«En ellos todo es caprichoso […] Sus principales ocupaciones son celebrar fiestas, pelearse y hacer el amor».
Historias élficas y populares del campesinado irlandés, William Butler Yeats (1888).
Después de que el taxi la dejara en la cochera de trenes, Aislinn se puso a dar vueltas ante la puerta de Seth. Había unos cuantos elfos por allí, observándola y hablando entre ellos. Nunca permanecían mucho rato cerca de los viejos vagones de tren y las largas vías férreas, enseguida otros los reemplazaban. Desde que Keenan le había hablado por primera vez en Comix, los elfos parecían agruparse adondequiera que fuese.
—La chica le presta demasiada atención al joven mortal —refunfuñó un elfo delgaducho con piernas de pajarito—. El Rey del Verano no debería aguantar eso.
—Los tiempos han cambiado —replicó una elfa.
Como las otras, estaba cubierta de enredaderas en flor, pero vestía un traje negro pizarra en lugar de la indumentaria femenina que parecían preferir sus compañeras. Sus enredaderas le empezaban en el cuello, se le enroscaban por el cabello y le bajaban hasta los tobillos, lo que le daba un aspecto salvaje y sofisticado a la vez.
—Va a su casa todos los días. —El elfo flaco dio vueltas en torno a la elfa como un depredador—. ¿Qué hace ahí dentro?
—Yo sé qué haría yo. —Con una sonrisa maliciosa, agarró el rostro del elfo con ambas manos—. Quizá aún tenga ocasión si ella acaba con Keenan para toda la eternidad.
«¿Eternidad?».
Aislinn les dio la espalda para que no le viesen la cara. Se paseó por la zona de césped marchito, bastante cerca para oír a los elfos, pero no tanto como para que les resultase extraño. «¿Con Keenan para toda la eternidad?».
La elfa tiró del tipo de aspecto pajaril hasta que sus narices se tocaron, y añadió:
—No importa lo que ella haya hecho. La chica ya está cambiando —afirmó, y le lamió desde la punta de la nariz hasta el ojo—, se está convirtiendo en un miembro de nuestra Corte. Déjala que se divierta con su mortal mientras pueda. Dentro de poco ya no importará.
«¿Dónde narices está Seth?», se impacientó Aislinn. Por cuarta vez, sacó el móvil y pulsó el 2, la marcación rápida del número de él.
Oyó el móvil sonar justo detrás de ella.
Se volvió mientras apretaba la tecla de desconexión.
—Relájate, Ash.
Seth se dirigía hacia ella sujetando el móvil ya silenciado, ajeno a los elfos ante los que pasaba.
—¿Dónde estabas? Me preocupaba que algo…
Él alzó una ceja.
—… que te hubieras olvidado —concluyó ella débilmente.
—¿Olvidarme de ti? —Le rodeó la cintura con un brazo y continuaron hacia delante. Tras abrir la puerta, le hizo un gesto para que entrara—. Jamás me olvidaría de ti.
El elfo pajaril se deslizaba tras ellos, olisqueando a Seth y arrugando la nariz.
—La próxima vez contesta al teléfono, ¿vale? —Aislinn le dio un golpecito en el pecho—. ¿Dónde te habías metido?
Él asintió y cerró la puerta en las narices del elfo.
—Estaba hablando con Donia.
—¿Qué?
Aislinn sintió un nudo en la garganta.
—No es demasiado simpática, aunque sí más guapa de lo que me pareció ayer. —Seth sonrió con calma, como si acabara de contarle que había estado charlando con una chica normal—. No tan guapa como para decirle que anduviese con cuidado, pero en cualquier caso es casi tan guapa como tú.
—¿Que has hecho qué?
Lo empujó suavemente, pero aun así él simuló una mueca de dolor.
—He hablado con ella. —Se puso una mano en el pecho, donde ella lo había empujado. Se apartó la camisa y miró. Con expresión perpleja, le dijo—: Eso ha dolido.
—Quizá te parezca agradable, pero es una de ellos. No puedes fiarte de esos seres.
Se volvió para observar a los elfos que holgazaneaban en el exterior. La chica del traje negro estaba clasificando un puñado de hojas y doblándolas como si de papiroflexia se tratase.
Seth se situó detrás de ella y apoyó la barbilla en su cabeza.
—¿Cuántos hay ahí fuera?
—Muchos. —Se giró hacia él, pecho contra pecho, demasiado cerca para poder mirarlo a la cara—. No puedes hacer esas cosas. No puedes arriesgarte…
—Relájate. —Le tomó un largo mechón de pelo y lo deslizó lentamente entre los dedos—. No soy idiota, Ash, pero tampoco le he dicho: «Vade retro, elfa repugnante». Le di las gracias por la ayuda que te prestó ayer, y mencioné que no permitiría que te ocurriese nada. Eso es todo. —Retrocedió para observar su rostro. Seth tenía ojeras oscuras—. Confía en mí, ¿de acuerdo? No voy a hacer nada que pueda ponerte en peligro todavía más.
—Lo lamento. —Sintiéndose culpable por gritar, por dudar, por las ojeras de Seth, le tomó la mano y se la apretó—. Siéntate. Prepararé té.
—He hecho algunos progresos en la investigación sobre cómo ver a los elfos y defenderse de ellos. No muchas cosas, pero algo. —Se acomodó en su butaca preferida y sacó unos papeles. Al ver que ella no decía nada, dejó las hojas en su regazo y preguntó—: ¿O quieres contarme qué es lo que te atemoriza?
Ella sacudió la cabeza.
—No. Al menos todavía no. —Todo aquello de hablar con elfos, investigar sobre elfos, esquivar elfos… ¿Aquello era justo para él?—. He pensado que podríamos conversar sobre otra cosa. No sé…
Seth se frotó los ojos.
—De acuerdo. ¿Quieres contarme algo del instituto?
—Humm… No, si es que vamos a intentar evitar el tema de los elfos. —Llenó la tetera y abrió la lata de manzanilla sobre la encimera. Levantándola, preguntó—: ¿Esto sabe muy mal?
—Creo que no, pero hay miel en el armario del fondo, si quieres. —Se estiró y el estómago le quedó al descubierto al subírsele la camiseta; el aro negro de su ombligo destelló—. Hablaremos de eso después, cuando la vida vuelva a la normalidad. Estaba pensando que deberíamos salir a cenar cuando todo esto haya pasado.
Aislinn lo había visto sin camisa con anterioridad, incluso en calzoncillos. Eran amigos desde hacía tiempo. «¿Qué ha dicho? —se asombró—. ¿Cenar? Cenar con él». Se quedó plantada en la cocina, contemplando cómo Seth jugueteaba con el aro de su labio. No lo estaba mordiendo precisamente, sino que lo succionaba. Hacía eso cuando estaba concentrado. No era un gesto nada sexy, pero él sí que lo era, y ella lo estaba mirando embobada.
—Guau —susurró.
Apartó la vista, sintiéndose ridícula. «Somos amigos —pensó—. Los amigos también van a cenar. Eso no significa nada». Abrió el armario. La miel estaba al lado de un curioso surtido de especias y aceites.
—¿A cenar? —respondió—. Bien. Carla quiere ir al sitio nuevo que han abierto en Vine. Podrías…
—Conque «guau», ¿eh? —repuso Seth en voz baja y ronca. Su butaca crujió cuando se levantó. Sus pisadas resonaron extrañamente cuando cubrió los dos metros que los separaban. De repente estaba al lado de Aislinn—. Me gusta eso de «guau».
Ella se apartó rápidamente, y al hacerlo estrujó el envase de miel y roció la encimera.
—No significa nada. Sólo que últimamente hemos tonteado demasiado, y esa llamada y… Ya sé que probablemente tengas docenas de chicas esperando. Sólo estoy cansada y…
—¡Ey! —Seth le puso una mano en el hombro, intentando que se girara hacia él—. No hay nadie más. Sólo tú. No ha habido nadie en los últimos siete meses. —Le tiró dulcemente del hombro una vez más—. En mi vida no hay nadie excepto tú.
Ella se volvió y permanecieron así, Aislinn mirando la camisa de Seth, a la que le faltaba un botón. Toqueteó el envase de miel hasta que él se lo quitó de las manos y lo dejó a un lado.
Luego la besó.
Ella se puso de puntillas y ladeó la cabeza, tratando de acercarse aún más. Seth le deslizó una mano por la cintura y la besó como si ella fuera el aire y él se estuviese ahogando. Y Aislinn se olvidó de todo: no había elfos, ni visión, ni nada… sólo ellos dos.
Seth la izó hasta la encimera, donde ella se había sentado para hablar con él en innumerables ocasiones. Pero esta vez Aislinn tenía las manos en el pelo de él, hundiendo los dedos, estrechándolo más.
Era el beso más perfecto que jamás había dado hasta que recordó: «Seth, se trata de Seth».
Se separó.
—Desde luego, ha valido la pena esperar —susurró él, rodeándola todavía con los brazos.
Ella tenía una pierna a cada lado y los tobillos cruzados detrás de él. Apoyó la frente en su hombro.
Ninguno de los dos dijo nada.
«Seth no sale con chicas —pensó ella—. Esto es un error». Si seguía adelante, después todo sería raro. Llevaba meses repitiéndoselo, pero eso no había impedido que sus pensamientos la siguieran traicionando.
Levantó la cabeza para mirarlo.
—¿Siete meses?
Él carraspeo.
—Sí. Pensaba que si era paciente… No sé. —Le dedicó una sonrisa nerviosa, nada normal en él—. Pensaba que quizá dejarías de eludir el tema… que después de hablar en serio y con tiempo, nosotros…
—No puedo, yo no… Necesito solucionar esta historia de los elfos, y… ¿Siete meses?
Se sintió fatal. «¿Seth ha estado esperándome siete meses?».
—Sí, siete meses. —La besó en la nariz, como si todo fuera normal y nada hubiese cambiado. Luego la bajó de la encimera con delicadeza y retrocedió—. Y seguiré esperando. No voy a marcharme, y no voy a permitir que te lleven.
—No sé… no sabía que…
Tenía muchísimas preguntas: ¿qué quería Seth? ¿Qué significaba «esperar»? ¿Qué quería ella? Pero no podía formular ninguna.
Por primera vez desde que le alcanzaba la memoria, se sintió más cómoda pensando en elfos que en cualquier otro asunto.
—Necesito lidiar con esto… con ellos… ahora mismo, y…
—Lo sé. No quiero que te olvides de ellos, pero tampoco te olvides de esto. —Le echó el pelo hacia atrás y le acarició la mejilla—. Llevan siglos secuestrando mortales, pero a ti no se te llevarán.
—Quizá se trate de otra cosa.
—No he encontrado nada, nada en absoluto, que sugiera que los elfos se rinden una vez que descubren un mortal que les gusta. —La estrechó entre sus brazos, con ternura esta vez—. Nosotros tenemos una ventaja porque tú puedes verlos, pero si ese tipo es realmente un rey, no creo que vaya a tomarse muy bien un «no».
Aislinn no dijo nada, no podía decir nada. Tan sólo se quedó entre los brazos de Seth mientras él ponía voz a sus crecientes temores.