Capítulo 16

«Se exceden y cometen actos injustos y pecaminosos […] En el caso de los súcubos, que se unen con hombres, resulta abominable e inapropiado».

La comunidad secreta, Robert Kirk y Andrew Lang (1893).

Seth removió la pasta con aire abstraído. Le lanzó una ojeada a Aislinn.

—¿Quieres contarme lo que estás pensando?

No dijo nada más, sólo esperó silenciosa y pacientemente. Desde el beso (y la conversación posterior), Seth se había mantenido fiel a su palabra, a la espera de que ella efectuase el siguiente movimiento.

Aislinn se acercó y lo observó, tratando de decidir cómo contarle lo de la feria. Había intentado empezar esa frase varias veces desde su llegada a la casa de Seth. No había funcionado. Entonces soltó de pronto:

—He quedado con Keenan esta noche.

Seth no apartó la vista del agua que hervía.

—¿Vas a salir con el elfo Rey? —preguntó—. ¿El mismo que te está acosando?

—No es una cita. —Estaba lo bastante cerca para tocarlo, pero no lo hizo—. Me ha pedido que lo acompañe a una feria.

Seth la miró al fin.

—Ese tipo es peligroso.

Aislinn le arrebató el cucharón de la mano y le tiró suavemente del brazo para que se volviese hacia ella.

—Si no averiguo qué quiere, la abuela me quitará la poca libertad que todavía me queda. Necesito encontrar una manera de hacer que Keenan me deje en paz.

Seth tenía la misma e insólita expresión de pánico que cuando se enteró de lo sucedido con aquellos tipos en el parque. Asintió despacio, como si estuviese pensando, procesando lo que ella le decía.

Aislinn continuó.

—Quizá haya algo que yo pueda hacer o decir… u oír por casualidad.

Se recostó contra él, pues precisaba su consuelo, su apoyo. Tenía miedo, pero no podía sentarse sin más a esperar que alguien la salvara. Debía intentar salvarse ella misma, resolver el problema.

Seth no dijo nada, de modo que le preguntó quedamente:

—¿Tienes una idea mejor?

—No. —Suspiró y la atrajo más, estrechándola con fuerza—. Qué tipo más inoportuno.

Ella se echó a reír para no echarse a llorar.

—¿Tú crees?

El agua en que hervía la pasta empezó a borbotear y salpicar. Aislinn tomó la cuchara de madera para removerla.

Seth se quedó detrás de ella, con las manos sobre sus caderas.

—Después de cenar quiero probar algunos de los ungüentos de aquellas recetas que encontré, para poder verlos también.

—De acuerdo —dijo ella y lo miró por encima del hombro.

Él le dio un ligero beso en la mejilla. Fue dulce, tierno. Sin embargo, su siguiente comentario fue cualquier cosa menos dulce:

—Anda, apártate de ahí.

—¿Qué?

La empujó a un lado.

—No me extraña que comas tanto yogur. Tus dotes culinarias son lamentables —refunfuñó.

Ella rio, agradecida de que le tomase el pelo, de que no permitiera que su confesión estropeara el tiempo que aún les quedaba de estar juntos. Le dio un leve golpe en el brazo.

—Puedo remover la pasta. Para eso no se requiere una habilidad especial.

—La mitad acabará pegada en el fondo de la cazuela si sigues empeñada en hacerlo. Venga. Lárgate de aquí.

Sin dejar de sonreír, Aislinn le cedió su sitio y fue a abrir la pequeña nevera. Dentro había un paquete de seis botellas de cerveza artesanal… nada de bebidas baratas para Seth. Pero él no compartía su cerveza. Todo lo que se bebía en su casa llegaba de manos de sus visitantes; era una norma estricta. Sacó una.

—¿Puedo?

—Tú no sueles beber, Ash. —Frunció el entrecejo—. Además, pensaba que querrías tener la mente despejada.

Aislinn se refrenó antes de contarle lo asustada que estaba. En lugar de eso cerró el frigorífico, todavía con la botella en la mano.

—¿La compartes conmigo?

Con otra mirada de desaprobación, él le pasó un plato con pan cortado en rebanadas.

—¿Y dónde es esa feria?

—En el río.

Dejó el plato en la mesa y le tendió el botellín.

—Podrías cancelarlo… incluso posponerlo, al menos hasta que sepamos más. —Destapó la botella, dio un trago y se la devolvió—. ¿Sabes cuántas historias hay sobre gente que los elfos se han llevado? Cientos de años, Ash, la gente lleva cientos de años desapareciendo.

—Lo sé.

Bebió un sorbo, miró a Seth y bebió otro sorbo.

Él le quitó el botellín y señaló el pan.

—Come algo; después probaremos algunas de esas recetas. —Miró el reloj mientras escurría la pasta—. Si algo va mal, necesito poder verlos para encontrarte.

Después de cenar, Aislinn llamó a la abuela para tranquilizarla. Le garantizó que estaba en un lugar seguro.

—Estoy en casa de Seth…

No le contó que no iba a quedarse allí y se sintió culpable, pero la abuela ya se preocupaba demasiado. Después de asegurarle unas cuantas cosas más entre murmullos (y de sentirse todavía más culpable por ello), colgó.

«Me encantaría poder quedarme aquí con Seth», pensó. Con cuidado de no molestar a Boomer, se tendió en el sofá y cerró los ojos un minuto.

Seth se inclinó y le dio un beso en la frente. En los últimos días hacía cosas así a menudo: pequeñas caricias, delicadas señales de afecto, para recordarle cuánto le importaba. Por supuesto, seguía flirteando hasta que la tensión resultaba excitante.

«Y todo es verdad, no es la artimaña de un elfo. Seth es real». Aislinn no le había preguntado qué quería, no sabía cómo hacerlo, pero estaba prácticamente convencida de que no iba buscando una aventura pasajera.

Abrió los ojos. Durante un momento casi se le antojó que la piel de Seth resplandecía. «Es sólo porque estoy cansada». Parpadeó.

Él se sentó en el otro extremo del sofá y colocó los pies de Aislinn sobre su regazo. Luego consultó un manojo de recetas.

—Tengo tres con té, un par de ungüentos, unas cuantas tinturas y una cataplasma. ¿Qué te parece?

Ella se incorporó y se le acercó.

—¿Una cataplasma?

Seth le hundió una mano en el cabello, separó un largo mechón y empezó a enrollárselo en un dedo.

—Se aplica sobre las heridas, como cuando se pone un filete sobre un ojo morado.

—Ah… puaj.

Tomó los papeles y les echó un vistazo.

«Seth está jugueteando con mi pelo», pensó con gozo. Él le rozaba la clavícula con la yema de los dedos; y ella se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. «Respira, Ash», se ordenó a sí misma.

Soltó el aire poco a poco, e intentó centrarse en la receta. De alguna manera, todo semejaba más importante cuando pensaba adónde iba a ir esa noche y con quién.

Levantó la hoja que estaba tratando de leer.

—Esto tiene que reposar tres días.

—Hay unas cuantas así. —Él le quitó el papel con la mano libre, la que no estaba trazando círculos en su piel—. Las tinturas deben macerarse entre siete y diez días. Prepararé un par esta misma noche, cuando te hayas ido. Sólo me preguntaba si algo de esto te resulta… no sé, familiar.

—Nací así —respondió ella mientras dejaba el resto de hojas sobre el montón que reposaba en el regazo de Seth—. Mi abuela, mi madre, eso es lo que ocurre en mi familia: tenemos algo en los genes. Como ser bajito o cualquier otra cosa.

—Vale. —Seth no miraba los papeles, sino la mano de Aislinn, que había quedado posada en su muslo. Se levantó bruscamente y se alejó—. Probemos con un ungüento. Parecen más rápidos.

Ella lo siguió hasta la barra de la cocina, donde él había desplegado las hierbas, algunos cuencos, un cuchillo y una pieza de cerámica blanca con una especie de mango a juego. Tomó el mango.

—Mano de mortero —dijo Seth.

Aislinn lo miró.

—¿Qué?

—Eso es una mano de mortero. Observa.

Puso unas hierbas en el recipiente blanco y le tendió la herramienta a Aislinn. Esta la observó y se la devolvió, al tiempo que reparaba en cuánto espacio le estaba concediendo de pronto a Seth.

Él la utilizó para machacar las hierbas, convirtiéndolas en un polvo grueso.

—Así. —Luego le devolvió la mano de mortero—. Hierba de san Juan. Pulverízala y viértela aquí.

Señaló un cuenco de cereales vacío.

—De acuerdo.

Aislinn comenzó a moler aquella planta de extraño aroma.

A su lado, Seth llenó una cazuela de agua hasta la mitad y la puso sobre un fogón. Sacó dos cacerolas más y las colocó en la encimera.

—Y respecto a lo del otro día, a nosotros… —empezó Aislinn, y lo miró, más nerviosa de lo que esperaba.

Necesitaba saber con certeza qué había significado para él, pero le daba miedo que se sintiese herido cuando se lo preguntara.

Pero, por el tono, Seth no parecía ofendido. Al contrario, también sonó nervioso:

—¿Sí?

—¿Vas… no sé, a pedirme que salgamos juntos o algo así? ¿O es sólo algo sin más importancia?

—Dime tú qué es lo que quieres. —Le quitó el cuenco de las manos y la atrajo hacia sí, hasta quedar cadera contra cadera—. ¿Salir a cenar? ¿Al cine? ¿Un fin de semana en la playa?

—¿Un fin de semana? ¿No vas un poquito rápido?

Le puso las manos en el pecho para mantener una pequeña distancia entre ambos.

—No tan rápido como desearía. —Se inclinó hasta que su boca quedó casi tocando la de ella—. Pero me contengo.

Ella ni siquiera lo pensó: le mordió el labio inferior.

Y de nuevo estaban besándose, lenta y delicadamente, y de algún modo fue más excitante que la primera vez. En algún punto entre el momento que le había contado que iba a reunirse con Keenan y el momento que le había preguntado en qué situación se hallaban ellos dos, las tornas habían cambiado.

Las manos de Aislinn encontraron los faldones de la camisa de Seth, se deslizaron por debajo hasta su piel y los aros que decoraban su torso. Cualquier objeción de las que solía repetirse había desaparecido.

«Esta es la línea que no se puede cruzar», pensó, y casi se echó a reír.

—¿Seth? ¿Estás ahí dentro?

Alguien sacudió el pomo de la puerta.

—¡Seth, sabemos que estás en casa! —aulló Mitchell, uno de los ex de Leslie. Llamó de nuevo, más fuerte—. Vamos, abre.

—No les hagas caso —le susurró Seth al oído—. A lo mejor se marchan.

El pomo de la puerta volvió a agitarse.

—Quizá sea mejor así. —Aislinn retrocedió, sintiéndose casi mareada—. No estamos pensando con mucha claridad.

Llevo meses sin pensar en otra cosa, Ash… —Le puso una mano a cada lado del rostro—. Pero no tienes más que decir una palabra y pararemos. Tú marcas la pauta. No pienso presionarte. Jamás.

—Eso ya lo sé. —Se ruborizó. Era mucho más fácil ceder a la tentación que hablar al respecto—. Pero no estoy segura de hasta dónde quiero llegar.

Él la estrechó con más fuerza y le acarició el pelo.

—Pues entonces iremos despacio, ¿vale?

—Vale.

Aislinn movió la cabeza afirmativamente, sintiéndose a la vez aliviada y decepcionada. Había demasiados males ahí fuera para actuar con despreocupación, y sin embargo, la posibilidad de dejarse ir sin control, sin lógica, sin considerar lo que debería o no debería hacer… Decir que aquello resultaba tentador sería quedarse corta.

Seth habló en voz baja y categórica:

—Sí, quiero que salgamos juntos. Contigo no deseo nada intrascendente.

Aislinn no dijo nada, no se sentía capaz de hablar.

En el exterior, Jimmy bramó:

—¡Abre la maldita puerta, Seth! Aquí hace un frío que pela.

Seth ladeó la cabeza de Aislinn para que lo mirase.

—Me estás preocupando, Ash. ¿Está todo bien?

Ella asintió.

—¿O estás pensando en salir corriendo de nuevo? —añadió.

El corazón de Aislinn empezó a latir deprisa. Se ruborizó.

—No. Estoy pensando justo lo contrario.

Él le deslizó los dedos por la mejilla, se detuvo en la comisura de su boca, y la miró a los ojos.

—Sin presión.

Al final ella se apoyó en su pecho, ocultando el rostro.

—Necesito pensar. Si vamos a tratar de salir juntos… no quiero estropear las cosas, lo que tenemos.

—Eso no pasará… —Tragó saliva antes de añadir—: Pero no hay por qué apresurarse. Yo no me voy a ninguna parte.

Volvieron a llamar a la puerta, con más fuerza, hasta que Seth soltó a Aislinn. Le dio la espalda para arreglarse la ropa, y luego fue hasta la puerta y la abrió de un tirón.

—¿Qué pasa?

—Porras, tío, aquí fuera hace frío.

Mitchell lo empujó para entrar.

Jimmy, otro de los chicos que habían terminado el bachillerato el año anterior, entró detrás de él. Lo acompañaban tres chicas que Aislinn no conocía.

Aislinn regresó a la encimera para seguir picando hierbas. Jimmy se detuvo junto a la puerta y la miró con una sonrisa socarrona.

—Eh, hola, Ash.

Ella levantó el cuenco a modo de silencioso saludo. Tenía los labios enrojecidos y el cabello revuelto. Seguro que resultaba evidente que habían interrumpido algo.

Le resultaba más fácil centrar su atención en el ungüento que tratar con los recién llegados. Volcó las hierbas molidas en un cuenco vacío, añadió más y continuó machacando.

Jimmy le dio un codazo a Seth.

—¿Y qué ha pasado con la norma de «en casa sólo entran amigos»?

—Ash es una amiga. —Seth lo miró con los ojos entornados—. La única que tiene mi puerta siempre abierta.

Sin dejar de sonreír con malicia, Jimmy se acercó a la muchacha y observó el recipiente.

—Bueno, esto es muy interesante. ¿Qué tienes ahí? —Alzó el cuenco con hierba de san Juan ya molida y olfateó—. Nada que yo haya fumado.

Era un bocazas, y Mitchell resultaba aún peor, especialmente desde que Leslie le había contado a todo el que quisiese escucharla que su ex era pésimo en la cama. Dejó un paquete de seis cervezas sobre la encimera.

Las chicas estaban alrededor de Boomer, contemplando a la boa sin pestañear pero sin acercarse demasiado. Las tres iban vestidas con la ropa ideal para congelarse por la calle: falda ceñida y blusa de escote vertiginoso, la clase de prendas que resultaban incómodas aunque no fuese otoño. Aislinn las observó, y luego se volvió hacia Jimmy, que ya se comportaba como en su propia casa y estaba probando la pasta.

—Pensaba que le había pedido a todo el mundo que me dejara unos días para mí solo. —Seth vertió el primer cuenco de hierbas molidas en el agua hirviendo y puso en marcha un temporizador—. Ash, ¿puedes sacar el aceite de oliva cuando hayas acabado con eso?

Ella asintió.

—Conque unos días para ti solo, ¿eh? —Mitchell hizo una mueca—. Pues no pareces estar solo.

—Lo estábamos. —Seth arqueó una ceja y apuntó hacia la puerta con la cabeza—. Y aún podríamos estarlo.

—Fuera hace frío.

Mitchell abrió una lata de cerveza.

Seth respiró hondo varias veces.

—Si vais a quedaros un rato, poned algo de música.

—Habíamos pensado que a lo mejor te apetecía salir —intervino la chica que estaba pegada a Jimmy.

Otra de las chicas, la que no le quitaba ojo a Seth, se desplazó a un lado, sólo un poco, y Aislinn alcanzó a verle unos diminutos cuernos asomándole entre el pelo, y unas alas correosas plegadas a sus espaldas.

«¿Cómo ha entrado aquí y con ese aspecto?». Sólo los elfos más fuertes podían estar rodeados por tal cantidad de acero y mantener el sortilegio. Aquella era una de las reglas que le habían proporcionado mayor consuelo a lo largo de los años.

La chica alada avanzó hacia Seth lentamente, como si cada paso requiriese una gran concentración por su parte.

—La verdad es que no podemos quedarnos mucho tiempo. ¿Te vienes con nosotros? Va a tocar una banda muy buena en El Nido del Cuervo. —Le dedicó a Aislinn una sonrisa emponzoñada—. Te invitaría a ti también, pero es que desde la redada están siendo muy estrictos con el tema de la edad. Sólo se permite la entrada a mayores de dieciocho, ¿sabes?

Despacio, Aislinn dejó el cuenco y fue a colocarse delante de Seth, entre él y la elfa.

—Seth no está disponible.

Él le puso las manos en las caderas.

Fulminando a la intrusa con la mirada, Aislinn apoyó la espalda contra Seth. «¿Cómo se atreve esta a entrar aquí? ¿Quién la ha enviado?», se ofuscó. La idea de que Seth fuese vulnerable a los elfos la enfureció repentinamente.

—Vaya, esto sí que es divertido —exclamó Mitchell.

Asintiendo, Jimmy se sentó con la cacerola de la pasta sobrante y un tenedor.

—Yo apuesto por Ash.

La elfa siguió andando en dirección a la cocina.

Aislinn alargó un brazo hacia ella.

—Creo que tienes que irte.

—¿En serio? —replicó arrugando la nariz.

—Sí.

Puso una mano sobre la muñeca de la elfa, sin retenerla, tan sólo posando los dedos allí. Como cuando iba a la escuela, el contacto agudizó más su don de la visión.

Luego la empujó suavemente.

La elfa crispó el rostro y se tambaleó. Arqueó las cejas mientras lanzaba a Aislinn una extraña mirada. Se recuperó con rapidez y murmuró:

—Otra noche será.

—No te hagas ilusiones.

Seth rodeó la cintura de la muchacha con un brazo.

Jimmy y Mitchell intercambiaron otra sonrisa tontorrona.

—Tío, deberías compartir tus secretos. —Mitchell se puso en pie y levantó su cerveza. Con sólo una rápida mirada hacia su ligue, esta fue corriendo a su lado—. Aunque no es que hayas tenido nunca problemas para… —Se aclaró la garganta, y su chica le dio un puñetazo en el hombro. Él sonrió de oreja a oreja—. Lo que quiero decir es que, sea lo que sea lo que esté haciendo nuestro amigo —continuó, ladeando la cabeza hacia la parte trasera del vagón, donde estaba el dormitorio de Seth—, debe de funcionar. Ash no habla casi nunca, y ahora está dispuesta a empezar una pelea por él.

La elfa no se había movido. Se deslizaba los dedos por el escote, lentamente.

—Te lo pasarías bien. Mucho más que aquí.

Aislinn se separó de Seth. Cerró los dedos sobre la muñeca de la chica y tiró de ella hacia la puerta. Para ser una elfa tan fuerte, resultaba increíblemente fácil arrastrarla. «A lo mejor el acero la debilita», pensó.

—Vete. —Abrió la puerta y empujó a la elfa hacia delante—. Quédate fuera.

Todos los elfos del exterior contemplaron la escena. Muchos de ellos rieron con regocijo.

La chica enredadera vestida con traje estaba otra vez allí. Alzó la vista de su colección de animales salvajes de papiroflexia, que ahora andaban a su alrededor como si estuviesen vivos.

—Ya te lo había advertido, Cerise —dijo, y continuó doblando hojas—. Esa estrategia no sirve si ya están enamorados.

—Mantente lejos de él —le espetó Aislinn a la elfa.

—Por esta noche. —Miró hacia el interior del vagón, mientras sus alas se abrían y cerraban a sus espaldas, muy despacio, como una mariposa en reposo—. Pero, en serio, creo que podría aspirar a algo mucho mejor.

«Desgraciados elfos». Aislinn abrió la boca para decir algo más.

—No me interesa —contestó Seth a gritos detrás de ella.

—Zorra —masculló una de las chicas al pasar junto a Aislinn. Salió pisando fuerte, como si tuviese derecho a sentirse ofendida—. No tenías por qué echarla así. Sólo estaba coqueteando.

—A los tíos no les gustan las chicas lanzadas —apostilló la otra—. Les gustan las damas.

En la puerta, Jimmy se detuvo y dijo de manera deliberadamente inexpresiva:

—Sí. No es algo que nos excite demasiado. —Y soltó una carcajada—. Ash, cuando te canses de Seth…

—Cierra el pico.

Mitchell le dio un empellón.

Invisibles para todo el mundo excepto para los elfos y Aislinn, varios seres élficos del grupo en constante cambio salieron disparados.

Aislinn cerró la puerta y se recostó contra ella.

Seth ya estaba de nuevo con el maloliente mejunje, removiéndolo.

—Teniendo en cuenta que tú no pareces celosa, imagino que esa chica era una elfa.

—Con alas y todo. —Se le acercó, tiró de él para que se agachara y lo besó—. Pero puede que sea un poco más celosa de lo que suponías.

Él sonrió.

—Por mí está bien. —Dejó la cuchara y siguió a Aislinn hasta la encimera—. Creía que no les gustaba el acero.

—Y no les gusta. Por eso ella quería sacarte de aquí. Era lo bastante fuerte para entrar, pero no para quedarse mucho tiempo. Ni siquiera podía mantener bien su sortilegio. —Tomó otro puñado de hierbas para machacarlas—. ¿Me haces un favor?

—El que quieras.

—Quédate en casa esta noche.

Retiró unos cuantos tallos demasiado gruesos. Miró hacia la puerta, que de repente se había convertido en una barrera muy endeble contra el creciente número de elfos del exterior.

—Yo podría pedirte lo mismo —murmuró Seth, y la abrazó.

Aislinn cerró los ojos y apoyó la mejilla en su pecho.

—Si no encuentro respuestas pronto, la abuela me sacará del instituto. No puedo seguir desviando su atención mucho tiempo más, y no quiero mentirle y decirle que los elfos se han largado.

—Podría acompañarte.

—Keenan no me dirá nada si te llevo conmigo. Necesito que piense que creo en él. —Se puso de puntillas para besarlo, y luego añadió—: Si no funciona, probaremos con otra cosa.

Seth parecía preocupado, incluso asustado… cosas que ella no quería ver, cosas que no quería que él sintiese… pero al final asintió.

—Ten mucho cuidado, ¿de acuerdo? —le advirtió él.

—Haré todo lo que pueda…

Si no, se lo arrebatarían todo: el instituto, los amigos, Seth, todo. A Keenan tenía que escapársele algo. Los elfos tenían que decir algo que la ayudara a resolver cómo librarse de Keenan. Tenían que hacerlo, simplemente.