Tomó su tiempo llevar a Lioso al Taxi Uno, y más tiempo hacer regresar a todo el mundo a la Deepcore. Afortunadamente, no tenían que perder mucho tiempo en la descompresión: cuando ya estás a seis atmósferas, unos cuantos metros más abajo de la Deepcore hasta el Montana y el breve tiempo que los buceadores habían estado allí significaba muy poca diferencia. Un problema mucho más difícil fue el tamaño de Lioso. Era grande. Era pesado. Sacarlo de su traje y llevarlo a la enfermería necesitó muchos esfuerzos, en especial considerando lo cansados que se sentían todos.
La enfermería se hallaba en el mismo trimódulo que la sala común y el comedor. Todo el mundo se quedó por allí mientras Monk y Bud examinaban a Lioso, en parte porque estaban preocupados, en parte porque era allí donde iban normalmente cuando estaban fuera de servicio.
—¿Qué opina? —preguntó Bud.
Monk se negó a hacer ninguna promesa.
—Tengo conocimientos médicos, lo cual es lo mismo que decir que sé poner parches a agujeros. —Aquello era estrictamente cierto, por supuesto. Tenía un entrenamiento excepcionalmente bueno en medicina hiperbárica, porque siempre le había intrigado. No tenía ningún título que le permitiera colgar una placa de doctor en la pared, pero se había preparado lo suficientemente bien como para que el resto de los SEALs de su equipo pudieran confiar en que hiciera siempre lo adecuado.
Así que Monk sabía que, fuera lo que fuese lo que había causado el accidente, el resultado era un coma por envenenamiento por oxígeno. Sabía —y revisó mentalmente— todas las posibles consecuencias. Lioso podía permanecer inconsciente durante unas cuantas horas o días, y luego volver a la conciencia con muy pocas secuelas…, con menos daños cerebrales que los ocasionados por una borrachera de fin de semana o unas cuantas horas a mucha altitud. O podía seguir siempre en coma, o emerger de él con el cerebro irremediablemente dañado. O podía morir.
Sin embargo, puesto que no tenían ninguna forma de saber cuánto tiempo o hasta qué punto el regulador de Lioso había permanecido inadecuadamente ajustado, Monk no podía predecir cuál de los posibles resultados iba a producirse. No deseaba prometer nada. Pero también era malo mostrarse pesimista y herir la moral de los demás civiles.
—Este tipo de cosa…, no hay mucho que yo pueda hacer. El coma puede prolongarse horas, o días.
Monk miró a Brigman. ¿Cómo se lo estaba tomando? Era difícil de decir. Se limitaba a permanecer de pie allí, mirando a Lioso. Monk intentó ponerse en su misma situación. Lioso había formado equipo con Brigman; Brigman había decidido separarse. Si Lioso sufría secuelas permanentes, Brigman se culparía por ello. Yo también lo haría en su situación, pensó Monk. Pero yo no me hallo en su situación, así que desde fuera puedo ver la verdad: Fue Lioso quien cayó presa del pánico. Fue la debilidad personal de Lioso la que provocó todo esto. No podía culparse a nadie. Los sistemas de Lioso funcionaron mal, y ahora su cuerpo tendría que hacer todo lo posible por restablecer sus condiciones. Podían mantenerlo en vigilancia intensiva para que no muriera de shock o de sed o de hambre mientras dormía. Está más allá del alcance de mis manos, más allá del alcance de las manos de cualquiera.
Pero eso no cambia lo que sientes cuando se trata de uno de tus hombres. Monk miró a Brigman y captó algo de su dolor. Él también lo sentía: Gracias a Dios, no se trata de mí.
Coffey interrogó a todo el mundo e hizo su informe para DeMarco. Lo más difícil de creer fue lo que aquella mujer Brigman le contó. Un vehículo de algún tipo, moviéndose increíblemente aprisa, despidiendo una gran cantidad de luz, dirigiéndose hacia las aguas profundas. ¿Hasta qué punto podía tomárselo en serio? Parecía terriblemente nerviosa mientras se lo contaba. Reluctante a decir lo que había visto. ¿Por qué? ¿Porque ni ella misma creía en sus propias observaciones? ¿O porque sí creía en ellas, pero pensaba que nadie más la creería? ¿O estaba ocultándole algo?
Una cosa era cierta: estaba emocionalmente alterada, y él tenía la completa seguridad de que no se trataba de nada relacionado con Lioso. Su actitud no era la misma que los demás. Parecía distraída, como sumida en sus propios pensamientos. Lo cual no era una sorpresa. No se trataba exactamente de una persona leal o compasiva, por todo lo que Coffey podía decir…, era una individualidad separada, siempre sumida en sus propios pensamientos, ocupándose de sus propios proyectos, y al infierno con los problemas de los demás. Pero algo respecto a todo aquello había prendido sus emociones. Debido a ello, no sabía qué hacer con su informe. ¿Estaba ocultando algo? ¿Dudaba de sus propias estimaciones?
Fuera cierto o no, Coffey tenía que decirle algo respecto a ello a DeMarco. El comandante ejecutivo, aunque estuviera a quinientos metros más arriba en el Explorer, tenía que conocer toda la información disponible a fin de tomar las mejores decisiones. Así que Coffey tuvo que sentarse allí delante del vídeo y explicar que un vehículo no identificado había sido avistado cerca del submarino exactamente en el momento en que un buceador civil era presa del pánico y estaba a punto de matarse.
DeMarco se mostró tan confuso como Coffey respecto a lo que debía hacer con aquella información.
—¿No lo vio ninguno de ustedes? —Con lo cual quería decir, y Coffey lo comprendió inmediatamente: ¿Lo vio alguno de ustedes los SEALs, algún observador entrenado?
—No, señor —dijo Coffey—. Sólo la mujer Brigman. —DeMarco la había conocido allá arriba. Que él sacara sus propias conclusiones acerca de la fiabilidad del observador. Pero si realmente había visto algo (y la energía había descendido), entonces sólo había una nación con la capacidad técnica para construir un vehículo de aquellas características y la voluntad política para exhibirlo ahí abajo sin informar de ello a los Estados Unidos—. Podría ser un artefacto ruso —dijo Coffey. Aquél era el peligro primario en estos momentos…, que los rusos estuvieran compitiendo por el acceso al submarino.
—CINCLANTFLT está subido por las paredes —dijo DeMarco—. Dos submarinos de ataque rusos, un Tango y un Víctor, han sido rastreados dentro de un radio de ochenta kilómetros de aquí. Y ahora no sabemos dónde demonios están.
Era sabido que los submarinos de ataque rusos llevaban a cuestas sumergibles más pequeños a fin de llevarlos sin ser observados hasta zonas donde eran necesitados para operaciones submarinas. De modo que ambos sabían cuál era la situación: Había submarinos de ataque soviéticos en la zona, un extraño vehículo no identificado había sido visto posiblemente en las inmediaciones del submarino, y el Comandante en Jefe de la Flota Atlántica —CINCLANTFLT— se mostraba tensamente preocupado por la situación. No había tiempo para que el Glomar Explorer llegara hasta allá y reflotara el submarino.
—De acuerdo —dijo DeMarco—. No tengo otra elección. Le confirmo que pase a la Fase Dos.
Bien, ahí estaba. Coffey lo había oído. Acababa de encargársele la misión de recuperar una ojiva de combate nuclear y armarla, a fin de que estuviera preparada para ser accionada en el momento en que fuera necesario la primera arma nuclear que los Estados Unidos hacían estallar fuera de sus pruebas desde Nagasaki. Era una mala misión. Demasiadas cosas podían ir mal. Y la peor posibilidad era que tuvieran que pasar a la Fase Tres…, armar el detonador, luego evacuar a una distancia segura antes de que la ojiva de combate estallara.
En medio de un huracán, probablemente una explosión nuclear no causara mucho daño a la marina comercial, puesto que todo el mundo estaría en puerto, si podía. Pero ¿quién podía decir que los rusos no considerarían aquello como una provocación, especialmente si tenían un vehículo en la zona que podía resultar dañado? Aquél era el tipo de situación peligrosa en que las cosas podían ir en cualquier dirección. Sin embargo, no había tiempo ni oportunidad de pedirle a Washington que decidiera. La tormenta se acercaba demasiado rápido, el peligro potencial era demasiado inmediato. DeMarco había aceptado la responsabilidad que se le había otorgado de tomar sobre la marcha, si era necesario, la decisión de pasar a la Fase Dos. No era elección de Coffey. Sin embargo, era Coffey quien debía llevarla a cabo. Su trabajo era realizar lo ordenado sin fallos, con un perfecto juicio en cada momento. Una vez hubiera llevado a cabo la Fase Dos, tendría una cabeza de combate nuclear activa en su posesión, bajo su único control. Ni siquiera el Presidente tenía algo así.
DeMarco respondió al silencio de Coffey:
—¿Hay algún problema?
—Sí. —Pero no era eso lo que Coffey quería decir. ¿Qué era lo que había estado pensando en este momento? ¿Tenía algún problema en mente? No, estaba respondiendo sí a la orden original, eso era todo—. Quiero decir no, señor. Negativo.
DeMarco miró fijamente la pantalla por unos instantes, quizá para ver si Coffey tenía intención de modificar su respuesta. Luego cortó la comunicación. Coffey inspiró profundamente. Como si acabara de eludir un serio problema. Pero no lo había hecho, y lo sabía. Ahora tenía sobre sus hombros el mayor problema en todo el mundo.
Una cosa era cierta. La Fase Dos no podía ser explicada a los civiles. Probablemente Hippy no fuera el único que se sentiría presa del pánico si supiera que se hallaba bajo el mismo océano que una bomba nuclear. Y ninguna de aquellas personas tenía clasificación de seguridad. ¿Quién podría confiar en ellas si supieran que había una ojiva de combate activada a bordo de la Deepcore? ¿Quién podía adivinar dónde estaban sus lealtades?
No había ningún lugar en la Deepcore que no fuera utilizado para cinco cosas distintas. Así que Lindsey estaba en la sección fotográfica…, que era a la vez la sala de mantenimiento. La parte delantera era el único cuarto oscuro existente. Era bastante bueno, aunque siempre estuviera atestado. Hermético a la luz, disponía de un fregadero, y no tenías que ir muy lejos para acudir al lavabo.
Lindsey se sentía más bien taciturna mientras recopilaba las imágenes tomadas por la cámara del Taxi Uno. Había visto la expresión de Coffey mientras la escuchaba. Era evidente que no acababa de creer lo que le había dicho. Pero ¿acaso ella se creía a sí misma? Lo había visto, pero no podía extraerle mucho sentido al episodio. Lo único que sabía era que, fuera lo que fuese lo que había visto, era extraño. Tan extraño que ella, una ingeniero que había memorizado cualquier estructura submarina jamás construida, no hallaba el vocabulario necesario para describirlo.
Se sentía tan impotente como un lego intentando hablar sobre una estructura. «¿Por qué no usar cosas redondeadas en vez de triángulos?» «¿Para qué sirve ese artilugio?» Sus descripciones estaban al mismo nivel:
—Era algo así como redondo, como una turbina arqueada, y parecía como si se flexionara un poco en el agua. —Sí, eso era todo lo que te proporcionaba un sobresaliente en ingeniería estructural. Oyes ese nivel de precisión, y sabes que van a ofrecerte un trabajo en el diseño de aviones, puedes apostar por ello.
Sólo podía describir lo que no era:
—No parecía estar propulsado por un empuje posterior, como un reactor o un cohete. Pero no ondulaba lo suficiente como para estar nadando, e iba tan rápido que parecía que estuviera surcando el aire en vez del agua. —Coffey había asentido como si estuviera de acuerdo cuando ella le dijo eso. Se preguntaba ahora si aquélla no habría sido su forma particular de decir: Tonterías, señora. Y luego había empezado a hablar acerca de si no podría ser un nuevo tipo de sumergible ruso. ¿Acaso pensaba que ella era tan estúpida que no sabía ver por sí misma si tenía el aspecto de un artefacto sumergible?
Y ahora aquí estaba Bud, sometiéndola a un segundo interrogatorio mientras estudiaba los rollos de película revelada. Era evidente que pensaba que todo el asunto era de lo más extraño.
—Así que no conseguiste impresionar nada en las cámaras —dijo. Había un equipo fotográfico de cien mil dólares en el Taxi Uno, y el trabajo de ella junto al Montana había sido tomar fotos, nada más…, y sin embargo no había pensado en tomar ni una sola foto de la cosa que vio.
—No —explicó ella de nuevo—. No tomé ni una sola foto de ello. —¿Acaso Bud no había descrito su propia pérdida de energía? No hubiera podido tomar ninguna foto ni aunque lo hubiera intentado.
Bud no era lo que más la preocupaba…, y no era que él no lo hubiera intentado. Aquella cosa que había visto la había sorprendido tanto, la había puesto tan nerviosa, que no había recordado que tenía cámaras hasta que ya había desaparecido. Se sentía como una idiota.
De todos modos, si Bud la conocía algo, sabía que ella no estaba sufriendo alucinaciones ni exageraba, sabía que había visto realmente lo que decía haber visto.
—¿Qué hay del vídeo? —preguntó Bud.
—No. —Evidentemente, él no la conocía en absoluto. Por eso se divorciaba de él, ¿no? Así que no debía molestarle en lo más mínimo que él deseara pruebas objetivas. No debía tomarse aquello como algo personal—. Mira —le dijo—. Prefiero no hablar de ello.
—Está bien. Si así lo quieres. —Se apartó del domo donde el Garfield de peluche colgaba del cristal con sus ventosas.
Lindsey podía deducir de su voz que estaba un poco disgustado con ella. Estaba actuando como si ella se negara a hablar del asunto por pique personal, porque ella no se sentía con ganas de hablar. Y, porque ésta era en parte la razón, tenía que contestar.
—Mira, no sé lo que vi, ¿de acuerdo? —¿Cómo puedo explicártelo cuando ni yo misma lo comprendo? ¿Crees que puedo convertir un atisbo de algo extraño en una visión clara de algo familiar, sólo porque tú me hagas más preguntas? Si deseas convertirlo en algo más familiar, hazlo tú mismo—. Coffey quiere llamarlo un sumergible ruso: por mí está bien. Es un sumergible ruso. No hay ningún problema.
Estaba intentando terminar con la conversación sin tener que llegar a ninguna conclusión. Pero Bud no la dejaría salirse con la suya. Nunca lo hacía, si podía impedirlo.
—Pero tú crees que es otra cosa. ¿Qué? ¿Uno de los nuestros?
—No. —Si fuera norteamericano, yo lo hubiera sabido. Demonios, hubiera sabido quién lo diseñó, aunque fuera algo tan secreto que nadie lo hubiera visto excepto los militares. Conozco este campo.
—Bueno, entonces, ¿quién? —Ése era Bud. Siempre empujando de aquella maldita manera. Siempre insistiendo en saber lo que ella pensaba. Siempre deseando meterse dentro de su cabeza incluso cuando ni siquiera ella sabía lo que pensaba—. Vamos, Lins. Habla conmigo. —¿Cuántas veces había oído aquellas palabras?
Y sin embargo, esta vez, deseaba realmente decírselo. Si sólo supiera qué decir. Todo lo que podía hacer era explicarle su propia confusión.
—Mira, Lioso vio algo ahí abajo, algo que lo asustó mortalmente.
—Su mezcla de aire se alteró. Lioso se dejó dominar por el pánico y acabó de estropear su regulador golpeándolo contra alguna cosa.
De acuerdo, Bud. Tú tienes tu explicación para lo que le ocurrió a Lioso y la acepto, aunque tu explicación no sea mejor que decir: Este tipo está muerto porque su corazón dejó de latir, sin preocuparte de averiguar por qué su corazón dejó de latir.
Esta vez él tenía que verlo a la manera de ella. Tenía que darse cuenta de lo extraña que era toda la situación. Era muy importante para Bud comprender que no se trataba de un sumergible ruso ni ninguna otra cosa que tuviera sentido.
Así que le planteó la auténtica pregunta:
—Pero ¿qué es lo que vio que lo sumió en el pánico?
De nuevo, él le devolvió la pelota:
—¿Qué es lo que tú crees que vio?
Y ahí estaba el quid de la cuestión. ¿Debía decirle lo que ella creía realmente? ¿Que, fuera lo que fuese lo que ella había visto, no había ninguna huella de pensamiento o experiencia humanos en su diseño? No se atrevió a decirle eso. Empezaría a murmurar acerca de alucinaciones inducidas por la presión. Así que tenía que volver a lo que le había dicho a Coffey.
Pero Bud no era Coffey, y así, cuando habló, no pudo impedir el que a su voz asomara como una especie de súplica.
—No lo sé, ¡no lo sé! Debería saberlo, pero no lo sé. —Créeme, Bud, estaba diciendo. Tómame en serio por esta vez.
Quizás él la comprendió. Quizá no. La compuerta se abrió en aquel momento, y Hippy asomó la cabeza en la habitación.
—Hey, amigos. Apresuraos, escuchad esto. ¡Lo están anunciando!
El Explorer estaba retransmitiéndoles la señal de televisión del satélite. No era una reposición de «Los Walton». Estaban en las noticias.
Para Bud significó un alivio. La tapa del secreto se había alzado. Puede que estuvieran solos en el fondo del mar, pero al menos ahora todo el mundo sabía que estaban aquí abajo. Por supuesto, eso significaba que, si fracasaban, todo el mundo lo vería. Pero también significaba que nadie podría hacerles nada sin que se supiera. Eso era lo que más le había asustado cuando Coffey empezó a hablar de sumergibles rusos. Si los rusos podían construir realmente algo como lo que Lindsey describía, ¿qué podía impedirles destruir la Deepcore? Ahora, en cambio, bajo los focos de la publicidad, ni siquiera los rusos intentarían algo así.
Todo el mundo se apiñaba en torno al televisor en la sala común, haciendo ruido y diciéndose unos a otros que se callaran.
—Callaos. ¡Callaos!
—Sube el volumen, tío.
Fue Lindsey quien consiguió hacerles callar y que escucharan.
—… y el Kremlin sigue negando que Rusia esté implicada en el hundimiento del submarino Trident USS Montana. La Marina no ha facilitado los nombres de los ciento cincuenta y seis miembros de su tripulación, todos los cuales se presupone que están muertos en estos momentos.
Barbo se adelantó y empezó a trastear con los controles, intentando ajustar la señal. Arriesgaba su vida haciendo esto. Todo el mundo odia cuando alguien empieza a trastear con el televisor en medio de una historia que desea ver. Mejor tener una señal mediana que acabar de estropearla por completo. Así que prácticamente saltaron a su garganta.
—¡Déjala tranquila, Barbo!
—Empleados civiles de una plataforma petrolífera propiedad de la Benthic Company…
—¡Hey, ésos somos nosotros!
—¡Chisss! —Eran como niños, pensó Bud, excitados al ver su ciudad natal mencionada en las noticias.
—… están al parecer participando en la operación de rescate, pero tenemos poca información acerca de ello. Bill Tyler se halla en estos momentos en la escena del hundimiento. Bill, parece haber una enorme presencia naval ahí fuera…
—¡Mierda! ¡Queremos nombres!
Muy bien, muchachos. Ciento cincuenta y seis muertos en el Montana, y vosotros queréis que vuestros nombres sean mencionados por la televisión. No era que Bud se sintiera furioso al respecto. No te enfureces con la gente por ser humana. Es sólo que seguía esperando que la gente fuera simplemente un poco mejor que eso, sólo un poco menos preocupada acerca de ser siempre el centro del universo.
Bueno, si sus nombres no podían ser mencionados, al menos obtuvieron algo que les satisfizo. La imagen tomada desde un helicóptero de un conjunto de barcos agitados por una serie de olas peligrosamente altas e irregulares…, y entre ellos, bamboleándose en el agua con mucha mayor estabilidad que cualquiera de los otros, uno que reconocieron inmediatamente.
—¡Hey, es el Explorer
Lo que atrajo la atención de Bud fue cuántos otros barcos había allí. Desde el fondo del Caribe, Bud no había imaginado allá arriba más que el Explorer, unido al cordón umbilical de la Deepcore, y un montón de viento y agua. Ahora se daba cuenta que en el techo del mar la Marina daba vueltas y vueltas como juguetes en una bañera. ¿Haciendo qué? Se acercaba un huracán, ¿acaso no lo sabían? Los barcos no tenían nada que hacer allí arriba con aquellas aguas.
Y si Bud sabía eso, la Marina también lo sabía. De modo que debían estar realmente asustados de los rusos, si sentían la necesidad de mantener una escolta para el Explorer con aquel mar.
El periodista dejó claro que la situación era aún peor de lo que parecía.
—Con Cuba a sólo ciento treinta kilómetros, la enorme congregación de buques y aviones de los Estados Unidos en la zona ha dado lugar a una protesta oficial de la Habana y Moscú, y ha conducido a una redirección de la flota soviética hacia el teatro caribeño.
Bud pudo captar el cambio de humor en la sala. Ya no más excitación de estamos-en-la-tele. Buques soviéticos en el Caribe. Lo que preocupaba a Bud era la forma en que todo parecía ir ascendiendo en círculos. La Marina tiene miedo de que los rusos puedan echarse sobre el Montana, así que traen una amplia escolta para proteger el lugar. Luego los rusos ven la enorme congregación de nuestras fuerzas militares, así que se dirigen también hacia el Montana. Como si el propio miedo causara que la cosa temida se volviera cierta.
El locutor formuló la pregunta estúpida estándar que siempre venía a continuación en estos casos, a fin de parecer que hacía algo más importante que simplemente leer las noticias de un papel.
—Bill, ¿cómo describirías la disposición de la gente ahí?
—La disposición es más bien de suspicacia, incluso de confrontación. Un cierto número de palangreros rusos y cubanos, indudablemente barcos de vigilancia, han estado trazando círculos dentro de una zona de unos pocos kilómetros durante todo el día, y se ha advertido repetidamente a los aviones soviéticos que se alejen del lugar.
Era como un hormiguero ahí arriba. Las hormigas rojas y las hormigas negras. Hacía que Bud se sintiera un poco mejor en el fondo del mar. Por todo lo que sabía, aquél podía ser el lugar más seguro de la Tierra en estos momentos.
Cuando terminó la emisión, Bud y Lindsey se encaminaron hacia el pozo lunar. Si las noticias le habían dicho algo a Bud, esto era el hecho de que el Explorer no iba a poder estar ahí arriba mucho tiempo más. No había esperanzas de que la tormenta pasara lo suficientemente lejos como para que pudieran seguir conectados. Ya era hora de ver si Una Noche tenía el Fondoplano preparado para salir y desconectar el umbilical a fin de que el Explorer pudiera irse.
Ni siquiera tuvo que decirle a Lindsey dónde se dirigía. Ella sabía lo que había que hacer con tanta seguridad como él. Por un momento pareció como en los viejos días, cuando podían trabajar juntos casi sin necesidad de hablar, debido a que se comprendían tan perfectamente entre sí y a la Deepcore.
Sólo que esta vez Hippy se unió a ellos. Estaba agitado, casi frenético en su tono de voz, en sus gestos. Bud había visto a Hippy de aquella manera antes. Las cosas están yendo mal, ¡hay que hacer algo! ¡Hay que hacer algo! Normalmente la solución para Bud era darle a Hippy alguna tarea específica. Cuando Hippy tenía realmente algo que hacer, algo que requiriera su concentración, entonces se calmaba y hacía el trabajo. Pero ¿qué podía darle a hacer a Hippy en estos momentos?
Sea como fuere, Bud tenía que conseguir calmarlo de algún modo.
—¡Esto apesta, de veras! —dijo Hippy.
Sólo había una cosa que hacer: dejar que soltara todo lo que tenía dentro. Bud se detuvo, se dio la vuelta en el corredor, se enfrentó a Hippy.
—Hippy, ¿qué pasa contigo?
—¿Que qué pasa conmigo? Aquí estamos, en medio mismo de este enorme incidente internacional. Como la Crisis de los Misiles cubana o algo así.
Bud escuchaba pacientemente, pero Lindsey no podía captar lo que estaba intentando hacer. Raras veces podía. Así que, en vez de animar a Hippy a seguir hablando, intentó hacerle callar con el ridículo.
—¿Has llegado tú solo a esta conclusión? —quiso saber. Tranquila, Lindsey. Deberías seguir un curso Dale Carnegie. Todo lo que Lindsey consiguió fue que Hippy aún se mostrara más agitado.
—Tenemos submarinos rusos arrastrándose por todo nuestro alrededor. ¡Mierda! Algo va mal, y ellos dirán que nada ocurrió aquí abajo. Oh, sí, nos darán medallas.
Sí, sé exactamente lo que quieres decir. Yo mismo lo he pensado.
—Hippy, lo único que tienes que hacer es tranquilizarte. —Intentó hacer que sonara como una broma. Señalando a Lindsey, dijo—: Estás haciendo que ella se ponga nerviosa.
—Muy agudo, Virgil —dijo Lindsey.
La distracción calmó un poco a Hippy. Se estaba relajando. De un gemido a un murmullo.
—Esos SEALs no nos lo han dicho todo. Algo está pasando.
—Hippy, tú crees que todo es una conspiración. —Bud se alejó, llevándose a Lindsey consigo.
Tras ellos, Hippy intentó imaginar por qué Bud se molestaba en decir algo tan obvio.
—Por supuesto, todo lo es —respondió.
Quizá sí, pensó Bud. ¿Puedes llamarlo paranoia si todo el mundo ha salido a por ti?
Apenas habían dejado a Hippy detrás cuando apareció Una Noche avanzando con paso vivo desde la bodega. Era mala señal.
—¡Apresúrate! —gritó Una Noche—. ¡Coffey se marcha con el Fondoplano! ¡Me ha hecho explicarle los controles y va a salir de aquí!
Aquello era un poco más serio que un chico cogiendo el coche de papá. Antes de que ella terminara de hablar, Bud ya estaba por delante de ella, corriendo hacia el pozo lunar.
—¡Maldita sea! —exclamó mientras corría—. ¿No le dijiste que lo necesitábamos precisamente ahora?
—Sí, pero no me escuchó. Le dije que teníamos que desconectar el umbilical.
Aquélla era la cosa más absurda que jamás hubiera oído. Se suponía que Coffey era un tipo listo. El cordón umbilical no podía ser desacoplado por el extremo de arriba; tenía que hacerse desde aquí abajo, desde la Deepcore. ¿Acaso pensaba que podría llevar a cabo el resto de su misión si el Explorer resultaba hundido o dañado? ¿O peor…, si el umbilical resultaba dañado mientras aguardaban a que él volviera? ¿Acaso creía que iban a encontrar un repuesto en cualquiera de los países vecinos? No puedes ir a comprar material especializado como éste en Haití u Honduras—. ¿A dónde infiernos va?
—No tengo ni idea —dijo Una Noche—. Nos dijiste que cooperáramos con él.
Sí, eso era cierto. Y todo hubiera debido ir bien así. ¿Cómo demonios podía saber que el hombre tenía la cabeza en el culo?
Cuando Bud llegó al pozo lunar, Wilhite, Monk y Schoenick estaban de pie sobre el Fondoplano, completamente equipados, mientras Coffey lo pilotaba hacia abajo. Miraron a Bud cuando éste entró corriendo en la estancia. Gritó a todo pulmón, sabiendo que probablemente le oirían.
—¡Hey! ¡Necesitamos el brazo grande para desconectar el umbilical! ¡Se acerca un maldito huracán!
Mientras tanto, Lindsey había cogido unos auriculares.
—Coffey, Coffey, ¿me escucha?
Las cabezas de los SEALs desaparecieron bajo el agua. No llegó ninguna respuesta por los auriculares. Ninguna explicación. Nada. Simplemente el tipo de comportamiento más estúpido, peligroso e irresponsable que Bud hubiera visto nunca en todos sus años de trabajo en perforaciones petrolíferas…, en tierra, sobre el agua o debajo de ella. Se apartó del pozo lunar.
—El muy hijo de puta —dijo. Suavemente. Como una bendición—. Es increíble. —Sabía que nunca hubiera debido dejarle subir a la Deepcore.
Miró a Lindsey, esperando que ella dijera lo mismo. Esperando que ella dijera: ¿Acaso no te advertí que no dejaras que los militares se hicieran cargo? ¿Acaso no te dije que no les importaba una mierda la seguridad de la plataforma o del equipo?
Pero ella no dijo nada de eso. Quizá porque sabía que no debía decirlo en aquellos momentos. Quizá porque sabía que cuando Bud se equivocaba realmente, nadie tenía que recriminárselo porque él era el primero en hacerlo.
McBride se sujetó a la barandilla mientras miraba por encima de la borda del Explorer. Aún había hombres yendo de un lado para otro embutidos en sus chalecos salvavidas, intentando asegurar las cosas en la tormenta. Pero resultaba claro que esta tormenta era demasiado grande para enfrentarse a ella. El Explorer había sido diseñado para cortar el contacto y echar a correr cuando las cosas se ponían así de mal. Incluso ahora no estaba seguro de que pudieran apartarse del camino del huracán Frederick sin sufrir algún daño importante. El viento era de ochenta nudos. El Centro de Huracanes estaba hablándoles de la posibilidad de vientos de doscientos nudos cerca del ojo. Que se encaminaba hacia ellos tan directamente como si lo hubieran atrapado con un anzuelo y estuvieran rebobinando el sedal.
McBride avanzó tambaleándose por la oscilante cubierta y se metió en el centro de mando del Explorer. Allí estaba DeMarco, yendo de un lado para otro como si tuviera todo el tiempo del mundo. Seguro que no podía ser tan estúpido como para no saber el peligro en el que estaban. La mayor parte de la escolta de la Marina estaba ahora mucho más retirada, por temor a que los buques fueran lanzados unos contra otros por las olas y el viento.
—¡Necesitamos desengancharnos y salir de aquí ahora mismo!
DeMarco le miró sin ninguna expresión.
—De acuerdo, entonces hágalo. —Alguien le tendió a DeMarco un bocadillo envuelto en papel de aluminio. Iba a comer. Perfecto. Lo próximo que diría sería: Que tomen pastel.
Pero McBride tenía que asegurarse de que DeMarco comprendía exactamente dónde estaba la responsabilidad.
—Ningún problema, excepto que sus chicos se fueron a dar un paseo con el Fondoplano precisamente cuando mi gente lo necesitaba para desenganchar el extremo del umbilical.
DeMarco desenvolvió su bocadillo.
—Estará de vuelta en dos horas. —Luego se llevó el bocadillo a la boca y dio un mordisco.
—¿Dos horas? ¡Nuestro amigo Fred va a hacer que todos estemos cagando como patos dentro de dos horas!
No servía de nada intentar conseguir que DeMarco se interesara por sus problemas. Se limitó a quedarse de pie allí, masticando calmadamente, mirando hacia el Caribe como si hubiera algo que ver ahí fuera excepto el infierno.
Los SEALs abrieron una de las compuertas de los misiles. Les tomó unos cuantos minutos, pero Coffey había conseguido dominar lo suficiente el control del brazo del Fondoplano como para ayudarles a apartar del camino el diafragma de plástico. Y luego allí estaba, la roma nariz del misil Trident C-4. Como mirar la bala por el cañón de una pistola que te está apuntando directamente.
Sólo que la bala nunca sería disparada. El misil jamás partiría. Lo único útil dentro eran las ojivas de combate MIRV, cortos conos de metal con la energía de una pequeña estrella alojada dentro. Si alguna de ellas estallaba en este momento, pensó Coffey, toda el agua en kilómetros a la redonda sería vaporizada, al instante. Se alzaría de inmediato y formaría una burbuja en la superficie que estallaría en un momento, liberando su veneno a la atmósfera. No mucha agua, realmente, comparada con la cantidad que había en todo el océano. Sólo un pequeño eructo del mar. Junto con una onda de choque como un terremoto submarino.
El problema era que esto ya no era información especulativa en una sesión de entrenamiento en tierra firme. Esto era real. Él, Coffey, iba a armar una ojiva de combate para que eso pudiera ocurrir.
Alzaron la nariz del cono, dejando al descubierto las ojivas de combate. Monk leyó las instrucciones de la tarjeta de plástico que le había sido entregada en Houston por un hombre que actuaba de una forma tan reluctante como si la tarjeta fuera su único hijo. Schoenick y Wilhite siguieron cada orden a medida que él la iba leyendo; Monk observaba para asegurarse de que lo hacían todo correctamente.
—Secuenciador de separación desconectado —dijo Wilhite—. ¿Luego?
—Retirar pernos explosivos del uno a seis en secuencia contra reloj.
—Comprobación —dijo Schoenick—. Retirado perno uno.
Coffey miró hacia abajo a través de la ventana del Fondo-plano mientras sus hombres trabajaban en el misil. Notaba la misma llana sensación de inevitabilidad que había notado hacía mucho tiempo, de pie en mitad de un tramo de escaleras en un edificio de apartamentos en Los Ángeles, sujetando en la mano un ladrillo de cemento, aguardando a que Darrel Woodward volviera a casa. Va a ocurrir. Espera. Espera. Quizá venga, quizá no. Espera.
No muy lejos de allí, un constructor flotaba en el agua. Estaba observando, pero no con sus ojos; la luz no era tan útil aquí. En vez de ellos utilizaba sus otros sentidos. Zarcillos emitidos por su cuerpo habían rodeado el Fondoplano, el Montana, los SEALs y el misil en una red invisible, con cada hilo de apenas unas moléculas; al lado de ésos, los hilos de fibra óptica del sistema de comunicaciones parecían gruesos y torpes. Con estos hilos tocaba y probaba y saboreaba para descubrir lo que estaba ocurriendo.
Los humanos estaban abriendo el misil y extrayendo la muerte de dentro. Esto podía ser un buen signo. Pero también podía serlo malo. ¿Quién podía comprender a esas criaturas que permitían que las preciosas memorias de los demás perecieran cuando morían sus cuerpos, que luchaban contra la muerte con terrible furia, pero que construían armas que podían destruir todas sus obras y dejar arrasado un planeta entero?
Sin embargo, la ciudad había estado estudiando. El aleteante contacto con el cerebro vivo de Lioso les había proporcionado una gran cantidad de información acerca de cómo interpretar las memorias de los muertos que habían tomado del Montana. Habían descubierto cómo traducir las ondas de radio en sonidos y las señales de televisión en imágenes. Incluso habían decodificado algunos lenguajes humanos, en cierto modo. En consecuencia, ahora eran finalmente capaces de extraer algún sentido a nuestras acciones y nuestras palabras. Viendo cómo trabajaban nuestros cerebros, lo que recordábamos, cómo era ser humano, palabras que antes habían sido esquemas de códigos vacíos para ellos adquirían de pronto un significado. Emisiones con décadas de antigüedad que habían permanecido dormidas en las espiras de memoria de la ciudad estaban siendo ahora examinadas en un frenesí de actividad. Los constructores habían interrumpido casi toda actividad excepto el esfuerzo de comprender lo que pretendían aquellas extrañas criaturas con las cosas incomprensibles que hacían.
Mucho antes de que comprendieran nuestros lenguajes, habían desarrollado una etiqueta para nosotros, una forma de pensar para nosotros, en sus propias comunicaciones sin palabras. Pensaban en todos los no constructores, fuera cual fuese su especie, como olvidadores…, el equivalente de nuestro concepto de animal, criaturas que se mueven como animadas por un propósito pero no son capaces realmente de pensar. Hasta el Montana, habíamos pertenecido a esa categoría en sus mentes. Ahora, sin embargo, sabían que éramos recordadores como ellos, aunque nuestras memorias se veían cortadas trágicamente por uno de los accidentes mórbidos de la biología. Así que, para distinguirnos de ellos y de los olvidadores, pensaban en nosotros como aquellos-que-se-matan-a-propósito.
Mientras tanto, la ciudad acumulaba más y más calor de las aguas del Caribe hasta que calentó el mar directamente debajo del huracán Frederick, así como el agua frente a la tormenta. El calor radiante calentó el aire encima de él, haciendo descender firmemente la presión del aire dentro del huracán. Al final, éste superaría todos los récordes anteriores. Frederick era una tormenta controlada; con los constructores reuniéndose en torno a la Deepcore, iba a ser el peor huracán de toda la historia.
No había malicia en esto. Los constructores iban a sondear la Deepcore en un esfuerzo por reunir información acerca de aquellos respiradores de aire. Del mismo modo que la Deepcore estaba en los límites inferiores de supervivencia para los seres humanos, también estaba cerca de los límites superiores para los constructores que no estuvieran seguramente encerrados dentro del cuerpo de un porteador. Estaban remodelando genéticamente varios porteadores en una sonda que pudiera sobrevivir en la mezcla respiratoria que llenaba la Deepcore. Pero, subiendo a la peligrosamente ligera capa de agua de los seiscientos metros, los constructores quedarían expuestos. Serían vulnerables. En consecuencia, tenían que asegurarse de que la Deepcore estaba sola. El huracán Frederick barrería el mar encima de ellos y lo mantendría limpio hasta que hubieran averiguado de la tripulación de la Deepcore todo lo que podía averiguarse.
En los límites exteriores de la tormenta, las cañoneras y los buques de guerra rusos sondeaban las formaciones de la Marina de los Estados Unidos. Jugaban unos con otros como niños. Te pillo. Gallina. Te asusto. Veamos lo valiente que eres. Veamos qué eres capaz de hacer.
Lo que el crucero Appleton de los Estados Unidos, equipado con misiles, no fue capaz de hacer, fue evitar una colisión con un destructor soviético mucho más pequeño. Nunca se vieron el uno al otro hasta el último momento, pero evidentemente cada uno sabía, por el radar y las comunicaciones de radio interceptadas, que el otro estaba cerca. Incluso, cuando el destructor apareció a la vista, el capitán del Appleton intentó virar, y creyó que lo había conseguido. Pero el Appleton cabalgaba en una monstruosa ola; otra ola, viniendo en distinto ángulo en aquel caótico mar, arrojó al destructor ante su camino.
El Appleton resultó dañado, pero el buque soviético fue herido de muerte. Sus bodegas empezaron a llenarse rápidamente de agua, y se puso a arder por encima de la línea de flotación, pese a la fuerte lluvia. Se hundió en unos pocos minutos.
Incluso antes de que la tripulación del Appleton hubiera terminado de evaluar sus propios daños, estaban radiando una petición de ayuda para rescatar a los supervivientes del buque soviético. Pero sólo unos cuantos hombres pudieron escapar del violento mar, y todos ellos fueron rescatados en los primeros minutos por marinos norteamericanos en botes neumáticos o trepando por las redes de cuerdas lanzadas por los costados de los buques estadounidenses.
En tiempos más calmados aquél hubiera podido ser un incidente enormemente peligroso, más que el derribo del reactor de las Líneas Aéreas Coreanas, puesto que involucraba a fuerzas militares de ambos lados. Pero esta colisión ocurrió cuando ambos bandos estaban ya estudiándose llenos de temor y suspicacia.
Los rusos estaban intentando imaginar cómo su nuevo satélite rastreador de submarinos había estallado menos de una hora después de entrar en operación; si lo habían hecho los norteamericanos, ¿cómo sabían qué era, y cómo lo habían eliminado sin que los rusos hubieran detectado ningún despegue? Ahora los estadounidenses, alegando que uno de sus submarinos había sido hundido, estaban reuniendo una flota junto a la costa sudoeste de Cuba. La relación entre un submarino «perdido» y la pérdida de un satélite rastreador de submarinos no podía ser pura coincidencia, ¿no? ¿Estaban los Estados Unidos buscando alguna excusa para invadir Cuba y probar a los rusos ahora, antes de que Rusia pudiera lanzar otro satélite rastreador de submarinos y neutralizar la fuerza estratégica norteamericana?
Por el lado norteamericano había casi tantas preguntas. ¿Por qué había estallado el nuevo satélite soviético? ¿Estaba aquello relacionado con la pérdida, sólo unos pocos minutos más tarde, del Montana? ¿Por qué los rusos estaban moviendo una flota tan grande a la zona del submarino perdido? ¿Qué era el extraño e increíblemente rápido aparato sumergible del que habían informado los SEALs que trabajaban para asegurar el pecio del Montana? ¿Estaban intentando los rusos provocar a los Estados Unidos para que emprendieran una acción que les diera la excusa de lanzar un primer ataque?
En este clima, la colisión no pareció un accidente para nadie excepto para los capitanes del Appleton y del destructor soviético. El capitán del destructor estaba muerto. El capitán Sweeney del Appleton informó meticulosamente a la Marina, pero la Marina dudó de su evaluación de las intenciones soviéticas, y los rusos le llamaron claramente mentiroso. La declaración oficial soviética denunció la colisión como un ataque no provocado. Los negociadores soviéticos salieron airadamente de las conversaciones START. El ejército soviético puso en alerta a todas sus tropas en Europa.
Los satélites de los Estados Unidos tomaron fotos que mostraban que todo buque de guerra ruso que podía moverse estaba saliendo a toda máquina de puerto; también parecía haber una actividad inusual en las bases de lanzamiento de proyectiles balísticos intercontinentales soviéticas. El Presidente no tenía otra elección que actuar a la recíproca, enviando al aire a todos los bombarderos norteamericanos y haciendo salir al mar todos sus barcos. En pocas palabras, la alerta de los Estados Unidos fue elevada ahora a DefCon 3.
Ningún bando podía comprender las acciones del otro. No se les ocurrió que podía haber implicada una tercera parte. En vez de ello, se veían obligados a interpretar todos los acontecimientos como si aquellos que no eran causados por ellos mismos tuvieran que ser forzosamente causados por el otro bando. En la mente de todo hombre y mujer de cada gobierno implicado en el conflicto brotó una pregunta que no había sido formulada desde 1963:
¿Es esto? ¿Finalmente es esto?
Mientras aguardaban a que los SEALs volvieran con el Fondoplano, no había nada que el equipo de la Deepcore pudiera hacer excepto aguardar y observar con creciente horror las noticias de la televisión que eran enviados por el cordón umbilical desde el Explorer.
—Bud, esto es enorme —dijo Lindsey.
Estaba en todos los canales. Los de la televisión efectuaban encuestas con la gente de la calle. Nadie parecía saber cómo tomarse la noticia. ¿Acaso no parecía que las cosas estaban yendo mejor estos últimos años? Todo el mundo esperaba esto allá en los cincuenta, e incluso en los sesenta y setenta. Pero desde que Gorbachev subió al poder y presentó una nueva cara soviética al mundo, todo el mundo se había sentido más seguro, había dado un suspiro de alivio y había empezado a contar con que las cosas seguirían siempre así. ¿Cómo podía todo cambiar ahora de aquella manera?
Algunas personas sonaban ultrajadas, traicionadas; otras se echaban a reír: Es un chiste, ¿no? Otras se limitaban a asentir con aire de suficiencia: Ellos lo habían sabido desde un principio. Otras se mostraban furiosas: Si ellos hunden nuestro submarino, entonces merecen perder uno de sus barcos. Y algunos casi se echaban a llorar de miedo: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué puede alguien hacer?
Fuera en el espacio, los constructores estaban interceptando y grabando algunas emisiones…, incluidas las transmisiones militares. Uno tras otro cabalgaban en sus deslizadores de vuelta al fondo del mar, informando a cada ciudad de constructores que aquellos-que-se-matan-a-propósito parecían estar preparándose para actuar a escala masiva según su nombre.
Finalmente, el Fondoplano regresó. Inmediatamente, Bud reunió al equipo en el pozo lunar. Las emisiones los habían vuelto más sobrios…, su rabia hacia Coffey había sido tragada por su miedo hacia el mundo que tenían encima de sus cabezas. Además, no había tiempo para recriminaciones…, podrían triturar a Coffey más tarde, arriba, una vez de vuelta a casa, si quedaba alguna casa a la que volver cuando terminara todo. Mientras tanto, aunque las cosas fueran perfectamente bien a partir de ahora, aún les quedaban tres semanas con esos tipos en la descompresión. Bud sabía que tenía que mantener las cosas frías.
Así que, cuando el Fondoplano surgió del agua, con los tres SEALs en su lomo como estatuas de un oscuro panteón submarino, Bud y su equipo no tenían intención de hacer nada que no fuera eficiente y útil. Lindsey permaneció allí mirando, con el rostro de un dios vengativo, pero incluso ella reconoció que no se ganaba nada ahora con recriminaciones.
Tan pronto como el Fondoplano estuvo en la superficie, empezaron a actuar. Bud dio la orden:
—Sacad todas sus cosas de aquí y despejad el aparato. Necesitamos salir inmediatamente. —Cuanto antes consiguieran que los SEALs abandonaran el Fondoplano, más pronto podrían salir hasta el conectar umbilical en la parte superior de la Deepcore y desprenderse del Explorer.
Los SEALs, por su parte, no ofrecieron ni disculpa ni explicación. Su misión había sido cumplida; tenían todas las razones para cooperar, ahora, con la de ellos.
Excepto en una cosa. Hippy empezó a desatar de sus fijaciones un objeto cónico envuelto en una de las bolsas de equipo de los SEALs. Coffey le vio cuando salía por la escotilla.
—No toque eso —dijo secamente—. Retroceda.
—Excusez-moi —dijo Hippy. Alzó las manos como para decir: No estoy tocando nada. Pero no apartó los ojos de la bolsa. Coffey no hubiera podido hacerlo mejor para decirle que había algo muy importante en aquella bolsa, ni siquiera poniéndole un cartel. Y ahora, con el mundo de arriba hecho un caos, Hippy sabía que, fuera lo que fuese lo que hubiera allí dentro, no iba a ser bueno para nadie, y mucho menos para él. Hippy no creía en la máxima de que la curiosidad mata al gato. Es mucho más probable que me mate lo que no sé, pensaba. Nada en su vida le había dado la menor razón para pensar de otro modo.
Coffey y los otros SEALs desataron la bolsa y la alzaron cuidadosamente; aunque era evidentemente muy pesada, también debía ser frágil. Una Noche estaba ya a los controles del Fondoplano, lista para marcharse, aguardando a que terminaran de salir. Bud les dio prisa:
—Coffey, vamos un poco apretados de tiempo. —Era lo más cerca que estaba dispuesto a ir para decirle a Coffey que estaban arriesgando sus propias vidas y las vidas de toda la gente en el Explorer.
Finalmente, los SEALs abandonaron el Fondoplano. Bud se inclinó sobre la escotilla, tras la cual Una Noche estaba comprobando los controles, asegurándose de que todo funcionaba bien.
—Esto no es una perforación, muchacha —le dijo—. Haz que me sienta orgulloso.
Querían ser palabras de ánimo, y así las interpretó ella. Nadie había sido más rápido que Una Noche en enganchar y desenganchar el umbilical durante los entrenamientos.
—Apuesta a que sí, Bud.
Bud dejó caer y selló la escotilla, luego retrocedió mientras el Fondoplano se hundía lentamente en el pozo lunar. Intelectualmente, Bud era consciente de que Una Noche estaba descendiendo a la mayor velocidad posible. Pero eso no le impidió murmurar para sí mismo que se apresurara, por todos los diablos, que se apresurara.
Una Noche se apresuró. Pero moverse por el agua era siempre lento, y a aquella profundidad había un límite a lo rápido que podía ir todo. Excepto lo que fuera que Lindsey decía haber visto. No, que había visto. Lindsey podía ser la reina bruja de todo el universo, pero no se inventaba cosas. Ni Una Noche podía decir que la hubiera oído jamás exagerar. Así que quizás había algo que pudiera ir realmente rápido a través de una columna de seiscientos metros de agua. Una Noche sólo deseaba ahora poder ser ella.
Recorrió todo el camino por debajo de la Deepcore y en torno a su flanco, y finalmente alcanzó la conexión umbilical en la parte superior de la estructura A. Era una gran estructura, de aspecto recio como un puente de ferrocarril; el cordón umbilical parecía pequeño y débil en comparación…, pero Una Noche sabía que el umbilical era tan recio como podía ser. Parecía algo flojo, pero se estaba moviendo, agitando. No había corrientes a aquella profundidad…, el movimiento venía de arriba, de la superficie, donde las olas debían ser ya realmente malas. Aguantad sólo un minuto más, chicos del Benthic Explorer. Aquí está Una Noche para aliviar vuestro dolor.
Se situó en posición y flotó inmóvil, luego desplegó el gran brazo hidráulico. Se abrió desde el Fondoplano como la enorme pata de acero de una araña; Una Noche abrió la abrazadera como si fuera una garra. Sentía su fuerza como si fueran sus propios dedos, su propio brazo. Soy Dios cuando manejo esta cosa, soy el dedo del Señor.
Sólo que el cordón umbilical no permanecía inmóvil el tiempo suficiente para que pudiera apresarlo firmemente.
—Maldita sea. —Lo intentó de nuevo—. Hijo de puta. —El brazo no estaba diseñado para atrapar un objeto que se movía.
Las oscilaciones que le estaban proporcionando a Una Noche unos momentos tan difíciles eran un síntoma de problemas mucho más serios arriba. La grúa que mantenía suspendido el cordón umbilical por encima del pozo de inmersión era tan enorme que parecía demasiado grande para el barco; si el centro de gravedad del Explorer no estuviera tan profundamente hundido en el agua, la grúa hubiera hecho el barco demasiado pesado e inmanejable. Tenía que ser tan larga para poder dominar el peso y los tirones del umbilical, que pesaba unos ochenta kilos por metro lineal. Pese a todo, no estaba diseñada para soportar una tensión infinita —nada lo está—, y ciertamente no se suponía que tuviera que enfrentarse a más que un ligero movimiento vertical y lateral. Se suponía que gran parte de las tensiones se ejercían en otra parte.
Por ejemplo, se suponía que el sistema de posicionado dinámico mantenía al Explorer horizontalmente en su lugar. Como los cohetes de posición de una nave espacial, las toberas laterales arrojaban chorros de agua para impedir que el buque derivara en cualquier dirección. Puesto que no hay puntos de referencia en el mar, los ordenadores que controlaban el sistema de posicionado marcaban la posición del buque comprobando constantemente con los satélites. El Explorer podía normalmente mantener su posición dentro de un radio de pocos metros de un punto determinado del fondo del océano.
En cuanto al movimiento vertical, causado por el ascenso y el descenso de las olas, de ello se ocupaba el compensador de elevación, un enorme conjunto de poleas, cables, pistones hidráulicos y contrapesos deslizantes que colgaban directamente de la grúa sobre el pozo de inmersión. Servía para mantener justo la cantidad necesaria de tensión en el umbilical, pese al movimiento vertical del mar.
Así que no se suponía que la grúa tuviera que manejar muchas variaciones en movimiento horizontal y vertical. Se suponía simplemente que tenía que soportar el peso. Desgraciadamente, a medida que el huracán Frederick se acercaba, las olas iban haciéndose más y más grandes. El movimiento vertical era demasiado amplio, demasiado rápido para los compensadores, y las violentas derivas del Explorer por la superficie eran más de lo que los chorros podían manejar. No había ningún fallo en el diseño del sistema. El sistema estaba diseñado para que el Explorer hubiera cortado el contacto y hubiera salido a toda prisa de allí horas antes de que el mar se volviera tan malo.
La única razón de que la conexión umbilical hubiera resistido tanto tiempo era porque Lindsey lo había diseñado todo de modo que soportara presiones mucho más grandes que las especificaciones del proyecto. Pero ahora las tensiones eran demasiado grandes para que finalmente algo no cediera.
Lo primero en fallar fue un par de chorros. Sus motores se sobrecargaron a causa de la tensión de intentar luchar contra olas de veinte metros y vientos de ochenta nudos con ráfagas del doble de esa fuerza.
Arriba en el puente, Bendix contemplaba con fatalista calma mientras la peor tormenta que jamás hubiera visto torturaba el barco más suave que nunca hubiera manejado. Un repentino y violento bandazo lo arrojó contra el panel de control; otros por toda la sala de control se tambalearon y, si no hubieran estado previsoramente agarrados a algo, hubieran caído. Bendix supo de inmediato lo que estaba ocurriendo. Los compensadores de movimiento no podían con su trabajo.
—Tenemos un problema. —La única cuestión era saber cuál iba a fallar primero—. Estamos perdiendo el chorro número dos. Le falta fuerza.
Empezaba a notarse ya en la posición del barco. Todo el mundo podía ver el movimiento lateral. Un claxon de advertencia empezó a sonar…, parte del sistema de alarma. Todo el mundo estaba ya alerta. Pero no había nada que pudieran hacer.
—¡No retiene! —gritó Bendix por encima del ruido de la sirena—. ¡Nos estamos deslizando fuera de posición!
A medida que el barco giraba, el cordón umbilical se vio tensado y desviado de su posición vertical. Fue empujado contra el costado del pozo de inmersión, tenso como la cuerda de un arco contra la muesca de la flecha. Mientras chirriaba a lo largo del borde, arrancando escalerillas y flotadores, Bendix esperó verlo en cualquier momento partirse por el punto de fricción. Era más resistente de lo que había esperado. Lo cual era malo: Si algo tenía que ceder, aquél era el punto menos peligroso de que sucediera.
Allá abajo, Una Noche consiguió al fin aferrar firmemente el mecanismo de desacoplado del umbilical. Ya lo tenía, sólo otro par de minutos como máximo y lo habría liberado.
Entonces el cordón umbilical se puso tenso con tal fuerza que dio un tirón a todo el mecanismo, el conjunto del armazón A. Desalojó el brazo del Fondoplano y arrojó a Una Noche hacia delante, luego hacia atrás. Por un momento perdió los controles. Luego los sujetó de nuevo y apartó el Fondoplano fuera del camino mientras el umbilical se movía hacia ella, arrastrando consigo el armazón A. Una Noche pivotó. No había forma de agarrarlo de nuevo y desconectar el umbilical ahora. Toda la estructura se estaba moviendo.
Dentro de la Deepcore, Lindsey estaba de pie en el corredor, bebiendo una taza de té caliente, cuando toda la plataforma resonó como un gong y se inclinó de lado. El té se derramó encima de ella. Bud estaba saliendo ya por una puerta, pasando a toda velocidad por su lado en dirección a la sala de control. La voz de Hippy les llegó por el intercomunicador, diciéndoles lo que ya todos sabían:
—¡Bud a control! ¡Emergencia! ¡Bud a control!
Mientras Bud subía la escalerilla al nivel dos, la plataforma resonó de nuevo, como si toda la estructura fuese un instrumento musical…, lo cual era, con una larga y tensa cuerda y la Deepcore en su extremo sirviendo como cámara de resonancia. Una enorme artesa en tono de bajo. Sólo que la plataforma no iba a quedarse quieta para interpretar su música. La estructura no dejaba de agitarse y resonar.
Era casi imposible mantenerse en pie mientras Bud luchaba por los corredores. No dejaba de ser arrojado contra las paredes, contra el suelo. Era el peor maldito temblor que jamás hubieran sufrido. Cuando finalmente llegó a la sala de control tenía una docena de nuevos hematomas por todo el cuerpo que dolían como puñaladas. El dolor no importaba…, morir sería malditamente peor. Entró en tromba, pasó junto a Hippy y agarró el micrófono.
—¡Superficie, superficie! ¡Dad un poco de umbilical, estamos siendo arrastrados! —Bud sabía que las cosas debían ser terribles allá arriba, para que los compensadores de movimiento cedieran de aquella forma. Podrían haber desconectado en cualquier momento en las últimas dos horas y esto no estaría ocurriendo. En cualquier maldito momento, pero ahora ya era demasiado tarde.
Lindsey se reunió con él en la sala de control. Juntos miraron por la ventana delantera. La Deepcore ya no estaba golpeando contra el suelo ahora, porque el fondo, allá delante, descendía en pendiente bajo sus pies. Y descendía. Ambos lo vieron; Lindsey lo dijo.
—Nos encaminamos directamente a la pared vertical.
McBride intentó darle a Bud lo que pedía. Corrió a la ventana y miró hacia la grúa, donde Byron estaba asomado a la ventanilla de la cabina, con los ojos entrecerrados, luchando por ver qué era lo que estaba ocurriendo exactamente a través de la intensa lluvia.
—¡Byron, abajo uno por el torno uno! ¡Abajo uno! ¡Da algo de umbilical! ¡Ahora! ¡Ahora!
Byron se golpeó los auriculares para señalar a McBride que no podía oír. No hubiera importado aunque oyera. Ya era demasiado tarde.
En aquel momento, abajo en el fondo, la Deepcore estaba siendo arrastrada hacia una colisión con un saliente de roca. Por un instante la Deepcore dejó de moverse y el Explorer no. Hubo más tensión de la que la conexión podía soportar…, algo tenía que ceder. No fue el umbilical. No fue la conexión con la Deepcore. Lindsey la había diseñado para que fuera demasiado fuerte. Fue la grúa que sostenía el umbilical la que cedió. El conjunto compensador se quebró, y sus cables estabilizadores restallaron como cuerdas de guitarra.
Byron vio el extremo roto de un cable avanzar hacia él, justo a tiempo para agacharse en el momento en que destrozaba la ventanilla de la cabina. Trozos de cristal de seguridad llovieron sobre él. Pudo sentir la cabina, todo el conjunto de la grúa, inclinarse. Reptó hacia la puerta, pero no había tiempo para salir.
McBride contempló horrorizado desde el puente cómo el siguiente empujón de las olas acababa de partir la grúa. Se inclinó, se dobló, se retorció, mientras todas sus cuarenta toneladas caían al pozo de inmersión con un rugir de acero torturado que resonó más fuerte que la tormenta. El agua estalló hacia arriba cuando la grúa se hundió. Desapareció por completo…, ninguna parte de ella quedó aún unida, colgando del buque. Byron fue arrastrado junto con la cabina; ahora estaba camino del fondo, más allá de toda esperanza de rescate. Probablemente la presión lo mataría antes de que tuviera tiempo de ahogarse.
¿Cuánto tiempo necesitaría la grúa para golpear contra el fondo? Podía llegar lo suficientemente rápido como para que la Deepcore no tuviera tiempo de apartarse del camino. Pero al menos, con una advertencia, quizá consiguieran prepararse para el golpe. McBride podía advertirles desde sus auriculares…, con el umbilical roto, la línea directa había desaparecido. Se apartó de la ventana.
—¡Consíganmelos por la UQC! —ordenó. Se llevó el teléfono submarino al oído—. ¡Bud! ¡Hemos perdido la grúa!
Allá abajo, Bud no entendió sus palabras.
—¿Qué? Repítelo.
McBride luchó por hacerse oír por encima de la resonancia del sistema.
—¡La grúa! ¡Hemos perdido la grúa! ¡Está bajando hacia vosotros!
Y eso era todo. No había otra cosa que el Explorer pudiera hacer. O la grúa golpearía la Deepcore, destruyéndola completamente y matando a todo el mundo a bordo, o no lo haría. Y, si no lo hacía, seguía sin haber nada que el Explorer pudiera hacer hasta que la tormenta hubiera pasado. Estaban a sus propios medios ahí abajo.
Aunque ya no existía el umbilical, McBride dio órdenes de permanecer en su lugar encima de la Deepcore durante tanto tiempo como fuera posible. Si se apartaban mucho, la UQC se saldría de radio, y no podrían saber lo que había ocurrido. Pero, con un juego de chorros inutilizado, el fuerte mar era demasiado. El Explorer estaba derivando, alejándose del emplazamiento. Se intentó restablecer el contacto UQC con la Deepcore, pero no hubo ninguna respuesta desde abajo. Una y otra vez, contestados sólo por el silencio, hasta que se hizo obvio que o bien estaban fuera del radio de alcance, o no había nadie ahí abajo para responderles.
McBride dejó de intentar establecer contacto, luego aguardó unos instantes a que la verdad amaneciera en las mentes de todos los demás. Tenía que liberar aquella impotencia, tenía que hacer algo. Y, por una vez, la persona que era realmente la responsable de todo aquello estaba de pie allí mismo. DeMarco. El comandante ejecutivo. El experto militar. McBride podía realmente volcar toda su rabia en el hombre que se la merecía. Y todos los demás estaban allí para oírlo, así que sería una satisfacción pública.
—Perdimos nuestra oportunidad de hacerlo con toda seguridad —dijo McBride—. Byron ha muerto ya. Dios sabe cuántos otros habrán muerto ahí abajo cuando la grúa llegó al fondo. Todo porque sus chicos fueron a dar un paseo con el Fondoplano sin preguntar antes a la gente que realmente sabía qué demonios estaban haciendo.
DeMarco le miró sin hablar, pero McBride vio la expresión en sus ojos. Ya no seguro de sí mismo. Ya no enloquecedoramente al mando.
McBride no tuvo piedad.
—Será mejor que rece para que su grupo haya completado su misión, porque puede estar seguro como el infierno de que ahora ya no van a tener ninguna posibilidad de hacerlo. Usted lo jodió todo, DeMarco; usted fracasó. Y fue usted quien lo hizo todo; nadie más, ¿entiende? ¡Fue usted!
DeMarco siguió sin decir nada.
Probablemente piensa que podrá salirse de esto, pensó McBride. Hablar a sus superiores de la no cooperación de los civiles. De fallo del equipo. Bien, eso no va a ocurrir. Yo haré mi propio informe, y será leído.
—Juro por Dios que haré que metan sus pelotas en un frasco de alcohol.
DeMarco siguió de pie allí, en silencio. Recibiendo la andanada. McBride tuvo la impresión de que era una confesión de culpabilidad. Ya era bastante por ahora.
McBride se volvió a su propia tripulación.
—Volveremos y trataremos de encontrarles cuando haya pasado la tormenta. Ahora, salgamos de esta lluvia lo más aprisa posible.