CAPÍTULO 1

Fuertes ataduras sujetaban a N’Chaka a la superficie dura y lisa en la que estaba tendido.

Sobre él, brillaba una luz muy fuerte. Apenas distinguía el rostro que se inclinaba sobre el suyo. Era una cara que se movía y parecía latir con el ritmo de su sangre. Un rostro hermoso de oro pulido, con una cabellera curiosamente rizada. Otros rostros permanecían medio ocultos en las sombras que había a los lados; pero el que bailaba ante él parecía el único importante. No recordaba a quién pertenecía. Sólo sabía lo importante que eran aquellas facciones.

De nuevo, el dolor. Y el picotazo de una aguja.

N’Chaka mostró los dientes y luchó contra las ataduras.

El rostro dorado le hizo una pregunta.

N’Chaka la escuchó. No quería contestar, pero no tenía elección. El veneno que corría por sus venas le impulsaba a responder.

Habló. Lo hizo con los chasquidos y gruñidos de un lenguaje tan primitivo que apenas era más complejo que el de los grandes simios.

Penkawr-Che, el hombre dorado, dijo:

—Interesante. Siempre vuelve a lo mismo. Traed a Ashton.

Le llevaron.

Repitieron la pregunta. Y la respuesta.

—Eres su padre adoptivo. ¿Sabes en qué idioma habla?

—Los aborígenes de Sol Uno hablan esa lengua. Fue educado por ellos cuando asesinaron a sus padres. Cuando lo recogí, no tendría más de catorce años y no conocía otro idioma.

—¿Puedes traducirlo?

—Fui uno de los administradores de Sol Uno. Una de mis obligaciones consistía en proteger a los aborígenes contra los mineros. No siempre lo conseguí. Pero les conocía muy bien.

Tradujo con precisión. Sonrió.

—En lo referente a las cosas que te interesan, ese idioma no tiene vocabulario suficiente.

—¡Ah! —exclamó Penkawr-Che—. Bien. Tengo que reflexionar.