La Deepcore había golpeado ya —duramente— contra el peñasco en el fondo del mar. El milagro era que no parecía haber sufrido ningún daño serio…, nada que se reflejara en los instrumentos, al menos. Ahora, sin embargo, algo mucho peor estaba en camino.
—¡Está bien, todo el mundo! ¡Todos preparados para el impacto! —gritó Bud por el sistema de comunicaciones—. ¡Cerrad todas las compuertas exteriores! —Dio una fuerte palmada al botón de alarma. Todo el mundo sabía lo que tenía que hacer. Lo habían hecho centenares de veces en los entrenamientos.
La peor cosa que Bud había temido hasta entonces era que el Explorer arrastrara a la Deepcore al interior de la fosa Caimán. Había esperado que el umbilical se rompiera…, imaginaba que podrían sobrevivir al impacto del pesado cable sobre la Deepcore. Nunca se le había ocurrido que el umbilical pudiera ser más fuerte que los anclajes de la grúa en la cubierta del Explorer. Ahora tenía cuarenta toneladas de acero descendiendo directamente sobre sus cabezas. La Deepcore no había sido diseñada para resistir un impacto desde arriba. Si la grúa les golpeaba, hundiría la plataforma como si fuera una lata de aluminio.
—¡Adelante, movámonos! —ladró—. ¡Adelante adelante adelante adelante!
Lindsey ya estaba en los controles del sonar. Trasladó las señales a los altavoces para que todo el mundo pudiera oírlas. Ping, ping, ping. Como en una película de submarinos sobre la Segunda Guerra Mundial. Escuchando al enemigo. Era como un contrapunto a la sirena de alarma. Uuuuh-uuuuh. Ping ping ping. La música del miedo.
Coffey supo de inmediato que todo aquello era culpa suya. Pero tenía que coger el Fondoplano, ¿no? Tenía que conseguir la ojiva de combate. Había recibido sus órdenes…, Fase Dos.
Pero el hecho de coger el Fondoplano había retrasado la desconexión del Explorer, y ahora el resultado de todo ello era la posible destrucción de la Deepcore. Muy listo, teniente. Has conseguido la ojiva de combate, has perdido la plataforma, la misión ha sido cumplida, estás muerto, fracasaste. Hubiera debido darse cuenta de las prioridades aquí. Hubiera debido comprender que era más importante asegurar la Deepcore y luego ir en busca de la ojiva de combate. ¿Por qué no se dio cuenta de aquello? Siempre tengo en cuenta primero la seguridad de mis hombres. Siempre me aseguro de no poner en peligro el éxito apresurándome demasiado.
Lo peor de todo esto es que estoy perdiendo el tiempo pensando en el mal trabajo que hice cuando hay cosas que debo hacer en este preciso instante. Evaluar la situación, hacer lo que sea necesario ahora.
¿Dónde puede ser mejor utilizado mi grupo? Puedo tomar esa decisión. Pero rápido, sin perder tiempo. Se dirigió a Monk y Wilhite:
—Vosotros dos, ayudad a asegurar la plataforma. —Y luego, a Schoenick—: Tú ven conmigo.
Se pusieron en movimiento. Monk y Wilhite hacia la sala de control, asegurando las compuertas a su paso. Coffey y Schoenick hacia la ojiva de combate. Tenía que estar allí con la ojiva de combate. Aunque, si la ojiva de combate se activaba a causa de una colisión, no importaría en absoluto el que Coffey estuviera o no con ella.
Bud sabía lo que estaba ocurriendo en la Deepcore. Todas las compuertas selladas, todos los compartimientos separados en unidades aisladas. Su equipo disperso. Si la grúa les alcanzaba, algunos morirían, por supuesto. Unos pocos podrían sobrevivir, si uno de los trimódulos no resultaba alcanzado, si alguno de los tanques sobrevivía. Aunque hubieran dispuesto de los suficientes sumergibles para sacar a todo el mundo de la plataforma, no había tiempo.
Entonces recordó el Fondoplano, que estaba fuera. Cogió sus auriculares, se los puso, gritó:
—¡Una Noche, Una Noche, ¿puedes oírme?! ¡Apártate de aquí! ¡La grúa baja encima de nosotros! —Intentó mirar por la ventana, se maldijo a sí mismo por el retraso, aunque fuera sólo un instante.
En el exterior, Una Noche luchaba por mantener el control de un agitado Fondoplano, intentando hallar un rumbo a través del errático umbilical que caía. Ya había recibido un fuerte golpe en el flotador de babor del Fondoplano, que la lanzó brutalmente de un lado para otro dentro de la cabina; si algún tramo del umbilical caía sobre el Fondoplano, lo aplastaría contra el fondo, y entonces no habría ningún escape para ella.
Barbo entró en la sala de control, cerró de golpe la compuerta y la selló. Se había cruzado con mucha gente en los corredores, ninguno de ellos sabiendo a ciencia cierta lo que estaba ocurriendo, todos ellos terriblemente asustados. Finler le había preguntado qué demonios pasaba. Barbo no lo sabía, no entonces. Pero ahora podía ver toda la historia. El umbilical descendiendo rápidamente. Eso ya era bastante malo…, pero la expresión aterrada de Bud y el ulular de la sirena le dijeron que tenía que haber algo grande y feo unido al otro extremo del cordón.
Bud apenas se dio cuenta de la presencia de Barbo. Seguía comprobando los monitores de vídeo, los indicadores. Todavía no había daños serios. La plataforma resonaba y se estremecía a medida que los bucles del umbilical la golpeaban, pero ahora podía ver parte del cable cuando miraba por la ventana de babor. Parte de él, al menos, ya no caía encima de la Deepcore; se estaba enroscando sobre sí mismo, formando una pila en el fondo marino a unos pocos metros de la plataforma. Como un montón de pasta en un plato. ¿Era esto un buen signo, que buena parte del umbilical descendiera al lado de la Deepcore en vez de encima? Después de todo, antes de que la grúa cediera, el Explorer se había desviado en ángulo, tensando el umbilical, arrastrándoles a ellos. Así que la grúa podía estar cayendo un poco descentrada. Un poco. ¿Lo suficiente?
—¡La tengo! —exclamó Lindsey—. ¡La tengo, desciende directamente sobre nosotros!
No sabes eso, Lindsey. Quizá no. Sólo un poco, Dios, por favor. Sólo unos cuantos metros.
Un bucle del umbilical golpeó de nuevo a la Deepcore. Resonó como el interior de una campana. Así que quizá la Deepcore estuviera en el centro de la diana después de todo.
Lindsey se acercó a Bud para mirar por la ventana de observación. Barbo permanecía simplemente allí, sujetándose a un asidero de acero. Hippy agarró una bolsa de plástico, metió a Beany dentro y la cerró.
Y permanecieron allá, aguardando, aguardando. Bud se inclinó hacia la ventana a fin de poder mirar hacia arriba, de verla llegar. Me va a servir de mucho, pensó, saber tres décimas de segundo antes de que golpee que va a golpear. Pero tengo que saberlo.
Lo mismo hizo Lindsey. Abandonó el sonar, se inclinó hacia la ventana junto a él. Ambos mirando hacia arriba. Reza una pequeña oración, Lins, eso es lo que estoy haciendo yo.
Y, si morimos, moriremos juntos, y tú seguirás siendo mi esposa este día a esta ahora, así que supongo que yo habré ganado. Es casi la única forma en que podré hacerlo.
El ping del sonar se hizo más y más rápido, y…
La rota y retorcida grúa golpeó el suelo a no más de veinte metros de distancia, con un ruido de aplastamiento tan fuerte que lo pudieron oír con toda facilidad dentro de la sala de control. El lodo se alzó del suelo como una perezosa nube. Estaban vivos.
Se echaron a reír. La risa de Lindsey era un poco histérica. La de Bud era más un jadeo que una risa. Se le ocurrió que nunca se había alegrado tanto de ver algo como de ver la grúa llegar al fondo al otro lado de la ventana de babor.
La grúa cayó al borde mismo del abismo. Parte de ella lo hizo verticalmente, y parte de la roca bajo ella, justo en el borde del risco, era demasiado débil para soportar el golpe. Se desmoronó. La masa vertical de acero empezó a inclinarse. Gimió bajo el esfuerzo mientras se inclinaba lentamente, graciosamente, por encima del borde.
Se deslizó y cayó, y cayó, por la ladera cada vez más empinada, sin encontrar nada que detuviera su caída. Tras ella, el umbilical empezó a desenrollarse y a seguirla abismo abajo como una serpiente apartándose de la Deepcore.
Entonces Lindsey recordó que aquella serpiente en particular nunca podría alejarse de la Deepcore, porque estaba unida primero al armazón A, y luego a cada punto donde, al caer, se había enredado en la estructura de la plataforma.
—Oh, mierda —dijo.
La grúa estaba más allá del borde ya, rodando ladera abajo, enredada consigo mismo como una carnada de cachorrillos jugando. Alcanzó un saliente y se detuvo por unos instantes, pero el impulso era demasiado fuerte y la hizo rodar sobre sí misma, la llevó más allá del borde a una pendiente aún más pronunciada. Ya no había forma de detenerla.
Desde la ventana de observación Bud pudo ver el umbilical desenrollarse, desaparecer cada vez más rápido por el borde.
Cuarenta toneladas de acero, cayendo aprisa, y todo ello unido por un cable irrompible a la parte superior de la Deepcore. No había ningún ancla, ninguna forma de retenerse. La Deepcore estaba ya en una suave pendiente, descansando sobre sus patines de sustentación contra un saliente rocoso. Si la roca aguantaba los patines, entonces el armazón A podía romperse…, era su mejor posibilidad. Pero Bud temía que la Deepcore rodara o se deslizara, fuera arrastrada hasta el borde, y entonces fuera sorbida hacia abajo al interior del cañón. Una vez allí, no vivirían para volver a salir. Nadie los encontraría nunca. Como su hermano, Junior. Perdidos para siempre.
—Oh no no no no no no no no —dijo.
—Oh, Dios mío —dijo Lindsey—. ¿Bud?
Como si esperara que él hiciese algo. ¿Como qué? Por una vez Lindsey recurre a mí para hacer algo, me trata realmente como si hubiera algo que necesitara de mí, y no hay nada que yo pueda hacer.
El umbilical restalló tenso como una vela en el viento. La Deepcore se inclinó, se retorció mientras el umbilical tiraba de ella. Las alarmas empezaron a sonar por toda la plataforma. Pero la Deepcore no rodó ni se rompió. La estructura era demasiado recia para eso, su centro de gravedad era demasiado bajo. En vez de ello empezó a deslizarse. Directamente hacia el borde.
Cuando el Explorer la había arrastrado ya había sido bastante malo…, el umbilical los había estado alzando entonces. Ahora, en cambio, el umbilical tiraba de ellos hacia abajo, de modo que cogían cualquier irregularidad del fondo marino. ¿Pero qué importaba el saltar y bambolearse? Estaban en el borde mismo de la ladera que descendía hacia el cañón. Y luego estuvieron en ella.
Deslizándose ladera abajo, siguiendo el sendero que la grúa había despejado ya de obstáculos. La Deepcore estaba diseñada para permanecer nivelada en el fondo del océano; no estaba prevista para deslizarse por el borde de un risco. Aquél era un tipo de tensión que Lindsey no hubiera podido planear nunca si quería que su construcción fuera realizable. Podía oír, podía sentir, cómo las cosas iban cediendo, los remaches saltaban, las juntas se desalineaban; era como si sus nervios estuvieran conectados a toda la estructura de la Deepcore, directamente hasta su cerebro, de modo que podía sentirlo como si fuera la agonía de su cuerpo siendo desgarrado.
Las luces parpadearon, disminuyeron; hubo cortocircuitos en el cableado, se inició un incendio en la sala de control.
—¡La sala de baterías ha estallado! —gritó Bud…, al menos algunos de los indicadores aún funcionaban.
Lindsey siguió a Bud fuera de la sala de control. De camino, señaló el fuego a Barbo.
—¡Ocúpate de eso!
Pudo sentir la mano de Hippy en su espalda, siguiéndola, cuando se agachó para cruzar la compuerta. Barbo tenía el extintor silbando furiosamente antes de salir de su alcance auditivo.
Echaron a correr por el pasillo. Finler venía de la sala de perforación.
—¡Bud! —Un grito como el de un niño pequeño pidiendo ayuda.
Bud se detuvo, miró hacia donde estaba de pie Finler.
—¿Sí? —gritó.
—¡Bud, la sala de perforación se está inundando! Entonces, ¿qué demonios haces aquí hablando conmigo?
—¡Vuelve allá! —gritó Bud—. ¡Estaré en seguida contigo! ¡Muévete!
Finler desapareció. Otra sacudida de los patines de sustentación golpeando algún obstáculo, rebotando. Lindsey no se sujetaba a nada en aquellos momentos…, chocó contra la pared. Inmediatamente se dio la vuelta, de espaldas contra la pared, el aliento perdido por unos instantes.
Bud vio a Hippy allí. Otro estorbo.
—¡Hippy, ve a la bodega de inmersión! ¡Ciérrala!
No había ninguna razón para que Lindsey siguiera con Bud…, ambos sabían qué hacer, podían realizar el doble de cosas si se separaban. Así que, ¿por qué se pegaba tanto a él? ¿Por qué no deseaba alejarlo de su vista? ¿Acaso pensaba que podría salvarle si algo iba mal? ¿O esperaba que él la salvara a ella? Tonterías.
—¡Yo me ocuparé de esto! —gritó. Bud la oyó, y decidió no discutir. Se metió por una compuerta. Lindsey se dio la vuelta y se alejó, corriendo hacia el fondo del pasillo, en dirección a la escalerilla que conducía a la sala de máquinas.
En la sala del compresor, Monk estaba trabajando en medio de un chorro de agua de mar, haciendo girar válvulas para detener el fluir de las tuberías rotas. Luego un surtidor de chispas brotó de la sala de baterías. El agua de mar había alcanzado las baterías; estaban despidiendo violentos arcos. Bud sabía lo que iba a ocurrir…, las capas de electricidad prenderían el hidrógeno de las baterías. Pero no había tiempo de reaccionar, de alejarse. La sala de baterías estalló, arrancando la compuerta de sus goznes. La plancha de metal salió disparada directamente hacia Monk, lo golpeó, lo derribó, lo clavó a la cubierta.
Mientras bajaba la escalerilla a la sala de máquinas, los bordes de la explosión llegaron hasta Lindsey: una luz cegadora, luego el fuego. El calor fue inmediato e intenso, pero era el aire respirable lo que la preocupó. El fuego consumía el oxígeno tan rápidamente y ponía tanto humo en el aire que ya estaba tosiendo cuando agarró un equipo de emergencia de la pared. Lo primero que hizo fue ponerse la mascarilla, para poder seguir con vida el tiempo suficiente para sujetarse el resto del equipo en los hombros. Sólo entonces cogió una manguera de agua de mar y empezó a rociar las llamas. Aquello era lo único de lo que disponían en abundancia…, agua de mar.
Hippy avanzó por el corredor, casi tropezó al cruzar la compuerta a la bodega de inmersión. Se agachó y la cruzó. Debido a la inclinación de la plataforma, el agua rebasaba las paredes del pozo lunar y fluía a la parte inferior de la estructura. Al otro lado del pozo, Hippy pudo ver a uno de los SEALs —Wilhite— luchando contra un fuego. Estaba loco. ¿No se daba cuenta de que el pozo lunar tenía que ser sellado? Era un agujero abierto en el centro de la Deepcore y, ahora que la plataforma no estaba nivelada, era la ruta más segura para que el agua entrara a todas partes. Tenía que ser sellada inmediatamente…, el fuego era el último problema allí.
Pero bueno, no todo el mundo actuaba sensatamente. Hippy era consciente de ello. Demonios, aquí estaba él, sujetando con su mano una bolsa con una rata dentro.
—¡Salga de aquí! —gritó. Wilhite le oyó. Entendió.
—¡Hippy, cierre esa puerta hermética!
Hippy pulsó el botón. Aún funcionaba…, la puerta se cerró, sellando aquella entrada. Echó a correr hacia Wilhite.
La Deepcore dio un brusco bote. El Taxi Tres eligió aquel momento para soltarse de su alojamiento y deslizarse directamente hacia Wilhite. Con el Taxi Tres acercándosele, no le quedaba a Wilhite ningún espacio en la cubierta donde estar. Se echó de cabeza al pozo lunar.
El Taxi Tres golpeó contra la pared del fondo, luego giró, siguiendo el movimiento de la Deepcore, y empezó a deslizarse directamente hacia Hippy. Hippy chapoteó en el agua que cubría el suelo, luchando por apartarse del camino. Se lanzó a través de una compuerta. A salvo.
Excepto que había dejado caer algo. Miró hacia atrás. La bolsa de plástico con Beany flotaba en el agua, atrapada en la corriente del pozo lunar, bamboleándose directamente delante del Taxi Tres mientras éste se deslizaba hacia la compuerta. Hippy volvió a cruzar la compuerta de vuelta a la bodega de inmersión, atrapó la bolsa con Beany, luego retrocedió y se salió del camino una décima de segundo antes de que el Taxi Tres se estrellara contra la compuerta.
Wilhite apenas se dio cuenta de la salida de Hippy. Estaba agarrado al borde del pozo, intentando salir. El agua era tan fría, sus dedos estaban tan entumecidos, que no podía aferrar firmemente el borde, no podía trepar.
Entonces la Deepcore botó de nuevo. El Taxi Tres cambió de dirección, recto hacia Wilhite. Éste alzó las manos, como si pudiera salvarse reteniendo las doce toneladas del sumergible fuera del agua. El Taxi Tres cayó en el pozo, hundiéndolo consigo, arrastrándolo hacia abajo en el agua. Ahora estaba bajo la plataforma. Intentó aferrarse a algo, volver a trepar al pozo, pero no pudo. Sus dedos estaban demasiado helados para sujetar nada. El agua lo retuvo mientras la plataforma seguía su camino. Se quedó atrás. Pero nunca llegó a darse cuenta de que había sido abandonado. La hipotermia lo había dejado inconsciente antes incluso de que la Deepcore terminara de pasar encima de él. Antes de que tuviera tiempo de ahogarse.
La Deepcore se deslizó por la pendiente hasta el reborde donde la grúa había vacilado, luego rodado por encima del borde del risco. Esta vez, sin embargo, la estructura era mucho más resistente. La Deepcore era tan enorme y su centro de gravedad tan bajo que, cuando alcanzó el reborde, éste la retuvo. Osciló allí unos angustiosos momentos, sí…, pero la retuvo.
En algún lugar más abajo, la grúa fue frenada en su descenso. Trozos de ella siguieron su camino hacia el fondo, pero gran parte de ella aún colgaba del extremo del umbilical. Cuando la Deepcore se negó a seguir cediendo, a seguirla en su camino hacia abajo, el impulso de la grúa fue transferido de vertical a horizontal. Osciló como un péndulo.
Muy arriba, la Deepcore gimió con la tensión del oscilante umbilical. De nuevo, sin embargo, resistió. La Deepcore no iba a caer al abismo. Estaba en una situación precaria, pero la plataforma no iba a morir todavía. No completamente.
En la zona de habitaciones, Perry había sellado la compuerta de su módulo. Por ahora iba bien…, pero sabía que no estaba seguro allí. Caía demasiada agua de mar desde arriba. Tenía que abrir la compuerta del techo, subir al nivel tres. Lindsey Brigman podía ser una maldita zorra cuando tenías que trabajar con ella, pero había diseñado una buena plataforma…, siempre había alguna vía de escape.
La compuerta encima de su cabeza estaba demasiado alta para alcanzarla. Tendría que subirse sobre un camastro. Sólo que, en el momento en que lo hacía, la Deepcore alcanzó el borde del risco y se detuvo con una sacudida. La tensión abrió una brecha vertical en la pared. El agua empezó a entrar en el módulo, directamente sobre el camastro, derribando a Perry. El agua era tan fría que casi detuvo su respiración, pero consiguió ponerse de nuevo en pie y volver a subirse al marco del camastro.
Ahora podía alcanzar la compuerta. Intentó girar la rueda, pero no cedió. Todas esas compuertas eran comprobadas regularmente, a cada cambio de turno. Debía haber sido la tensión sobre la estructura cuando la Deepcore se detuvo lo que la había encajado. Si pudiera hacerla girar con la suficiente fuerza.
Pero no podía conseguir el apoyo necesario para hacer palanca. El agua seguía subiendo, arriba, cada vez más arriba. La compuerta no cedía. Finalmente, con el agua apretándolo ya contra el techo, dejó de intentarlo. Se quedó colgando allá, simplemente, mientras el frío hacía circular con más lentitud su sangre, hacía que sus dedos se volvieran tan gruesos y torpes que ya no pudo seguir sujetándose.
Flotó en el agua mientras el compartimiento acababa de llenarse, con sus brazos y piernas derivando perezosamente con los últimos restos de turbulencia, como suaves brisas en el agua.
Lindsey se abrió dificultosamente camino hasta la sala del compresor, chorreando agua de mar, abriéndose camino con la manguera contra el fuego. Vio a través del humo la puerta que había estallado de la sala de baterías. Había alguien debajo.
Barbo bajaba en aquellos momentos por la escalerilla. Lindsey le tendió la manguera.
—¡Dirígela sobre mí! —le dijo.
Con el chorro de agua manteniendo lo peor de las llamas lejos de ella, se dirigió hacia la compuerta. Era Monk quien estaba debajo, no completamente inconsciente, intentando moverse débilmente, liberarse de la plancha de metal. Lindsey lo agarró, lo arrastró fuera del camino de las llamas.
Cuando estuvo lo suficientemente lejos de las llamas como para no necesitar ya el chorro sobre ella, Barbo avanzó, cogió a Monk, se lo cargó al hombro y se encaminó hacia la escalerilla. La enfermería estaba en el mismo trimódulo, un nivel más arriba, y hasta ahora no había ningún escape de agua en ella.
Lindsey recogió la manguera, siguió apuntándola hacia el fuego. Miró a través de las llamas a la sala de baterías. Al otro lado de aquel compartimiento estaba la oficina del encargado de la plataforma…, el camarote de Bud. Más allá, otra escalerilla, y luego el largo corredor que bajaba hasta la sala de perforación. Bud había prometido a Finler que iría allí. ¿Estaría allí ahora? ¿Había hecho estallar el fuego la compuerta del otro lado también? ¿Era posible que Bud estuviera en aquella habitación cuando estalló el fuego, intentando salvar algo? He salvado a uno de estos malditos SEALs, y quizá Bud esté en el otro lado del fuego, tendido bajo una compuerta en la misma situación, sólo que yo no estoy allí, no puedo sacarle.
Permaneció hoscamente en aquel lugar, dirigiendo el agua hacia las llamas. Si voy persiguiendo cualquier cosa que imagine que puede haber ocurrido, será peor que inútil. Si yo hago mi trabajo, si Bud hace el suyo, todo irá bien. Espero. Por favor, Dios.
Abajo en la sala de perforación, Finler y Dietz y McWhirter tenían los incendios bajo control, la inundación detenida…, hasta la última y brutal sacudida y el retorcimiento cuando la grúa empezó a oscilar al extremo del umbilical. Entonces supieron lo que era una auténtica inundación. El agua penetró como si rebosara por encima de un dique. Los arrojó por entre la maquinaria; los revolcó. Pero finalmente consiguieron volver a ponerse en pie, se alejaron chapoteando entre el agua. No podían hacer nada excepto salir de allí, intentar hallar alguna parte de la Deepcore que aún estuviera intacta.
Pero la gran compuerta automática ya se estaba cerrando, sus motores la deslizaban sobre sus guías como la puerta de la cámara acorazada de un banco. Chapoteando en el agua, no la alcanzaron hasta que ya se había cerrado.
Golpearon la puerta con los puños. Miraron a través de la mirilla al corredor del otro lado, en desesperada busca de ayuda. No había nadie allí que pudiera oírles, nadie para activar la puerta desde el otro lado. Apretaron sus manos, sus rostros, contra el pequeño círculo de cristal, como si pudieran abrirse camino por él.
Fue entonces cuando finalmente llegó Bud, corriendo por el largo corredor hasta la sala de perforación. Vio la puerta cerrada. Vio manos, la cabeza de alguien.
No había forma de que pudiera abrir la puerta desde su lado. El motor seguiría forzando la puerta cerrada hasta que la estancia al otro lado fuera de nuevo hermética. La única forma de conseguirlo era cortar el tubo neumático, que estaba al otro lado de la puerta.
—¡Cortad el cable al motor! —gritó Bud—. ¡Cortad el tubo! ¡No puedo abrir la puerta desde este lado!
No le oyeron. O no le comprendieron. O el pánico se había apoderado de ellos, y no actuaban racionalmente más allá de golpear inútilmente la mirilla con sus puños. Y así Bud se quedó allí, fuera en el corredor, sabiendo cómo salvarles, a sólo unos centímetros de ellos, y sin embargo impotente, incapaz de actuar. Era la peor cosa del mundo, ver a alguien morir de aquella manera. ¿Cuántas veces había visto en sus sueños a Junior ahogándose? Siempre fuera de su alcance. Siempre allá donde Bud no podía hacer nada por ayudarle. Exactamente igual que ahora.
De pronto, el mamparo contiguo a él cedió. Un helado torrente entró en tromba en el corredor. Lo derribó. Supo lo que iba a pasar a continuación. La puerta automática al otro extremo del corredor empezaría inmediatamente a cerrarse. Si no llegaba allí primero, serían su rostro y sus manos las que se apretarían impotentes contra la pequeña mirilla.
Se puso en pie, chapoteó en el agua. Tenía más suerte que los otros…, la brecha no era tan grande, así que el corredor no se llenaba tan aprisa como lo había hecho la sala de perforación. De todos modos, el agua lo retuvo lo suficiente como para que no alcanzara a tiempo la puerta. Tendió desesperadamente las manos, las metió en la abertura, intentó mantenerla abierta. No había ninguna posibilidad. No tenía la fuerza suficiente.
La puerta se cerró sobre los dedos de su mano izquierda. Se crispó, preparándose para la agonía del aplastamiento. Pero esto no ocurrió.
La puerta seguía abierta. Algo la estaba reteniendo justo el espacio de sus dedos. Era su anillo. El anillo de boda, más duro que el acero, que Lindsey le había dado. La puerta lo combaba un poco —podía sentir la presión sobre su dedo—, pero no podía romperlo ni aplastarlo. Como tampoco podía él deslizar fuera su dedo…, el anillo se había combado lo suficiente como para encajarse sobre el hueso de su nudillo. No podía liberarse. El agua estaba llenando el corredor tras él…, y parte de ella se deslizaba por la rendija entre la puerta y el marco. La abertura era suficiente para que pudiera ver el otro lado. No había nadie. Iba a morir allí, y sabía que eso era lo correcto, que así era como funcionaban las cosas debajo del agua, a veces terminabas en el lado equivocado de una compuerta y, para salvar la vida de la gente al otro lado, esa puerta tenía que permanecer cerrada y tú tenías que morir. Pero esta puerta no estaba haciendo su trabajo de retener el agua. Iba a morir, y el resto de la plataforma no iba a estar seguro a causa de ello.
—¡Hey! ¡Hey! —gritó. Una y otra vez, negándose a renunciar. Alguien tenía que oírle.
Fue Barbo. Él y Chico bajaron ruidosamente la escalerilla, avanzaron por el corredor al otro lado de la puerta automática. Barbo puñeó el botón de apertura. No ocurrió nada. Chico, siempre más directo, metió una palanca en la estrecha abertura e intentó empujar la puerta.
Nada de aquello iba a funcionar, y Bud lo sabía.
—¡Cortad el tubo! ¡Cortad el tubo neumático!
Finalmente le oyeron por encima del ruido del agua brotando por la rendija de la puerta. Barbo abrió su navaja automática y apuñaló el tubo del mecanismo de la puerta.
Bud notó inmediatamente que la presión sobre su anillo se relajaba. Ahora Barbo y Chico podían forzar fácilmente la puerta para que se abriera. Demasiado rápido, de hecho…, Bud fue empujado por el torrente de agua, golpeando a Chico contra los tubos en el corredor. Uno de los huesos del brazo de Chico restalló y se partió con la fuerza del golpe.
El corredor se estaba llenando rápidamente de agua.
—¡Está bien! —gritó Barbo—. ¡Aprisa, vámonos, vámonos, vámonos!
Barbo vio que Chico se sujetaba el brazo, aturdido por el dolor.
—Chico, ¿estás bien?
—¡Vamos, moveos! ¡Aprisa, aprisa, aprisa!
Atravesaron la siguiente compuerta hacia la escalerilla.
—¡Cerrad la compuerta! —gritó Bud. Barbo la cerró, hizo girar la rueda. No había filtraciones allí. Bud se derrumbó contra la pared. Habían sellado el agua al otro lado. Como comandante, de eso era de todo lo que se suponía que debía preocuparse. Pero mierda, él no era Coffey, él no fingía no sentir nada excepto lo oficialmente sancionado. Se sentía malditamente alegre de seguir con vida.
Miró el anillo en su dedo. Una pequeña banda de metal. Ahora nunca podría sacárselo, pero ya estaba bien así. Lo besó, movido por un fuerte impulso.
—¿Estáis bien? ¿Todo el mundo está bien?
Sí. Estaban bien.
Lo primero que hicieron fue enviar al Gran Tonto y al Pequeño Tonto a examinar los daños, ver si alguno de los otros módulos había resistido, si había otros supervivientes, qué era lo que les quedaba. Les quedaba esto: Estaban vivos, perchados en el borde mismo del abismo del infierno.
Desde dentro, Bud podía imaginar al menos esto: Tenían las débiles luces de emergencia. Tenían el módulo de mando y el lado de la plataforma con la sala común, la comida, la enfermería. El otro lado era inutilizable, completamente inundado. Habían perdido a Wilhite de los SEALs, Perry, Finler, Dietz y McWhirter del equipo. Lioso había dormido todo el tiempo, aún en su coma en la enfermería. Chico tenía el brazo entablillado y colgado del cuello con un pañuelo, pero aún era útil; podía ir de un lado para otro, así que Bud lo encargó de la UQC, intentando contactar con el Explorer. Monk tenía una pierna rota…, sería el especialista médico que se encargara de la enfermería. Todos los demás estaban más o menos sanos. Todos se sentían impresionados, algunos mortalmente asustados, algunos lloraban a los muertos, otros se alegraban de estar vivos y se avergonzaban de alegrarse tanto.
Y Beany. La rata estaba viva y correteaba por los hombros de Hippy.
Bud fue a la sala de control. Sentía las muertes más que cualquiera, porque no sólo se lamentaba por sus amigos, sino que también se sentía responsable de ellos. Los había abandonado. Había visto a algunos de ellos morir, y no había hecho una maldita cosa por salvarles. No importaba que no hubiera nada que hubiera podido hacer. No, había algo que hubiera podido hacer. Hubiera podido decirle a McBride y Kirkhill y aquel tipo militar —Martini, DeMarco—, podía haberles dicho que se fueran todos a que los sodomizaran. Podía haberles dicho que aquélla era una maldita plataforma de perforación, no una nave militar. Si hubiera hecho eso, si hubiera hecho lo que Lindsey le dijo que debía haber hecho, entonces toda esa gente estaría viva ahora. De hecho, acabarían su turno mañana. Estarían aguardando a que el nuevo equipo se presurizara, luego entrarían en la cámara y se despresurizarían durante tres semanas. Mortalmente aburridos. Aburridos hasta el más espantoso de los hastíos, pero vivos.
Chico estaba canturreándole a la superficie por la UQC.
—Mayday, mayday, mayday. Aquí la Deepcore Dos. ¿Me oís, cambio?
Llevaba ya largo tiempo así. Si estaban en situación de responder, si podían oírles, ya hubieran respondido. Probablemente el huracán estaba directamente encima de sus cabezas. Probablemente estaban tan lejos de alcance que llamarles no era más que una broma. ¿Qué podrían hacer, de todos modos, hasta que la tormenta hubiera pasado?
—Benthic Explorer, Benthic Explorer, aquí la Deepcore. ¿Me oís, cambio?
Bud se inclinó sobre él. La linterna que llevaba arrojaba danzantes sombras sobre las paredes.
—Olvídalo, Chico. Se han ido.
Chico se detuvo, se dejó caer hacia atrás en su silla. Pero, al cabo de una pausa, siguió con ello:
—Mayday, mayday, mayday…
Bud apoyó una mano en su hombro.
—Hey, se han ido.
Ahora Chico captó el mensaje.
—¿Estás bien? —preguntó Bud.
Chico sostenía el micrófono en su mano como si fuera una varita mágica: si la apretaba el tiempo suficiente entre sus dedos, le daría lo que deseaba.
—Sólo quiero salir de aquí. Quiero ver a mi esposa una vez más.
Bud le comprendía. Chico no llamaba porque fuera práctico. Lo hacía porque si dejaba de hacerlo entonces eso sería lo mismo que abandonar toda esperanza. Dale al hombre la oportunidad de centrarse. Mientras tanto, deja que continúe haciendo lo que tiene que hacer.
—De acuerdo, sigue intentándolo. Chico empezó a canturrear de nuevo:
—Mayday mayday mayday, ¿me oís, cambio?
Bud fue a la enfermería, iluminando su camino con la linterna. Aquí y allá una luz de emergencia marcaba el corredor…, pero era oscuro.
Fue a la cama donde estaba Lioso, aún en coma. Tocó su cabeza.
—Hey, Lioso —susurró—. ¿Qué viste ahí abajo? —Le subió la manta. Empezaba a hacer frío allí.
Bud oyó un leve grito fuera de la habitación. Por un momento fue como si Lioso le hubiera contestado. Pero eran los SEALs. Abrió la puerta y miró. Coffey y Schoenick estaban ocupándose de la pierna de Monk, entablillándosela. Coffey alzó la vista cuando Bud asomó la cabeza.
—¿Encontraron a su compañero? —preguntó Bud.
—No —dijo Coffey.
Sus ojos se cruzaron por un momento. Bud se mordió las palabras que acudían a su mente. O bien Coffey sabía ya por qué había ocurrido todo aquello, en cuyo caso Bud no necesitaba decirle nada, o era demasiado malditamente testarudo como para creerlo, en cuyo caso, ¿para qué molestarse? De todos modos, no pudo evitar que su juicio aflorara a sus ojos. Tú lo hiciste, Coffey. Dije sí al principio, pero el trato era que yo tenía la última palabra en todo lo referente a seguridad, y tú lo sabías. Si hubieras cumplido con tu parte, tu chico aquí no estaría gruñendo de dolor, y ese otro chico no estaría muerto en el agua en alguna parte, tan profundo que ni siquiera los peces lo podrán encontrar.
Bud se volvió sin decir palabra. Tras él, Coffey dio unos pasos hacia la puerta.
—Brigman —dijo.
Bud se detuvo, se volvió a medias.
—¿Qué?
—Tenía que cumplir órdenes. No me quedaba otra elección.
Bud oyó las palabras, pero no se dejó engañar por ellas. Mi padre fue marine, Coffey, un suboficial. Lo sé todo respecto a órdenes. Sé que un comandante tiene discreción propia. Sí hubieras aguardado media hora a que Una Noche desenganchara el umbilical cuando aún era posible, hubieras podido pasar luego todo el tiempo que hubieras querido haciendo lo que fuera que te ordenaba tu misteriosa misión. Si lo hubieras hecho así, DeMarco hubiera estado de tu lado. Tú siempre tienes una elección.
Sin embargo, sabía que era duro para Coffey admitir que se había equivocado. Y eso era lo que significaban sus palabras…, una admisión de que eran sus acciones las que habían causado todo aquello. Habían causado también la muerte de su propio hombre…, Coffey debía lamentar esto tan agudamente como Bud lamentaba la muerte de los miembros de su propio equipo. Al menos tenían esto en común. Así que no rechazó lo que Coffey decía. Se detuvo el tiempo suficiente como para que Coffey supiera que había sido oído, oído y no refutado. Luego abandonó la enfermería.
Bajó la escalerilla hacia la sala de máquinas. Vio a Barbo, soldando un punto débil. Pero era a Lindsey a quien estaba buscando. Era ella la que conocía cada cable, cada maldito electrón en aquellos cables.
Lindsey estaba arrastrando un largo cable a través del agua que le llegaba hasta las rodillas, preparándose para fijarlo junto con algunos otros cables en la pared. El agua en el suelo era fría y desagradable, pero ya no era peligrosa…, era la que había rebosado del pozo lunar, y que se había depositado en el nivel más inferior de la Deepcore.
La miró durante unos momentos. Aquélla era la Lindsey de sus mejores momentos, trabajando en algo que ocupaba toda su atención, construyendo algo. Dios, era hermosa. Y estaba viva. Cubierta de grasa, fría y sucia, pero viva. Si la hubiera perdido, si hubiera estado en uno de los compartimientos inundados, si hubiera tenido que pensar en ella flotando en alguna parte en el frío y negro océano, no hubiera podido resistirlo, lo hubiera abandonado todo de inmediato. Infiernos, pensé que la había perdido antes, cuando me dejó. Me dolió tanto como si fuera el fin del mundo. ¿Y qué sabía entonces? Aunque no estuviera conmigo, todavía seguía en este mundo, y eso hacía que aún deseara vivir en él.
Pero no podía quedarse allí mirándola.
—¿Cómo van las cosas, muchacha? —preguntó. Hizo un trabajo malditamente bueno manteniendo las emociones fuera de su voz.
Ella no dejó de trabajar para responderle.
—Puedo conseguir energía para este módulo y la bodega de inmersión si redirecciono estas barras colectoras. He de conseguir que se salten las principales, que están totalmente fundidas.
—¿Necesitas alguna ayuda?
—Gracias. Puedo arreglármelas. —Pensó en algo que él necesitaba saber—. No será suficiente para hacer funcionar los calefactores. En un par de horas este lugar será tan frío como un congelador.
—¿Qué hay acerca de O2?
—Saca tú mismo las conclusiones. Tenemos el suficiente para unas doce horas…, si cerramos las secciones que no estamos utilizando.
Aquello no era demasiado bueno.
—Bueno, esa tormenta va a durar más de doce horas.
Ella meditó durante un segundo.
—Quizá pueda extenderlo algo. Hay algunos tanques de almacenamiento fuera en el módulo siniestrado. Tendré que salir y conectarlos.
Tal vez eso fuera suficiente, tal vez no. No valía la pena discutirlo. Harían todo lo que pudieran por durar tanto como les fuera posible, y si eso no era suficiente, bien, entonces no sería suficiente. Había tantas formas absolutamente seguras de morir que no habían llegado a producirse que Bud no iba a quejarse acerca de la posibilidad de morir dentro de doce horas. Doce horas eran como toda una segunda vida.
La observó mientras unía cables, con dedos hábiles y seguros, sus brazos más fuertes de lo que parecían…, todo acerca de ella más fuerte de lo que parecía. Pensó en cómo había bajado ayer —¿hacía tanto tiempo?—, hablando como si no pudieran hacer nada sin ella. Bueno, era cierto. No podrían haber hecho nada ahora sin ella. Y si Coffey podía admitir que se había equivocado, Bud también podía. Apoyó las manos en los hombros de Lindsey.
—Hey, Lins —dijo—. Me alegro de que estés aquí.
Ella se rió un poco.
—Bueno, yo no.
Pero él supo que ella había captado su disculpa y la había aceptado. Eso era suficiente. La dejó que siguiera trabajando y se encaminó de vuelta escalerilla arriba hacia la bodega de inmersión.
Hippy y Una Noche estaban los dos allí, concentrados en pilotar sus VOCRs. Habían montado un equipo provisional más o menos decente. Los monitores estaban encima de una pila de otro equipo, los cables de control bajaban por el pozo lunar. No era tan cómodo como hacerlo desde la sala de control, pero mucho mejor que no hacerlo.
Una Noche le oyó entrar. Probablemente captó la luz de su linterna con el rabillo del ojo.
—Encontramos el Taxi Tres —dijo—. Más muerto que mierda de perro, jefe. —Se lo mostró en el monitor. Una vigueta de la base de la torre de perforación atravesaba de parte a parte su domo frontal—. Directamente a través de su cerebro.
Malas noticias, pero podría haber sido peor. Una Noche había vuelto a traer el Fondoplano dentro, en una sola pieza, y los daños del Taxi Uno eran menores, y ciertamente reparables. Dos de tres era casi una victoria.
Fue hacia Hippy, miró por encima de su hombro a su monitor.
—¿Dónde estás tú? —preguntó.
—Abajo. En el nivel uno.
Bud no tuvo que preguntar qué era lo que buscaba. Observó mientras el Pequeño Tonto se alzaba a través de la abierta escotilla central hacia la zona de aposentos, luego le hacía dar un círculo completo para examinar el inundado interior. Estaba hecho un revoltijo.
Llegaron a un par de zapatos. Siguieron hacia arriba por el cuerpo. Tendido allí, como si estuviera dormido. Pacífico. Muerto.
—Oh, mierda —jadeó Hippy—. Es Perry.
Bud ya lo sabía, pero verlo con sus propios ojos, de alguna manera, lo hizo definitivo.
—Eso completa el cuadro —dijo—. Finler, McWhirter, Dietz y Perry. —Se merecían algo mejor de él. Algo mejor que permanecer de pie allí, recitando sus nombres. Necesitaban un funeral, un servicio, algún tipo de oración. Pero todo lo que Bud pudo hacer es pronunciar una sola palabra—: Jesús.
—¿Debemos dejarlo aquí? —preguntó Hippy.
—Sí, por ahora —dijo Bud—. Nuestra primera prioridad es conseguir algo que respirar.
Mientras permanecía allí, contemplando el rostro de Perry en un tranquilo reposo, sintió una especie de alivio. No pudo comprender por qué se sentía así. Hasta que se dio cuenta de que había estado imaginando aquella escena toda su vida, durante años y años. Desde que era un niño y perdió a Junior. Había visto mentalmente el cuerpo de su hermano un centenar de veces, un millar de veces…, en sus sueños, pero a veces despierto también. Algunas veces Junior tenía aquel mismo aspecto. Relajado. Casi como si la muerte hubiera tenido un sabor dulce. Pero había habido otros sueños, no tan agradables. Sueños que lo habían hecho despertar gritando, gimiendo, cuando era joven. Había aprendido a controlar esa respuesta. Ahora simplemente despertaba sudando, jadeando, recordando cómo se sentía uno con los pulmones llenos de agua, viendo aún el rostro de Junior de la pesadilla, retorcido en el rictus agónico de la muerte.
Era un alivio tan grande saber que podía tener aquel mismo aspecto. Que no todo tenía que ser tan feo y terrible como uno podía llegar a imaginar. No siempre, al menos.
Fuera del alcance de las luces, los constructores observaban; se tendieron con sus delgados filamentos, tocaron, saborearon. Hallaron los cuerpos de los muertos mucho antes de que lo hicieran los VOCRs, los escrutaron y registraron sus memorias.
La ciudad había aprendido mucho desde su contacto con Lioso. Comprendían las memorias que hallaban, y ahora, con cientos de muertos: los hombres del Montana, los rusos cuyos cuerpos se habían hundido lo suficiente antes de que sus cerebros se enfriaran, y esos hombres de la Deepcore, estaban edificando una imagen detallada de la humanidad.
Y se sentían horrorizados. Habían nombrado muy bien a aquellas criaturas…, la mayoría de ellas estaban llenas con recuerdos de planificación y entrenamiento para matar, recuerdos del miedo a la muerte, furia y terror y soledad. A veces la ciudad casi desesperaba de hallar ningún rasgo común con aquellas criaturas.
Pero estaba Barnes, el hombre del sonar del Montana. En sus últimos momentos, no había estado solo. Había vuelto en sus memorias a un lugar donde era feliz, un lugar al que pertenecía. A gente que formaba parte de él. A gente en cuyas memorias podía seguir viviendo, de modo que la muerte contenía más pesar que dolor para él.
La mayoría de los hombres tenían memorias de familia, por supuesto…, pero esas memorias eran ambiguas, lodosas, y llenas de conflicto y rebelión. Sus vidas estaban enfocadas en torno a la guerra; sus más importantes asociaciones correspondían a sus compañeros soldados. Los constructores no tenían forma de saber que la mayoría de aquellos hombres eran en realidad aún adolescentes, que hasta recientemente no habían empezado a vivir vidas propias, que aún celebraban su independencia de sus familias, que todavía estaban buscando su identidad. Y los hombres más viejos eran soldados de carrera: buenos, pero que por necesidad —y por elección— habían optado por dejar a sus familias atrás durante meses y meses consecutivos. No eran una muestra equilibrada de la humanidad. Pero eran la única muestra que los constructores habían encontrado.
Así que la preponderancia de las pruebas era que los seres humanos amaban la guerra, vivían para matar, un conjunto de viciosos gusanos devorándose entre sí, pero reproduciéndose más aprisa de lo que podían devorarse. La ciudad no podía imaginar comunicarse con ellos.
Y, sin embargo, tenían que hallar una forma, ¿no? Ahora que los constructores podían extraer un sentido a las emisiones y transmisiones de los humanos, sabían lo que ambos bandos de los actuales problemas no sabían, no podían saber…, que ninguno de los dos bandos iba a retroceder, que cada uno estaba tan aterrado de que el otro pretendiera dar el primer golpe que ambos planeaban golpear ellos primero, antes de que sus armas pudieran ser destruidas. El mundo estaba a tan sólo días, horas, de la orden de lanzar los misiles.
Los constructores no estaban en un peligro inmediato. En el fondo del mar, se producirían muy pocos daños directos. Pero el planeta moriría en su superficie, y al cabo de unos pocos años esa muerte conduciría al estancamiento, luego a la inanición del fondo del mundo. Los constructores tendrían que abandonar el planeta con su trabajo sin terminar. El plan era que cada ciudad se convirtiera en un arca, y se alzara finalmente del océano para flotar hacia arriba hasta el espacio, en busca de otros mundos donde pudieran iniciar de nuevo el ciclo. Pero faltaba todavía mucho tiempo para eso. La única ciudad que estaba preparada para el vuelo era ésta, allá en la fosa Caimán; y estaba preparada solamente porque había llegado allí más pronto. Había sido la primera, a partir de la cual se habían fundado todas las demás. Así que, si tenían que marcharse, todo lo que podrían hacer sería reunir en ella las memorias de las demás ciudades y luego emprender el viaje como una única arca.
Un fracaso, porque este mundo no habría dado nacimiento a más arcas de las que habían llegado allí. El único beneficio de su estancia allí en la Tierra serían las memorias de aquella loca especie, que de algún modo se había convertido en inteligente sin siquiera aprender cómo comprenderse a sí misma.
Lo peor de todo, sin embargo, era esto: La crisis a la que se enfrentaban esos humanos no era enteramente provocada por ellos mismos. Sus armas, sus enemistades, existían desde antes. Pero, por sus emisiones y mensajes, los constructores sabían cómo gran parte de su miedo y su ira habían sido provocados por cosas que los propios constructores habían hecho inadvertidamente.
Nosotros no somos responsables de su naturaleza, dijo la ciudad. Nosotros no hicimos sus armas.
Pero hacía mucho tiempo que tenían esas terribles armas, tal como ellos medían el tiempo, y desde entonces se habían producido muchas guerras, y sin embargo nunca las usaron una vez pudieron comprobar lo terribles que eran. Hasta que nosotros destruimos su satélite.
Para salvarles de la guerra, respondió la ciudad.
Sí, pero ellos no lo sabían, ellos no nos comprendían. Y, así, se sentían aterrorizados. Y luego destruimos su submarino, matamos toda su tripulación.
Fue un accidente, un deslizador sin asistencia; ellos no se apartaron del camino.
Ellos no nos conocían. No estaban preparados para nosotros. Nosotros fuimos quienes causamos las cosas que les hicieron coger tanto miedo. Y, si ahora utilizan esas armas que durante tanto tiempo se han contenido de usar, ¿será culpa suya o nuestra?
Parcialmente nuestra.
Más que eso. Estaban aprendiendo a controlarse. Por miedo los unos de los otros, de acuerdo…, pero les servía bastante bien. Nosotros hicimos lo que cada uno de ellos estaba demasiado aterrado para hacer. Nosotros les provocamos. La culpa es nuestra.
Y la ciudad probó el extraño y amargo sabor de la vergüenza. ¿Cómo podemos abandonarles ahora, con este recuerdo? Sin embargo, ¿cómo podemos deshacer lo que hemos hecho? ¿Cómo podemos explicarles la verdad acerca de lo que ha estado ocurriendo, cuando ver a uno de nosotros los aterroriza tanto que casi mueren?
Hay uno que nos vio y no tuvo miedo.
Entonces, éste es con quien debemos intentar hablar. Ir hasta ella y ver si podemos poner nuestros pensamientos en su mente. Ver si puede comprender.
Una Noche halló tanques que no habían resultado dañados en el extremo más alejado de la plataforma. Lindsey se puso el traje de buceo y tomó a Barbo con ella para salir y efectuar la conexión. El Pequeño Tonto fue con ellos, con Hippy a los controles en la bodega de inmersión.
Había suficiente oxígeno en aquellos tanques para triplicar sus expectativas de vida. Aquello podía ser suficiente, si el Explorer regresaba a tiempo.
Caminaron por el fondo.
—Barbo, quiero que asegures esto. ¿Lo ves?
El hombre alzó la vista, vio lo que ella le indicaba. Asintió.
—Yo voy a ir al otro lado para comprobar algunos tanques —dijo Lindsey.
Así que él estaría solo para hacer aquel trabajo. Aquello significaba que ella confiaba que lo haría bien. ¿Era ésa Lindsey Brigman?
—Vaya con cuidado, querida —le advirtió Barbo. El tanque estaba demasiado alto para que pudiera alcanzarlo saltando…, iba lastrado con demasiado equipo para tener mucha flotabilidad. Así que Lindsey unió sus manos bajo el pie de él. Él se equilibró, se preparó.
—Una —dijo ella—. Dos. Tres. —Él dio una patada con su otro pie, y cuando estuvo lo suficientemente alto ella lo empujó hacia arriba. Un disparo al ralentí.
Se agarró a la barandilla.
—Jerónimo —dijo—. Gracias, Lindsey.
Ella lo dejó atrás para dedicarse a su propio trabajo. El Pequeño Tonto la siguió.
Bud estaba en la bodega de inmersión, inspeccionando los cables eléctricos y empalmando las partes rotas. Podía oír por sus auriculares lo que estaba ocurriendo, puesto que se había conectado con el circuito F-O de Lindsey. Tras oír la conversación entre Lindsey y Barbo, supo que ella estaba trabajando sola. Bud bajó la mano a la caja de control en su cadera y conectó su micro de modo que Lindsey pudiera oírle.
—¿Qué aspecto tiene? —preguntó.
¿Qué podía decir Lindsey? Construir la Deepcore había sido su vida durante años, y ahora estaba hecha una ruina. Por otra parte, la complacía ver lo bien que había resistido bajo algunas tensiones realmente extraordinarias. Y gran parte de los daños eran reparables. Así que casi sonó alegre en su respuesta:
—Bueno, casi hicisteis pedazos mi pobre plataforma. Hay mucho follón aquí fuera.
Bud oyó el tono de su voz, supo que estaba bien. También le preocupaba que, cuando estaba de un talante tan ansioso como aquél, a veces Lindsey se movía demasiado rápido, no vigilaba lo que ocurría a su alrededor. En tierra, todo eso conducía a que hubiera gente que se sintiera dolida en sus sentimientos. Ahí fuera en el agua, especialmente con los impredecibles restos de un naufragio a su alrededor, moverse demasiado rápido podía ser mortal. Los tubos de tu traje podían engancharse en cualquier trozo de metal retorcido o sobresaliente; algo podía deslizarse inesperadamente de cualquier parte y atraparte.
—Bien, ve con cuidado —dijo. Sonó como su madre. Ve con cuidado, no te hagas daño, y asegúrate de volver a casa antes de las nueve y media.
Lindsey tenía trabajo…, y también él. Desconectó su micrófono, de modo que pudiera seguir oyendo pero no pudiera hablarle.
A unos metros de distancia, Una Noche estaba reparando algunos de los daños del Taxi Uno. Se inclinó hacia él, señalando una llave inglesa.
—¿Me pasas esta nueve-dieciséis, por favor?
Lo hizo.
Viendo que su micrófono estaba cerrado, ella le indicó que podían seguir con lo que habían estado hablando antes. Acerca de cómo él y Lindsey se habían casado. Para Una Noche, aquél era uno de los misterios supremos del universo. Resultaba obvio para ella que eran las dos personas más distintas, imposibles, que jamás hubieran intentado los vínculos matrimoniales.
—Así fue pues como sucedieron las cosas —dijo. Bud asintió y siguió con su historia.
—Sí, así fue como sucedieron las cosas. Permanecimos allí, uno al lado del otro, en la misma nave, durante dos meses. Estábamos probando este derrick automático de ella. Cuando volvimos a tierra, empezamos a vivir juntos.
—Pero eso no quiere decir que tuvieras que casarte con ella.
¿Cómo podía explicarle aquello a Una Noche? Yo estaba con ella, y tenía la sensación como si fuera más yo de lo que nunca lo había sido estando solo. Me sentía orgulloso de estar con ella. Me sentía orgulloso de lo que éramos juntos. Me gustaba el nosotros más de lo que me gustaba el yo solo. Si intentaba decirle esto a Una Noche, ella no lo creería, se preguntaría por qué la estaba engañando de aquel modo. Así que sonrió y le contó la otra razón…, la razón práctica, que uno podría llamar incluso la auténtica razón, puesto que era la única que Bud y Lindsey se admitían el uno al otro por aquel entonces.
—Íbamos a tener que volver a la misma nave. Seis meses de pruebas. Si estabas casado tenías un camarote. Si no, tenías que conformarte con una litera.
Ella pareció creerlo.
—De acuerdo, una buena razón. ¿Quieres asegurar esto por mí?
Bud hizo un lazo en el cable en torno a un montante para que no volviera a deslizarse al agua. Luego se inclinó a su lado y le echó una mano.
—¿Entonces qué? —preguntó ella.
—Todo fue bien durante un tiempo, ya sabes. Pero luego ella fue promovida a jefe ingeniero de esta cosa, hace un par de años. —Fue la única vez que nunca viera a Lindsey llorar abiertamente, la vez que creyó que habían decidido poner a alguien distinto en el puesto. Su diseño, su plataforma, e iban a permitir que otra persona supervisara la construcción y las pruebas. Necesitaba ser la ingeniero del proyecto del mismo modo que otras mujeres necesitan tener hijos. Exactamente así. Y yo deseaba que ella lo consiguiera también, porque ella lo deseaba tanto…, y porque así podríamos seguir juntos. En vez de ello, lo que consiguió fue separarnos.
—Pasó por delante ti…, por encima de ti.
Así era como le parecía a Una Noche, pero Bud no lo creía. No, Lindsey nunca había sido así. Ella nunca se sintió demasiado importante para él, sólo demasiado… distraída. O no, más bien simplemente encontró que él la distraía de su trabajo.
—Bien —dijo Bud—. Ya conoces a Lindsey, sólo es demasiado malditamente agresiva. Ella no me abandonó. Simplemente me dejó detrás.
Una Noche detuvo lo que estaba haciendo y le miró directamente a los ojos.
—Bud, déjame decirte algo. No es ni la mitad de lista de lo que cree que es. —Y mantuvo su mirada hasta que estuvo segura de que Bud captaba el mensaje.
Bud lo captó. Una Noche le estaba diciendo: Es una tonta perdiéndote. Una Noche estaba diciendo: Sé como eres, Bud Brigman, y tú no estropeaste las cosas con Lindsey, fue ella quien las estropeó contigo.
Simplemente no sabes nada, Una Noche. Si yo hubiera sido más listo o hubiera intentado más duro o no tan duro o lo hubiera hecho mejor de algún modo, todavía la tendría conmigo. Pero entiendo lo que quieres decirme, y te doy las gracias por ello.
Una Noche tenía otra idea en la cabeza. Hizo ademán como si cogiera el tubo de aire de Lindsey con ambas manos y lo retorciera, interrumpiendo el suministro. Sólo un pequeño favor que estaba dispuesta a hacer por Bud.
Él hizo gesto de detenerla.
Una broma. Eso era todo. Una Noche rió y chasqueó la lengua. Muchacho, estás tan enamorado de ella que tienes el cerebro derretido.
A unos pocos metros de distancia, Hippy empezó a trastear con los mandos de su monitor. Estaba recibiendo alguna interferencia. Estática. Una señal débil. Aquello era ridículo: el Pequeño Tonto estaba unido a él por un cable, debería recibir señales absolutamente claras.
—Hey, Lindsey —dijo Hippy—, ¿me oyes? Cambio.
Fuera de la Deepcore, Lindsey le oyó, pero la voz del hombre se quebraba como si lo estuviera recibiendo de muy lejos. Sólo que la distancia no debería representar ninguna diferencia, y ella no se estaba moviendo.
—Sí, Hippy, te oigo. —Estaba de pie al borde del cañón, comprobando las válvulas de una hilera de depósitos de oxígeno, intentando averiguar cuáles debían ser conectados y cuáles estaban vacíos. Tras ella se abría la caída vertical hacia la nada. Pero eso no la había preocupado hasta ahora, con la voz de Hippy desvaneciéndose. Necesitaba aquella conexión—. ¿Qué ocurre? —quiso saber.
Dentro de la plataforma, Hippy había perdido completamente el contacto visual. Si Lindsey le respondió, no la oyó.
—Lindsey, regresa. —Respóndeme.
Las luces dentro de la plataforma disminuyeron bruscamente. El primer pensamiento de Bud fue que el suministro de energía había resultado dañado. Pero eso no era posible…, no hubiera causado una caída como aquélla, y luego una recuperación. Recordó la pérdida de energía allá en el Montana.
Cuando las luces de fuera disminuyeron, Lindsey empezó a sentirse alarmada. Ahora no recibía nada de Hippy, y la última cosa que necesitaba era quedarse allí fuera sola en la oscuridad. Si las luces se apagaban, sus posibilidades de regresar sin chocar o engancharse con algo o simplemente perderse eran más bien escasas.
—Barbo, ¿me oyes?
Hippy y Bud no estaban oyendo nada tampoco, pese a que ambos estaban llamando a Lindsey. Las comunicaciones estaban muertas.
A un centenar de metros más abajo del borde del abismo, los constructores flotaban en el agua. Hasta ahora todo estaba yendo bien. Aguardaron hasta que Lindsey estuvo apartada de todos los demás. Entonces se acercaron, lo cual interfirió con la energía de la Deepcore, pero enviaron hacia delante zarcillos para extraer toda la energía de los sistemas de comunicaciones. Querían estar a solas con Lindsey, sin distracción o interferencia.
Ahora enviaron nuevos zarcillos hacia ella, de sólo unas pocas moléculas de grosor. Hallaron las rendijas en su traje —en el cuello, en cada junta— y, reuniendo y polimerizando el vapor de agua ambiente en su traje, los zarcillos crecieron hasta que hallaron su camino a través de sus oídos, sus fosas nasales, su boca, sus ojos, directamente hasta su cerebro. Allá siguieron los senderos de su mente, tocando cada neurona y tendiendo un puente en cada sinapsis. Ahora éste no era ya un proyecto para un solo constructor. Una docena de ellos estaban sondeando su cerebro, y luego, juntos, interpretando lo que leían allí.
Tiene miedo.
No deseaban que tuviera miedo, fuera presa del pánico y se dañara a sí misma de la forma que lo había hecho Lioso. Así que ahora, a fin de calmarla, efectuaron su primer esfuerzo de una comunicación directa.
Si hubieran sido humanos, utilizando un lenguaje humano, le hubieran susurrado, tranquilizándola gentilmente, una especie de arrullo: No tengas miedo, queda en paz, queda en paz. Pero no eran humanos. Así que su significado llegó no como palabras, sino como moléculas. Agentes químicos que creían que comunicarían a Lindsey la sensación de paz.
Lindsey seguía sin oír nada. Intentó alcanzar a todo el mundo, por la F-O, luego por la UQC.
—Barbo, ¿me escuchas? Cambio. —Se dio cuenta de que el pánico la estaba empezando a ganar, oyó la desesperación en su propia voz—. Bud, ¿me escuchas? Cambio.
Entonces la energía disminuyó aún más. Eso hubiera debido acabar de asustarla. Pero, en cambio, se sintió algo más calmada.
—Barbo, parece que tenemos un problema aquí. Cambio. —Y entonces no sintió la necesidad de seguir llamando. ¿Por qué estaba tan preocupada? Todo iría bien. No tenía ni idea de por qué debía sentir así, pero así era como sentía…, una completa confianza. No tenía nada que temer. Estaba en paz.
Funciona, dijeron. Nos ha oído.
Era el momento del siguiente paso. Algo pequeño. El porteador del que había captado un atisbo antes. Sería algo familiar para ella. También le parecería como una máquina, con una firme estructura no fluctúan te…, por todo lo que sabían de los humanos ahora, y por todo lo que sabían de Lindsey, estaban completamente seguros de que ella se sentiría menos amenazada si pensaba que se trataba de una máquina. Así que el porteador se lanzó hacia arriba desde el abismo. La vio y, como un cachorro reconociendo a su amo, se movió rápidamente hasta situarse tras ella.
Lindsey vio sólo los esquemas de luz en el equipo frente a ella. Se volvió lentamente, aún sin sentir ningún temor…, y vio frente a ella una máquina. ¿Era eso lo que había visto antes? Su cuerpo era liso, ligeramente arqueado, como un pez en medio de un salto…, pero no era un pez. En la parte frontal había una abertura como el delante de un motor cohete…, pero no era un motor. Dentro había un círculo con puntos brillantes que irradiaban hacia fuera, como el dibujo del sol hecho por un niño; giraba. La luz danzaba en su interior.
Entonces se volvió de lado. Su concha —o piel, o cuerpo— era transparente, como un perfecto cristal. Los colores brillaban formando dibujos en la piel a medida que se movía, como si estuviera reflejando alguna fuente externa de luz. Pero no había ninguna luz excepto la que procedía de dentro de la cosa. Estructuras de diferentes colores, brillando, conectándose dentro como en una máquina…, ¿o era un sistema biológico? No podía decirlo, como tampoco podía adivinar cuál era su finalidad.
Pero era hermoso. Se maravilló ante su perfecta gracia.
Lo admira. Desea conocerlo y comprenderlo. Cuando lo ve sin miedo, entonces puede amarlo.
Los constructores recordaron este pensamiento, porque sabían que era importante. El miedo era el gran controlador de los seres humanos. El miedo los estaba llevando al borde de la guerra. El miedo los apartaba unos de otros, impedía que muchos de ellos arriesgaran nada en sus vidas. Había una buena razón evolutiva para que el miedo fuera fuerte en ellos…, podían morir, no sólo corporalmente, sino sus memorias también. Por supuesto, temían la muerte. Si nosotros muriéramos tan completamente, también la temeríamos.
Pero, con el miedo extirpado, el auténtico yo permanecía detrás. Lindsey estaba llena de ansia de ver más, de comprenderlo todo. Estaba preparada.
Sin embargo, los constructores eran cautelosos. La visión de un constructor en su forma natural había aterrado a Lioso. Y Lindsey sentía una afinidad particular hacia las máquinas. Así que el constructor con el que entraría en contacto Lindsey estaría dentro de un deslizador, no se presentaría en su forma natural. De nuevo sería como una máquina, pero esta vez una máquina llena con una inteligencia.
El porteador se mostró reluctante a marcharse, sintiendo que Lindsey deseaba que se quedara…, aunque recibía su información más de los constructores que de la propia Lindsey. Derivó hacia atrás, luego se alzó hasta desaparecer de su vista.
La mirada de Lindsey siguió al porteador hasta que ya no pudo verlo. Entonces vio algo que cortó su respiración…, una larga y lisa forma que ascendía lentamente del abismo. Brillaba con una luz interior, su superficie era lisa y perfecta, su forma graciosamente ondulante. Luces interiores se movían y danzaban en sus profundidades. Era la luz de la vida, del pensamiento, de la memoria. Era transparente, sus paredes tan perfectamente claras que eran casi invisibles. No había ningún material de construcción conocido que pudiera ser tan transparente y sin embargo tan fuerte como para contener una estructura así sin retorcerse o rasgarse.
Ningún arquitecto o ingeniero podría haber diseñado esta cosa. No tenía ningún lugar en el orden natural de la Tierra. Lindsey supo inmediatamente que era obra de un extranjero, de un recién llegado…, pero no de un intruso. No interferiría con ella o con ningún otro humano, si podía impedirlo. Vivía en la parte más profunda del mar, allá donde los seres humanos jamás podrían ir. No había enemistad entre la humanidad y esas cosas. Esa gente.
¿Cómo sabía ella esto? No tenía la menor idea…, pero estaba segura de ello. Estaba más allá de toda duda. Como la forma en que sabía que podía adelantar su mano y tocarla. Hacer eso era una cosa peligrosa e irrazonable…, y sin embargo no tenía la menor duda de que podía hacerlo. Y deseaba hacerlo, con todo su corazón. Sería insoportable ver una tal belleza y no tocarla.
Así que apoyó su mano contra el arco como un ala mientras rotaba lentamente encima de ella. La superficie era lisa y dura…, no cedió bajo la presión de sus dedos. Y sin embargo se deslizaba bajo su mano absolutamente sin fricción…, lo vio moverse, pero sin embargo no pudo sentir su movimiento.
¿Quién eres? ¿Quién te construyó? ¿Quién hay en tu interior? Y luego un deseo que recordaba de su infancia, el deseo que la había mantenido junto a su padre, olvidando todos los demás atractivos de la juventud: Enséñame cómo hacer estas cosas.
Hay mucho tiempo para eso, pensó. No hay prisa. Ahora que nos hemos encontrado, hay mucho tiempo. Puedes contarme todos tus recuerdos. Viajes a través del interminable abismo del espacio, la ardiente y llameante luz de los soles, el exquisito alivio de sumergirse de nuevo en las frías profundidades de un nuevo mar, donde empezar de nuevo. Sois constructores, sé eso…, constructores como yo, sólo que mucho más viejos y con mucha más experiencia. Nuestros cuerpos son tan absolutamente diferentes que sólo podemos encontrarnos aquí, en este difícil lugar; pero nuestras mentes no son tan distintas que no podamos comunicarnos.
Deseo que queráis hablar conmigo.
Entonces recordó su cámara. El vídeo del VOCR no funcionaba, por supuesto, con la energía tan baja, pero ella tenía una cámara submarina que era puramente mecánica. Podía tomar una foto, podría mostrársela a los demás; entonces sabrían que esas criaturas no eran nada que debieran temer. Trasteó con su equipo…, aprisa, aprisa, se está yendo.
Mientras el deslizador se hundía en el cañón, estuvo finalmente preparada para tomar una foto. Pero justo en el momento en que iba a pulsar el disparador, el pequeño porteador pasó a toda velocidad por detrás de ella, sobresaltándola. Falló completamente el enfoque del deslizador. Bueno, al menos podría tomar una foto de éste, aunque se negaba a permanecer quieto, zigzagueaba hacia el interior del cañón. Tomó una foto sólo un segundo antes de que desapareciera.
Dios mío, no estamos solos aquí abajo, pensó. Hemos bajado tanto que casi nada vive aquí, sólo para descubrir que mucho más abajo aún, en el fondo de esta fosa, viven las más hermosas criaturas con las más perfectas máquinas de esta Tierra.
Las luces volvieron. Los sistemas de comunicación crepitaron de nuevo a la vida. El Pequeño Tonto despertó y se alzó del fondo marino, agitando cieno. Y allí estaba Barbo, rodeando el flanco de la plataforma, buscándola.
—Será mejor que no digas que te perdiste eso —dijo Lindsey. Barbo se mostró desconcertado.
—¿Perderme qué?
No importaba. Ahora, ella sabía. Tenía una foto. Todos podrían verla.
Fue un éxito sólo parcial. Habían hablado con Lindsey, y ésta había comprendido. El problema era que ella no sabía que ellos habían hablado. Puesto que se comunicaban manipulando directamente la memoria y las emociones a nivel químico y eléctrico, los mensajes de los constructores entraron en el cerebro de Lindsey exactamente del mismo modo que lo hacían sus propios pensamientos y sentimientos. Así que ella creyó que sus mensajes eran sus propias ideas. Confiaba en ellos, creía en ellos, pero como si fuera intuición, deducción, algo dentro de ella misma.
Los seres humanos no están acostumbrados a recibir directamente los pensamientos de otros, se dijeron unos a otros los constructores. No pueden probar el sabor que nos dice cuándo un pensamiento viene de algún otro. Así que, ¿cómo pueden reconocer la voz mental de otro dentro de sus cabezas? Peor aún, ¿cómo pueden distinguir entre sus propios pensamientos y los que nosotros les suministramos? Le dijimos a ella que quedara en paz. Le dijimos de dónde procedemos, quiénes somos, lo que hacemos. Pero ella decidió por sí misma que nuestras obras eran hermosas, que deseaba que la enseñáramos. Sin embargo, si sabía que algunos de sus pensamientos procedían de nosotros, era incapaz de decir cuándo terminaban nuestros mensajes y cuándo empezaban sus propios deseos.
Y descubrieron otra cosa acerca de ella también. Podían eliminar su miedo, pero ésa no era la única barrera entre un ser humano y otro. Por sus memorias podían ver las incontables veces en su vida en las que ella se había separado por sí misma de otra gente, no por miedo, sino a causa de su intensa concentración en las cosas por las que se preocupaba. Los seres humanos eran capaces de no conocerse unos a otros deliberadamente, cerrando a los demás fuera y aislándose de ellos; y ella no veía aquello como una pérdida trágica, una amarga soledad. Lo veía como una necesidad, la única forma de concentrarse en su trabajo, de realizar algo.
Así que no será suficiente que extirpemos su miedo, aunque pudiéramos hacerlo al aire libre, allá donde esos humanos viven.
Entonces no hay esperanzas de cambiarlos. Podemos empezar a hacer nuestros preparativos para marcharnos, y dejar que se destruyan entre sí. No es culpa nuestra…, lo hubieran hecho igual finalmente, puesto que se niegan a pertenecer los unos a los otros.
No. No podemos desecharlos tan fácilmente. Todavía no hemos visto más que a unos cuantos de ellos. Al contrario que nosotros, sus memorias completamente separadas significan que cada persona es diferente de las demás; conocer a una o siquiera a un centenar no significa que las conozcamos a todas.
Tenemos tiempo. Podemos observar. Podemos ver lo que hacen, ver si hay alguna esperanza para ellos. Pero seguramente vamos a sentirnos decepcionados.