«Dice la gente que la única manera de evitar la furia de los elfos es buscar una rama de verbena y atarla con un trébol de cinco hojas. Eso resulta mágico contra toda calamidad».
Historias tradicionales de Britania, Elsie Masson (1929).
Cuando Donia entró en la biblioteca, vio a Seth. «El amigo de Aislinn, el que vive en la guarida con paredes de acero», pensó. No era lo bastante tarde para encontrar a Aislinn, pero si Seth estaba allí quizá la muchacha se reuniera de nuevo con él.
El joven no parecía reparar en nadie que hubiera alrededor, a pesar de las mortales y las elfas que sí reparaban en él. Claro, aquel chico era un encanto, tentador de un modo muy diferente a Keenan: pálido, moreno y tranquilo. «No pienses en Keenan —se ordenó—. Piensa en el mortal. Sonríele».
Donia se tomó su tiempo, moviéndose despacio y buscando apoyo como si nada en las mesas vacías, deteniéndose un momento para respirar hondo ante el expositor de libros nuevos.
Seth la vio.
«Deja que él hable primero —se dijo ella—. Puedes hacerlo». Su mirada, oculta tras unas gafas negras, lo recorrió mientras tomaba aire de nuevo. Seth estaba sentado ante uno de los ordenadores de consulta, con un montón de hojas impresas al lado.
Cuando llegó junto a la mesa, Donia le sonrió.
Él dobló el montón de papeles, ocultándole lo que estaba investigando.
La elfa ladeó la cabeza, intentando ver lo que Seth leía en la pantalla.
Él hizo clic y apagó el monitor.
—¿Donia, verdad? —le preguntó—. Ash no nos presentó anoche. ¿Eres tú la que la ayudó?
Ella asintió y le tendió la mano.
En lugar de estrechársela, el chico la levantó y le besó los nudillos.
«Me ha tomado una mano», pensó asombrada. Y la del chico no quemaba como el contacto de Keenan. Se quedó inmóvil, como una presa ante el cazador, y se sintió ridícula por ello. «Cuánto hacía que nadie me tocaba —se lamentó en silencio—. Como si todavía perteneciese a Keenan, me consideran vedada». Liseli juraba que eso cambiaría cuando la nueva Dama del Invierno recogiera el bastón de mando, pero en ocasiones resultaba difícil de creer. Habían transcurrido décadas desde la última vez que alguien la abrazara de verdad.
—Soy Seth. Gracias por lo que hiciste. Si le hubiese ocurrido algo a Ash… —Por un instante pareció lo bastante fiero para rivalizar con el mejor guardia de Keenan—. En fin, gracias.
Seguía sujetándole la mano; Donia se estremeció al retirarla. «Él pertenece a Aislinn, igual que Keenan ahora», pensó, y preguntó:
—¿Está Ash aquí?
—No. Pronto llegará del instituto.
Miró el reloj que colgaba de la pared detrás de Donia.
Ella se quedó indecisa un momento.
—¿Necesitas algo? —le preguntó Seth mirándola fijamente, como si quisiera hacerle una pregunta bien distinta.
La elfa se subió las gafas hasta el puente de la nariz. Clavando la vista más allá del joven, donde estaban escuchando varias ninfas de Keenan, sonrió con ironía.
—Ash y tú… ¿Tú eres su…?
Movió una mano en el aire.
—¿Su qué?
—¿Prometido? —dijo ella, e hizo una mueca. «Prometido. Ya nadie usa esa palabra». A veces las diversas épocas se le confundían, como la ropa y la música. Todo daba vueltas mezclado—. ¿Su novio?
—¿Su prometido? —repitió él. Se pasó la lengua por el aro del labio inferior y sonrió—. No, en realidad no.
—Oh.
Al percibir un olor poco habitual, Donia olfateó discretamente. «No es posible».
Seth se levantó y recogió su mochila. Se acercó más a Donia, a sólo un palmo de distancia, como si intentara hacerla retroceder, reivindicando una especie de dominio masculino. «Esto no ha cambiado con los años», pensó ella, y retrocedió un paso, no sin haber captado el aroma algo acre de la verbena recién cortada; no resultaba mareante, pero estaba ahí sin duda. «Sí. En su mochila». Y por debajo percibió también un vago olor a manzanilla y hierba de San Juan.
—Cuido de Ash, ¿sabes? Es una persona maravillosa. Amable y buena —remarcó Seth. Se colgó la mochila del hombro y clavó los ojos en Donia—. Si alguien intentara hacerle daño… —Hizo una pausa, frunció el entrecejo y continuó—: No hay nada que no esté dispuesto a hacer para mantenerla a salvo.
—Bien. Me alegro de haber podido ayudarla ayer —asintió distraída.
«Verbena, hierba de san Juan… ¿qué pretende?». Eran elementos principales en la lista de hierbas que supuestamente proporcionaban a los mortales la visión de los elfos.
Entonces Seth se marchó, seguido por varias ninfas de Keenan. Ella se preguntó si advertirían lo que él llevaba en la mochila. Lo dudaba.
Una vez que la puerta se hubo cerrado, Donia se sentó ante el ordenador y desplegó el historial de la búsqueda que el joven había estado realizando: «Elfos, sortilegio, hierbas para ver, Rey del Verano».
—Oh —susurró.
Aquello no podía ser bueno.
Cuando Keenan llegó a su ático de las afueras de la ciudad, Niall y Tavish lo esperaban. Estaban repantigados como si estuviesen relajándose, pero a Keenan no se le escaparon las miradas inquisitivas que ambos le lanzaron cuando entró.
—¿Qué tal? —preguntó Tavish y quitó el volumen del televisor, dejando sin voz la información meteorológica sobre una insólita granizada.
«Beira debe de haber oído que he pasado el día con Aislinn». La reina solía refunfuñar ante cualquier progreso que él hiciese con las chicas mortales, pero las normas le impedían inmiscuirse.
—No muy bien. —A Keenan le costaba admitirlo, pero la resistencia de Aislinn estaba haciendo mella en él—. La chica no reacciona como es habitual.
Niall se dejó caer en un sillón mullido y tomó un controlador de videojuegos.
—¿Le has pedido que salga contigo?
—¿Ya? —Keenan sacó una porción de pizza medio mordisqueada de la caja que reposaba sobre una de las mesas de geoda que había repartidas por toda la estancia. La olisqueó y dio un mordisco. No estaba muy pasada—. ¿No es demasiado pronto? La última chica…
Niall apartó la vista del televisor.
—Las costumbres de los mortales cambian más rápidamente que las nuestras. Prueba con un acercamiento informal, en plan amigos.
—Keenan no quiere ser su amigo. Las chicas no están hechas para eso —replicó Tavish con sus modales estirados. Se dio la vuelta y señaló la caja de pizza para que se la diera—. Lo que necesitas son proteínas, no eso. No logro explicarme por qué vosotros dos os empeñáis en tomar comida mortal.
«Quizá porque he tenido que vivir mucho tiempo entre ellos», pensó Keenan, pero no lo dijo. Le entregó a Tavish la caja de pizza y se sentó, intentando relajarse. Allí resultaba más fácil que en la mayoría de los sitios en los que habían vivido. Plantas altas y frondosas ocupaban todos los lugares posibles del apartamento. Unos cuantos pájaros revoloteaban por la estancia, graznando y retirándose luego a los recovecos de las columnas que sujetaban el alto techo. Eso hacía que la habitación pareciese abierta, casi como estar en el exterior.
—¿Así que lo que se lleva ahora es lo informal?
—Vale la pena probarlo —respondió Niall, con la atención fija en la pantalla. Mascullando un juramento, se desplazó de un lado al otro del sillón, como si con eso pudiese mover la imagen que aparecía en la pantalla. Costaba creer que fuese capaz de hablar más idiomas de los que un elfo necesitaría jamás: le dabas cualquier juguete, y se pirraba—. O quizá podrías probar a ser agresivo: dile que vas a salir con ella. A algunas les gusta eso.
Tavish regresó con uno de los mejunjes verdes que insistía en prepararle a Keenan. Asintió con aprobación:
—Eso suena más adecuado.
—Bien, ahí lo tienes… —Niall hizo una pausa y miró a Tavish con una sonrisa burlona—: La sabiduría en persona sobre cómo intentar un acercamiento informal.
—Ya lo creo —rio Keenan.
—¿Dónde está la gracia?
Tavish dejó en la mesa la verdosa bebida proteínica. Su larga trenza plateada le cayó sobre el hombro al hacerlo; la apartó con un gesto de impaciencia, una señal inequívoca de que estaba nervioso. Aun así, no perdió los estribos. Ya no los perdía jamás.
—¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien? —le preguntó Niall sin apartar los ojos de la pantalla.
—Las Ninfas del Verano son una compañía más que apropiada…
—¿Lo ves? Estás oxidado.
—Soy el más antiguo consejero del Rey del Verano, y… —Tavish enmudeció, y soltó un suspiro al reparar en que estaba subrayando el argumento de Niall—. Prueba primero con las sugerencias del chico, mi señor.
Y con la impecable dignidad que lo cubría como un cómodo abrigo, se retiró al estudio.
Keenan lo observó marcharse con algo más que una leve tristeza.
—Si sigues siendo así de agresivo, uno de estos años te atacará, Niall. No deja de ser un elfo estival.
—Bien. Necesita encontrar un poco de pasión en sus viejos huesos. —El buen humor de Niall se desvaneció, reemplazado por la astucia que lo había vuelto tan importante como Tavish a la hora de asesorar a Keenan en los últimos siglos—. Los elfos estivales están hechos para pasiones intensas. Si Tavish no se suelta un poco, lo perderemos porque acabará en la Corte Eminente de Sorcha.
—La búsqueda le resulta muy dura. Añora cómo era la Corte bajo el reinado de mi padre.
Sintiéndose tan apesadumbrado como Tavish, se levantó para mirar hacia el parque que había al otro lado de la calle.
Uno de sus hombres de serbal lo saludó.
Keenan se giró hacia Niall y añadió:
—Y aún podría volver a ser así.
—Entonces conquista a la chica. Arréglalo.
Keenan asintió.
—Tú propones un acercamiento informal, ¿no?
Niall se puso a su lado frente a la ventana y contempló las ramas cargadas de escarcha, una prueba más de que si no detenían el creciente poder de Beira, no pasarían muchos siglos más antes de que los elfos estivales perecieran.
—Y que le hagas pasar una velada emocionante, algo diferente, inesperado.
—Si no encuentro pronto a mi reina…
—La encontrarás —declaró Niall con las mismas palabras que llevaba repitiendo casi un milenio.
—Necesito hacerlo. No sé si… —Respiró hondo para calmarse—. La encontraré. Quizá sea Aislinn.
Niall se limitó a sonreír.
Pero Keenan no estaba seguro de si sus consejeros lo creían posible todavía. Eso deseaba, pero cada vez que el juego comenzaba de nuevo, resultaba más difícil.
Cuando la Reina del Invierno congeló la Tierra regularmente y sometió así los poderes de su hijo impidiéndole acceder a gran parte de la potencia del estío, también empezó a quebrar las esperanzas de muchos de los elfos estivales. Puede que Keenan fuese más fuerte que la mayoría de sus congéneres, pero estaba muy lejos de ser el rey que los suyos precisaban, muy lejos del rey que había sido su padre.
«Por favor, que Aislinn sea la Esperada».