Capítulo 28

«Se dice que tienen gobernantes aristocráticos y leyes, pero no una religión perceptible».

La comunidad secreta, Robert Kirk y Andrew Lang (1893).

Keenan oyó las palabras de Elena tan claramente como si estuviese a su lado, pero no se detuvo. «¿De qué serviría?». No podía volver a entrar en el apartamento.

Salió al paseo casi vacío que había ante el edificio y esperó a que Niall, que estaba despatarrado sobre un banco al otro lado de la calle, llegase hasta él.

—He dicho que no me siguiera nadie.

—No te seguía a ti. La seguía a ella —aclaró el consejero, inclinando la cabeza hacia el bloque de apartamentos en que vivía Aislinn—, la reina. Me ha parecido prudente después de la visita de la Dama del Invierno.

—Bien. —Keenan suspiró—. Debería haber enviado más guardias aquí.

—Estabas distraído. De todos modos, eso es lo que hacemos nosotros: cuidar de ti. También podríamos empezar a cuidar de la reina.

Sus palabras eran despreocupadas, como si Aislinn ya hubiese aceptado.

Pero no era así. Y por mucho que Keenan tuviera la esperanza de que ella no huyese, no estaba seguro de que no fuera a hacerlo.

Mientras aguardaba en el rellano frente al apartamento no pudo evitar pensar en que su reina estaba con otro, y en que moriría si no lo aceptaba a él, y también en que, si se decidía, sería Donia quién moriría. Tenía que vencer, no había otra salida ni tampoco tiempo para esperar. No podía obligar a Aislinn, pero podía emplear la persuasión élfica, ofrecerle mucho vino, amenazar a Seth… Ella acabaría por aceptarlo, sin duda.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Niall mientras emprendían la marcha, seguidos por los guardias—. Pareces mejor que anoche.

—Pues… —empezó, pero se detuvo—. No lo sé. Moira era la madre de Aislinn.

—Uf.

Hizo un gesto de dolor.

Keenan respiró hondo para calmarse.

—Pero hay maneras de convencerla… cosas que no quiero hacer.

—¿Las cosas de las que habló Tavish?

Aunque el tono de Niall fue brusco, Keenan se mantuvo impasible.

—Es cuestión de negocios. Yo podría llevar a su mortal al apartamento, hacer que las chicas se acuesten con él, dejar que Aislinn lo vea…

—Esa no es nuestra forma de actuar. No es propio de la Corte Estival.

Niall hizo una señal a los guardias, que cambiaron de dirección y los guiaron lentamente hacia otra calle.

—No habrá Corte Estival si Beira la mata —replicó Keenan.

Odiaba hacer uso de esas opciones, pero ¿acaso el destino de todos los elfos estivales y los mortales no valía más que la congoja de una muchacha?

—Cierto. —Niall giró entre dos fachadas para atajar por una callejuela—. Sé que a Tavish le parece necesario ser expeditivo sin importar el coste… pero yo llevo contigo tanto tiempo como él.

—Así es —repuso Keenan despacio. Sabía que Niall era incluso más sensible a las cuestiones delicadas.

La expresión del consejero se ensombreció; casi pareció enfermo. Habló con voz áspera.

—No cruces esa línea, Keenan. No si hay alguna manera de evitarlo. Tú jamás has tolerado esas cosas… Si nuestro rey lo hace, ¿por qué debería hacer lo contrario cualquiera de nuestros elfos?

Se detuvo y le puso una mano en el hombro.

En las sombras del callejón, varios elfos de cardo habían arrinconado a una elfina del bosque, que tenía la espalda pegada a la pared y les pedía clemencia. Ellos apenas podían tocarla, ya que extrañamente los propios guardias de Keenan protegían a la elfina. Los hombres de serbal habían bloqueado la boca de la calleja e impedían que nadie entrara o saliera.

La pobre tenía rasguños sangrantes en la piel, producidos por las manos cubiertas de cardo de los elfos oscuros. Llevaba la blusa prácticamente hecha jirones, lo que dejaba al aire su estómago ensangrentado.

—¿Esta curiosa escena es en mi honor? —preguntó Keenan, sorprendido.

—Pues sí. —El consejero bajó la voz, pero su mirada fue audaz. Cuadró los hombros, que ya tenía rígidos—. Contigo no puedo emplear la influencia paternal que ejerce Tavish ni el amor melancólico de las Ninfas del Verano.

—Y entonces, ¿qué? ¿Escenificas una agresión?

Toda la aversión que Keenan sentía por las atrocidades de los elfos oscuros pareció desbordarlo cuando miró a su consejero y luego a la escena orquestada ante ellos.

—He mandado a los guardias a buscarlos y recolocarlos aquí. —Señaló los que estaban en el callejón—. Ahora verás el comportamiento que distingue a la Corte Oscura. Jamás ha sido propio de nosotros.

A una señal de Niall, los guardias interpuestos entre los elfos oscuros y la elfina retrocedieron, dejando a la desdichada a su merced.

Los agresores rieron al atrapar a su víctima.

Acabaron de arrancarle la blusa, y ella se quedó con el torso desnudo. La pobre chillaba:

—¡No, por favor! —les suplicó.

Unos de ellos le atravesó el brazo, clavándola a la pared y dejándola aprisionada e indefensa.

—¡La compartiremos! —bramó mientras le lamía la muñeca ensangrentada.

Con voz angustiada, Niall le preguntó a Keenan:

—¿Serías capaz de ordenar algo así? ¿Podrías ver cómo lastiman al mortal de la reina? ¿Querrías que tu Corte actuara así? Míralos. —Señaló a los elfos oscuros, uno de los cuales se propasaba con lascivia mientras la elfina del bosque intentaba apartarlo dándole patadas—. ¿En eso quieres que se convierta tu Corte?

Keenan no podía apartar la vista de la sollozante elfina, que luchaba desesperadamente pese a que ya le habían clavado a la pared los dos brazos.

—No es lo mismo.

Sirviéndose de las piernas, la desafortunada agarró a un hombre de serbal por la cintura y estiró hasta colocarlo delante de ella a modo de escudo. El guardia pareció sentirse enfermo mientras se zafaba de su abrazo.

—¿No lo es? —espetó Niall sin disimular su disgusto—. ¿Tú harías eso en tu Corte?

Keenan se dejó llevar por la rabia y asestó un puñetazo a su consejero, que cayó al suelo con el labio ensangrentado.

Ninguno de los guardias se movió ni despegó la vista de la elfina.

—Te gusta, ¿eh, pequeña furcia? —exclamó uno de los elfos oscuros.

Sus compañeros se echaron a reír.

Keenan miró a Niall, que estaba encorvado en el suelo.

—Haré lo que deba hacer para detener a Beira. Y si debo usar algo más que palabras con Seth o Aislinn, me aseguraré de que no servirme de la violencia.

Aunque detestaba pensarlo siquiera, no debía dejar que su repugnancia por aquel comportamiento condenara a todos. Aislinn podía despreciarlo, pero él no podía permitir que se abstuviera. Con el tiempo, acabaría por entenderlo. Y si no, haría todo lo que estuviese en su mano para compensarla.

—Eso no importa. A ella no le importa —afirmó Niall—. Me contaste lo que te dijo después de la feria, lo preocupada que estaba… —Inclinó la cabeza, mostrando sumisión en su postura, aunque sus palabras eran desafiantes—. Si tú la fuerzas o dejas que las chicas utilicen a su mortal, habrás perdido. Hubo un tiempo en que eso no se habría considerado una violación, pero hoy en día es muy distinto.

Conteniendo la ira a duras penas, Keenan ordenó a sus guardias:

—Liberadla. Y a ellos sacadlos de aquí. Ahora mismo.

Visiblemente aliviados, los hombres de serbal —que superaban en número a los atacantes— liberaron con gran rapidez a la elfina y despacharon a los elfos oscuros, que seguían riendo.

La elfina sollozaba, aferrada al guardia que se había quitado la chaqueta para envolverla con ella.

—No es lo mismo —insistió Keenan.

Se limpió la sangre de Niall de los nudillos y le tendió una mano al consejero, que replicó:

—Con el debido respeto, mi rey, es exactamente lo mismo, y lo sabes tan bien como yo. —Aceptó la mano que le tendía y se puso en pie. Ladeó la cabeza hacia la elfina ensangrentada—. Esa pobre no llora por las magulladuras de su cuerpo. Beira les hace muchísimo más daño y todas guardan silencio. Llora por miedo a lo que podría haber ocurrido. Ha luchado para impedir lo que le habrían hecho.

Niall no estaba diciendo nada que Keenan no supiera, pero no había más opciones si Aislinn continuaba rechazándolo. Ella debía acceder, y él ignoraba la manera de convencerla para que lo hiciese. La muchacha no estaba interesada en él de un modo romántico. Su repulsión hacia los elfos era un gran obstáculo, lo mismo que su relación amorosa con aquel mortal; y ahora, las revelaciones sobre Moira habrían eliminado casi con certeza cualquier mínima posibilidad que le quedara.

Después de que un par de guardias se marcharan con la elfina para escoltarla amablemente, Keenan siguió andando.

—Si la elección es esto o la muerte de Aislinn, nuestra muerte, ¿qué me aconsejarías escoger? —preguntó en voz baja.

—Quizá deberías preguntárselo a ella.

Niall señaló a sus espaldas.

Keenan se dio la vuelta, y allí estaba: Aislinn, su reticente reina.

Niall la saludó inclinando la cabeza, igual que los guardias.

Keenan alargó una mano hacia ella, esperanzado.

Ella lo ignoró, y metió ambas manos en los bolsillos de la chaqueta de cuero demasiado holgada que llevaba puesta. No era suya; con sólo verla, Keenan supo que la prenda pertenecía al mortal.

Ella lo miró echando chispas.

—Pensaba que íbamos a dar un paseo y hablar de ciertas cosas. He tenido que pedirle a uno de tus guardias que me ayudara a encontrarte.

Keenan parpadeó, desconcertado por lo imprevisible que era aquella joven.

—Había supuesto que estabas…

—La abuela me ha dado dinero para que escape. Pero imagino que no podría llegar muy lejos… —Se le acercó tanto que la respiración de Keenan le agitó los mechones de pelo que le caían sobre la cara—. ¿Me equivoco? ¿Podría librarme de ti por el simple hecho de huir?

—Lo dudo —respondió él, deseando casi poder contestar lo que ella quería oír.

—A mi madre no le sirvió, ¿no es cierto? —susurró mientras lo miraba fijamente, con una expresión insondable—. Hablemos entonces. Me has parecido bastante insistente al amenazarme.

Por primera vez, a Keenan le entraron ganas de alejarse de ella. Pero no lo hizo. Antes, en el apartamento de la abuela, se había sentido más seguro. Ahora, con las amonestaciones de Niall y los chillidos de la elfina frescos en su memoria, con Aislinn observándolo con ojos sombríos, tuvo que esforzarse en recuperar la compostura.

Ella no retrocedió, pero echó una ojeada a los guardias —aún invisibles— que los rodeaban.

—¿Pueden dejarnos un poco de privacidad?

—Por supuesto.

Keenan hizo una seña a sus hombres, contento de ocuparse de algo cotidiano. A menudo, la proximidad de los guardias le resultaba agobiante.

Ellos se alejaron un poco, aumentando el perímetro del círculo protector.

Con una mano en la cadera, Aislinn ladeó la cabeza y miró a Niall, que seguía detrás de Keenan.

—Tú también, señor tío…

Después de esbozar una sonrisa, Niall avanzó y le hizo una profunda reverencia.

—Niall, mi señora, consejero de la Corte de nuestro rey durante los últimos nueve siglos.

—Danos espacio, Niall —exigió ella con la misma voz cortante; parecía bastante cómoda dando órdenes.

—Como desees.

El elfo se tornó invisible y fue a reunirse con los guardias.

Una vez que se hubo alejado, y que supuestamente ya no podía oírlos, Aislinn miró a Keenan entrecerrando los ojos y le dijo:

—Amenazarme a mí o a Seth es algo de lo más estúpido.

—Yo…

—Basta —le soltó, cortándolo antes de que pudiese alegar algo en su defensa… aunque no habría nada que ella pudiera encontrar aceptable—. No me fastidies. No te acerques a mi abuela ni a Seth. Esa es la primera cosa que debemos dejar bien clara si vamos a hablar.

—¿Eh?

Keenan dio un paso atrás. Aparte de Donia y Beira, nadie había empleado esa clase de tono con él. Podía ser un rey sometido, pero aun así era un rey.

—Así como lo oyes. —Lo empujó con ambas manos—. Tú me necesitas para recuperar la energía que te arrebató la Reina del Invierno, ¿verdad?

—Sí —admitió con dificultad.

—De modo que si a mí me sucede algo, mala suerte para ti, ¿no es así?

Alzó la barbilla.

—Es cierto.

—Si crees que las amenazas van a hacer que coopere, entonces estás loco. Porque no cooperaré. —Asintió una vez, como para reafirmar sus palabras—. No voy a permitir que me utilices como excusa para lastimar a las personas que amo. ¿Lo has entendido?

—Entendido —respondió tras aclararse la garganta.

Entonces ella echó a andar con súbita resolución.

Los guardias tuvieron que apretar el paso para seguir el ritmo de sus furiosas zancadas, al igual que Keenan.

Tras unos tensos momentos, él preguntó:

—¿Y qué es lo que… mmm… propones? Tú eres la Reina del Verano.

—Lo soy —repuso suavemente—. Eso lo creo, pero el caso es que tú me necesitas mucho más de lo que yo te necesito.

—¿Qué quieres entonces? —inquirió con cautela.

Jamás había conocido a ningún mortal, ni a ningún elfo, tan alejado de sus expectativas.

Ella pareció triste durante un momento.

—Quisiera la libertad. No saber siquiera que los elfos existen. Ser mortal. Pero ya no puedo tener nada de eso.

Keenan sintió deseos de tocarla, pero no lo hizo. Aislinn resultaba tan inaccesible como la primera vez que se vieron, pero no a causa de su miedo, sino de su determinación.

—Dime qué es lo que quieres de lo que puedo darte. Necesito que gobiernes a mi lado, Aislinn.

Ella se mordió el labio, y luego, en voz tan baja que pareció casi un susurro, contestó:

—Eso último puedo hacerlo. No es lo que deseo, pero no veo cómo voy a negarme si realmente es lo que soy.

—¿Me estás diciendo que sí?

La miró boquiabierto.

Ella se detuvo y clavó los ojos en él; sus facciones volvían a mostrar fiereza.

—Pero no viviré contigo ni yaceré contigo.

—Aun así necesitarás una habitación en mi apartamento. —No añadió «para cuando surjan problemas», pues ya habría tiempo de tratar esa cuestión más adelante. La realeza podía ser asesinada: su madre lo había demostrado—. Habrá ocasiones en que las reuniones se alarguen hasta muy tarde o…

—Mi propia habitación. No la compartiremos.

Keenan asintió. Podía permitirse ser paciente.

—No dejaré de ir al instituto —prosiguió Aislinn.

—Podemos buscar tutores… —empezó él.

—No. Al instituto, y después a la universidad.

Sonó muy resuelta, casi feroz.

—La universidad. Entonces buscaremos una adecuada para ti —asintió Keenan de nuevo.

Aunque no le gustara su insistencia en ser independiente (cuando en el pasado había iniciado la búsqueda de su reina, las mujeres eran mucho más dóciles), era razonable que, en sus circunstancias, Aislinn se aferrara al mundo mortal. Incluso podría beneficiar a su Corte.

Entonces ella lo recompensó con una sonrisa casi amistosa, y pareció engañosamente dispuesta a cooperar.

—Puedo asumirlo si es un trabajo, ¿sabes?

—¿Un trabajo? —repitió él.

—Un trabajo —confirmó ella con un curioso tono, como si lo estuviera meditando al tiempo que lo decía.

Él no dijo nada para llenar el silencio que siguió. «¿Un trabajo?». ¿Su consorte veía su unión como un trabajo?

—Yo no te conozco, Keenan. Tú no me conoces. —Le lanzó otra mirada extrañamente intimidatoria—. Puedo trabajar contigo, pero eso es todo lo que podemos hacer juntos. Yo estoy con Seth. Y eso no va a cambiar.

—¿Acaso me estás pidiendo seguir con el mortal?

Intentó mantener la voz firme, pero aquello le dolió. La muchacha ya lo había insinuado antes, pero que lo dijera lo volvía todo mucho más real. Su reina, la compañera que tenía destinada, quería estar con otro, con un mortal, en vez de con él.

Aislinn alzó la barbilla de nuevo.

—No, no te estoy pidiendo nada. Simplemente te informo que voy a seguir con él.

Keenan no discutió, no señaló lo limitados que eran los mortales. No le dijo que la había esperado durante toda su vida. No le recordó cómo habían reído y bailado en la feria. Nada de eso importaba. No en ese momento. Lo único que importaba es que ella había aceptado.

—¿Eso es todo? —le preguntó amablemente.

—De momento. —Su voz sonó débil, privada ya de ira o agresividad. Pareció perdida unos segundos, y luego, vacilante, inquirió—: ¿Y ahora qué?

A Keenan le entraron ganas de celebrarlo, de estrecharla entre sus brazos hasta que ella se retractase de sus condiciones, hasta que confesase llorando que en realidad su negativa era una aceptación. En lugar de eso, contestó:

—Ahora, mi reina, localicemos a Donia.

Sacó su teléfono móvil y marcó el número de la Dama del Invierno. Ella había salido —o tal vez lo estuviera ninguneando—, de modo que le dejó mensaje de que lo llamara. Apagó el móvil y ordenó a los guardias que fueran en su busca.

—Yo sé dónde vive —murmuró Aislinn—. Podemos reunimos allí más tarde. Llámame y…

—No. Esperaremos juntos. —Ahora que ella estaba junto a él, no tenía el menor deseo de perderla de vista hasta que todo hubiese acabado. No estaba seguro de desear perderla de vista jamás—. Tanto si ves esto como un trabajo como si no, tú eres mi reina, la que he estado esperando. Estaré a tu lado.

Aislinn cruzó los brazos sobre el pecho, abrazándose.

—¿Recuerdas cuando me pediste que volviéramos a empezar de cero? —Lo miró, nerviosa—. ¿Podríamos hacerlo ahora? ¿Qué tal si intentamos ser amigos? Será mucho más fácil si procuramos llevarnos bien, ¿no?

Le tendió una mano.

—Amigos —repitió él, tomándosela.

Entonces le impactó lo absurdo que era aquello: la soberana que le deparaba el destino veía su reinado como un trabajo compartido por colegas. En todos sus sueños sobre el hallazgo de su reina, de alcanzar al fin aquel punto, jamás había imaginado que sería un intento forzado de amistad.

Después de que ella le soltara la mano, se quedaron un momento allí plantados, incómodos, hasta que él preguntó:

—¿Y adónde irías ahora si yo no estuviese contigo?

—A casa de Seth. —Aislinn se ruborizó ligeramente.

Keenan había esperado demasiado; ella parecía volver a su mortal —«A Seth», se corrigió a sí mismo— cada vez más. Entonces le dedicó una sonrisa que pretendía ser de ánimo y anunció:

—Me gustaría conocerlo.

«Puedo hacerlo», se dijo.

—¿En serio? —Aislinn se mostró más recelosa que sorprendida. Frunció la frente—. ¿Por qué?

Keenan se encogió de hombros.

—Ahora él es parte de nuestra vida.

—Sí…

—Pues entonces me gustaría conocerlo. —Echó a andar para que ella no pudiese verle la cara, y se detuvo antes de doblar la esquina—. ¿Vamos?