«Su lugar preferido para acampar y descansar es debajo de un árbol de espino […] [el cual es] sagrado para los elfos, y generalmente [se halla] en el centro de un círculo élfico».
Leyendas antiguas, amuletos místicos y supersticiones de Irlanda, Lady Francesca Speranza Wilde (1887).
Aislinn se quedó inmóvil mientras Keenan emprendía la marcha. Algunos guardias esperaron detrás de ella y otros se colocaron delante de él, como formando una valla móvil.
—Te presento a Seth —ensayó inaudiblemente con los labios.
Tenía cierto sentido presentarlos. Al menos eso intentó decirse a sí misma, con la esperanza de distender la presión que sentía en el pecho.
Luego caminaron en un tenso silencio. Cuando ya casi llegaban a la cochera de trenes, él preguntó:
—¿Es buena persona tu Seth?
—Lo es.
Aislinn sonrió para sí; no pudo evitarlo.
Varios guardias se quedaron atrás con expresión dolorida al entrar en el solar.
Keenan esbozó una sonrisa extraña y algo confundida cuando dijo:
—No he pasado mucho tiempo con mortales masculinos. Los que he conocido no me parecieron muy amistosos conmigo cuando cortejaba a las chicas humanas.
Aislinn se ahogó de la risa.
—¿Qué pasa? —soltó él con voz recelosa.
—Keenan, eres increíble. —Señaló sus pantalones militares y su jersey verde oscuro, prendas informales en la mayoría de la gente, impactantes en él—. Estás como un tren. Estoy segura de que casi todas las chicas se morirían por hablar contigo.
—Casi todas…
Se detuvo para dedicarle una sonrisa irónica.
Ella también se detuvo, y miró hacia la puerta cerrada de Seth antes de decir:
—Aun así me has llamado la atención.
—Por supuesto. Eres una mortal.
Se encogió de hombros como si la admisión de Aislinn fuese lo normal.
Y ella supuso que probablemente lo era. Ver a Keenan sin su sortilegio era como contemplar un amanecer perfecto sobre el océano, como ver una lluvia de meteoritos en el desierto, y ¡que luego alguien te preguntara si querías quedártelo para ti!
Se mordió el labio para no reírse ante la idea de que Keenan intentara congeniar con Mitchell, Jimmy o casi cualquiera de sus amigos. En público, ninguno de ellos podría sentirse seguro al lado de Keenan, incluso aunque él empleara un sortilegio para parecer normal. Se le escapó una risita ahogada, y Keenan la miró ceñudo.
—¿Qué pasa ahora?
—Nada —respondió ella con sólo un asomo de risa. Luego se le ocurrió otra cosa—. ¿Las elfas también te tratan así?
—Yo soy el Rey del Verano.
Volvió a fruncir el entrecejo, con aspecto confundido.
Y entonces Aislinn se echó a reír a carcajadas.
—¡Pero bueno! —dijo él.
Mientras procuraba dominar la risa, Aislinn llamó a Niall con un gesto.
—¿Mi reina? —dijo él dubitativo.
—Si abordas a una elfa, ¿ella… humm… siempre corresponde a tu interés?
Aislinn observó que el rostro de Niall mostraba tanta confusión como el de Keenan.
—Yo soy consejero del rey. Las Ninfas del Verano tienen deseos… —Miró de reojo a Keenan, como buscando su aprobación, y este se encogió de hombros—. Nuestro rey sólo dispone de unas cuantas horas de esparcimiento. Los guardias, Tavish y yo hacemos lo que podemos para tener a las chicas contentas.
La risa de Aislinn se esfumó. Mirando a uno y otro elfo:
—¿Cuántas chicas hay?
Keenan levantó una mano para pedirle que esperara y se giró hacia Niall.
—Ahora no son más de ochenta, ¿verdad?
El consejero asintió.
—Resultan demasiado numerosas para cuidarlas sin ayuda —añadió Keenan.
—Entonces ¿ninguna dice que no? —inquirió Aislinn con incredulidad.
—Por supuesto que sí, pero no al rey, sino a nosotros. —Niall le dirigió una mirada que decía claramente que encontraba sus preguntas tan desconcertantes como Keenan—. Pero entonces siempre hay otra dispuesta. Son Ninfas del Verano, mi reina. El verano es para el placer, la frivolidad, el…
—Lo he captado —lo interrumpió ella—. De modo que vuestra Corte…
—Nuestra Corte —la corrigió Keenan.
—Bien. Nuestra Corte… ¿es bastante pródiga en afectos?
Entonces fue Keenan quien estalló en carcajadas.
—Lo es… Pero también nos encanta bailar, la música, reír. —Agarró a Aislinn de la mano y la hizo girar en círculos, desprendiéndose un momento de su sortilegio para derramar la calidez del sol sobre ella—. No somos fríos como la Corte Invernal, ni crueles como la Corte Oscura. No somos comedidos como la Corte Eminente, que se oculta en su «otro mundo».
Aislinn vio cómo los guardias los miraban sonrientes; parecían más felices cuando Keenan reía. Ella también se sintió más feliz, y se preguntó si sería porque ahora formaba parte de la Corte Estival.
Se sacudió la languidez de encima.
—¿De modo que los elfos que hacen daño a la gente no son los nuestros?
La sonrisa de Keenan se desvaneció tan deprisa como había aparecido.
—Muchos no, pero algunos sí. Una vez que seamos fuertes —empezó, tomándola de la mano y mirándola con tal intensidad que ella tuvo que esforzarse para no salir corriendo—, podremos hacer más para detenerlos. La Corte Estival es la más inconstante y temperamental. Sin la orientación que mi padre les daba, no todos han limitado sus pasiones a pasatiempos honrosos. Tenemos mucho trabajo que hacer.
—Oh —repuso Aislinn, consciente de pronto de la enormidad de la empresa en que se había comprometido.
Keenan debió de advertir la preocupación en su semblante, pues añadió:
—Pero también disfrutamos. La Corte Estival es un lugar de baile y deseo. Trabajar únicamente sería tan contrario a nuestra naturaleza como lo sería permitir que los actos tenebrosos quedasen impunes.
—Me he comprometido en algo muy ambicioso, ¿verdad?
Cerró las manos en puños muy apretados para impedir que le temblaran.
—Sí, creo que sí —admitió Keenan con voz cautelosa.
—¿Y qué función me toca cumplir?
—Tú reanimas la tierra cuando el invierno afloja sus garras; tú sueñas la primavera conmigo. —Le tomó las manos, se las abrió para colocarlas sobre las suyas con las palmas hacia arriba, y añadió—: Cierra los ojos.
Ella se estremeció, pero hizo lo que le pedía. Sintió el aliento de Keenan en la cara mientras le hablaba en suaves murmullos.
Y ellos soñaron finas raíces que se hundían en el suelo y criaturas peludas que se desperezaban en sus guaridas, soñaron peces que nadaban en las corrientes, ratones de campo que se escurrían entre la hierba, y serpientes que tomaban el sol en las rocas. Entonces el Rey y la Reina del Verano sonrieron ante la nueva vida que habían despertado.
Y Aislinn pudo verlo: el mundo se desentumecía como una bestia gigante que hubiese dormido demasiado, sacudiéndose de encima la nieve que lo había mantenido inactivo tanto tiempo. Sintió que su cuerpo resplandecía, sabía que estaba resplandeciendo, y no quería parar: podía ver el sauce blanco que había oído susurrar en la brisa cuando conoció a Keenan, y percibir la delicada fragancia de las flores primaverales. Juntos, estimularían a las criaturas, a la propia tierra. Contemplarían el mundo que revivía y se regocijarían.
Cuando abrió los ojos para mirar a Keenan, unas lágrimas le resbalaron por las mejillas.
—Es una empresa… inmensa —dijo—. Reanimar todas las cosas que necesitan empezar a vivir de nuevo… ¿Cómo lo haré? ¿Cómo lo haremos? ¿Y si fracaso?
Él le tocó brevemente una mejilla.
—No fracasaremos.
—¿Y el resto? ¿Los asuntos de la Corte? —Aislinn se enjugó las lágrimas y luchó por no sobrecogerse al ver que eran de oro. Se metió las manos en los bolsillos y reemprendió la marcha—. Yo no sé gobernar a nadie.
Keenan se encogió de hombros mientras la seguía.
—Pues aprenderás. Yo estaré contigo, y sé gobernar. Pero no pensemos en nada de eso hoy. También está la belleza del verano. Hay que organizar bailes y hay que bailar. Si nosotros disfrutamos, nuestra Corte también disfrutará. Eso es parte de nuestra tarea, tanto como despertar la Tierra.
—Vale, suena como un trabajo fácil. Despertar la tierra, gobernar a los ingobernables, reparar las cosas rotas y dar fiestas. —Tragó saliva al entrar en la puerta de Seth, preocupada por la descomunal tarea y por tener que contárselo a Seth—. ¿Acaso no podría encargarse cualquiera de esa pequeña lista de obligaciones?
—No, pero la Reina del Verano sí puede —le aseguró Keenan y la obsequió con una última sonrisa cegadora, antes de trasladar su atención hacia la puerta que se abría y decir—: Sin embargo, hoy sólo daremos el primer paso: conocer al amado de mi reina e intentar trabar amistad con un mortal, ¿no es eso?
—Sí, algo así.
Sacudió la cabeza como para sosegarse y alzó la vista.
Seth aguardaba tan pacientemente como cualquier otro día. El resto de las inquietudes de Aislinn, sus cambios, incluso el propio mundo, se desvanecieron. «¿Cómo se sentirá Seth?».
La acometió un fogonazo de temor; quizá las cosas se hubieran enrarecido tras la última noche, o Seth ya no la desease, o estuviese enfadado porque había llevado los elfos a su casa. Pero él no estaba nervioso: ni por ellos ni por los elfos que la rodeaban. Aparte de ella y Keenan, todos los demás permanecían invisibles, pero Aislinn sabía que Seth podía verlos y que estaba al tanto de quién era el que la acompañaba.
Aunque su expresión era indescifrable, Seth le tendió una mano y le dijo:
—Hola.
Y entonces la Corte, Keenan, Niall, los guardias… todo quedó olvidado mientras ella se lanzaba a sus brazos.
Después de ver las caras de Aislinn y su mortal, a Keenan le resultó más fácil creer que su reina había tomado la única decisión posible. Él conocía esa expresión; la había visto en los ojos de varias chicas, y sobre todo en los de Donia.
—Vamos. —Seth le hizo un gesto a Keenan para que entrara, pero de pronto miró a Aislinn—. Pero si él…
—Ya. ¿Puedes entrar aquí?
—Claro que puedo —contestó, e intercambió una breve mirada con Niall ante el obvio conocimiento de Seth de quién era él y su aversión élfica al hierro. «¿Qué más le habrá contado Aislinn?». Picado por la curiosidad, añadió—: El frío hierro no daña a un monarca.
Seth no perdió ni un segundo. Arqueando una ceja, replicó:
—Supongo que eso significa que tú eres Keenan.
Aislinn se estremeció, Niall y los guardias se quedaron de piedra. Keenan se echó a reír. «Aquí tenemos a un tipo descarado», pensó, y dijo:
—Así es.
—Bueno, pues ya que mi casa no te hará ningún daño…
Dejó la frase en suspenso mientras conducía a Aislinn al interior.
Keenan los siguió al vagón tenuemente iluminado. Era pequeño, pero estaba muy bien cuidado. Su primer pensamiento fue que Donia lo encontraría encantador, si no fuera por su incapacidad para estar rodeada de tal cantidad de hierro.
—¿Quieres algo?
Seth estaba en su minúscula cocina, metiendo una especie de bandeja de arroz en el microondas. —Ash necesita comer.
—Estoy bien —aseguró ella ruborizándose.
—¿Ayer comiste?
Seth aguardó unos segundos, y al no obtener respuesta, se volvió hacia los armaritos y empezó a sacar platos.
La opinión positiva de Keenan hacia Seth aumentó.
—¿Sabes? —dijo la muchacha—, al final he decidido que… bueno, que voy a hacerlo. Eso de ser Reina.
Y se sentó en un extremo del sofá.
—Ya lo imaginé al ver que venías con él.
Seth le lanzó un botellín de agua y luego miró interrogativamente a Keenan.
Este asintió y atrapó en el aire el nuevo botellín lanzado por Seth.
Sonó el temporizador del microondas. Nadie habló mientras el anfitrión preparaba la comida.
—¿Y qué significa eso para nosotros, Ash? —preguntó al fin.
—Nada, eso creo. —La muchacha miró a Keenan—. Esa ha sido una de mis condiciones para aceptar el trabajo.
Keenan se instaló en una butaca y esperó.
—¿Y el instituto?
Se sentó al lado de Aislinn y le tendió un plato, relajándose cuando ella se recostó contra él.
—Eso también está arreglado.
Seth estaba manejando la situación con considerable aplomo, pero a Keenan no le pasaron por alto los gestos posesivos del mortal, los roces naturales que anunciaban una conexión física con Aislinn.
Seth se dirigió a Keenan.
—¿Y qué va a pasar ahora?
—Aislinn vendrá conmigo a ver a Donia, superará la prueba y se convertirá en Reina del Verano.
Ocultó su irritación por ser interrogado. Ambos querían lo mismo: el bienestar de Aislinn.
Seth pareció molesto.
—¿Le dolerá?
Aislinn se sobresaltó al oír esa pregunta, y se quedó con el tenedor lleno a medio camino de la boca.
—No —respondió Keenan—. Y después habrá pocas cosas en tu mundo o en el mío que puedan lastimarla.
—¿Y qué hay de la otra, la Reina del Invierno?
Seth había hundido sus dedos entre el cabello de Aislinn, y se lo acariciaba distraídamente al hablar.
—Ella sí podría hacerle daño. Los monarcas pueden herirse entre sí o asesinarse.
—Los monarcas como tú —espetó Seth—. Tú también puedes hacerle daño.
—Pero no lo haré. —Keenan miró a Aislinn, ovillada junto a Seth y con aspecto de sentirse feliz. Eso era lo que él quería para ella: felicidad. Se sentía incapaz de negarle nada que ella le pidiera… aunque de momento eso significara verla en los brazos de otro—. Le di mi palabra.
Permanecieron en silencio mientras Aislinn comía, hasta que al fin ella preguntó:
—¿Seth puede acompañarnos?
—No. Ningún mortal durante la prueba. No sería seguro para él —respondió Keenan con cautela, sabiendo el peligro que supondría un mortal allí.
Incluso sin el don de verlos, el fulgor sería cegador cuando se liberase su poder, cuando Aislinn obtuviera su propio poder.
Ella dejó el cuenco a un lado y se instaló en el regazo de Seth.
Keenan advirtió la tensión que reflejaban los ojos de la joven. Respiró hondo y añadió:
—Sin embargo, cuando todo haya acabado, podrías llevarlo al Rath con nosotros. Puede unírsenos para celebrarlo.
—¿Y qué te parece si Seth pudiera veros… vernos? —se corrigió Aislinn antes de que la corrigiera él—. Para que todo sea más fácil.
—Un monarca puede autorizar eso.
Keenan sonrió apreciando su atención a los detalles. Realmente sería una reina maravillosa.
—Entonces si tú…
—O tú, Aislinn —replicó él.
—Vale. Si uno de nosotros lo aprobara, ¿estaría bien buscar un modo de que Seth nos viera? —continuó ella con un extraño dejo, casi temeroso, en la voz.
—Yo ya lo apruebo. Sólo necesitaremos conocer los ingredientes de la receta apropiada. Tengo un libro en mi apartamento… —Reparó en el intercambio de miradas entre la pareja—. A menos que ya la conozcáis.
Ninguno de los dos contestó. No debían hacerlo. Keenan maldijo por lo bajo, pues sabía bien dónde habrían hallado aquella receta. ¿Quién más podría haberles dado tal cosa? Dejó a un lado el asunto y dijo:
—Tendréis que aprender a ocultar mejor vuestras emociones. Los dos. Ahora que Aislinn es elfa estival, sus emociones serán más… inestables. Esa es la naturaleza de nuestra Corte.
Al ver como Seth alzaba una ceja, Keenan suspiró.
—Tú estarás con ella lo suficiente para aprender ciertas cosas que te serán muy útiles.
Aislinn no dijo nada, pero Seth se puso tenso. Le sostuvo a Keenan la mirada varios segundos, y el elfo comprendió que el mortal era consciente de su inevitable competencia por la atención de la muchacha.
El respeto que sentía por el joven se incrementó. El mortal amaba a Aislinn lo bastante para permanecer a su lado, pese a que todo estaba en su contra. Aquella era una cualidad admirable.
Y mientras hablaban —no sobre la Corte ni el futuro, sino charlando simplemente, intentando conocer más cosas el uno del otro—, Keenan encontró asombrosamente tolerable estar sentado con su reina y el amado de esta.
Aun así, se sintió aliviado cuando Donia telefoneó para decir que ya estaba en casa, que los esperaba y que se diesen prisa. Las arpías de Beira habían estado recorriendo todo Huntsdale, causando estragos. Los elfos de la Corte Eminente ya habían empezado a dejar la ciudad, poco dispuestos a quedarse mientras las cosas estuvieran revueltas.
«Por supuesto que no van a quedarse si hay dificultades», pensó Keenan, y suspiró. Sería agradable que al menos otra Corte intentara aliviar los problemas, en vez de iniciarlos o huir de ellos.
Cuando colgó, les comunicó a Aislinn y Seth las palabras de Donia, y se prepararon para marcharse.
Aislinn parecía inquieta por tener que dejar a Seth, pese a que él le aseguró entre murmullos que se verían al cabo de poco tiempo.
—Las arpías no pueden entrar, pero Beira sí. —le recordó Keenan. —Hasta que regresemos, debes permanecer aquí. No querría que quedaras a su merced.
—La abuela está sola —susurró Aislinn con los ojos muy abiertos.
Y de inmediato salió corriendo por la puerta.
Keenan se detuvo sólo un segundo y miró a Seth.
—Quédate aquí. Volveremos tan pronto podamos.
Seth asintió y lo empujó en dirección a la puerta.
—Mantén a Ash a salvo.
En el exterior, Niall ya estaba enviando guardias detrás de Aislinn.
—Deja alguien aquí para cuidarlo —ordenó Keenan mientras echaba a correr en pos de Aislinn, esperando que la preocupación de la muchacha no se confirmara y que Elena estuviese bien.
Cuando Aislinn llegó al apartamento, la puerta se hallaba entornada. Fue hasta la sala. El televisor estaba encendido, pero no vio a la abuela. Se dirigió al dormitorio.
—¿Abuela?
Detrás de ella, los guardias invadieron la habitación.
En el suelo, con los ojos cerrados, se encontraba la mujer.
Aislinn se acercó a trompicones, le buscó el pulso y comprobó si respiraba. Elena estaba viva.
—¿Está…?
Keenan tiró de ella para que se levantara y se arrodilló junto a la abuela.
—Está herida —contestó Aislinn—. Acompañadnos al hospital. Si alguien se acerca a mi abuela, lo detenéis.
Keenan asintió con severidad.
—Vuestra reina ha hablado.
Los guardias inclinaron la cabeza. Uno dio un paso al frente.
—Haremos todo lo que podamos, pero si ha sido la Reina del Invierno en persona quien…
Aislinn percibió el temor en la voz del hombre.
—¿Tan poderosa es?
—Sólo el Rey del Verano, o el soberano de otra Corte, puede plantarle cara —contestó Keenan—. Si yo tuviese mis fuerzas al completo, si tú tuvieras tu propia fuerza, podríamos contra ella. Si vamos al hospital, no seremos una gran defensa para Elena. Pero después de la ceremonia podremos protegerla.
Uno de los guardias levantó a la mujer con delicadeza. La sostuvo en alto cuidadosamente. Los otros se colocaron en fila fuera de la puerta.
Aislinn tragó saliva; le repugnaba la idea de dejar a la abuela.
—Si ha sido la Reina del Invierno quien ha herido a la abuela…
—Si no ha sido ella, ha sido por orden suya. —Keenan arrugó el entrecejo—. Te ha amenazado a ti, a Donia…
—Bien, pues entonces vamos. —Miró a la abuela, inmóvil en los brazos del elfo. Se giró hacia Keenan—. ¿Tardaremos mucho?
—No demasiado. —Lanzó una mirada a los guardias—. Haced lo que debáis. Nosotros iremos al hospital en cuanto podamos. Idos.
Mientras los guardias se apresuraban hacia el hospital, Aislinn tomó a Keenan de la mano y los dos echaron a correr —más rápido de lo que ella se había movido nunca— hacia la casa de Donia y la prueba que iba a cambiarlo todo.