Las reputaciones es una obra de ficción; todo parecido con la realidad es una mera coincidencia. Tras cumplir con esta convención, que ningún lector debería tomarse completamente en serio, debo y quiero agradecer a quienes me dedicaron su tiempo y me procuraron anécdotas de su vida o ideas sobre su oficio, y en especial a Vladimir Flórez, Vladdo, y a Andrés Rábago, El Roto. Otros caricaturistas me prestaron, sin saberlo, datos más o menos concretos, y quiero reconocer también esa deuda —más indirecta y ambigua— con Antonio Caballero, Héctor Osuna y José María Pérez González, Peridis. Para escribir las líneas sobre la muerte de Ricardo Rendón, me fue de mucha utilidad el libro 5 en humor de María Teresa Ronderos. Quiero y debo también reconocer la deuda impagable que tengo con Jorge Ruffinelli y Héctor Hoyos, de la Universidad de Stanford, por la invitación y la hospitalidad que me permitieron terminar esta novela en un apartamento de la calle Oak Creek, en Palo Alto, California. Por último, quiero darme una vez más el placer (y hacer constar la infinita fortuna) de terminar un libro escribiendo el nombre de Mariana.