se había vuelto ya de espaldas a él para enfrentarse a los civiles. Por supuesto, la mujer Brigman estaba al frente del grupo, avanzando hacia él. Sus manos estaban tendidas hacia delante, hacia él, abiertas, en una especie de súplica. Estaba intentando mostrarse dócil y persuasiva. Casi se echó a reír…, como si ella esperara que él iba a aceptar un acto así a aquellas alturas.

—¿Coffey? Coffey, piense en lo que está haciendo. ¿Lo hará? Sólo un minuto. Piense en lo que usted…

Pero Coffey no estaba dispuesto a escucharla. La necesidad de escuchar educadamente las idioteces de aquellos civiles entrometidos había pasado. Ella ya no era un aliado, ni siquiera era neutral. Era el enemigo. Adelantó una mano y la sujetó, la empujó contra la pared. Lindsey dejó escapar un jadeo de miedo.

Brigman y los otros iniciaron un movimiento de avance, pero Schoenick estaba sobre ellos, el arma apuntada directamente hacia el grupo.

—¡Atrás! —gritó.

Lindsey miró a los ojos de Coffey y sólo vio rabia y locura. Estaba muy cerca de ella, apretando su cuerpo contra la pared. Su voz fue comedida, peligrosa:

—Esto es algo que he deseado hacer desde que nos conocimos. —Sus manos estaban fuera de la vista, más abajo de su cintura; ella oyó el sonido de algo al ser desgarrado, y por un momento pensó que estaba tan loco que pretendía humillarla y dominarla con una violación.

Luego él alzó de nuevo las manos a la vista. Sujetaba algo de un color gris plateado. Un trozo de cinta adhesiva. La colocó firmemente sobre la boca de ella, apretándola a todo lo largo hasta sus orejas. Estaba haciéndola callar definitivamente. Hubiera podido ser un alivio, excepto que ella sólo podía respirar por la nariz. Tuvo que calmarse deliberadamente a sí misma para impedir ser presa del pánico acerca de su incapacidad de respirar. Deseó alzar las manos y arrancarse la cinta, pero sabía que aquello era lo más peligroso que podía hacer.

Coffey la empujó hacia la cocina, luego regresó y empezó a empujar a los demás hacia allí. Protestaron y gritaron, pero obedecieron. Coffey no dejaba de pensar que si hubiera hecho aquello antes, ahora no tendrían ningún problema. Aquella gente simplemente no comprendía que Coffey lo único que hacía era cumplir con su misión. Punto. Hippy fue el último en entrar. Se detuvo frente a Schoenick, rifle o no rifle, e intentó hablar con él.

—Su jefe va a tirar del seguro de cincuenta kilotones, y todos nosotros estaremos al lado para ver los efectos. —Coffey lo agarró y lo empujó hacia la cocina. Hippy siguió hablando—. Todo se hará polvo aquí abajo.

Schoenick no respondió, pero Monk estaba escuchando.

—¿Para cuándo está regulado el temporizador? —preguntó Monk.

—Para dentro de tres horas —respondió Schoenick.

—Cállate —restalló Coffey, mirándole con ojos furiosos—. ¡No digas nada!

—Tres horas —murmuró Monk. Sólo había una explicación para el comportamiento irracional de Coffey. Desde el momento en que Coffey entró en la habitación, Monk pudo ver que reflejaba la mayor parte de los síntomas del SNAP. Coffey estaba fuera de control. Era aterrador…, lo único que Monk había pensado siempre que contaba en aquel mundo era Coffey. Cuando todo lo demás se estaba desmoronando, Coffey seguía eficientemente frío, Coffey seguía pensando. Pero ahora Coffey ya no era digno de confianza, incluso era peligroso.

Sin embargo, Monk intentó razonar con él.

—No podemos alcanzar un mínimo de distancia de seguridad en tres horas. —El dolor de su pierna era terrible…, no debería estar todavía en pie. Pero al diablo el dolor…, Coffey estaba loco, y Monk tenía que hacer algo—. No podemos pasar a la Fase Tres. ¿Qué hay con esa gente? —Las órdenes para la Fase Tres no incluían enviar a unos civiles al infierno. Coffey se tomaba muy en serio las órdenes. Era impensable que pudiera pasárselas ahora por alto.

Coffey se enfrentó a él, muy cerca.

—Cállate. ¡Cállate! —Estaba asustado…, Monk casi pudo notar el sabor de su miedo. Coffey sudaba copiosamente, ríos de sudor descendiendo por su rostro—. ¿Qué demonios te ocurre?

¿Qué demonios me ocurre a mí?, pensó Monk. Eres tú quien va a estropear todo esto. No estás actuando como el auténtico Coffey. Así que algún otro va a tener que hacerlo.

¿Cuánto de aquello podía ver Coffey en el rostro de Monk? Fuera como fuese, Coffey tomó una decisión. Adelantó una mano y tomó la pistola de manos de Monk. Monk sabía lo que significaba aquello. Coffey había decidido que ya no podía confiar en él. Ya no pertenecía a los SEALs. Quizá no tuviera que ir a la cocina con los civiles, pero ya no formaba parte de la misión. Aunque sabía que Coffey no era él mismo, aquello le dolió más que el dolor en su pierna, lo atravesó de parte a parte como un cuchillo. Coffey me está apartando de él, Coffey ya no confía en mí.

Lo peor de todo aquello era que Monk sabía que Coffey tenía razón en no confiar en él. Cualquier comandante que tomaba acciones como aquélla no podía esperar que Monk obedeciera sus órdenes. Monk podía ser un SEAL, pero primero era un ser humano, un norteamericano, un ciudadano, una persona. Una persona que no colaboraría con unos soldados que pretendían hacer estallar un dispositivo nuclear por su propia autoridad, a fin de destruir a unos desconocidos que no pretendían causar ningún daño.

Coffey se dirigió a la compuerta de la cocina, hizo que Schoenick se colocara a su lado y se dirigió a los civiles:

—Que todo el mundo permanezca tranquilo. La situación está bajo control. —Entonces salió de la habitación, cerró la compuerta hermética y la aseguró por fuera. Miró a Schoenick—. Si alguien toca esta puerta, mátalo. —Puesto que la única persona que podía tocar la compuerta era Monk, el significado era completamente claro. Coffey había perdido la confianza en la lealtad de Monk.

Coffey abandonó la estancia, de vuelta a la bodega de inmersión, cerrando y sellando compuertas a sus espaldas.

Dentro de la cocina, hicieron lo único que podían hacer. Hablaron con Schoenick a través de la compuerta.

—Schoenick —dijo Lindsey—. Su teniente está a punto de cometer la equivocación más terrible de su carrera.

Hippy fue más directo:

—¡El tipo está más loco que una rata de cloaca!

Luego las voces se convirtieron en una cacofonía de súplicas, exigencias, explicaciones.

Schoenick no prestó atención a las voces de la cocina. La única voz que oía era la de Monk, allí fuera con él, mientras Monk se reclinaba contra la pared.

—Vamos a perder esta vez, hombre —dijo Monk.

—¡Cállate! —dijo Schoenick.

Monk podía ver lo desgarrado que estaba Schoenick por sus sentimientos. De todos los hombres del equipo, Monk sabía que Schoenick era el menos capaz de tomar decisiones independientes. Pero esta vez tenía que hacerlo.

—La onda de choque nos matará a todos. Aplastará esta plataforma como si fuera una lata de cerveza.

—¡Cállate, he dicho! —gritó Schoenick—. ¿De qué demonios estás hablando?

—¡Tenemos que detenerle!

—¡Cállate!

Monk se calló. Pero ahora la voz de Bud llegó claramente desde la cocina:

—Schoenick, no tiene que seguir usted las órdenes cuando su oficial al mando ha perdido el juicio.

Dentro de la cocina habían dejado de gritar todos a la vez. Ahora estaban turnándose. Lindsey hizo otro intento:

—Schoenick, escuche, Coffey va a hacerle la guerra a una especie alienígena. Schoenick, ellos lo único que intentan es entrar en contacto con nosotros. ¡Por favor!

Ninguna respuesta. Seguramente el silencio al otro lado era una buena señal. Le dijo suavemente a Bud:

—Creo que le estoy convenciendo.

Bud sacudió la cabeza. No lo creía así. Había visto muchos soldados en su vida, y no creía que Schoenick pudiera ser persuadido muy fácilmente.

Entonces la rueda de la compuerta empezó a girar. Iba a dejarles salir.

—¿Lo ves? —dijo Lindsey.

La puerta se abrió. Sólo que no fue Schoenick quien entró. Era el hombre más alto de la Deepcore, Lioso. Y llevaba en las manos el rifle de asalto de Schoenick.

—¿Estáis todos bien? —preguntó.

Actuaba como si acabara de regresar de entre los muertos. Se quedaron inmóviles allí, todos ellos, simplemente mirándole. Fue Hippy quien finalmente reaccionó. Agarró el fusil de asalto de entre sus manos y cargó a través de la compuerta hacia la otra habitación. Schoenick estaba tendido en el suelo, inconsciente —Lioso debía haberle tomado por sorpresa y puesto fuera de combate—, al menos por el momento. Hippy apuntó el arma hacia Monk, que estaba sentado en el suelo, debilitado por el dolor.

Monk le hizo un gesto de que siguiera.

—Yo soy el menor de los problemas —dijo.

Bud cruzó la compuerta inmediatamente detrás de Hippy. Apoyó una mano sobre el hombro de Hippy para tranquilizarlo…, Monk no estaba contra ellos, Bud lo sabía con certeza.

—Estoy bien —dijo Hippy.

Entonces se volvió hacia la puerta donde Lioso estaba de pie, ocupando casi todo el espacio disponible. Era la visión más agradable que Bud hubiera visto jamás. No sólo salido del coma, sino de pie, con el aspecto de siempre, totalmente recuperado. Nuestra arma secreta…, tan malditamente secreta que ni siquiera sabíamos que la tuviéramos. El único tipo al que Coffey no se había molestado en encerrar en la cocina.

—¿Cómo te sientes, chico grande?

—Muy bien, Bud. Simplemente imaginé que estaba muerto ahí abajo, cuando vi aquel ángel venir hacia mí.

—Hum. —Ángel. ¿Otra forma aún para los INTs?—. Sí, está bien. —No había tiempo de explicarle a Lioso todo lo que había ocurrido desde entonces. El hombre ya sabía lo único que importaba en estos momentos: de qué lado estaba—. Ya nos lo contarás más tarde.

Bud abrió camino fuera del comedor y al corredor. Corrió hacia la compuerta que conducía a la bodega de inmersión. Estaba sellada. No se movió ni un milímetro.

—Debe haberla atrancada con algo —dijo Bud. Así que Coffey ni siquiera confiaba en que Schoenick siguiera a su lado. Debió ser un soldado extraordinario cuando los engranajes de su cerebro giraban como correspondía. Él y Lindsey intentaron abrirla, poniendo todas sus fuerzas en intentar hacer girar la rueda. No se movió—. No conseguiremos pasar.

—¿Y ahora qué? —preguntó Lindsey—. Ésta es la única entrada a la bodega de inmersión.

Correcto. Correcto. Estaban atrapados dentro del trimódulo-C y el módulo de control. Desde el accidente, todas las demás compuertas conducían al agua.

De modo que, si el agua era el único camino hasta la bodega de inmersión, alguien iba a tener que nadar. Y, puesto que el agua era tan fría que la única razón de que no se congelara era la presión, mejor que fuera alguien que pudiera nadar rápido y supiera exactamente dónde ir. Corrió de vuelta al comedor y bajó la escalerilla al nivel uno, hundiéndose en casi cinco centímetros de agua. Inmediatamente debajo de él estaba la escotilla de salida de emergencia. Había sido diseñada exactamente para aquel problema…, una forma de salir del trimódulo si no podían hacerlo por el pozo lunar. La abrió.

Al igual que el pozo lunar, el agua fue retenida abajo por la presión del aire encima de ella. Un diseño auténticamente bueno, Lindsey, ponerla aquí. Bien pensado.

Ella estaba a su lado. También estaban Una Noche y Barbo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lindsey. Sabía exactamente lo que iba a hacer, por supuesto. Se estaba sacando las botas para nadar mejor.

—Voy a nadar a pulmón libre hasta la escotilla seis. Voy a entrar de nuevo por allí. Luego abriré la puerta desde el otro lado.

—Bud, esta agua te congelará —dijo Lindsey. No había mucho que pudiera hacer al respecto. Todos los trajes con calefacción estaban en la bodega de inmersión.

—Entonces supongo que será mejor que me desees suerte, ¿no? —Es algo que hay que hacer, así que, ¿por qué discutir acerca de lo difícil que va a resultar?

Deséanos suerte —corrigió Barbo.

—¿Tú también vas?

—Míralo de esa forma. —No era algo que Barbo deseara hacer, pero iba a hacerlo de todos modos.

Bud no sabía si deseaba que Barbo fuera con él. Era bueno tener a otro hombre con él cuando llegara al otro lado…, si llegaba al otro lado. Pero sería muy malo si aquello no funcionaba y ambos morían. Pero la decisión era de Barbo, no suya.

Barbo tendió a Una Noche su cartera y la cadena que siempre llevaba al cuello.

—Toma, pero devuélvemelo si no muero. —Se volvió hacia Bud, que se estaba despojando de su chaqueta y cinturón—. Adelante, Bud. Vayamos, socio. No tenemos todo el día.

Bud oyó el miedo en su voz. Conozco la sensación, Barbo.

Se dejó caer por la escotilla, se sujetó al borde y colgó allí, de sus manos, durante un segundo. El agua era tan malditamente fría que lo dejó sin aliento. Pero eso quería decir que no había tiempo que perder. Cada segundo significaba que su cuerpo se convencería más y más de que estaba muriendo y empezaría a cerrarse a él. Lanzó una última mirada a Lindsey, dio una profunda inspiración y se dejó caer.

Había suficiente luz en el agua para ver…, si llevara un casco o una mascarilla. Cuando te acostumbras a llevar algo sobre tus ojos durante todo el tiempo, olvidas que los ojos humanos están diseñados para funcionar en el aire, no en un líquido. Todo lo que Bud podía ver eran formas borrosas aquí y allá; estaba casi seguro de cuál de las formas era su destino, pero ¿y si se equivocaba?

No había tiempo de preocuparse por ello. Tenía que evitar las marañas de cables y acero retorcido, tenía que avanzar a través del agua. Nadó con todas sus fuerzas. Cuanto más enérgicamente nadara, más caliente se mantendría su cuerpo. Grandes, poderosas brazadas. Le tomó quizá cuarenta segundos alcanzar la escotilla, pero pareció como si hubiera agotado la respiración de toda una vida. Barbo estaba a su lado. Por una décima de segundo pareció que la escotilla no iba a moverse…, ¿era una de las que habían quedado encajadas por el accidente? Luego, con la ayuda de Barbo, se abrió. Cayó hacia abajo.

Barbo se apartó a un lado. Eso era lo correcto…, Bud había sido el primero en meterse en el agua, así que tenía que ser el primero en subir en busca de aire. Bud se izó por la abertura.

Todavía no estaban completamente a salvo. Había mucha agua dentro. ¿Habría quedado algo de aire arriba? ¿O sólo otra escotilla? Dos metros hacia arriba, y Bud halló el aire…, una burbuja de medio metro de tetramezcla. Barbo chapoteó a la superficie inmediatamente después, jadeando y resoplando.

—Eso fue peor de lo que pensé —dijo—, y eso que pensé que iba a ser malo. —Bud pudo oír la realidad de sus palabras en la forma en que estaba respirando…, nadar aquel trecho había agotado todas las fuerzas de Barbo. Y, sin embargo, había aguardado su turno en la escotilla. Buen hombre.

Tendieron las manos hacia arriba, probaron la rueda de la escotilla sobre sus cabezas.

—Adelante, da un tirón —dijo Barbo.

Ésta estaba encajada. No había forma de abrirla. Y no tenían tiempo de seguir intentándolo tampoco. El frío no tardaría en vencerles.

—Tendremos… tendremos que ir al pozo lunar —dijo Bud—. Es el único camino.

Eso significaba nadar un trecho más largo aún, todo el camino debajo de la plataforma y luego la subida al pozo. Barbo acababa de descubrir sus limitaciones.

—No puedo hacerlo, socio. Lo siento.

—Está bien, Barbo. Vuelve.

Bud hizo unas cuantas rápidas inspiraciones para hiperventilar, luego volvió a sumergirse en el agua. Barbo lo observó marcharse, disgustado consigo mismo por no hallarse en mejor forma, por abandonar a Bud. Golpeó con un puño la pared del módulo. Si le ocurre algo a Bud porque yo no estoy allí…

Debajo de la escotilla seis, Bud se orientó y nadó hacia abajo, en dirección a la entrada del pozo lunar. Las luces lo señalaban claramente…, era la puerta del garaje para los sumergibles y los VOCRs. Era fácil verla, no tan fácil llegar hasta ella. El único problema era que estaba a unos quince kilómetros de distancia. No. No, sólo cinco brazadas, seis, siete. Sintiéndose cada vez más frío, más débil. Empuja más fuerte, extrae más calor de los músculos. Estoy perdiendo medio kilo por segundo aquí abajo. Debo recomendarlo como técnica para adelgazar. Un auténtico incentivo para hacer ejercicio.

Siempre que podía, se agarraba a los tubos que hallaba a su paso y se impulsaba con ellos. Bajo el pozo. Sólo había necesitado media vida para llegar hasta allí. Nadó hacia arriba. Sería estupendo si pudiera llegar arriba en silencio, pero no había ninguna maldita forma de que su cuerpo le permitiera hacer eso. Salió con un chapoteo, jadeando en busca de aire. Pero tuvo suerte. Coffey estaba haciendo algún ruido propio, sentado allá en la cubierta, jugueteando con la cadena del torno, pasándola por entre sus manos. Cliqueteaba en los engranajes sobre su cabeza. Una vez el primer aire hubo entrado en sus pulmones, Bud recuperó el control de sí mismo, respiró en silencio. Un par de inspiraciones más. Luego nadó hacia donde el Taxi Uno colgaba encima del agua. Fuera de la línea de visión de Coffey.

Alcanzó una de las barras metálicas de soporte, intentó izarse. Sus dedos estaban tan fríos que no iban a responderle. Se aferró de todos modos, tiró hacia arriba. Tuvo la sensación de que los músculos de sus brazos se desgarraban capa tras capa. Pero salió del agua, se izó hasta la cubierta al lado del pozo lunar. Nunca había sentido tanto frío, jamás se había notado tan exhausto en toda su vida. Deseaba descansar, necesitaba hacerlo. Pero no podía.

Miró a su alrededor en busca de la puerta. Resultaba claro. Teniendo en cuenta dónde estaba Coffey y dónde estaba él, no tenía ninguna posibilidad de alcanzarla sin que Coffey le viera. Y una vez Coffey le viera, no tendría ninguna posibilidad en absoluto. El hombre tenía un arma. Y, aunque no la tuviera, Coffey no estaba agotado y medio helado por nadar en camiseta en una agua por debajo del punto de congelación a seiscientos treinta metros de profundidad. Todo este camino, todo este trabajo, y no estaba más cerca de abrir la puerta de lo que había estado cuando se hallaba en el otro lado de ella.

Coffey estaba sentado allí, tirando de la cadena del torno, intentando no llorar. ¿Por qué estaba llorando? Eso no era racional, eso sugería que no estaba al control. Pero estaba al control, lo había hecho todo bien, hasta la última cosa. Había seguido perfectamente las órdenes. Pero no tenía ninguna orden acerca de lo que debía hacer uno cuando de repente se encontraba con un tentáculo más grueso que su cuerpo surgiendo de las profundidades y uno se daba cuenta de que esa gente poseía un poder que hacía que todo su sofisticado equipo pareciera estúpido, excepto que uno tenía una ojiva de combate nuclear y un sistema para enviarla y podía lanzársela encima inmediatamente, sólo que no tenía ninguna orden al respecto. No había nadie allí para decirle que esto era lo correcto, nadie para decir: Muy bien, Coffey. Esto es lo correcto para tu país, esto es lo correcto para nosotros, así que hazlo. En vez de ello tenía a todos esos tipos, esos otros civiles diciéndole que no lo hiciera, diciéndole que estaba loco, pero no, no estaba loco, estaba más bien sometido a stress, quizá un poco de SNAP, pero aún seguía funcionando bien porque, de no ser así ¿cómo hubiera podido controlar con tanta facilidad a esa gente? Sólo que ahora estaba aquí abajo y estaba solo. ¿Por qué te fuiste y me abandonaste cuando te necesitaba? Yo nunca te hubiera abandonado a ti, nunca, hubiera estado siempre contigo, solos tú y yo, pero tú te casaste con ese tonto del culo y cuando llegó el momento de la verdad tú lo preferiste a él y no valí una mierda para ti y yo convertí a Darrel Woodward en un idiota con el cerebro dañado por ti, mamá, yo hice todo lo que tú querías y tú me abandonaste me has dejado aquí solo en el agua con esta maldita ojiva de combate y se supone que yo debo saber si debo enviarla ahí abajo al infierno o no.

En el módulo de control, Una Noche y Lioso estaban atareados atando a Schoenick a una silla con cinta adhesiva. Sabían lo suficiente acerca de los SEALs como para estar convencidos de que si no lo ataban muy fuerte podría escapar de ellos con las manos desnudas en menos de diez segundos. El único allí que sabía cómo detenerle era Monk, y aunque pudieran confiar en él para que les ayudara estaba impedido por su pierna rota.

Lindsey estaba en el monitor de vídeo, observando la bodega de inmersión. El mismo encuadre que había permitido hacía un rato a Coffey oír lo que ella y Hippy hablaban acerca de modificar al Gran Tonto. Miraba a Coffey, intentando imaginar qué era lo que pasaba por su mente. Todo estaba preparado para lanzarlo…, pero no lo hacía. Quizás hubiera cambiado de opinión. Quizás hubiera recuperado el buen sentido, se hubiera dado cuenta de que no podía lanzar una bomba atómica sobre un puñado de pacíficos INTs sin ninguna provocación por su parte.

Lindsey se sintió impresionada cuando Bud apareció en el agua del pozo lunar. Se suponía que debía entrar por la escotilla seis y llegar hasta la bodega de inmersión a pie.

—Bud está en el pozo —dijo—. Y Barbo no está con él.

—Jesús —susurró Una Noche.

Lioso dio un tirón extra mientras envolvía más cinta adhesiva en torno a Schoenick. Hippy se unió a Lindsey en el monitor.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Lindsey. Pero no se encaminaba hacia la puerta, se movía por detrás de Coffey, lentamente, suavemente. Luego buscó detrás de él y cogió un trozo de tubo de acero…, un eje propulsor del material de repuesto.

—No puede alcanzar la puerta —dijo Hippy—. Creo que va a intentar reducirlo él mismo.

—¡No puede ser tan estúpido! —exclamó Lindsey—. El tipo es un asesino entrenado.

—Él tiene un metro de tubo de acero —dijo Hippy—. Por supuesto que va a intentar reducirlo. —¿Acaso Lindsey no conocía a Bud?

Sí, ella lo conocía. Por eso estaba tan asustada por él. No tenía el menor sentido de lo que era posible, sólo de lo que era necesario. Era necesario reducir a Coffey, así que Bud iba a intentarlo, aunque no tuviera ninguna maldita posibilidad de conseguirlo. Lindsey se lo recriminó, habló a su imagen en el monitor.

—¡Bud!

Bud alzó el tubo, dispuesto a dejarlo caer sobre la nuca de Coffey. Pero dudó. Hizo como si fuera a golpear, luego dudó de nuevo.

No puede hacerlo, pensó Lindsey. Tiene esta posibilidad de reducir a Coffey por detrás, y su maldito sentido del juego limpio le impide nacerlo. El juego limpio está muy bien para el fútbol, pero es un lujo que no podemos permitirnos ahora.

Pero no era ningún ideal caballeresco lo que demoraba la mano de Bud, no era alguna ética del «saca tú primero» extraída de los malos westerns de la televisión con los que había sido educado. Era un sentido de la justicia mucho más profundo. Bud sabía que si golpeaba a Coffey en alguna parte que no fuera en la cabeza no lo detendría…, y que si lo golpeaba en la cabeza con aquel tubo probablemente lo mataría. Antes de que yo ejecute a este hombre, ¿dónde están el juez y el jurado? Coffey es probablemente un tipo decente. No es el auténtico Coffey el que está haciendo esto, es la paranoia inducida por el SNAP. Llévalo arriba, llévalo fuera de esta presión, y Coffey se sentirá horrorizado de lo que estaba planeando hacer aquí abajo. Le dará las gracias a Bud por detenerle. Pero no podrá darle las gracias a nadie si está muerto.

Sin embargo, Bud le hubiera golpeado si no hubiera encontrado ningún otro curso de acción. Tenía que ser mejor que un hombre muriera injustamente que desencadenar un ataque nuclear no provocado, desatar una guerra entre especies. Así que Coffey hubiera podido morir en aquel momento, excepto que Bud se dio cuenta de que la pistola de Coffey estaba allí mismo, al alcance de su mano. Cógela, apúntale, y Coffey hará lo que le digas. O de otro modo Bud podía dispararla a la pierna o algo así, eliminarlo como amenaza sin tener que matarlo. En la sala de control, contemplaron mientras Bud bajaba el tubo y adelantaba su otra mano hacia la pistola en el cinturón de Coffey. Fue un mal movimiento. Tal vez Coffey notó la corriente de aire del tubo descendiendo, u oyó algo, o tenía algún sexto sentido, pero supo que Bud estaba allí. Se volvió, sacando al mismo tiempo su pistola, apuntándola a la cabeza de Bud.

—¡No! —gritó Lindsey.

Bud se inmovilizó, contemplando el cañón de la pistola.

—Coffey —dijo. Su voz sonó razonable—. Coffey.

Sabía que hablar no resolvería nada. Hay hombres que se sienten contentos agitando sus armas a su alrededor y lanzando amenazas. Pero hay hombres que simplemente disparan. El padre de Bud acostumbraba a hablar de esto, y en una ocasión Bud le había dicho:

—Sí, he oído decir que en tiempo de guerra quizá sólo un veinte por ciento de los tipos llegan a disparar sus armas.

—Tonterías —había respondido su padre—. Quien te dijo esto era un auténtico mentiroso. Tú sales ahí fuera en medio de la batalla, bajo el fuego, sois tú y el tipo que está junto a ti, y si él no está disparando tú lo sabes, sólo que siempre está disparando. Lo difícil es conseguir que dejéis de disparar. De todos modos, no estoy hablando de la batalla. Estoy hablando de uno a uno, cuando un tipo apunta un arma sobre ti y nadie está mirando y él tiene una elección, puede capturarte o puede volarte los sesos, ninguna es una opción justa, es su opción. Hay tipos que dispararán, y tipos que no lo harán.

—¿Cómo se sabe cuál es cuál? —había preguntado Bud entonces.

—Si aún estás respirando, entonces es que el otro no era del tipo de los que disparan.

¿De qué tipo eres tú, Coffey? No tienes que matarme. Puedes desarmarme, puedes hacer que me salga con bien de ésta. Pero estás loco a causa del SNAP y terriblemente asustado acerca de lo que piensas que tienes que hacer y, además, te he visto llorar.

Coffey apretó el gatillo.

Bud se estremeció, pero no ocurrió nada. Ninguna bala atravesó su cabeza, ningún impacto rojo y abrasador encima de los ojos.

Un tiro en falso, por supuesto. La siguiente bala lo haría.

Coffey apretó otra vez el gatillo. Clic. De nuevo.

Allá en el módulo de control, no podían creerlo cuando la pistola no disparó. ¿Cómo era posible que ocurriera algo tan afortunado?

Monk lo sabía. Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y extrajo la respuesta. Chico captó el movimiento con el rabillo del ojo, sujetó a Monk por la muñeca…, pero entonces todos se dieron cuenta de lo que tenía en la mano. El cargador de la pistola de Coffey. ¿Cómo lo había conseguido? Antes, cuando Coffey le dio la pistola en el comedor, cuando Coffey aún confiaba en él. Monk debió haberse dado cuenta de que estaba loco incluso entonces, debió haber retirado la munición cuando aún tenía la oportunidad.

Schoenick le miró con los ojos llenos de veneno.

—¡Hijo de puta!

En la bodega de inmersión, sin embargo, no hubo ninguna explicación. Únicamente sabían que ahora eran sólo ellos dos, ninguna pistola. Bud, agotado por el nadar, armado con un eje propulsor, y sin ningún entrenamiento en combate, contra Coffey, con su cuchillo y años de entrenamiento como asesino, y la locura del SNAP. Y ambos convencidos de que el destino de la raza humana dependía de lo que él hiciera allí. Dios me ayude, pensó Bud. Tengo que matar a un hombre, y no deseo hacerlo. Y tampoco tengo la menor idea de cómo hacerlo.