«Los elfos parecen especialmente aficionados a las persecuciones».
El folclore de la isla de Man, A. W. Moore (1891).
Hacia el final de la semana, Aislinn estaba segura de dos cosas: estar con Seth se había convertido en algo más que tentador; y evitar a Keenan era absolutamente imposible. Necesitaba hacer algo respecto a ambos asuntos.
El rey elfo ya podía manejarse por el instituto bastante bien, pero aún la seguía como un acosador particularmente devoto. No iba a darse por vencido, y todos los esmerados intentos de Aislinn por mostrarse insensible e indiferente estaban resultando inútiles. Al finalizar la jornada apenas podía mantenerse en pie, agotada de tanto esforzarse por no tocarlo. Necesitaba un nuevo enfoque.
«Los elfos persiguen». Esa regla, al menos, parecía no haber cambiado. Como los elfos lobunos que recorrían las calles, Keenan iba tras ella. Y aunque ella no huyese físicamente, era lo mismo. De modo que, por mucho que la aterrorizara, decidió pararse, dejar que él creyera que podía atraparla.
Aquella había sido una de las lecciones más duras de su infancia. La abuela solía llevarla al parque durante un rato para que aprendiese a no correr cuando los elfos la olfateaban y asediaban, para que practicara cómo hacer que sus frenazos repentinos resultasen normales, no influidos por el hecho de que ellos la persiguiesen. Aislinn detestaba esas lecciones. Cuando la seguían, una voz interior le gritaba: «Corre más deprisa», pero era el miedo lo que la impulsaba, no la razón. Si se detenía, los elfos perdían el interés. Así que dejaría de huir de Keenan, una vez que resolviera cómo hacerlo de una manera natural.
Probó con unas sonrisas vacilantes mientras se dirigían a la clase de Salud.
Él respondió sin dudar, lanzándole una mirada tan intensamente feliz que Aislinn trastabilló.
Pero cuando alargó la mano para sujetarla, ella se apartó con un estremecimiento, y en el rostro de Keenan volvió a instalarse una expresión de frustración.
Aislinn probó de nuevo cuando salían de la clase de Religión.
—¿Tienes planes para este fin de semana? —le preguntó.
La expresión de Keenan fue curiosa, entre divertida y asombrada.
—Eso esperaba, pero… —La miró fijamente hasta que ella sintió renacer el pánico y el deseo ya familiares—. Dudo que tenga mucha suerte.
«No huyas», se dijo ella. Le dolía demasiado el pecho para darle una respuesta, de modo que se limitó a asentir con la cabeza y decir:
—Oh.
Él miró hacia otro lado, sonriente y tranquilo. Avanzó entre la gente sin decir una palabra más. Seguía estando demasiado cerca, pero el silencio suponía un agradable cambio. La ausencia de aquella calidez tentadora era inusual, como si él irradiara una extraña calma.
Cuando entraron en la secretaría, Keenan continuaba sonriendo.
—¿Puedo sentarme contigo a la hora del almuerzo? —preguntó.
Ella se detuvo.
—Lo has hecho todos los días.
Él se echó a reír con un sonido tan melodioso como el repiqueteante sonido de los elfos lobunos cuando corrían.
—Sí. Pero te ha molestado todos los días.
—¿Y qué te hace pensar que hoy no me molestará? —replicó ella.
—La esperanza. Es lo que me alimenta…
Aislinn se mordió el labio, reflexionando: Keenan se sentía fácilmente animado por unas pocas frases amistosas, pero cuando él no intentaba ganarla con tanta insistencia, parecía que ella podía respirar mejor a su lado, menos abrumada por extrañas compulsiones. Indecisa, dijo:
—Sigues sin gustarme.
—A lo mejor cambiarías de opinión si pasaras más tiempo conmigo.
Extendió la mano como para tocarle la mejilla.
Ella no retrocedió, pero se puso tensa.
Ninguno de los dos se movió.
—No soy una mala persona, Aislinn. Sólo…
Sacudió la cabeza.
Aislinn sabía que estaba pisando terreno resbaladizo, pero Keenan había sonado más sincero que nunca, y ella se sentía más en paz que nunca desde que él empezara a ir al instituto Obispo O’Connell.
—¿Qué? —inquirió.
—Sólo quiero llegar a conocerte. ¿Tan raro es eso?
—¿Por qué? ¿Por qué yo? —Se le aceleró el corazón mientras esperaba la respuesta, como si fuera a contestar a la verdadera pregunta—. ¿Por qué no cualquier otra?
Él dio un paso adelante, observándola como un depredador, mudando rápidamente de expresión.
—¿Con el corazón en la mano? No lo sé. Hay algo en ti. Lo supe la primera vez que te vi.
La tomó de la mano.
Ella se lo permitió. «Síguele el juego». Pero no era sólo un juego: había estado reprimiendo el deseo de tocarlo desde que lo conoció. No era lógico, pero así era.
Ante su contacto, el don de ver de Aislinn se agudizó. Le dio la impresión de que los elfos que la rodeaban se habían puesto simultáneamente un sortilegio humano.
En el aula no reaccionó nadie; nadie gritó. Obviamente, los elfos no se habían vuelto visibles de repente.
¿Qué había ocurrido? Sintió un escalofrío.
Keenan la estaba observando de un modo demasiado incisivo para poder sentirse a gusto.
—Ignoro por qué algunas personas se prendan de otras. No sé por qué tú y no cualquier otra. —Tiró suavemente de ella y susurró—: Pero es en ti en quien pienso cuando despierto por la mañana. Es tu rostro el que veo en mis sueños.
Aislinn tragó saliva. Eso le parecería raro incluso si él fuera normal. Y no lo era. Por desgracia, Keenan hablaba muy en serio.
Se estremeció.
—No estoy segura de que… —dijo.
Keenan le acarició la mano con el pulgar.
—Dame una oportunidad. Volvamos a empezar.
Aislinn se quedó helada. Las advertencias que la abuela le había repetido durante años daban vueltas en su cabeza, un compendio de cauta sabiduría. Se oyó a sí misma diciéndole a Seth que la forma en que estaba haciendo las cosas no funcionaba, y no le pareció que fuera a funcionar. Tal vez lo mejor era probar algo nuevo.
—Volver a empezar —dijo al cabo—. Vale.
Y Keenan le sonrió, le sonrió de verdad… malicioso y encantador, y tan tentador que las historias de secuestros élficos asaltaron sus pensamientos. «¿Secuestro? Más bien le estoy siguiendo por propia elección. —Prácticamente se dejó caer en su silla—. Keenan es un elfo. Los elfos son malos. Pero si puedo averiguar qué quieren…».
La clase ya iba por la mitad cuando se dio cuenta de que no había oído ni una palabra de la lección ni (miró el cuaderno, que no recordaba haber abierto) había tomado apuntes.
Más tarde, todavía en las nubes, fue con Keenan hasta su taquilla.
Él estaba hablando, le preguntaba algo…
—¿… feria? Podría ir a recogerte o reunirme allí contigo. Como prefieras.
—Umm. —Aislinn parpadeó y sintió como si anduviese dormida dentro del sueño de otra persona—. ¿Qué has dicho?
Los elfos guardianes intercambiaron miraditas cómplices.
—Que esta noche hay una feria.
Alargó la mano para llevarle los libros.
Como una boba, ella empezó a pasárselos, pero luego se detuvo.
—¿Y qué hay de tus planes?
—Tú sólo di que sí.
Aguardó expectante.
Aislinn asintió por fin.
—Sólo como amigos —le advirtió.
Él retrocedió mientras ella cerraba su taquilla.
—Por supuesto. Como amigos.
Rianne, Leslie y Carla se acercaron.
—¿Y bien? —espetó Rianne—. ¿Te ha dicho que sí?
—Ash te ha rechazado, ¿verdad? —Leslie le dio unas palmaditas a Keenan en el brazo, a modo de consuelo—. No te preocupes. Rechaza a todo el mundo.
—A todo el mundo no. —Keenan parecía absolutamente pagado de sí mismo—. Y sí, vamos a ir a la feria.
—Pero…
Aislinn pasó la vista de Rianne a Keenan. ¿Ellas lo sabían?
—Paga lo que debes. —Rianne extendió la mano abierta ante Leslie, que, refunfuñando, sacó un billete arrugado del bolsillo. Luego se dirigió a Carla—. Tú también.
—¿Que paguen lo que deben? —exclamó Aislinn, siguiéndolas a la cafetería.
A sus espaldas, oyó reír a varios elfos.
—Les he dicho que Keenan lograría convencerte para salir. —Rianne dobló los billetes que había ganado y se los metió en el bolsillo del blazer—. Miradlo.
—Ri, que él está aquí —murmuró Carla, lanzándole a Keenan una mirada de disculpa—. Hemos intentado enseñarle buenas maneras, pero… —Se encogió de hombros—. Es como adiestrar a un perro. Si la hubiéramos tenido cuando era una cachorrita, quizá…
Rianne le dio un golpecito en el brazo, pero sonreía de oreja a oreja:
—¡Guau, guau!
Carla se volvió hacia Aislinn y bajó la voz:
—Cuando os vimos hablando, Ri no nos dejó acercarnos hasta estar segura de que Keenan te había propuesto salir. Incluso sujetó a Leslie.
—No es una cita —masculló Aislinn.
—Cierto. Sólo vamos a hablar y conocernos —corroboró Keenan. Hizo una pausa para mirarlas a todas, y al hacerlo resplandeció un poco—. En realidad, podéis venir con nosotros si queréis. Podríais conocer a algunos de mis viejos amigos.
A Aislinn le dio un vuelco el corazón.
—¡No!
—A mí me parece que sí es una cita. No te preocupes. No voy a entrometerme, Ash. —Rianne suspiró, como si acabara de suceder algo maravilloso, y se volvió hacia Carla—. ¿Qué opinas tú?
—Que es una cita con todas las de la ley —contestó moviendo la cabeza afirmativamente.
—Aislinn me acompaña como amiga —precisó él con expresión satisfecha—. Y yo me siento muy honrado.
Aislinn lo miró, y luego a sus amigas, que lo contemplaban con adoración.
Los ojos de ambos se cruzaron y él sonrió.
Aislinn no apretó el paso mientras Keenan caminaba a su lado. Ahora que él parecía complacido, la compulsión que ella sentía se redujo a la mínima expresión. «Puedo manejar esto», se dijo, confiada. Pero cuando él separó una silla de la mesa y se la ofreció con gesto cortés, Aislinn se vio reflejada en sus ojos, rodeada por un minúsculo halo de sol. «Al menos eso espero», añadió para sus adentros.