11 – Gente loca

Lindsey les dijo lo que había ocurrido, todo lo que había visto. Luego, cuando fue revelada la película, allí estaba en la foto, exactamente tal como ella había dicho. Lo había atrapado.

Desgraciadamente, parecía como un pequeño gusano de luz rodeado por una absoluta negrura.

Bud bromeó un poco al respecto, por supuesto.

—Una gran foto, Lins.

—¿Qué es lo que hiciste? —preguntó Chico—. ¿Dejaste caer tu luz de buceo?

Estaba demasiado lejos para verlo claramente…, ¿qué esperaban, un retrato con calidad de estudio, con un fondo hermosamente pintado? Adelante, burlaos de mí. Sigo teniendo la foto.

—Vamos, muchachos, vamos. Ése es el pequeño, sólo el pequeño. Podéis ver cómo zigzaguea.

—Ajá —dijo Bud—. Sea lo que sea.

Quizá no se estuviera burlando. Quizá realmente no creía que hubiera visto algo.

—Te estoy diciendo lo que es. Pero tú, simplemente, no escuchas. Hay algo ahí abajo. Algo… además de nosotros.

Les miró a todos. Nadie la creía. No era que la estuvieran llamando mentirosa. O loca. Todavía no.

—¿Podrías ser… más específica? —preguntó Barbo.

Bud intentó responder…, con una broma, por supuesto.

—Es algo que culebrea.

Pero Lindsey no iba a permitir aquello. Bud no iba a manejar aquello a base de bromas. Era real, e iba a tener que enfrentarse con la realidad. No le dejó terminar lo que estaba diciendo:

—No nosotros —insistió—. No humano. ¿Lo entendéis? Algo no humano, pero inteligente.

Entonces se miraron entre sí. Hippy sonreía. ¿Porque le gustaba la idea? ¿O porque pensaba que ella estaba loca?

—Una inteligencia no terrestre —dijo Lindsey. Oh, a Hippy le encantaba.

—Una Inteligencia No Terrestre —dijo—. Una INT. Oh, muchachos, esto es mejor que los OVNIs. Aunque aquí deberíamos llamarlos OSNIs: Objetos Submarinos No Identificados.

Finalmente Barbo captó la idea.

—¿Te estás refiriendo a pequeños amigos del espacio aquí abajo?

—¡Demonios, sí! —exclamó Hippy—. ¡Los coches de carreras de los dioses! ¿Correcto, Lins? ¡No, no exactamente! Puede que sean INTs. La CIA sabe de ellos desde siempre. No paran de hacer abducciones: se llevan a la gente constantemente. Recuerdo una vez…

Cuanto más hablaba Hippy, más estúpido hacía que sonara todo.

—Hippy, hazme un favor —dijo Lindsey—. Ponte de mi lado.

Bud ya no estaba riendo. Apoyó una mano en el brazo de ella, la atrajo a su lado.

—Pasemos un momento a mi oficina, por favor.

Ella le siguió. Esperando que esto significara que iba a tomárselo en serio.

Así era. Inmediatamente, su rostro adquirió una expresión hosca.

—Jesús, Lins…

Ella no deseaba que le siguiera la corriente, o que le echara un sermón, o que la manejara. Deseaba simplemente que la escuchara.

—Bud, vamos, está ocurriendo algo realmente importante aquí.

Bud no lo aceptaba.

—Estoy intentando mantener esta situación bajo control, y no puedo permitir que ocasiones este tipo de histeria…

—¿Quién está histérico? ¡Nadie está histérico!

—Chissst —susurró él.

Tenía razón. Ella se estaba crispando. Él no iba a escucharla si no permanecía tranquila. Así que se obligó a inspirar profundamente, a relajarse un poco.

Cuando vio que ella estaba escuchando, Bud dijo:

—Todo lo que estoy diciendo es que, cuando cuelgas agarrado por las uñas, no puedes agitar los brazos hacia todos lados.

Lindsey sabía aquello. Sabía que Bud era el mejor en mantener a la gente tranquila, en conseguir que trabajara junta sin problemas. Pero esta vez, sólo esta vez, necesitaba dejar de sentirse responsable de crear la realidad de todos los demás y dejar que alguien cambiara la realidad para él.

—Mira, ¡vi algo! —dijo—. No voy a entrar de nuevo ahí y decir que no vi nada. Lo siento. Entiéndelo.

Él volvió la cabeza hacia un lado, luego volvió a mirarla directamente, con los ojos fruncidos, como hacía siempre cuando intentaba no ponerse furioso.

—Eres la mujer más testaruda que he conocido nunca.

Eso era cierto, y en aquel momento ella lo lamentó. Durante todo el tiempo que habían estado juntos ella se había mostrado testaruda sobre todo. Incluso sobre cosas que no tenían la menor importancia. Así que ahora, cuando se trataba de algo importante, él no creía que estuviera insistiendo en ello porque era absolutamente cierto. Creía que estaba insistiendo porque ella era Lindsey, porque siempre insistía en salirse con la suya en todo. Por primera vez se dio cuenta del precio que tenía que pagar por estar dispuesta tan pocas veces a ceder. No sabía cómo hacerle ver a Bud la diferencia. Excepto admitir la verdad.

—Sí, lo soy —dijo—. Pero necesito que me creas en estos momentos.

Pudo verlo claramente reflejado en su rostro…, él nunca la había oído hablar así antes. Nunca la había oído decir que necesitaba algo. Deseaba creerla. Y ella sabía que no era fácil. Una mancha de luz en una fotografía…, ¿qué prueba era esto? Ninguna en absoluto…, a menos que él creyera lo que ella le decía acerca de dónde estaba enfocada la cámara cuando tomó la foto. A menos que él creyera que ella había visto realmente lo que decía que había visto, que había tocado aquella cosa, aquella criatura, aquella persona. Todo se reducía a si tenía fe en ella.

—Vamos —le dijo—. Vamos, mírame. ¿Me ves tensa? ¿Tengo síntomas de que me ha afectado la presión, sufro temblores, mi habla es confusa?

Él se lo pensó. Sonó casi derrotado cuando respondió:

—No.

—No —hizo eco ella—. Bud, soy yo, Lindsey. ¿De acuerdo? Me conoces mejor que cualquier otro en el mundo. —No sabía cómo decirlo de una forma más sencilla. Estaba suplicando. Y él lo sabía. La miraba con sus ojos suaves y preocupados, como muchas otras veces en el pasado cuando las cosas todavía iban bien entre ellos dos. Deseaba darle lo que ella pedía. Tenía que creer en ella—. Ahora mira mis labios. Vi esas cosas. Toqué una de ellas.

Pero eso no era todo, eso no era suficiente para explicar lo que significaba, lo que era.

—Y no era como cualquiera de esas resonantes latas de acero que nosotros podemos construir. Se deslizaba. Era la cosa más hermosa que jamás haya visto. Oh, Dios, me gustaría que hubieras estado allí.

Era la primera vez que se le ocurría que aquello era cierto. Le hubiera gustado realmente que él estuviera allí, y no sólo porque entonces la hubiera creído. Era porque sabía que él hubiera sentido las mismas cosas que ella. Le hubiera encantado, lo mismo que a ella.

—Era una máquina. Era una máquina, pero estaba viva. Como…, como una danza de luz. —Él lo hubiera comprendido todo si hubiera estado allí. Porque había momentos en los que ellos realmente veían las cosas como si fuera a través de unos solos ojos—. Por favor, tienes que creerme —dijo. Y quizás él lo estuviera haciendo. Excepto que de pronto ella se dio cuenta de que no era solamente lo que vio lo que deseaba que él creyera. Era lo que ella sabía al respecto. ¿Cómo sabía ella que la criatura era buena, que ella estaba a salvo a su lado, que no había ningún peligro? ¿Cómo podía estar tan segura de ello?—. No creo que quieran hacernos ningún daño. No sé cómo, pero lo sé.

Él frunció los ojos, desvió la mirada, giró la cabeza. Lindsey había ido demasiado lejos en sus esperanzas de que creyera en sus conclusiones al mismo tiempo que en lo que había visto. Pero eran ciertas también. Igual de ciertas, y mucho más importantes.

—Es sólo una sensación —dijo. Lo había perdido.

—Jesús —dijo él. Se pellizcó el puente de la nariz. Ella sabía lo que significaba esto…, iba a decir que no. Iba a rechazarlo todo. Le dolió como si la estuvieran apuñalando—. ¿Se supone que debo confiar en una sensación? —dijo—. ¿Cómo puedo confiar en una sensación? ¿Crees que Barbo confiaría en una sensación?

Lindsey no comprendió su propia reacción. ¿Por qué me duele tanto que dude de mí? Si no fuera yo misma quien lo vi, tampoco me creería. Le estoy pidiendo que haga por mí algo que yo no creo que hiciera por nadie. Pero eso no cambia nada. Sólo porque yo no confiaría lo suficiente en otra persona como para hacer esto no significa que él no pueda hacerlo. Bud es una persona mejor. Siempre he sabido eso. Bud es mejor que cualquiera. Por eso, si él no me cree, nadie lo hará.

—Todos vemos lo que deseamos ver —dijo ella—. Coffey busca y ve rusos, ve odio y miedo. Tú tienes que mirar con unos ojos mejores que ésos. —Le sonrió. Intentó poner toda su necesidad, todos sus sentimientos, allá en su rostro, en su voz, para que él pudiera verlos, para que él pudiera saber. Intentó mostrárselo todo. Y él la comprendió. Ella pudo verlo en su rostro. Él sabía cuánto necesitaba ella que aceptara aquello—. Por favor —suplicó Lindsey.

Bud no podía resistir el que ella le hablara así, le mirara así. Nunca se había mostrado tan abierta, tan vulnerable; él nunca la había amado más de lo que la amaba ahora, nunca había deseado más darle lo que ella deseaba. Pero, aunque pudiera cambiar sus propias creencias, ¿qué podía hacer al respecto? Tenía un equipo que dependía de él. Tenía que enfrentarse a Coffey. Si de pronto empezaba a creer en historias acerca de criaturas del espacio en la fosa Caimán, perdería su credibilidad ante todos. Perdería su habilidad de dirigirlos. Y eso significaba que no habría nadie para mantenerlos a todos juntos, mantenerlos a todos vivos y estables hasta que, de algún modo, vinieran a por ellos.

—No puedo, Lins —dijo.

Fue la peor cosa que jamás le hiciera a Lindsey. Ella lo había puesto todo sobre la mesa, y él acababa de barrerlo con un gesto de su brazo. Ella mantuvo su sonrisa, pero él supo que estaba herida. Nunca volvería a él de este modo, si la rechazaba ahora. Pero no podía poner en peligro todo lo demás por su amor hacia Lindsey.

—Lo siento —dijo—. No puedo, ahora.

Se volvió, abandonó la estancia, odiándose a sí mismo, pero sabiendo que había hecho lo correcto.

Ella se quedó de pie allí después de que él se fuera. Nunca se había sentido tan sola en su vida. No importaba si algún otro la creía…, Hippy, Barbo, Chico. ¿Qué importaba? Era la fe de Bud la que necesitaba. Y, puesto que no la tenía, no tenía nada.

Coffey no se mostró sorprendido de lo que había visto Lindsey. Si un intruso había aparecido por allí una vez, era de esperar que volviera.

Por supuesto, las conclusiones a las que ella había llegado eran absurdas. Se alegró de ver que nadie más las tomaba tampoco en serio. La mujer era una buena ingeniero…, su apaño de los apoyos vitales de la Deepcore había sido rápido y concienzudo. Pero eso no significaba que fuera automáticamente un testigo digno de confianza. Se hallaba sometida a una fuerte tensión. Veía algo extraño. Tomaba una foto, y cuanto más la miraba Coffey, más se daba cuenta de que tenía que haber algo fuera de la Deepcore. Si ella hubiera tomado una foto de cualquiera de las fuentes de luz de la propia plataforma, entonces parte de la estructura hubiera aparecido en la imagen. Así que, cuando ella decía que había tomado la foto cuando el intruso se encaminaba a las profundidades del cañón, la creía.

Había algo ahí fuera. No había hecho ningún intento de comunicarse con ellos. En consecuencia, hasta que averiguara algo más, tenía que suponer que era ruso, y tenía que suponer que era hostil. Eso significaba que tendrían que funcionar bajo disciplina militar a partir de ahora. No más de aquella actitud lánguida y desganada que a Brigman tanto le gustaba. Estaba muy bien mientras se recuperaban del choque de la plataforma, cuando necesitaban restablecer la moral. Ahora tenían que estar vigilantes.

En vez de ello, estaban ajetreados montando mesas, instalando sábanas y almohadas, intentando convertir el comedor en un dormitorio razonable. Como si el dormir fuera lo más importante para ellos. Intentó explicarle aquello a Brigman, hacerle comprender lo que realmente necesitaban. Todo lo que Coffey deseaba era cooperación. Así que le dijo:

—Necesitamos organizar una vigilancia de veinticuatro horas con las cámaras exteriores. —Una Noche pasó por su lado, cargada con mantas—. ¿De cuántos hombres disponemos? Usted tiene seis, yo…

Barbo empujó una mesa al interior de la sala, avisando:

—Cuidado, que paso.

Era imposible concentrarse con todo aquello a su alrededor. Coffey se volvió al grupo y dijo en voz alta, utilizando su voz de dar órdenes:

—¡Todo el mundo, alto!

Todos se detuvieron. Todos le miraron.

Aguardó. Aguardó hasta que cambiaron de posición, dejaron lo que tenían entre manos, se mostraron dispuestos a escuchar y a seguir escuchando hasta que él terminara. Aguardó, en otras palabras, hasta que hubieron alcanzado el equivalente civil de la posición de firmes. No les gustó, pero lo hicieron.

—De acuerdo —dijo—. Quiero alguien las veinticuatro horas en el sonar y en las cámaras exteriores. Si ese fantasma ruso vuelve, no creo que debamos estar durmiendo cuando lo haga.

Fue la mujer Brigman la que se resistió, por supuesto.

—Tranquilo, Coffey. ¡Esas cosas viven a cinco kilómetros y medio de profundidad, en el fondo de la fosa! Y créame, no hablan ruso.

Coffey sabía que nadie se tomaba las ideas de la mujer en serio…, excepto el chico con la rata, quizá. Pero el desdén en la voz de ella era dañino. Hacía que los otros pensaran que no debían tratarle a él con el respeto que era esencial para un oficial al mando. Era peligrosa, aunque estuviera loca.

Sin embargo, no era éste el momento de hacerla callar. La mejor manera de tratar su desdén era responderle con más desdén aún. La ignoró por completo, siguió asignando misiones como si ella no hubiera dicho nada. Se volvió hacia Una Noche.

—¿Todavía no ha terminado con las reparaciones del transmisor acústico?

—No. —Su voz sonó hosca.

Coffey sabía cómo tratar este tipo de cosas. Obligas a que la gente se sienta responsable, eso es lo que haces.

—¿Por qué no? —preguntó.

Ella se volvió lentamente, el rostro lleno de hostilidad.

—Me estaba haciendo la manicura.

Aquello era una insubordinación declarada, no como la mujer Brigman gimiendo acerca de los OVNIs. Tenía que enfrentarse al desafío con otro.

—Bien, pues termínelas —dijo secamente Coffey. Nadie le contestaba nunca cuando hablaba de aquella manera.

—Bésame el culo —dijo Una Noche.

Coffey miró a los demás. Nadie parecía incómodo o deseoso de disculparse. Todos miraban fijamente a Coffey, lo cual significaba que estaban del lado de Una Noche en su desafío. En especial Barbo. Se consideraba un luchador. Si se desmadraba, podía ser peligroso. No era que Coffey temiera no poder controlarlo. Pero si la cosa llegaba realmente a los puños, entonces ya no sería un desafío. Sería un motín.

Aquello ya había ido lo bastante lejos. Coffey los miró a todos directamente a los ojos, uno por uno.

—De acuerdo —dijo—. Dejemos bien clara una cosa. Ustedes se hallan bajo mi autoridad, y cuando yo…

Barbo lo interrumpió adelantando una mano…, pero no era un gesto amenazador, todavía no. Su mano estaba abierta, como si quisiera apartar un peligro; no era un puño, no era un ataque. Barbo estaba tan asustado como beligerante…, parecía un animal acorralado. No tenía allá delante un matón de bar soltando unas cuantas bravatas…, Barbo sabía que Coffey estaba entrenado para matar, no para luchar. Pero Coffey los estaba empujando más allá de donde todos querían ir. Asustados o no, tenían que detenerle. Se habían mostrado dispuestos a ayudar a la Marina con los ojos cerrados —a cambio de una triple paga—, pero ninguno se había alistado todavía.

—Mire, amigo —dijo Barbo—. No trabajamos para usted, no recibimos órdenes de usted, y no nos gusta usted. Además, su mamá lo viste de un modo raro.

Nadie rió ante el viejo insulto ritual. Palabras de pelea. Barbo estaba tirando de la cuerda. Animando a Coffey a que empujara más.

Hasta entonces, Bud se había contentado con dejar que Coffey hiciera su propio show. Ahora, sin embargo, resultaba claro que Coffey no estaba funcionando bien. Estaba sudoroso, tenso. ¿No se daba cuenta de que su mismo nerviosismo era una confesión de miedo? ¿Una invitación abierta a la rebelión? No te conviertes en el líder de un grupo de personas de mente independiente dejándoles ver lo mucho que temes su desobediencia.

—Hey, Barbo —dijo Bud—. Barbo.

Bud se volvió hacia él. Reluctante.

—¿Sí?

—¿Por qué no te haces cargo de la primera guardia del sonar, quieres? —Le miró fijamente, no como un desafío, como había hecho Coffey, sino de una forma que le decía: Necesito que lo hagas, por todos nosotros.

Barbo comprendió. Volvió a mirar a Coffey, como diciéndole: Lo haré por Bud, no por ti.

—De acuerdo —dijo en voz baja. Luego pasó junto a Coffey y se encaminó hacia el sonar.

—Chico —dijo Bud—, tú tomate un par de horas de sueño, luego sustituye a Barbo, ¿de acuerdo? Hippy, tú te encargarás de la vigilancia exterior. —Se fueron todos, evitando la mirada de Coffey. Eso fue más fácil cuando éste se volvió de espaldas, se apoyó contra un puntal.

Bud se dirigió hacia Una Noche. Puesto que Coffey la había acusado prácticamente de no hacer su trabajo, era la que estaba más furiosa, la menos fácil de calmar. Así que se sentó detrás de ella, cerca, como si estuvieran flirteando. Era una vieja broma entre ellos, flirtear un poco. Le recordaba a ella todos sus años de amistad. Que ella era alguien en quien él podía confiar.

—Una Noche, ¿me harás un favor y verás si puedes arreglar ese transmisor por mí? ¿De acuerdo?

Por Bud. Ella se tragó su orgullo por Bud.

—Dame un par de horas. —Fue una buena cosa que Coffey no viera su mirada cuando pasó por su lado y salió del comedor. Hubiera podido convertirlo en piedra.

Coffey aceptó aquello. Era humillante, hacía arder sus entrañas, pero lo aceptó porque era un soldado que cumpliría con su deber para con su país aunque su país estuviera representado en aquella plataforma por un puñado de desleales, egoístas y amotinados cabezas de mierda.

Incluso con todo el oxígeno que había encontrado Lindsey, no podía contar con más de doce horas para cumplir con su misión. Y, con los civiles actuando de aquel modo, puede que aún tuviera menos tiempo. Estaba seguro de que no podía contar con ninguno de ellos para que le ayudaran, no ahora. Wilhite estaba muerto. Monk estaba tendido en una cama con una pierna rota, de modo que sólo era útil marginalmente. Eso significaba que sólo quedaban Schoenick y él para colocar la ojiva de combate en su lugar y volar el Montana fuera del reborde y abajo al abismo antes de que el fantasma ruso pudiera extraer más información de él.

Tan poco tiempo. Tenía la sensación como sí alguien estuviera respirando en su nuca. Era preciso apresurarse.

Hippy estaba en la sala de control, conduciendo al Gran Tonto por fuera de la Deepcore. Oficialmente se suponía que estaba vigilando en busca del INT que había visto Lindsey. Pero qué demonios, ella dijo que era amistoso, ¿no? Si lo veía, se alegraría de ello, pero mientras tanto deseaba vigilar lo que realmente le asustaba: Coffey. Lo halló a través de la ventana de babor de la sala B de mantenimiento. Había una luz dentro, y maniobró cuidadosamente al Gran Tonto hasta que la cámara de vídeo del VOCR apuntó directamente a la ventana.

—Adelante, A.J. Firme ahí —murmuró Hippy—. Muévete a la izquierda. Así.

Tenía una imagen perfectamente clara. No podía ver los detalles, pero tampoco lo necesitaba. No necesitas un diploma en física nuclear para imaginar lo que era el cono plateado encima de la mesa. Estaba malditamente seguro de que no formaba parte del equipo de la Deepcore, lo cual significaba que era la cosa que habían traído del Montana. Tenía que ser una ojiva de combate nuclear. Y ahí estaba, abierta por su base, con Coffey metiéndole las manos directamente por el culo.

—Oh, hombre. Esto no está ocurriendo —murmuró Hippy—. Oh, vamos. Yo no estoy aquí.

Tenía que conseguir una foto de esto. Nadie creería que esos tipos fueran lo bastante estúpidos como para armar un arma nuclear directamente allí, en la Deepcore, no a menos que Hippy les mostrara la prueba. Se tendió hacia la videograbadora que siempre llevaba el Gran Tonto, metió la cinta dentro, pulsó Grabación.

—Oh, hombre. ¿Es real esto?

Bud sabía que Hippy estaba un poco paranoide, pero nunca lo había visto tan tremendamente asustado antes. O bien Hippy había saltado el límite, o estaba ocurriendo algo realmente malo. En cualquier caso, Bud tenía que tomárselo en serio. Así que se sentó frente al monitor y observó la videocinta de Hippy. Uno de los SEALs estaba de espaldas a la ventana, bloqueando lo que fuera que había sobre la mesa. Bud examinó los bordes de la pantalla, intentando adivinar qué sala estaba mirando.

—Ésta es la sala de mantenimiento, ¿no?

—Sí, es la sala de mantenimiento. Mírame, estoy temblando, hombre.

De acuerdo, Hippy, ya me he dado cuenta.

Hippy apoyó la mano sobre el videorreproductor, como si pudiera estrujar de él la información correcta apretándolo con fuerza suficiente.

—De acuerdo, espera espera espera. Y aquí estáááá el MIRV.

Bud vio el cono. Oyó lo que decía Hippy. Simplemente, no quiso saltar a ninguna conclusión.

Hippy supo lo que significaba el silencio de Bud.

—Oh, vamos, hombre. ¿Qué otra cosa puede ser?

—¿Por qué traerlo aquí?

—Tiene que tener sentido antes de que crea en ello.

Hippy ya lo había imaginado todo, por supuesto.

—Tiene que tratarse de algún tipo de plan de emergencia para mantenerlo apartado de los rusos, ¿no? Mira mira mira, conectan una de las nucleares, utilizan algún tipo de detonador que deben haber traído consigo, luego vuelven a meterla en el submarino, y fríen toda la cosa, bam, todo a hacer puñetas.

Bud simplemente se quedó sentado allí, contemplando la pantalla, pensando.

Hippy le respondió, sin embargo, como si Bud estuviera discutiendo con él.

—Te digo, y no estoy siendo paranoide… —Vio algún tipo de movimiento por el rabillo del ojo y miró hacia la puerta—. Hola, Lins —dijo.

Bud se volvió también, la vio de pie allí. ¿Cuánto tiempo llevaba en aquel lugar? Debía haber visto y oído lo suficiente como para saber lo que estaba ocurriendo…, o lo que Hippy pensaba que estaba ocurriendo. De otro modo no estaría allí haciendo preguntas, pidiendo saber.

Lindsey permaneció allí un largo momento, aguardando a que Bud dijera algo. Pero éste no pudo pensar en nada que decir. Así que ella se dio la vuelta y se fue, como si tuviera intención de ir a un lugar determinado y hacer algo determinado.

Si Hippy tenía razón, Coffey estaba haciendo algo realmente loco allá en la sala de mantenimiento. Ésta debía ser la Fase Dos que DeMarco había ordenado allá arriba cuando informaron de la primera vez que Lindsey había visto algo. Pero eso significaba también que la locura más grande que cualquiera podía hacer era intentar enfrentarse a Coffey respecto a ello.

Bud se levantó y la siguió corredor abajo.

—¡Lins! ¡Espera un momento!

—Mira, maldita sea, si tú no piensas hacer nada respecto a esto, lo haré yo.

—Lindsey, haremos algo respecto a esto, pero aguarda un segundo.

Ella estaba junto a la puerta. Miró por la ventanilla, al tiempo que intentaba hacer girar la rueda. Estaba trabada por dentro.

—¡Hola! —gritó. Un desafío, no un saludo. Golpeó la puerta con la palma de la mano.

—¡Lindsey! —dijo Bud.

Ella no se detuvo. Tomó un extintor de la pared y empezó a golpear la puerta con él.

—¿Qué?

—¿Quieres parar esto y pensar en ello aunque sólo sea un segundo?

—¿Para qué? —Siguió golpeando.

La puerta se abrió.

Schoenick retrocedió un par de pasos cuando Lindsey entró. Coffey estaba de pie frente a la mesa, con una manta por encima de la ojiva de combate. Lindsey se dirigió directamente a la mesa. Coffey se echó ligeramente a un lado, pero por la forma en que ella estaba actuando pudo decir que ya sabía lo que había allí. Así que cuando ella adelantó una mano para tirar de la manta no le rompió el brazo. Dejó que lo hiciera.

¿Qué importaba ahora si ella veía cuál era el aspecto de un MIRV? Además, Brigman estaba con ella. Coffey tenía que averiguar primero si estaba con aquella mujer o si todavía seguía mostrándose razonable. Si no, si las cosas iban demasiado lejos, estaba preparado.

La mujer Brigman estaba llena de ultraje moral.

—Tiene usted huevos trayendo esta cosa a mi plataforma. ¿Con todo lo que está pasando ahí arriba en el mundo, no se le ocurre otra cosa que traer un arma nuclear aquí dentro?

¿Y qué?, pensó Coffey. ¿Acaso tu pequeña plataforma es un sagrado templo de la paz? ¿Qué crees que te ha mantenido libre y segura para poder construir tus pequeños juguetes submarinos, señora Brigman? Han sido las armas como la que llevo yo al costado, han sido los hombres como yo. Así que adelante, muéstrate farisaica acerca de que esto es demasiado sucio y vil para traerlo al interior de tu plataforma. Durante toda tu vida has estado gastando la libertad que esta sucia arma te ha proporcionado.

Pero no dijo nada. Que ella misma se debilitara con su habla.

Lindsey se volvió hacia los demás: Brigman, el chico con la rata, incluso Schoenick. ¿Acaso no sabía que Schoenick era leal hasta la médula? No iba a encontrar ningún apoyo en él.

—¿No os choca esto como algo particularmente psicótico? ¿O soy sólo yo? —preguntó Lindsey.

Coffey seguía aún perfectamente controlado. Como siempre. Se dirigió a ella con voz tranquila, razonable.

—Señora Brigman, no necesita usted saber los detalles de nuestra operación. Es mejor para usted que no los sepa.

Como respuesta, ella se volvió más irrazonable aún, su voz creció en tono y volumen.

—Tiene usted razón. No lo necesito. ¡Lo que necesito saber es que esa cosa está fuera ahora mismo de esta plataforma! ¿Me ha entendido, señor Roger Ramjet? —Al final de la frase estaba gritando.

Como si realmente creyera que aquello iba a impresionar a Coffey, iba a hacer que reconociese que ella tenía autoridad sobre él, iba a obligarle a desviarse de su misión.

—Se está convirtiendo usted en un serio problema para nuestro trabajo —dijo Coffey. Habló con un tono medido, cuidadoso—. Ahora, o da media vuelta y sale inmediatamente de aquí, o tendré que hacer que la escolten fuera.

Ella agitó la cabeza y rió, furiosa.

—No voy a dar media vuelta y salir de aquí. —Empezó a gritar de nuevo—. ¿Con quién demonios cree que está hablando?

Coffey hizo una seña con la cabeza a Schoenick, que estaba de pie detrás de ella. Schoenick avanzó rápidamente y la rodeó por la cintura, sujetando sus brazos contra su cuerpo. Ella empezó a debatirse, chillando, luchando por liberarse. Coffey no estaba preocupado por ella. Era Brigman quien le preocupaba. Si se ponía macho para proteger a su mujer, alguien iba a morir allí mismo.

Bud se volvió bruscamente y pulsó el botón de alarma contra incendios en la pared junto a la puerta. Sonó de forma estridente mientras Bud apretaba el botón del intercomunicador y decía:

¡Emergencia! Sala de mantenimiento B. ¡Emergencia!

Hippy salió a escape al corredor, gritándole al resto del equipo.

—¡Rápido! ¡Venid! ¡Tenemos problemas! ¡Ahora! ¡Rápido!

Coffey captó la situación e intentó decidir qué hacer. El resto del equipo de la plataforma estaba bajando a toda prisa por las escalerillas, avanzando por los corredores. Pero hasta ahora Brigman no había hecho ningún movimiento agresivo. Brigman estaba claramente furioso. Observaba a Coffey, sin apartar ni un momento los ojos de él. Ni siquiera se molestaba en mirar a Lindsey mientras ésta se debatía para liberarse de la presa de Schoenick. El hombre era listo. Sabía que hasta que Coffey no diera la orden, no había ninguna forma de que Schoenick soltara a la mujer. Y mientras Brigman no perdiera la cabeza, Coffey no podía tomar ninguna acción definitiva.

Barbo, Hippy, Una Noche, Chico…, todos se apiñaron junto a la puerta. Hubieran cargado al interior de la sala, lo hubieran estropeado todo, pero Brigman los detuvo.

—Está bien, está bien, está bien, está bien. —Se detuvieron. Aguardaron.

Lo mismo hizo Coffey.

Por primera vez, Bud se volvió y se dirigió a Schoenick.

—De acuerdo, suéltela. Ya. —Schoenick no reaccionó de ninguna manera. Bud alzó la voz—. ¡Hágalo! ¡Ahora!

Coffey tenía que decidir. Brigman estaba empezando a perder la calma. Si era real o sólo una pose no importaba. Lo que importaba era esto: la misión de Coffey. La Fase Dos. La ojiva de combate detrás de él. No sujetar a aquella zorra Brigman. Así que Coffey dio suavemente la orden a Schoenick:

—Suéltala.

Instantáneamente, Schoenick la soltó. Ella se apartó rápidamente de él, retrocedió hasta donde estaba Bud frente a sus hombres. Solidaridad.

Bud la miró para asegurarse de que estaba bien. Luego volvió a mirar a Coffey.

—Ésa es la cosa más juiciosa que haya hecho nunca —dijo.

Quizá, murmuró Coffey en silencio. Veamos lo que haces a continuación. Veamos si eres juicioso.

La mujer Brigman creía que aún formaba parte de la batalla. Siguió allá donde la había dejado. Gritando.

—¡Coffey, es usted un hijo de puta!

Pero esta vez Bud no estaba a su lado.

¡Lindsey! — gritó. Luego, con voz más suave—: Cállate. —Aquello pareció sobresaltarla, hacerle comprender que aquél no era un problema que ella pudiera resolver chillando más fuerte o maldiciendo más. No tenía autoridad allí. Guardó silencio.

—¿Cuál es el problema? —quiso saber Barbo.

Ahí lo tienes, luchador, tipo duro. Métete hasta las corvas, prueba que eres macho. Coffey observó a Brigman, para ver qué hacía.

—Nada —dijo Brigman—. Sólo nos íbamos. —Se volvió hacia Lindsey—. ¿No es así?

Aquello era lo que Coffey esperaba. Brigman sabía lo que había en juego allí. Sabía que Coffey nunca iba a ceder. Sabía que, si las cosas iban un milímetro más allá, alguien iba a morir. La mujer Brigman se había pasado de la raya viniendo aquí, metiendo las narices en actividades de alto secreto.

El equipo retrocedió a través de la compuerta. Bud se detuvo unos instantes en el umbral, sin apartar ni un momento los ojos de Coffey, sin volverle la espalda hasta que todos los suyos excepto Barbo estuvieron seguros fuera. Entonces cruzó la compuerta, dejando que Barbo lanzara la última mirada, el gesto final de desafío. Luego la compuerta se cerró. Coffey y Schoenick estaban solos de nuevo.

Coffey sacó la pistola que había mantenido sujeta a su espalda, apoyó el cañón sobre la mesa. La confrontación no había ido a mayores, pero en cualquier caso Coffey hubiera estado preparado. Hubiera tenido que matar a Brigman primero, luego a Barbo. Eso hubiera detenido a los demás, les hubiera hecho recapacitar la situación. Y la mujer Brigman. Hubiera tenido que matarla también, porque ninguna otra cosa la hubiera detenido.

—No los necesitamos —dijo Coffey a Schoenick—. No podemos confiar en ellos. Tenemos que tomar medidas. Vamos a tener que tomar medidas.

En el corredor, Bud supo que tenía que hablar seriamente con Lindsey, en aquel mismo momento. Una cosa era lo que ocurría durante los días en que estaban construyendo la plataforma y entrenando al equipo. Entonces todo lo que hacía era ofender a los tipos con corbata, a los miembros del equipo, a la gente civilizada. Bud siempre había tenido tiempo de intervenir antes de que las cosas fueran a mayores, de apaciguar un poco la situación. No había mucho en juego.

Pero Lindsey no poseía el suficiente sentido común como para saber que Coffey era un tipo distinto de persona. Y no era sólo porque fuera militar. Bud lo había estado observando allá en la sala de mantenimiento. La forma en que Coffey sudaba. La forma en que sus ojos no dejaban de mirar de soslayo, como si no pudiera mirar nada directamente.

—Lins, quiero que te mantengas lejos de ese tipo. Y lo digo en serio.

Hippy también lo había visto.

—Sí —confirmó—. El tipo está loco. ¿Viste sus manos?

Lindsey captó finalmente el cuadro.

—¿Qué, queréis decir que ha pillado el SNAP? —Le resultaba increíble que no se hubiera dado cuenta de ello. Si Coffey hubiera sido una máquina, a la fracción de segundo hubiera visto que algo funcionaba mal, que era peligrosa. Pero debido a que era una persona, podía llevar los signos del SNAP brillando con luces de neón en su frente y no verlos nunca. Así que Bud había tenido que explicárselo, claramente, a fin de que no pudiera equivocarse. Quizás esta vez, después de que Schoenick la hubiera sacudido un poco, quizás esta vez captara el mensaje.

—Mira, el tipo está operando por su cuenta. Se ha visto cortado de su cadena de mando. Está mostrando signos de psicosis inducida por la presión. Y tiene un arma nuclear. Así que, como un favor personal hacia mí, ¿quieres poner tu lengua en neutral por un tiempo?

Hippy aportó su opinión.

—Puedo decírtelo, le doy a todo este asunto un factor de esfínter de unos nueve coma cinco. —Nunca había sonado tan excitado en todo el tiempo que Bud lo conocía. Finalmente se dio cuenta. Hippy no era paranoide porque fuera paranoide. En realidad adoraba estar asustado. Era por eso por lo que siempre estaba buscando razones para asustarse.

Sólo ahora que la cosa había acabado se dio cuenta Lindsey de lo que había ocurrido exactamente. Había descubierto lo de la ojiva de combate, era como descubrir que había alguna malfunción en el sistema eléctrico. Al segundo siguiente de darte cuenta, ibas a arreglarlo. Pero esto no era tan simple. No disponía de un diagrama de cableado de la gente. Pero Virgil sí. Se lo había advertido, prácticamente le había suplicado que no se metiera en ello. Pero ella no había escuchado. No había confiado en su mejor juicio.

¿Por qué debía sentirse mal al respecto? No era más que lo mismo que él le había hecho a ella, no creyéndola respecto a los INTs.

Excepto que él la había llevado a un lugar privado para hablar con ella. Mientras que ella se burló de él delante de todo el mundo. No sólo esta vez, sino siempre. Él le decía: Hazlo así, irá mejor. Y entonces ella hacía lo opuesto, porque, ¿cómo se atrevía él a decirle a ella lo que debía hacer?

Yo te lo explicaré esta vez, se dijo Lindsey a sí misma. Porque él tenía razón. Las cosas hubieran ido mucho mejor si simplemente me hubiera detenido cuando él me lo dijo. Si me lo hubiera pensado unos minutos. Si hubiera imaginado algo inteligente que hacer. Si alguien actuara en mi plataforma de la misma forma impetuosa y arrogante que actúo yo con la gente de Bud, lo echaría a patadas de la plataforma, desearía matarlo.

Una vez que no me apoya, una vez que no me cree, y me siento tan traicionada que desearía morirme. Yo se lo he hecho a él una docena de veces, un centenar de veces en los años que hemos estado juntos. ¿Cómo se siente él? ¿Por qué demonios me amó alguna vez?

Y entonces, justo en el momento en que estaba a punto de comprender realmente lo que deseaba Bud, las emociones dentro de ella fueron tan fuertes que no pudo manejarlas. No supo qué hacer con sentimientos como aquellos.

Así que se detuvo. Justo al borde de perder su autocontrol…, se detuvo. Dejó de sentir nada. Como todas las veces que sus compañeras de escuela la dejaban helada, como todas las veces que sus hermanas o su madre la atacaban. No tengo que enfrentarme a eso. No es nada para mí. Es estúpido sentirme emocional al respecto. Bud no iba a hacer nada con la ojiva de combate, así que tuve que hacerlo yo, es así de simple. Él siempre tan débil, tan conciliador. Bien, yo no soy así. Yo actúo. Por eso la cosa nunca ha funcionado entre nosotros, por eso nunca hubiera podido funcionar. Bud y yo somos dos personas completamente distintas, eso es todo. Al menos yo intenté hacer algo. Todo lo que él hizo cuando cogió las riendas ahí dentro fue ceder ante Coffey, ceder completamente. Virgil Brigman es un hombre débil.

¿Cuántas veces se había dicho eso a sí misma? Especialmente después de llenar los papeles del divorcio. Cada vez que se daba cuenta de que él no estaba allí, cada vez que lo buscaba a su alrededor o pensaba en él, volvía a la letanía de razones por las que él simplemente no podía medirse con ella.

Esta vez, sin embargo, no hizo que se sintiera mejor. Sólo la hizo sentirse más amargada. ¿Hacia Bud? No. Sólo más amargada. ¿Qué eres tú, Lindsey?

No eres nada, eso es lo que eres.

Sólo que no deseaba creer eso. Se negaba a aceptarlo. Bud sabía que sí era algo. Después de todo lo que había ocurrido, después de todas las veces que ella le había pinchado con una palabra, después de todas las veces que lo había humillado frente a sus amigos, su equipo…, aún seguía amándola. Aún llevaba el anillo que ella le había dado. ¿Y eso qué significaba? Si ella no era nada, ¿por qué alguien como Bud Brigman sentiría aquello hacia ella?

Coffey se inclinó hacia la pared cónica que conducía a la ventana redonda de observación de la sala de mantenimiento. Su reflejo estaba al principio en la ventana, pero cuanto más se inclinaba hacia ella, más bloqueaba su sombra la luz, hasta que al final su reflejo desapareció y pudo ver más allá del cristal, al vacío del otro lado.

Había algo ahí fuera, un enemigo. Y ahora él estaba rodeado por enemigos allí dentro también. Originalmente había planeado plantar la ojiva de combate con el temporizador programado para varios días. Eso daría tiempo a que el Explorer regresara, enganchara un nuevo umbilical, lanzara un cable de arrastre y los sacara de allí. Podrían mantenerse vigilantes aquí hasta que regresara el Explorer, ahuyentar al intruso si intentaba volver. Luego, cuando los barcos hubieran eludido la tormenta, la Marina podría despejar la zona, mantenerla segura hasta que la ojiva de combate estallara.

Pero ahora ya no había tiempo para eso. No podía utilizar a ninguno de los civiles…, nunca cooperarían. Probablemente sabotearían la operación si tenían alguna posibilidad. La mujer Brigman seguro que lo haría, probablemente Una Noche también. Y Barbo era beligerante, en cualquier momento podía iniciar una pelea. Hippy estaba loco. Chico al borde de la histeria. Bud era su enemigo ahora. Todos eran peligrosos. Todos ellos.

Incluso yo.

Pegado a la burbuja acrílica a su lado había uno de aquellos muñecos Garfield agarrado al cristal con sus ventosas. La idea de alguien de una broma. Apretado allá contra la ventana, con las patas abiertas, desnudo, colgando. En cualquier segundo podía perder su presa y caer gritando al abismo. En cualquier segundo.