El mayor asesino de la historia criminal británica se llamaba Dennis Nilsen. Desde 1978 hasta 1983 asesinó a dieciséis personas.
Se trataba de un tímido funcionario del estado nacido en la fría y salvaje costa del norte de Escocia. Sus padres se llamaban Olav y Betty. Tenían dos hijos más y vivían todos en Fraserburgh. Dennis Nilsen tenía dos cuerpos troceados metidos en el desagüe de su edificio y dos o tres cabezas, un torso y un brazo sin mano dentro del armario de su cuarto.
Vivía sólo con su perra Bleep. Al ser arrestado Nilsen, Bleep fue llevada a la comisaría de Hornsey, donde el detenido podía oírla gimotear desde su celda. Allí escribió: «Me avergüenzo de que sus últimos días sean tan dolorosos, ella siempre me lo ha perdonado todo». Bleep murió bajo anestesia una semana después.
Issei Sagawa medía un metro cincuenta y tenía el cuerpo débil y canijo por culpa de un nacimiento prematuro. Primero estaba realizando su tesis doctoral en la Sorbona acerca de las similitudes entre la obra del Premio Nobel de Literatura japonés Yasunari Kawabata y el surrealismo francés, después se comió a su novia holandesa. Ahora se habla mucho de Sagawa porque el verano pasado detuvieron a Tstomu Miyazaki, un joven de veintisiete años que asesinó a cuatro niñas y comió trozos de carne de dos de ellas. Lo cierto es que a pesar de las apariencias uno y otro caso tienen muy poco que ver. En el periódico del domingo venían dos fotos de Sagawa y una pequeñita de su novia holandesa. No he querido que T lo viera.
A los japoneses, según él mismo cuenta, les vuelven locos las mujeres occidentales. Es por una especie de complejo de inferioridad.
Issei Sagawa era un japonés culto, licenciado en Filosofía y Literatura. El 11 de junio de 1989 disparó por la espalda a Rennee Harvtevelt; después descuartizó el cuerpo con un cuchillo eléctrico y se comió parte de la carne. En el interrogatorio que siguió a la detención Sagawa dijo haber estado obsesionado por la antropofagia desde que era un niño.
A veces me da horror y no quiero ni pensar en el maldito japonés caníbal. Si yo fuera Sagawa me reventaría el cerebro de un balazo. Hay ciertas cosas por las que no se puede pedir perdón.
Diego Alconchel, cansado de la insistencia con la que la profesora de Literatura despreciaba su cara de no sé bien qué cara poner, decidió, finalmente, presentarse en clase con una careta del Pato Donald.
Diego Alconchel estuvo un mes calvo por culpa de un proceso de regeneración urgente del cabello. Tenía un gorro de lana y no se lo quitaba para nada. Luego, con el tiempo, perdió el miedo y le dio por enseñarle la calva a todo el mundo. En la clase de T una niña llegó con un verdugo y no se lo quitó en todo el día. Dio Matemáticas y Física y Ciencias Sociales con el verdugo puesto; al final la profesora de Historia se empeñó en que se sacara el verdugo de la cabeza y aparecieron delante de toda la clase las horrorosas coletitas que su madre le había hecho bien temprano antes de salir de casa. Eran dos coletitas enanas y ridículas colocadas en la coronilla como a ojo.
T todavía se pone triste cuando lo cuenta.
T y su madre habían estado de compras; al principio L. V. no quería nada, pero luego volvió al hospital con un montón de cosméticos que T le regaló. También trató de hacer bromas muy graciosas, pero como no habla demasiado bien el español le salieron todas un poco raras.
Sagawa está en la calle. Ha cumplido nueve años de condena y ahora está libre. Tiene tres libros que va a publicar en Francia. El primero se llama Shinkiro (Espejismo); el segundo se llama Sante, y está dedicado a la etapa de represión parisina; el tercero se llama Canibalismo no yume (Sueño de caníbal). Sagawa no se comió a su novia entera, sólo se comió un trozo. El resto de los pedazos los abandonó dentro de dos maletas en el Bois de Boulogne. A la pregunta de si se puede matar por amor respondía: «No, jamás, por amor no se puede matar, lo que hice ha sido mal interpretado». También decía: «Me da miedo pensar en el futuro. No tengo muchas posibilidades de fundar una familia, ni siquiera mi hermano ha podido casarse».
En la casa de Las Rozas, después de mucho llover, salían por todas partes unos colores de mentira, como los de Van Gogh. Mi madre venía detrás machacándome la cabeza con la historia de la expulsión. Yo acababa tan aburrido que ya no podía estar triste, ni enfadado ni nada.
Iván Bernaldo de Quirós Uget era un niño divertido que se conducía como un demente, comía tinta, pegamento, croquetas, cromos y gritaba y se agitaba y se tiraba en el suelo y se ponía a patalear. El padre José María, el de los mapas de Israel, me contó que Iván se había estrellado contra un muro de cemento con el coche de su padre. La hermana de Iván se llamaba Elena y tenía el segundo culo más grande que he visto en mi vida. No parecía una niña, parecía un culo con pies.
Paquito de Ribera Andrés se cagaba, todos los días, se cagaba encima. En primer curso, en segundo curso, en tercer curso…, se cagaba y se pasaba después todo el día sentado sobre su propia mierda, de modo que nadie quería sentarse detrás de él, ni mucho menos en su mismo banco. Yo me pasé dos años sentado al lado de Paquito de Ribera Andrés. Gracias a toda esa mierda acumulada nadie se acercaba a darnos la lata. El olor se aguantaba bien en invierno y peor en verano. Era como mierda caliente reconcentrada con cierto aroma a pis y a ropa mojada y podrida. Lo peor de Paquito de Ribera es que ni siquiera era un tío agradable, era sólo un cagón cobarde.
Nunca me acostumbré a las cajoneras, tenías que meter allí todos los libros a presión y los cuadernos y los lapiceros y los papeles sueltos de hacer dibujos. Al final estaba todo tan apretado que no conseguía sacar nada. Además, las cosas se desparramaban dentro de la cajonera y me resultaba imposible saber lo que era mío y lo que era del cagón.
Cuando yo era pequeño mi padre y yo veíamos combates de boxeo por televisión. Eran veladas americanas que caían aquí a las tres o las cuatro de la mañana, por lo del cambio de horario. Mi padre me sacaba de la cama y nos quedábamos a verlas los dos solos. Una de esas noches vi al Evangelista aguantarle doce asaltos a Mohamed Alí. El grande pegaba y pegaba pero el Evangelista parecía una pared y no se caía nunca. Otra noche un entrenador había llevado cuatro campeones a una velada amateur. Los tenía metidos en el coche. Cuatro futuros campeones del mundo; al volver tenía cuatro paquetes con el culo de plomo. La mayoría de las veces las cosas no salen como uno espera, salen mucho peor.
El padre de T ha salido de cuidados intensivos, por ahora sólo puede sentarse, pero en uno o dos días empezará a andar por la habitación. Tiene una nueva cicatriz pero está debajo del pijama.
L. V. se alegra de tener a R otra vez en la habitación y se lo cuenta a todo el mundo. Hace unos días T puso una cara que me recordó muchísimo a R, era una cara como para abajo, triste y resignada y también simpática. T recuerda ahora todo lo más bonito de R: los pantalones de cintura alta hechos a medida, los gitanos que merendaban en casa, los libros de aviones y su decisiva intervención en la defensa de Escandinavia durante la segunda guerra mundial.
El hermano de T tenía un milquinientos de juguete. Era grande, rojo y descapotable. Iban los dos sentados muy serios, T se ponía un pañuelo en la cabeza, por el viento. Cuando su hermano daba pedales, los pedales de T le golpeaban en los tobillos. Una mañana el hijo del portero despeñó el milquinientos por un terraplén, el hermano de T viajaba solo y salió ileso. El hijo del portero no era mala gente, pero empujaba con demasiado entusiasmo. El hermano de T es un tío simpático que está loco por los Jaguar. Tiene unos trajes muy elegantes hechos a medida como los de su padre.
Mónica Manini era alemana, rubia y rica. Tenía una casa grande que le daba varias vueltas al jardín y una piscina con trampolín y luces de las que iluminan dentro del agua. En el cuarto de juegos había un tren eléctrico montado sobre una mesa de seis metros. Era un tren alemán, mucho mejor que los trenes de aquí. Tenía estaciones, casas, puentes, puestos de periódicos, gente andando, gente en bicicleta, coches y máquinas antiguas de las de vapor. Tenían también un cine de súper ocho con cientos de películas. Cerca de la piscina había un gimnasio, con máquinas, pesas y un saco. Las fiestas de Mónica Manini eran las mejores de todo el barrio, ponían cuatro mesas larguísimas llenas de comida y diez o doce chicas del servicio atendían a los niños.
Cuando estábamos en la piscina resultó que a Fran le daba miedo saltar desde el trampolín. Habían saltado todos, hasta las niñas, pero a Fran le daba miedo y estaba subido ahí arriba sin saber muy bien qué hacer. Los niños de la jodida fiesta de Mónica Manini se reían de él, de Fran, y yo no paraba de tratar de ahogarles porque no soporto que se rían de mis hermanos, de ninguno de los dos. Al final Fran saltó, pero algunos imbéciles siguieron riéndose toda la tarde. Fran y yo terminamos por partirle la cabeza a un tal José Luis Vallejo. Al principio este Vallejo era un tío muy listo y ocurrente haciendo bromas sobre Fran, pero luego se puso a llorar como un mierdecilla.
No nos volvieron a invitar a las fiestas de Mónica Manini, pero a Fran y a mí nos dio un poco igual porque nunca hemos sido muy buenos en las fiestas, no se nos da muy bien lo de bailar con las chicas y al final quedamos siempre un poco como idiotas a base de ponernos colorados todo el rato.
El 14 de noviembre de 1967 el Vietcong y las fuerzas norvietnamitas, llegadas a Vietnam del Sur por la serpenteante ruta de Ho Chi-Minh, empezaban a apuntarse las primeras victorias importantes. Dak To, Gio Dinh y Khe Sahn le enseñaban al mundo que el ejército americano no era invencible.
En Vietnam no era una fiesta venían todas esas fotografías famosas, como la del soldado disparando sobre la cabeza de un vietnamita con las manos atadas a la espalda.
Creo que a T no le gustaban mucho estas historias de Vietnam y de Sagawa y de Manson con sus ojos de poseso y sus pintadas en sangre, a lo mejor se fue por eso, no lo sé. El caso es que yo había llorado otra vez como un niño tonto, más aún que el día que murió Steve McQueen. También había estado llamando al hospital pero L. V. no me decía nada de T. A veces pasa que a ti te gusta mucho alguien y tú a ese alguien le caes fatal. A lo mejor a L. V. le caigo fatal. Puede ser, porque yo nunca le he caído muy bien a nadie.
Desde que T se marchó he estado muy mal, aburrido y avergonzado como en el colegio, con todas las ideas torcidas y violentas dando vueltas por la cabeza. Cuando me acuerdo de los tíos de mierda que se tiraban a T las ideas se vuelven más negras todavía y me da por pensar que voy a ser un magnífico asesino de niños a poco que me ponga. Fran tarda un poco más que los demás en tirarse a la piscina, pero no veo dónde coño está la gracia. Los niños no tienen nada de mágico la mayoría de las veces, son la misma mierda en dimensiones reducidas.
A mí me gustaba sentarme al lado de Paquito de Ribera con toda su mierda pegada al banco y todos los libros atascados en la cajonera, me hacía sentir como un subversivo. Paquito y yo éramos terroristas y teníamos mucha mierda amontonada para que nadie se nos acercase a sonreír o a ser buen amigo o a pedirnos de nuestra merienda. T no sabe muy bien lo que hace, por eso se va. Yo quiero mucho a T, pero eso termina por no servir para nada.
En mis muchos trabajos de retrasado mental he ido madurando la idea del asesinato y creo que ésta tiene mucho que ver con la incapacidad de soportar a los demás y con la incapacidad de soportar que los demás tengan razón. Los consejos de todo el mundo, incluidos padres y madres, acostumbran a ser insoportablemente acertados, pero eso no lo hace más fácil, al contrario, lo hace peor y más difícil. Cuando el encargado de la tienda enmendaba mi trabajo hacía bien, porque mi trabajo era malo y cuando la jefa me volvía loco con sus gritos diciendo que yo no sabía nada de trajes ni de modas ni de nada, también acertaba de lleno y eso es precisamente lo que puede llevar a alguien como yo, casi indiferente a todo, a sacudirle a otro en lo alto de la cabeza hasta que los sesos y la sangre se desparramen por el suelo. Sobre todo ahora que T no está. Porque cuando T me decía cosas buenas no me costaba nada verlo con más calma, pero ahora ya no tiene mucho sentido.
Supongo que en esta vida todo el mundo tiene que hacer algo y si ese algo no te gusta, pues mejor, porque te estás ganando el cielo, o al menos el derecho de poder aconsejar.
Me refiero a que si te jodes y te aguantas un poco puedes decir: «mira, yo también hago muchas cosas que no me gustan», pero si resulta que eres incapaz de hacer cosas que no te gustan, entonces estás perdido y sólo te queda sentarte a esperar que lo poco bueno que te ha pasado en la vida se haya marchado.
Después piensas en reventarle la cabeza a una de esas ancianas que van a merendar y que han sufrido tanto y con tanto oficio todo este tiempo.
Cuando era niño, en cambio, era guapo y gracioso. Después empecé a ponerme colorado por todo y ni Dios, ni la Virgen, ni nadie le puso remedio a eso. Hasta hoy. M y Fran son buenas personas y eso siempre hace que me sienta bien. Fran nunca tuvo un Actionman, así que yo le dejaba el mío. A Fran le hubiese dejado una pierna.
Antes de conocer a T no había hecho gran cosa, por eso no pasa nada si voy y me olvido. Mi padre tenía un coche de hojalata y otros muchos coches y soldados de cartón que él mismo hacía. Primero dibujaba la figura en un cartón y después la recortaba y le doblaba las pestañas. Los recortables tienen que tener pestañas porque si no no se sujetan. Los mejores recortables eran los de Al Capone y su banda. Todos los gánsteres llevaban una Thompson de tambor circular. El abuelo de mi padre, o sea, mi bisabuelo, era el tutor de Alfonso XIII. Por eso mi padre y mi familia siempre han sido monárquicos. Al tío Paco le arrancaron una pierna los rusos. El tío Paco era un héroe de la División Azul. Volvió de la campaña de Rusia sin una pierna, pero con muchas medallas preciosas que mi abuela nos enseñaba cuando éramos niños. La División Azul la comandó Muñoz Grandes hasta que Franco decidió sustituirlo por el general Esteban Infante. A Muñoz Grandes le concedió el Führer la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro y las Hojas de Roble. A mi tío Paco le pillaron seis a la salida de una casa de putas, sólo tenía una pierna, pero la movía con gracia. Le dieron hasta que se le cayó el alma a los pies. El tío Paco siempre llevaba un bastón estoque pero esa noche no le sirvió de nada. Hasta ahora no ha habido más héroes en mi familia, pero eso no es grave porque hay familias que nunca han tenido uno.
El tío Carlos también quiso alistarse en la División Azul, pero le mandaron a casa porque no tenía más de quince años. Yo ni siquiera hice el servicio militar, me sortearon y salí excedente de cupo.
A mí los militares nunca me han gustado, ni mucho, ni poco, ni nada. Me gustaba mi tío Paco, pero es que él estaba cojo y tenía un bastón estoque.
En el colegio dirigí, escribí y protagonicé una representación teatral sobre la Pasión de Cristo. No es que me apasionase la historia, pero era eso o el montaje de la cadena del ADN con todos los niños vestidos de cromosomas. Estábamos quince en aquello, pero al final sólo yo me sabía los diálogos, así que no hacía más que hablar todo el rato. Hablaba por los soldados romanos, por el pueblo de Israel, por los doce apóstoles, por Pilatos y por la Virgen. También por Cristo, claro, pero ése era mi papel.
A Julio Villalobos le partí un brazo. No tiene nada que ver con la Pasión de Cristo, ni siquiera era el mismo colegio. No basta con dar fuerte, hay que dar donde duele.
Ahora estoy buscando trabajo. He trabajado en mil sitios, pero nunca he hecho nada bien. Eran sólo trabajos de idiota, en realidad casi todos lo son. Trabajos de subir esto aquí o de guardar lo otro debajo de la pila de la derecha o de apilar las cajas en el centro poniendo toda la atención; en fin, un mierda.
Mi padre y mi madre deberían haberlo visto. Tanto dinero gastado en colegios para ministros y lo más que consigo es apilar cajas. Qué le vamos a hacer. A lo mejor ni siquiera soy especialmente tonto, a lo mejor es que mi reino no es de este mundo. Le he dicho a L. V. que quiero comer con ella en el hospital, pero creo que no le ha hecho mucha ilusión. Si no pensase que estoy loco me mandaría al cuerno. A lo mejor T le ha contado cosas raras de mí y anda ahora preocupada por lo que pueda hacerles.
Mañana voy a buscarme otro de mis trabajos de idiota para recuperar un poco de confianza y, de paso, para poder comer. Antes T lo pagaba todo, pero eso ya se acabó, así que voy a buscar trabajo y después ya veremos cómo me organizo.
Tengo los ojos grandes y marrones, y el pelo negro y las manos largas. Las manos de T no son ni la mitad que las mías. Mi madre es rubia, creo que teñida, pero yo siempre la he visto así. Mi padre es moreno, como Fran, y lleva unas gafas de pasta negras y antiguas. M vive con mis padres y no se queja mucho de nada. Fran estudió Económicas y luego hizo un máster en el Instituto de la Empresa, un máster MBA creo.
Yo no me llamaba Elder Bastidas pero ahora me llamo así porque me suena más mío. El nombre se lo robé a uno de esos tíos mierdas de la Iglesia de Jesús de los Santos de los Últimos Días mucho antes de que me enrolase con ellos. Pienso que Elder Bastidas es un buen nombre.
T es una chica bonita como una niña. Sagawa se la habría comido. Vi una foto de Renee y no era ni la mitad de bonita que T, era más bien una alemana gorda con cara de hogaza de pan.
Yo he estado en Inglaterra y he trabajado en un montón de cosas, pero cuando quiero acordarme me aburro.
De niño también me aburría, sobre todo los domingos en misa porque había que levantarse y arrodillarse y sentarse y había que saber también un montón de oraciones, yo quería decir hijo de puta o mierda o me cago en Dios o algo, pero al final nunca decía nada.
Los padres de T son protestantes. R no quiere que le entierren envuelto en una sábana, quiere que le entierren con uno de sus trajes a medida con la cintura alta. A mi tío Manolo le enterraron vestido de Caballero Templario, era uno de los últimos supervivientes de la Orden. Mi tío Manolo también tenía alguna medalla de la guerra civil, pero no sabía nunca dónde las había metido. T estuvo algún tiempo recibiendo clases de equitación, al principio sólo daba vueltas en el picadero, pero luego galopaba y saltaba. En verano salían al campo y corrían todos detrás del profesor. En clase de T había diez o doce jinetes, algunos mucho más mayores que ella, pero T era la mejor. Durante el invierno daban las clases en el picadero. Una vez el caballo de T se desbocó y empezó a correr y a saltar todos los obstáculos sin saber dónde ir, pero T no se asustó, sujetó bien las riendas o las aflojó, no sé, no tengo ni idea de cómo funciona un caballo, el caso es que dominó al animal. R estaba allí mirando a su pequeña niña rubia, tan orgulloso que no paró de gritar y aplaudir, aun cuando T ya se había bajado del caballo. Gritaba tanto que T sentía vergüenza y un poco de rabia.
Carlos García-Matascues tenía tetas. Era un chico alto y feo, llevaba gafas y tenía tetas. En el vestuario todo el mundo se reía de él. Yo no me reía, pero tampoco hacía nada por ayudarle. A mí no me importa que un tío tenga tetas, pero tampoco voy a partirme la cara con media clase por defenderle.
Cualquiera que sonría mucho puede acabar volviéndote loco si lo miras un buen rato, así que no me pareció prudente quedarme con los santos de los días de la Iglesia de Cristo de los Últimos Santos mucho tiempo.
Cuando me fui, trataron de quedarse con mi traje, pero yo me negué porque el traje era mío. No era un traje muy bueno, pero sí un traje bonito con chaqueta de tres botones y pantalones estrechos. Tampoco era un traje caro, pero no tenía por qué regalárselo a nadie. Yo la verdad es que no sé muy bien qué hacía con esa gente; no eran simpáticos, no eran graciosos, ni siquiera daban bien de comer. Supongo que las cosas que hacía antes de conocer a T eran todas un poco tontas, como si no supiese muy bien por dónde ir y por dónde no. Mi padre siempre insiste en que una educación esmerada como la que yo he tenido no se ajusta a mi comportamiento, pero es que, sinceramente, no sé qué es lo que tengo que hacer para acertar.
Si mi padre pudiera verme, la mayor parte del tiempo no sabría qué narices me pasa.
Con T las cosas en general parecían mejores. Aunque siempre he pensado que no eran cosas mías o cosas para mí, así que tampoco me extrañó tanto cuando T se fue y ni siquiera quiso hablar conmigo por teléfono.
Con una Magnum 44 se puede tumbar a un elefante. T y mi padre y mi madre y Fran y M no entienden para qué quiero una Magnum 44. En la casa de El Plantío teníamos una piscina pequeñita y yo me hacía cien o doscientos largos todos los días del verano.
He aprendido algunas cosas que probablemente algún día me sean útiles, muchas ni las recuerdo, porque a mí todo se me olvida deprisa. No sé qué coño hacía en Inglaterra, ni qué comía, o si limpiaba la casa o si no la limpiaba. Eso sí, sigo sabiendo coger bajos de pantalón, eso lo aprendí bien mientras estuve en la tienda de ropa y todavía no lo he olvidado. Lo importante es igualar la altura, dejando correr la tela entre los dedos, más fácil en tejidos de invierno, lana-algodón, lana virgen o lana con acetatos y más difícil en los tejidos ligeros; linos, viscosas y popelines. Yo no solía aceptar propinas, pero una señora vieja me metió mil pesetas en el bolsillo de la chaqueta sin que me diera cuenta y luego tuve que devolvérselas, las metí en un sobre y se las di al portero. De lo demás no recuerdo prácticamente nada.
Estaba con T y T se fue. Yo pensaba que iba a estar con ella toda la vida.
A veces una mujer te quiere, pero luego deja de quererte y se va, o se enamora de otro, aunque sea un imbécil, porque eso al principio nunca se nota. Yo fui impotente algún tiempo, porque confundía a la santa y a la puta o porque no sabía confundirlas, no sé, el caso es que ni Fran, ni Baigorri, ni yo teníamos mucho éxito con las mujeres. Antes tenía a T y ahora no. De todas formas, no podría hacer daño a una mujer; mi abuelo fue tutor de Alfonso XIII.
Los tíos que se follaban a todas las chicas guapas con catorce, quince o dieciséis años deben estar ahora más tranquilos. Los tíos que se follaban a T, por ejemplo, seguro que tenían la polla bien tiesa a los dieciséis y eran guapos y altos y ocurrentes. Por eso probablemente he perdido a T, porque aún me debe quedar algo del jodido tomatito peleón que fui durante los días del colegio.
Lo bueno de los trabajos sencillos es que te mantienen las manos ocupadas un buen rato y después te vas a casa tan cansado que no puedes pensar en nada, te metes en la cama y te duermes. Creo que de alguna manera, tarde o temprano voy a tener que matar a alguien. Si me dieran a elegir no me importaría empezar por uno de esos que ponen vidrios rotos sobre las vallas de sus casas. Se puede matar a un mierda de esos igual que se puede acabar con los que le dan al balón sin pararse a mirar dónde va, sin el menor remordimiento. Yo a T nunca le hablaba de estas cosas, así que no sé por qué deja que se le suba encima cualquier imbécil.
Arturo bailaba con T y la gente se paraba a mirar: merengue, cumbia, joropo, a veces me gustaba, pero otras veces se me calentaba la sangre y lo ponía todo difícil, gritaba y hacía el ridículo, y T se quería morir porque Arturo es un buen amigo y yo lo sacaba todo de quicio. A veces no sé qué coño pasa pero se ponen las cosas negras y no hay forma de acertar.
He acudido a tres entrevistas de trabajo, pero no he salido muy contento. Hace falta ser muy listo y contestar muy bien a todas las preguntas para conseguir un trabajo que podría hacer un queso de bola sin poner en ello los cinco sentidos. En la tienda de ropa aprendí a recoger bajos de pantalón, dejaba correr la tela entre los dedos y luego ponía todos los alfileres en línea. T ganaba dinero para los dos y yo no tenía que preocuparme de comprar comida y bolsas de basura y desinfectante para la cisterna del baño. Ahora T ya no está, así que me he puesto a buscar trabajo otra vez. Cuando no tenía nada de dinero siempre conseguía de alguna forma lo suficiente para comprar el desinfectante para la cisterna del baño porque me encanta que salga el agua azul cuando tiras de la cadena.
Me gustaría darle a uno de los viejos que te abollan el coche con el bastón si aparcas un momento sobre la acera o delante del paso de cebra. Me gustaría atizarles unos buenos capones y me gustaría meterles los bastones por el culo.
A veces te hacen preguntas trampa y tienes que ser muy rápido para contestarlas bien. Una pregunta trampa puede ser: «¿Qué prefiere usted, ganar mucho dinero o ser apreciado dentro de la empresa?»; si respondes que lo que más te importa es el respeto de tus compañeros y tus superiores, descubren que eres un pedazo de mentiroso y no te dan el trabajo.
Yo solía ser muy bueno con las preguntas inteligentes previas a los trabajos de idiota, pero al parecer ahora no estoy en mi mejor forma.
Mi padre suele decir que no hay que obsesionarse con las cosas, pero hoy he estado en la piscina y he visto a todas las mujeres que aún deberían ser hermosas y que tienen esos culos tan gordos y caídos para los lados y no he podido evitar pensar en T, porque ella tiene un cuerpo hermoso y firme. También he pensado que no sería mala cosa morirse antes de que el cuerpo empiece a tomar posiciones de franca desventaja.
Durante las vacaciones de verano los hermanos de T salían fuera, se iban a campamentos en las montañas o a cursillos de inglés en el extranjero. T se quedaba en casa porque todavía era demasiado pequeña, se sentaba entre R y L. V. y se quedaba ahí quieta sin decir nada. Un día se puso a llorar porque se le ocurrió que R y L. V. se iban a morir antes que ella. R y L. V. le dieron muchos besos y apretujones de los que se les dan a los niños.
En el supermercado he visto señoras que van por ahí temiendo lo peor, con cara de continuo acoso. Empujan y hablan solas y todo les molesta y se creen que pueden quedarse mirándote fijamente las orejas o los zapatos con esa cara de asco. A algunas les pillo los talones con las ruedas del carro. No se las deja cojas con eso, pero duele bastante.
Fran y yo teníamos un transistor que nos trajo mi madre de Ceuta. Se nos caía al suelo un día sí y otro no y perdía tres o cuatro piezas cada vez, pero seguía sonando como si nada. Era algo incomprensible.
Una noche M agarró la mesa de la cocina y la tiró contra la pared, saltamos corriendo de la cama y nos pusimos a buscarle por toda la casa, al final le encontramos en el garaje. M ha estado muy mal, pero ahora vive más tranquilo. Mis padres cuidan de él. Cuando llamo por teléfono está cariñoso y contento. Ahora que T se ha ido no creo que vaya a preocuparme mucho por los demás, pero no pienso dejar que nadie le haga daño a M.
He conseguido trabajo en una tienda de hamburguesas. Es una tienda grande que pertenece a una cadena aún más grande con establecimientos en todo el país. Está toda decorada en rojo, amarillo y naranja. Tiene fotos de las hamburguesas, para que la gente las vea y elija. Las hamburguesas que servimos son considerablemente más pequeñas que las que aparecen en las fotos. Tenemos doce tipos distintos de hamburguesas; con queso, con bacón, con lechuga, con cebolla, con salsa barbacoa, con tomate y mostaza o bien sin queso, sin bacón, sin lechuga, sin salsa barbacoa, sin cebolla, sin tomate o sin mostaza. Te puedes comer una hamburguesa sólo con el pan, pero te cuesta lo mismo que una con tomate y mostaza, así que no sé si merece la pena. Entro a trabajar a las nueve de la mañana, pero me levanto a las ocho para no llegar tarde. Lo primero que hago al entrar es pasarle un paño a las mesas, un paño húmedo, si alguna está muy sucia le pongo detergente al paño, pero normalmente no hace falta. Después voy a la cocina y me ocupo de las patatas fritas y los aros de cebolla. Mi padre pensaba que yo tenía madera de diplomático, pero lo cierto es que la mitad de las patatas fritas se me caen fuera de las cestas. Aquí no sólo servimos hamburguesas, tenemos también algunos platos combinados con los nombres en inglés, pero yo personalmente pienso que uno no debe comer nada que no pueda pronunciar con facilidad.
Leonardo-Panamá tenía pinta de ser algo bueno, se movía deprisa y pegaba con ambas manos, también encajaba, y salía y entraba tan rápido que no había forma humana de verle ir y venir. Se llamaba Leonardo Palacios, pero en el gimnasio todos le decían Panamá, y él llevaba un apodo tan grande con la ligereza de quien se sabe buen bailarín y al tiempo pegador y fajador y técnico e intuitivo y, en resumen, verdaderamente bueno.
A Leonardo le conocí descargando en Mercamadrid. Estuvimos un tiempo trabajando juntos y fui a verlo a un par de combates, después dejé lo de Mercamadrid y volví a dormir hasta tarde. Si has nacido en el seno de una familia elegante nunca te acostumbras a tener un saco sobre la espalda, supongo que es cosa de la genética.
Leonardo tenía una novia que le quería mucho y bien, pero no puedo recordar cómo se llamaba.
De lo único que me arrepiento en esta vida es de no haber sido boxeador.
También conocí a Tully, que vivía con una mujer que había sido novia de un indio y de un chino y de un negro y que después anduvo con Tully, probablemente porque era medio irlandés. Tully había animado mucho a un chico de dieciocho años alto y rubio como un danés. Le había dicho cosas de las grandes, pero sólo para que el chico fuera a que le partieran la cabeza.
Tully era uno de esos tíos con el culo lleno de plomo que andan siempre pegados al suelo. No estaba muy contento porque todo le había ido considerablemente mal desde que dejó el boxeo amateur, así que pretendía repartir un poco de su mala suerte.
Tully salía de todas las peleas preguntando siempre lo mismo:
—¿Me han tumbado?
El rubio danés terminó descargando en Mercamadrid, era otro culo de plomo.
Una vez vi en el cine una película estupenda, se llamaba Los cuatrocientos golpes. Lo mejor era cuando salían los niños viendo el guiñol, tenían sus caras de asombro y esas caras que ponen los niños que no se sabe bien de qué son y que cambian todo el rato; agitándose, meneándose de un lado para otro, tocándole la oreja al de al lado y chupándose la solapa del abrigo. Eran niños de antes, de los que tenían las orejas grandes, para agarrar, como si fueran asas. La película trataba de un niño que salía por ahí con su amigo, se escapaba de casa, no iba al colegio, dormía en una fábrica, bebía botellas de leche de los portales, plagiaba a Balzac en los ejercicios de redacción, robaba una máquina de escribir y después la devolvía disfrazado de enano, con bigote y sombrero. Al final le encerraban en un reformatorio, pero se escapaba y acababa corriendo por la playa. Era una película estupenda, no había que pensar mucho, sólo había que verla.
Tampoco hay que pensar mucho para joder, sólo hay que darle y darle hasta que sale todo disparado como por arte de magia. Cuando tengo la polla dura me siento bien, como si fuese a derribar un muro con ella.
En la tienda de hamburguesas somos catorce, siete en el turno de mañana y siete en el de tarde. Yo estoy en el de mañana, pero a veces me pasan al de la tarde, si alguien se ha puesto enfermo o tiene el día libre. Mi día libre es el martes, aunque como salgo a las cuatro puedo hacer lo que quiera durante toda la tarde. Normalmente me voy a casa y veo la televisión. A mí me encanta la televisión. Lo que más me gusta es el boxeo, luego el fútbol y luego las películas. Lo que menos me gusta son los concursos. Cuando ponen un concurso cambio el canal o apago, según me da. Alicia y Ramos están fuera cogiendo los pedidos. No son muy simpáticos. Alicia tiene una de esas caras que podría ser su cara o la de su madre o la de un vecino o la del repartidor de butano, y Ramos tiene una de esas caras que podría ser la cara de Alicia. Pineda se encarga de mantener limpio el establecimiento, barre con ganas, pero le cunde poco porque la gente es muy cerda. En la cocina estamos Julián Revilla, el gordo Lorenzo y yo. El séptimo es el empleado del mes. Al principio el empleado del mes era uno más, me refiero a muchísimo tiempo atrás, pero trabajó tanto y tan bien que le ascendieron a empleado del mes y hasta pusieron su foto en el comedor central para que todos pudieran verla. Según parece, desde hace más de un año nadie ha conseguido desbancarle, claro que, viendo al resto, no se puede decir que haya tenido mucha competencia. A pesar de la magnífica labor del empleado del mes las cosas no van demasiado bien. Según el jefe de zona somos uno de los equipos más lentos de la empresa. Cada semana nos pasan un informe y allí todo el mundo fríe, envasa y vende más hamburguesas, más patatas fritas y más aros de cebolla que nosotros. El empleado del mes dice que a ver si nos esmeramos pero, al parecer, aquí nadie le presta mucha atención al empleado del mes.
Apesto a ajo. He tratado de hacer gazpacho pero algo ha salido mal y ahora me apesta todo el cuerpo a ajo. Tenía un libro de recetas y todo mi interés puesto en ello, he picado cebollas, tomates, pimientos, pepinos, zanahorias y también ajo, pero al final sólo sabía a ajo. Así que en lugar de gazpacho tengo dos litros de sopa roja de ajo dentro de la nevera.
Creo que estoy tratando de hacer las cosas bien, porque tengo un trabajo y un apartamento con televisión y a veces intento cocinar algo, aunque no siempre me sale. No hablo con mi padre, ni con mi madre, ni con Fran, ni con M. Sólo hablo con el hospital de cuando en cuando. L. V. me ha dicho que R va a salir pronto, pero nadie sabe si pronto significa una semana, diez días o mañana. También me ha dicho que sería mejor que dejase de llamar.
Una vez vi en televisión un programa en el que cogían a un pollo recién nacido y le ponían junto a una bombona de butano. El pollo abría los ojos y se creía que la bombona de butano era su madre, así que le hacía carantoñas y se arrimaba mucho sin sospechar nada. Luego le quitaban la bombona y el pobre pollo se volvía loco y piaba como loco y hacía ruidos raros, todo angustiado.
Si se lo contase a T se pondría a llorar. A mí también me gustan los animales, pero a ella le gustan más, y no le importa que anden siempre cagándose por todas partes. En el trabajo todo va bien, saco las patatas de la freidora y las meto en las cestas, luego saco los aros de cebolla y los meto también en las cestas. Me sorprende lo que le gustan a la gente los dichosos aros de cebolla, freímos varios millones al día.
En el comedor central está la foto del empleado del mes, la tienen ahí colgada para que todo el mundo la vea.
A Lorenzo le gritan todos porque es gordo y medio tonto. Yo hablo un poco con él y le digo que no se lo tome muy en serio, pero él quiere prosperar, quiere aprender y ser cada día mejor, quiere ser más diestro en el manejo de la máquina de refrescos, quiere hacerse con la secreta mecánica de los tubos de vasos de cartón y posiblemente en el fondo de su gordo corazón sueña con desbancar algún día al empleado del mes. Mientras tanto, se traga el orgullo y pone cara de ser un gordo bueno y aplicado.
Lo malo de los niños es que como no dicen nada todo el mundo se siente en la obligación de interpretarlos. También pasa con los perros. En el fondo los niños comen y cagan y corren y se caen y se rascan el culo igual que los perros. Al menos eso es lo que yo pienso al respecto. Los niños se tocan el pito y los perros se lo chupan y eso sólo demuestra que los perros son más flexibles. A mí me encantan los perros y los niños, pero no creo que sean más de lo que son.
El colegio sólo me gustaba cuando me expulsaban de clase porque entonces podía quedarme toda la hora en el pasillo haciendo el tonto. Si expulsaban también a Baigorri, mejor. Los profesores no me gustan porque no creo que sean buena gente. Cualquiera que piense que tiene algo que enseñar es por lo menos sospechoso.
En la tienda de hamburguesas te hacen llevar una camisa de rayas rojas y naranjas, pantalones rojos y una gorrita de rayas rojas y naranjas con una hamburguesa de cartón en lo alto. Te pones el uniforme al entrar y no te lo quitas para nada hasta que sales. En la foto que cuelga del comedor central se ve al empleado del mes de cintura para arriba con su gorra y su hamburguesa encima.
Fran, M y yo íbamos al cine alguna noche como tres hermanos. M está fuera pero sigue mal. A veces pienso en llamarle para decirle algo acerca de lo que quiero hacer. También quería hablar con Fran. Somos tres hermanos y cuando me muera voy a acordarme de ellos y de T más que de ninguna otra cosa en el mundo. M siempre me ha admirado y no me gustaría que me viera moviéndome con tanta torpeza con los aros y las jodidas patatas fritas.
T se fue con un tío que tenía la polla de ciento cincuenta centímetros, como el mierda de Pedro Cimadevilla Nebreda. Ahora no pinto nada, ahora sólo relleno las cestas. Mi padre me llevaba a muchas exposiciones, veíamos miles de cuadros y aprendíamos mucho. De alguna manera las cosas se han ido torciendo y al final sólo he conseguido trabajos de idiota, uno detrás de otro. Algo ha salido mal. Supongo que al principio T no se había dado cuenta. El empleado del mes tiene su gorrita que es igual que la mía y tiene su preciosa foto que lo vigila todo. Voy a aplastarle el cráneo debajo de su hamburguesa de cartón, voy a reventarle con el mazo del hielo y me voy a quedar tan ancho, porque ni siquiera es un tío simpático.
Los niños empiezan con el culo y la mierda y en seguida se pasan al sexo; así que el sexo debe ser la segunda cosa más interesante.
Antes de T no se me ponía dura pero con T la tenía dura todo el tiempo. En el colegio todo el mundo hablaba de ello pero nadie lo hacía. Nos matábamos a pajas pero ninguno había visto nunca un coño vivo en su vida. Después con el tiempo los más listos empezaron a meterla por aquí y por allá y luego hasta los más tontos, mientras yo seguía matándome a pajas. Me hacía tantas que tenía callos en las manos. Llegué a cascármela doce veces en un día y estaba tan orgulloso de eso como lo estaban los demás de tirarse a las gordas y a las flacas y a todas las locas de la clase.
Yo siempre me he puesto colorado. La diferencia está en que a partir del séptimo curso ya podía abrirle a cualquiera la cabeza estando colorado, mientras que hasta entonces sólo podía estar colorado.
Sagawa no se sentía tan avergonzado como uno podría esperar. Hablaba de su imposible redención y a veces de culpabilidad, pero es que el muy cabrón se había comido a su novia, no entera, pero eso da lo mismo, y yo esperaba que las orejas se le cayeran hasta el culo, pero no era para tanto. Sagawa comentaba con asombrosa calma los pormenores de su macabra fagocitación, trataba de exponerlo clara y fríamente, pero el muy cabrón se había comido a su novia. Y encima cruda. Yo pienso que abrirle la cabeza al empleado del mes con el mazo de picar hielo no es ni la mitad de horroroso que lo que hizo el maldito japonés antropófago. Además yo no tengo ningún compromiso con el empleado del mes, no me acuesto con él, no es mi novia, sólo es un tío ridículo que se esmera y se esmera y que aspira a jefe de zona. También está la foto, la foto que cuelga del comedor y que tengo que ver todo el día, aunque no quiera. El empleado del mes, con su magnífica gorrita amarilla y su hamburguesa de cartón en lo alto. Igual que la mía.
Jamás me comería a T, pero es que mi tío abuelo fue tutor de Alfonso XIII.
Antes había pensado en matar a una de las viejas que van a merendar por las tardes. No hacen nada malo, pero lo miran todo con odio y resentimiento, porque se les ha terminado la fiesta o porque posiblemente para ellas nunca la ha habido. Tienen sus trajes estampados, con todas esas flores y árboles y plantas y todo tipo de dibujos fantásticos, pero al parecer eso no les basta. Luego se me ocurrió lo del empleado del mes y me pareció más fácil y mejor. Además se necesita ser un mierda para matar a una vieja que no puede defenderse.
M me dijo que todo lo peor, lo que menos te gusta en el mundo, está dentro de un agujero negro y que puedes no verlo, pero si te asomas un poco ya estás dentro.
Daniel es el hermano de Arturo el mexicano, tenía una novia búlgara pero no se la atoró. Después de la primera semana no se la había atorado, después de la segunda semana no se la había atorado, después de la tercera semana no se la había atorado. Durante la quinta semana la búlgara le dijo que necesitaba una prueba de amor y el pobre Daniel se gastó todo lo que tenía y un poco de lo de su hermano Arturo y hasta un poco de lo mío en comprarle un perro precioso, uno de esos perros caros que hacen lo mismo que los demás perros pero con más gracia. A la búlgara le encantó el perro, lo abrazaba y lo llevaba siempre encima, hasta le daba besos en la boca. Le gustaba tanto que se olvidó de Daniel.
Arturo me dijo que Daniel se había vuelto a México y que la búlgara había ganado la medalla de oro del decimotercer concurso canino de la Casa de Campo. Arturo y yo jamás recuperamos nuestro dinero.
Yo siempre me fijaba mucho en Tully y miraba despacio su forma de boxear a dos manos con la suerte y el viento y las apuestas y la gente todo en contra y con su culo de plomo apuntando siempre al suelo.
En casa, la mujer de Tully, la que había sido mujer de un chino y de un negro y de un indio, no hacía más que beber y terminaban siempre por discutir acerca de las cosas más idiotas. Si Tully hacía la comida ella no quería comer y cuando él se enfadaba y quería tirarlo todo a la basura a ella le entraba de pronto un hambre atroz y no dejaba ni rastro del filete ni de los guisantes. Un día Tully volvió por la noche y el negro le dio todas sus cosas metidas en una caja. Le dio también una camiseta que llevaba puesta; al principio Tully no la quiso pero luego se la quedó. El negro resultó ser muy buena gente y Tully y él estuvieron hablando acerca de las mujeres y de boxeo y de beber.
Tully vs Lucero fue un combate sonado porque ninguno de los dos iba a tener muchas oportunidades y porque los dos eran pegadores como los de antes; al final Tully tumbó al mexicano, pero no acabó entero sino más bien sonado y mal.
Lucero era un mexicano valiente que meaba sangre. Yo podría mear sangre ahora que T no está, podría clavarle un pincho de hielo al empleado del mes en el centro del alma y ni siquiera tendría que mirar para otro lado. A la mayoría de la gente no la soporto: andan y comen y cagan y hacen ruido todo el tiempo y no hay quien lo soporte.
Quiero hacerlo lo mejor que pueda y quiero que T esté orgullosa de mí como lo estaba todo el mundo de Travis, el matador.
A veces también me acuerdo de papá y mamá y quiero dedicarles un poco de gloria, no vaya a ser que se molesten. Al fin y al cabo los padres son muy especiales para estas cosas.
Con T la vida era bastante sencilla porque la quería mucho y ella estaba siempre a mi lado. T tiene el pelo largo y rubio y la cara pequeña y bonita con huesos debajo, no es una de esas caras de pan, redondas y tontas, sino una cara preciosa con carácter y personalidad. T había conocido antes a algunos de los tíos de mierda que andan por el mundo tocándole el culo a las chicas guapas; hombres casados y maduros que se creen que se van a ganar el cielo jodiendo y también niños tristes muy preocupados por los sufrimientos propios y ajenos, aunque algo más por los propios. Niños dulces y sensibles, llorones de mierda. Después T estuvo conmigo algún tiempo y no creo que se aburriera, pero las mujeres dicen que se van y se van. Lo cierto es que no sé mucho de mujeres, pero T dijo que se iba y se fue. T y yo vivimos juntos más de un año. Teníamos un piso grande que compartíamos con Arturo, el mexicano, y con otro mexicano maricón y cobarde que se llamaba Fernando. Luego llegó Daniel, el hermano de Arturo, otro mexicano simpático que no se atoró nunca a su búlgara. T y yo nos quisimos mucho y follamos mucho, aunque es algo de lo que no me gusta hablar y mucho menos presumir; después T recogió sus cosas y se fue. Yo me quedé con Arturo bebiendo tequila y comiendo pastel azteca.
Una vez me emborraché tanto que no podía ni andar, estuve meando en la parada del autobús y la polla me colgaba ahí fuera con muy poca gracia y Fran me sujetaba y me ayudaba. Cuando llegamos a casa Fran les dijo a mis padres que me había sentado mal la cena y yo me puse a vomitar en la alfombra del salón. Fran no es sólo un buen hermano, es además un buen amigo.
Cuando corría mucho me tiraba por el suelo, me volvía del revés y gritaba como si me hubiese roto una pierna y entonces él se daba la vuelta y me cogía de la mano. Yo nunca he corrido muy deprisa porque de pequeño tuve un soplo o una arritmia, no lo sé. Con todo, podía partirle la cabeza a José Luis Macías, que era el tío que corría más deprisa los cien, los doscientos, los cuatrocientos y hasta los ochocientos metros. Hay gente que corre muy rápido y en cambio es incapaz de evitar que le abran la cabeza.
A Fran le regalaron una gorra roja por su cumpleaños y estaba tan contento con ella que no se la quitaba nunca y andaba siempre tocándosela para ver si seguía en su sitio. Por eso cuando el hijo del vecino, que también era vecino, claro está, se la quitó y estuvo jugando un rato a tirarla por el aire, Fran le mordió una oreja y se la mordió tan fuerte que se quedó con un pedazo de oreja en los dientes. La madre del ladrón de gorras dijo que no éramos niños, que éramos perros rabiosos y que iba a llamar a la perrera para que nos encerraran allí. A mí en seguida me pareció que no era una amenaza muy seria, pero Fran se lo creía todo, así que le pidió a mi madre que le escondiera en el garaje y que no le delatara por nada del mundo.
Cuando Fran, M y yo coincidimos en el mismo colegio formamos un grupo peligroso y nadie se atrevía con nosotros. En México nos hubieran llamado «Los Señores de la rudeza» o algo por el estilo. Luego nos separamos y cada cual tuvo que ser rudo por su cuenta.
Aún tengo el gazpacho metido en la nevera, huele tanto a ajo que me da miedo sacarlo. Ya no cocino, me traigo un par de hamburguesas del trabajo y me las como viendo la televisión, una por la tarde y otra por la noche. Tengo un piso pequeño con una habitación, un baño y una cocina de esas que llaman americanas. Esta mañana L. V. me ha colgado el teléfono. He llamado y ella me ha colgado el teléfono. Pienso que no va a ser muy difícil lo del empleado del mes; por si acaso, voy a seguir dándole después de que se caiga porque uno se desmaya antes de morirse y conviene no confundir lo uno con lo otro. Cuando lo haya hecho saldré a la calle y si alguien me pregunta me pondré a hablar deprisa y despacio, como los locos.
Me contaron una historia de un tío que se tatuó la cara entera y creo que esto es un poco lo mismo, como el agujero negro, en cuanto te asomas estás dentro y entonces parece que hay más trecho por delante que por detrás. No sé si es exactamente eso, pero en cualquier caso lo importante es hacerlo y no saber por qué se hace o qué se va a hacer luego.
Cuando vivía en la Ballesta, no podía dormir bien porque a mis vecinos les gustaba arrancarse la piel de detrás de las orejas justo después de la media noche.
Ella le decía:
—Sal y que te den por el culo, maricón. Lo único que quieres es que te den por el culo, que te den por el culo y que te den por el culo. Quieres que te partan el culo en dos y que te lo partan bien en dos. Eso es lo que quieres, pedazo de maricón.
Y el vecino, que por lo demás era un tipo agradable, de los que saludaban en el ascensor, le respondía:
—Cualquier cosa será mejor que volverla a meter en tu coño de rata podrida.
Tenía que oír eso casi todas las noches cuando vivía en la calle Ballesta, por eso me mudé.
Una de las muchas noches de agitación llegó la policía y les dijo a los dos que si seguían gritando así les iban a encerrar. También le dijo a él que no se debía pegar a las mujeres y a ella que un hombre nunca soporta que le llamen maricón.
El tío era cocinero y un día se quemó la mano a propósito en un hornillo para cobrar el seguro de accidentes. Casi se queda sin mano. Después de aquello no tenía más remedio que pegarle a su mujer con la izquierda y con los codos.
Ahora que no está T me gustaría mear sangre como Lucero, me voy acordando de todo lo peor y tengo ganas de mear sangre.
Si te dan fuerte en la cara te pones tan nervioso que ni lo notas y luego pegas como si te fuera la vida en ello.
De lo que más me arrepiento es de no haber sido boxeador, mearía sangre, cagaría sangre, tendría la nariz aplastada y me sentiría orgulloso y bien.
Voy a hacer lo del empleado del mes para que T pueda mirarme con respeto y orgullo y también porque el empleado del mes es un tío mierda de los que ponen vidrios rotos sobre la valla del jardín.
En el internado no había mucho que yo pudiera hacer, así que simplemente esperaba a que terminaran las clases para subir al tejado.
En el internado todo el mundo quería ser muy malo y muy duro, pero no eran más que un montón de imbéciles. Si es bien cierto que los buenos no son los buenos, no lo es menos que los malos tampoco lo son. Baigorri era un tío simpático que bebía y se reía todo el tiempo. Bowie andaba por los tejados con verdadera clase. Fran corría la banda y se paraba en seco y centraba, a veces corría tan deprisa que se salía del campo y no se daba ni cuenta. T se ponía triste por nada y no quedaba más remedio que abrazarle fuerte y mucho rato. El gordo Lorenzo sigue sufriendo y resoplando y molestando con su olor a cerdo y sus calzoncillos llenos de mierda enrollados en los michelines del culo. Podía haberle matado a él pero elegí al empleado del mes porque lo mismo da uno que otro. Cuando a Tully le dieron tanto que no veía el camino de su casa, su mujer terminó por dejarle, metió sus cosas en una caja que le dio luego el negro. Tully llamó a la puerta y ella no quiso ni verle. El negro le pasó la caja con sus cosas y Tully se fue por donde había venido. A mí siempre me ha gustado el boxeo, hablaba con Tully y con Panamá y me contaban todas estas historias. Me hubiera gustado ser boxeador. A veces hacía guantes con Panamá y no se me daba nada mal. La madre de Juan José de la Llave le puso un candado a la nevera, así que Juan José de la Llave tenía que saciar su apetito voraz con nuestras meriendas. El balón de Pablo Mendoza acabó en la carretera porque el animal de Lavanchy le pegó con todas sus ganas y el balón subió y subió hasta que casi no se veía y después fue a caer en la carretera. Los tíos como Lavanchi no deberían jugar al fútbol, tendrían que estar dándose patadas los unos a los otros. Pablo Mendoza no volvió a ver su balón, pero estaba tan ocupado con el televisor que no se dio ni cuenta.
La comida con L. V. no había sido precisamente un éxito, y eso que llegué pronto para dar buena impresión. Había estado sentado, bebiendo en el bar del hospital más de dos horas, porque no conseguí recordar a qué hora habíamos quedado y no quería llegar tarde. El caso es que cuando L. V. se sentó frente a mí yo ya estaba un poco borracho. Lo primero que dijo L. V. es que no iba a comer nada y que lo único que quería era que no volviera a molestarles y que su hija, T, no volvería conmigo jamás y que yo era un sinvergüenza y un canalla y un montón. Se ve que quiso decir un matón, pero es que no habla bien el español y se lía un poco con las palabras. Una vez, hace muchos años, le dijo a T: «tu tía Elsa se ha empalmado»; quería decir que la había palmado, pero se plantó muy seria delante de T y le soltó: «tu tía Elsa se ha empalmado».
Cuando terminó de insultarme se levantó y se fue.
Yo sólo quería saber qué tal estaba R y también qué tal estaba T, pero L. V. era demasiado bonita para entender por qué de pronto se hunde todo y uno empieza a hacer las cosas como no debe.
El día que L. V. me colgó el teléfono fue un poco lo mismo. La misma sensación. Ahora no me explico cómo es que estaba T conmigo. A veces las cosas son raras un tiempo y luego vuelven a ser lo que eran.
Yo, por ejemplo, estoy estos días como en el colegio, como en Inglaterra, como en el internado, como en los trabajos fáciles, obligado a hacer tareas de idiota que no requieren mucho esfuerzo. Deseando salir de todo esto a base de machacarle la cabeza al empleado del mes.
Por la noche antes de dormir he pensado en Fran y en los partidos de fútbol. Puede que Fran tuviese miedo subiendo a lo alto del trampolín, pero en el campo era el mejor defensa que he conocido y todos le tenían miedo a él.
Una vez le partió a un tío la pierna por tres sitios y ni siquiera fue falta. Fran tiró del balón y tras él vino la pierna, rota por tres sitios. Querían expulsar a Fran del campeonato, pero ni siquiera había sido falta.
Cuando Leonardo-Panamá se murió yo no supe muy bien por qué había sido. Leonardo era un boxeador guapo y elegante y su novia le estuvo llorando mucho tiempo. Al parecer en el entierro estaba también la madre de Leonardo, pero como yo no sabía que tuviera madre no le dije nada. A Leonardo le pasó un camión por encima, como a mi abuelo, eso es lo que sé. A Evangelista le pillaron el año pasado con medio kilo de cocaína y ahora está en la cárcel haciendo sombra. Jake la Motta le quitó el título de los medios a Sugar Ray Robinson y después Sugar Ray lo recuperó. Con el tiempo La Motta engordó tanto que ni en tres pedazos daba el peso, también le dio con la mano cerrada a su mujer, como Monzón. En el juicio Monzón había dicho: «Yo siempre le pegaba y ella nunca se había muerto».
Monzón tiró a su mujer por el balcón y luego se tiró él, para que pareciera un accidente, pero no se lo tragó nadie.
Tully salía de cada pelea preguntando siempre lo mismo:
—¿Me han tumbado?
La Motta recitaba a Shakespeare y Sugar Ray bailaba claque. No sé cómo pasa pero a veces uno acababa enredándose con lo peor, con lo que se te da rematadamente mal. Yo estuve con T y después T se marchó y más tarde aún L. V. me colgó el teléfono, así que ahora voy a desparramarle los sesos al empleado del mes con el mazo del hielo. Sagawa no es más que un maldito japonés enano y carnívoro. No tengo nada que ver con él. Si hubiese sido boxeador ahora me sentiría mucho mejor y no pasaría vergüenza. De lo cual se deduce que en esta vida uno debe tratar de hacer algo digno.
He llamado por teléfono como hacía antes. He llamado al menos doce veces. Los números los marco a ciegas. Unos contestan y otros no. Si contestan siempre digo lo mismo:
—VÁYASE USTED A LA MIERDA.
Después cuelgo.
Cuando era niño llamaba a los hoteles de lujo y pedía detalladas descripciones de todas las suites; al final siempre acababa con la misma historia:
—QUIERO QUE ME DIGA USTED CUÁNTOS PASOS HAY EXACTAMENTE DE LA PUERTA A LA CAMA.
Gritaba mucho y me enfadaba de verdad.
—CÓMO QUE NO LO SABE. ES IMPORTANTE: MIRE, LLEGARÉ MUY CANSADO Y NO QUIERO PASARME LA NOCHE ANDANDO.
Luego se daban cuenta y me mandaban a la mierda pero para entonces ya me había reído un buen rato.
Paquito Ribera llamó a una vecina y le dijo que le había tocado un millón de pesetas en un concurso de la radio. Lo hizo tan bien que la pobre mujer se lo creyó. Habían quedado con ella en un bar cerca de la casa del cagón. Le dijeron que llevase un cucurucho de papel de periódico en la cabeza para poder reconocerla y porque formaba parte del concurso. Después se bajaron al bar, el cagón y unos amigos, y allí estaba la vieja con ochenta años, un vestido negro, zapatillas y el cucurucho en la cabeza. Esperando su millón de pesetas.
No me gustaba nada Paquito Ribera. Me gustaba su olor a mierda, pero él no me gustaba nada.
Todavía tengo su número de teléfono de la época del colegio, a veces llamo y le digo:
—VÁYASE USTED A LA MIERDA.
El empleado del mes pasa la mayor parte del tiempo en las cajas registradoras vigilando que todo el dinero caiga en el mismo sitio, después se pasea por las freidoras de hamburguesas y por la máquina de los refrescos; allí se mete un poco con el gordo Lorenzo y finalmente viene a ver cómo van los aros y las patatas. Será entonces cuando le hunda el cráneo debajo de su gorrita de hamburguesa y me va a importar muy poco que lo vea todo el mundo. M me regaló un libro que no me gustó mucho, pero que guardé siempre sólo porque M me lo había regalado. Voy a matar al empleado del mes porque me da la gana y porque la gente no nos gusta, ni a M, ni a Fran, ni a mí. La gente ve un niño esperando su turno en la compra y va y se lo salta, y luego empuja en las puertas y adelanta cuando no hay sitio suficiente y tienes que frenar para no matarte y se ofende por cualquier cosa y pone vidrios rotos en las vallas y pone el culo para que le den por el culo y escupe en el suelo y a mí todo eso no me gusta nada.
T y yo habíamos pasado unos días en la playa. Al principio yo no quería ir pero T se había empeñado y al final estábamos los dos nadando en el mar, tumbándonos sobre la arena, y paseando por allí con los pies metidos en el agua. T hablaba mucho de sus perras porque las quiere mucho y yo la escuchaba y la miraba con cuidado pensando que nunca había tenido nada tan bonito.
T y yo nos tumbábamos muy juntos en la playa y no nos separábamos hasta que se marchaba el sol. Yo nunca he sido muy bueno con el sol porque tengo la piel blanca como la cascara de huevo, así que utilizaba una crema de factor de protección 20, que es como tomar el sol dentro de un armario. T también es blanca, pero se pone un poco morena y le sienta bien, le salen coloretes en la cara y está muy guapa. Cuando todo va bien cualquiera puede ser una persona hermosa llena de buenos sentimientos y esperanzas y deseos para el mejor de los futuros.
Después, cuando a tu novia se la está atorando algún memo ya no resulta tan fácil. T estuvo también en las playas de Skagen, en Dinamarca. Allí las dunas tienen seis o siete metros, y el mar se hiela en invierno. T estuvo paseando y después se fue con L. V. y con una amiga de L. V. a beber cervezas gigantes a un bar. L. V. se puso a contar historias tristes y T empezó a llorar. Al final todo el bar estaba mirándolas. A T se la están jodiendo, se la están jodiendo ahora mismo y nadie va a conseguir que me lo tome con calma.
A T se la están atorando, se la están atorando y se la están atorando, así que yo voy a reventar al empleado del mes a ver si se equilibran un poco las cosas. Después de morir Nancy se murió Sid, así debería ser siempre.
Me gustaría estar con Bowie. Tumbado, durmiendo con los cien gatos encima, vigilando el paso a nivel.
Mi hermano Fran se merece todo lo mejor, más que nadie, porque es bueno y porque le arranca una oreja a cualquier imbécil a poco que le toque la gorra.
Elegí el 22 de enero porque el 22 de enero de 1879 las tropas de sir Chelmsford, el 24 regimiento de línea, fueron aplastadas por una horda de más de veinte mil zulúes en la batalla de Isandhlwana.
Fran y yo habíamos pasado tres millones de horas construyendo una reproducción de la batalla de Isandhlwana que nunca llegamos a terminar. Había que pintar uno por uno doscientos soldados entre zulúes e ingleses y aquello nos superó. Así que decidí recuperar esa fecha para la que iba a ser mi primera acción de guerra. La que marcaría el paso definitivo que lleva de la obsesión personal a la atrocidad pública.
Antes de las siete y media ya estaba en la calle. Un poco más agitado de lo normal, pero no nervioso ni excitado, sólo agitado y como mucho inquieto.
El empleado del mes tenía cara de imbécil y eso me facilitaba mucho las cosas a la hora de imaginármelo muerto y descerebrado. Se le sacan mejor los sesos a un imbécil porque da menos pena. Como llegaba muy pronto paré a tomar una cerveza frente a la tienda de hamburguesas. Cuando todo hubiese pasado el camarero que me servía la cerveza podría decir cosas como: «Estaba muy tranquilo antes de hacerlo, pidió una cerveza, se la bebió y sin decir nada más se fue a trabajar». El camarero estaría tan contento de haber visto al asesino momentos antes del crimen, hablaría por la televisión y por la radio, hablaría con los de los periódicos y después se lo contaría a sus hijos y a sus nietos. Me terminé la cerveza y crucé la calle. Frente a la luna de cristal había un montón de gente mirando hacia dentro, exclamando y asombrándose. Fue entonces cuando empecé a sospechar que una vez más las cosas se iban a torcer.
Al entrar me encontré con el gordo Lorenzo sentado junto a una de mis cestas de patatas con el mazo del hielo en la mano y la sangre cayéndole desde sus gordas manos hasta sus pies gordos. Encima de mi cesta estaba el empleado del mes. Herido, asustado, aturdido, con una herida sucia y fea sobre la cabeza, pero no muerto. El 22 de enero resultó ser un mal día para los ingleses, para el gordo y para mí.
Hubiese sido mejor machacarle la cabeza a Jorge Maíz en lugar de conformarme con su elefante de escayola.
Después de la torpe hazaña del gordo Lorenzo nos dieron un par de días libres y yo me los pasé tumbado sobre la cama, pensando en cómo empeora todo a poco que puede.
He llamado al hospital para interesarme por la salud del empleado del mes y me han dicho que no podrá volver a trabajar en treinta o cuarenta días.
Después he llamado a casa del gordo y le he dicho:
—VÁYASE USTED A LA MIERDA.
Creo que cogió el teléfono su madre, todos estos gordos idiotas tienen una.
A Leonardo-Panamá, poco antes de morir, le había dado una paliza un galés peludo. Cuando digo peludo me refiero a uno de esos tíos que tienen pelos hasta detrás de las orejas. El gales le dio con todo y Leonardo-Panamá cayó a plomo en el tercero. Leonardo no se murió de pena, se murió porque un Pegaso le pasó por encima.
Mi abuelo trabajaba en la Leyland Ibérica y también le pasó por encima un Pegaso. Murió aplastado por la competencia, como si fuera un chiste. Mi padre tuvo un seiscientos, un milquinientos, un Seat 124 y un Land Rover. En el Land Rover cabía mucha gente, era un coche grande y bonito. Íbamos siempre de fiesta.
Mi padre puede cerrar una puerta de un solo estornudo, como cuando hay tormenta. T se ponía un vestido corto, de niña fea, y estaba preciosa.
El gordo le había pegado poco y mal al empleado del mes y por eso el empleado del mes no se había muerto. Tenía una brecha y mucha sangre por el suelo y por encima y en las patatas fritas, pero no estaba muerto.
Leonardo no ponía el culo y yo tampoco. En Mercamadrid había muchos cerdos que se ofrecían a cambiarte el saco por un poco de sodomía, pero Leonardo y yo siempre contestábamos lo mismo:
—VÁYASE USTED A LA MIERDA.
Cuando me pongo rojo no sólo estoy enfadado, estoy también confuso. Leonardo pegaba con las dos manos, pero sobre todo tenía un gancho de derecha capaz de tirar un muro.
Leonardo tenía también diez o doce hermanos allá en Colombia y todos querían ser boxeadores, corrían por la playa y tiraban golpes al aire.
Leonardo me dijo que los golpes no se sienten siempre y que las cosas tienen muy poca gracia cuando miras desde el suelo.
L. V. me colgó el teléfono a pesar de que yo la apreciaba.
Vento Espíritu Santo Figueiras se reía de Fran y le llamaba «potito». Confío en que a estas alturas alguien le haya metido las orejas por el culo.
El 25 de enero parecía un día agradable con sol y buenas temperaturas.
Me he esmerado con las patatas fritas y los aros de cebolla porque tal y como están las cosas tengo bastantes posibilidades de colgar mi foto en el comedor central antes de que termine el mes.