Capítulo 26

«Si pudiésemos amar y odiar con un corazón tan sano como el de los elfos, tal vez podríamos llegar a ser tan longevos como ellos».

El crepúsculo celta, William Butler Yeats (1893,1902).

—Es ella. —Beira apareció pisando con fuerza, dejando por el jardín de Donia un rastro de escarcha como una ola resplandeciente—. No puedes permitir que se acerque al bastón de mando. ¿Me oyes?

Donia se estremeció ante la cortante voz de la reina. No se movió ni habló mientras el viento de la recién llegada arrasaba su jardín, sacudiendo los árboles y arrancando las flores otoñales que aún se aferraban a la vida.

Beira lanzó el bastón al suelo y dijo:

—Toma. Lo he traído. He seguido las normas.

Donia asintió. Todas las veces que Beira le había llevado el báculo, todas las veces que habían jugado a aquel juego, la Reina del Invierno jamás había albergado auténticas dudas. «Pero esta vez es diferente —pensó—. Esta chica es diferente».

Los ojos de Beira se habían desvaído hasta llegar a un blanco puro, su rabia estaba tan cerca de resultar incontrolable que Donia fue incapaz de hablar.

—Si la chica viene por él —prosiguió la soberana, al tiempo que alargaba una mano y el báculo iba hacia ella como algo vivo iría hacia su dueño—, tú puedes detenerla. Yo no. Esos fueron los términos que dictó Irial cuando sometimos a mi cachorro: si yo intervengo de un modo directo, el poder que convierte a esa mortal en la Reina del Verano se pondrá de manifiesto inevitablemente. Yo perderé mi trono; ella ganará el suyo y liberará a Keenan. —No dejaba de acariciar el bastón de mando mientras hablaba—. Yo no puedo actuar. Equilibrio… maldito equilibrio… esas fueron las condiciones de Irial cuando decidimos las limitaciones de Keenan.

A Donia sólo le salió un susurro al preguntar:

—¿Qué estás diciendo?

—Estoy diciendo que esos bonitos labios azules tuyos podrían solucionar mi problema. —Se dio un par de golpecitos en sus propios labios, de un rojo excesivo—. ¿Está lo bastante claro?

—Lo está. —Se obligó a sonreír—. Y si lo hago, ¿me dejarás libre?

—Sí. —Beira mostró los dientes con un gruñido cruel—. Si no lo has hecho en los dos próximos días, mandaré a las arpías por la chica, y después volveré por ti.

—Comprendo.

Donia se humedeció los labios e intentó imitar la crueldad que exhibía el rostro de Beira.

—Buena chica. —La besó en la frente y le entregó bruscamente el bastón de mando—. Sabía que podía contar contigo para hacer lo correcto. Resultará muy apropiado que seas tú quien humille a Keenan después de todo lo que te ha hecho.

—No he olvidado nada de lo que Keenan ha hecho —repuso Donia, y sonrió; por la mirada de aprobación de Beira supo que había logrado imitar perfectamente su expresión cruel. Aferrando el báculo con tanta fuerza que le dolían las manos, añadió—: Voy a hacer exactamente lo que debo hacer.

Keenan despachó a los guardias, a las chicas, a todo el mundo excepto a Niall y Tavish. Los guardias que habían seguido a Aislinn confirmaron sus sospechas de adónde había ido. «Ahora ya lo sabe —pensó el rey—. ¿Cómo puede marcharse? ¿Cómo puede irse con él?».

Niall le aconsejó paciencia mientras él se paseaba por el apartamento. Era lo que él mismo le había aconsejado antes a Aislinn, pero ahora que todo estaba claro, ¿cómo iba a esperar?

—Llevo siglos teniendo paciencia. —Se sentía furioso. Mientras daba vueltas por la casa, su reina, la que había esperado toda su vida, durante siglos, estaba en brazos de otro, de un mortal, nada menos—. Necesito hablar con ella.

Niall le cortó el paso.

—Piénsalo.

Keenan lo apartó de un empujón.

—¿Tú la ves viniendo a mí? Aquí estoy yo. No la he seguido a casa de ese tipo, pero ella no ha venido a mí.

—Sólo unas horas más… —Niall hablaba con calma, como había hecho innumerables veces cuando Keenan actuaba de forma imprudente llevado por su mal humor—. Hasta que estés más tranquilo.

—Con cada momento que espero, Beira tiene una oportunidad más de averiguar lo que ha ocurrido, dónde está Aislinn. —Fue hacia la puerta—. Ya sabe lo que dijeron las Eolas. Por eso ha aparecido esta noche. Si se entera de lo que Aislinn puede hacer ya, lo que los dos podríamos hacer juntos…

—Serénate. —Niall puso una mano en la puerta para mantenerla cerrada—. No vas a convencerla tal como estás ahora.

—Deja que se vaya, Niall —intervino Tavish sin levantar la voz; pero sonó más firme incluso de lo habitual. Su mirada fue terrorífica cuando le dijo a Keenan—: Acuérdate de lo que hablamos. Nada supone ir demasiado lejos con tal de conseguir a esta chica. Todos sabemos que es la Esperada.

Niall mostró una expresión horrorizada.

—No.

Keenan volvió a empujarlo a un lado, abrió la puerta de golpe y tropezó con Donia. Entre ambos se elevó un chorro siseante de vapor, resultado del breve choque entre un cuerpo caliente y otro gélido.

Tan imperturbable como la primera nevada invernal, ella entró en el apartamento —por su propia voluntad, además— y dijo sosegadamente:

—Cierra la puerta. Tenemos que hablar.

Donia pasó ante Keenan, mostrando su cara de preocupación más a sus consejeros que a él mismo. No hacía falta que Keenan la viera; ya estaba bastante disgustado.

En cuanto oyó que se cerraba la puerta, dijo:

—Beira quiere acabar con Ash. Quiere que yo la mate. —Se detuvo en la entrada, más dentro de la habitación de lo que le gustaría, con Keenan plantado entre ella y la salida—. Tienes que hacer algo.

Él no contestó, tan sólo se quedó mirándola fijamente con cara de espanto.

—¿Keenan? ¿Me has oído?

Él despidió con un ademán a Niall y Tavish.

—Dejadme a solas con Don.

Los dos consejeros se marcharon, pero sólo después de que Niall le dijese a Donia:

—Sé amable.

Keenan se puso de rodillas en el sofá y dijo sin más:

—Aislinn ha huido de mí.

—¿Que ha hecho qué?

Se le acercó, agachando la cabeza mientras uno de sus malditos pájaros se abalanzaba sobre ella.

—Huir de mí. —Suspiró, y la habitación se llenó con el susurro de vegetación—. Ella es la Esperada. Ha fundido la escarcha de Beira, me ha curado con un beso.

—Puedes convencerla —dijo Donia en voz baja. Lo último que necesitaba era que Niall, Tavish o cualquiera de las Ninfas del Verano que acechaban por el apartamento oyese que le hablaba a Keenan con tanta amabilidad—. Déjale esta noche para pensar, pero mañana…

—Está con él, Don. Los hombres de serbal han ido a casa del mortal a comprobarlo. —Parecía abatido y sus hermosos ojos, atormentados—. Ella es la Esperada. Ya lo sabe, pero se ha marchado en busca del mortal. Voy a perder…

Donia lo tomó de la mano, sin preocuparse del dolor que le producía su contacto, del vapor que se elevaba de sus manos como una nube.

—Keenan, dale tiempo para pensar. Tú lo has sabido desde siempre, pero esto es nuevo para ella…

—Aislinn no me ama, ni siquiera me desea.

Su voz reflejaba tanta tristeza que pareció que empezaba una fina llovizna.

—Pues cambia eso. —Donia dejó que su mirada hurgara en él, desafiándolo, intentando provocarle aquella arrogancia que últimamente parecía desaparecida—. ¿Qué? ¿Te has quedado sin ideas de repente? Venga, Keenan. Ve a hablar con ella mañana. Si eso no da resultado, despójate de tu sortilegio. Bésala. Sedúcela. Pero hazlo deprisa, o acabará muerta.

—¿Y si…?

—No —lo interrumpió—. Te he conseguido un par de días como máximo. Beira cree que haré lo que ha ordenado… es decir, matar a Ash, pero no tardará mucho en comprender que ni soy suya ni puede controlarme. —Antes de que él tuviese tiempo de responder, Donia alzó la voz para que la oyera por encima del repiqueteo del hielo que caía de su piel allí donde la tocaban las lágrimas de Keenan—. Si no conquistas a Aislinn, ella morirá. Logra que te escuche, o todos perderemos.