Capítulo 8

«Una mujer de Cornualles que tuvo la ocasión de convertirse en guardiana de un niño elfo recibió cierta agua con la que debía lavarle la cara al pequeño […] La mujer se aventuró a probarla consigo misma, y al hacerlo, una gotita le salpicó en un ojo. Eso le proporcionó la visión de los elfos».

Leyendas y romances de Britania, Lewis Spence (1917).

Aislinn se quedó inmóvil, mirando fijamente hacia la elfa que desaparecía. En aquellos breves momentos, Donia había sido tan encantadora que la muchacha había estado a punto de echarse a llorar.

Seth apareció a sus espaldas. Supo que era él antes de que la rodeara con los brazos, aunque no estaba segura de cómo lo sabía. Así era, sin más. En los últimos tiempos le ocurría a menudo tener certezas sin ninguna razón para tenerlas. Y resultaba un poco inquietante.

—¿Quién es esa chica? —susurró Seth.

—¿Cuál?

Era difícil susurrarle a su vez, pues lo tenía detrás y le sacaba casi treinta centímetros.

—La chica con la que estabas hablando.

Ladeó la cabeza en la dirección por donde se había marchado Donia.

Aislinn no supo qué contestar, pero cuando se dio la vuelta, Seth le vio la cara y ya no pareció preocuparse más por la pregunta que había quedado sin responder.

—¿Qué te ha pasado?

Miró boquiabierto su labio hinchado y alargó una mano como si fuera a tocarlo.

—¿Te lo cuento en tu casa?

Lo abrazó. No quería pensar en lo ocurrido, todavía no. Sólo quería marcharse, ir a casa de Seth, donde se sentiría a salvo por fin.

—Deja que recoja mis notas —contestó él y al alejarse pasó ante el grupo de elfas que se encaminaba hacia Aislinn.

Una de ellas empezó a dar vueltas detrás de ella.

—Esta es la nueva.

Una segunda deslizó una mano por el cabello de la muchacha.

—Es muy mona.

—Supongo —repuso otra encogiéndose de hombros.

Aislinn intentaba mantenerse inexpresiva. «Control». Se concentró en el susurro de la enredadera contra la ropa de la chica, en lugar del almibarado aroma que parecía impregnar el aire que rodeaba a las elfas, o al roce excesivamente caliente de su piel mientras la inspeccionaban con las manos. No era nada cómodo, pero de algún modo, tras el asalto del parque, su contacto resultaba menos horrible. La violencia de aquellos tres tipos… Se estremeció.

Las elfas parloteaban sin cesar, más fuerte ahora que Donia se había ido y que, en teoría, nadie de la biblioteca podía oírlas.

—Por lo visto la Dama del Invierno está haciendo progresos.

—Ahora esta chiquilla es intocable.

—¿A quién le importa? A mí no me van las chicas. Pero su amigo… Él sí que es tocable. Y apetitoso.

Estallaron en carcajadas.

—Quizá lo comparta cuando se una a nosotros.

—Si ella es la Esperada, no tendrá elección, ¿no es cierto? Su amigo será mercancía disponible.

Cuando Seth volvió con su bolsa colgada al hombro, Aislinn extendió ambas manos para que él pudiera verlas, como si estuviese abriendo los brazos para estrecharlo de nuevo.

El chico le lanzó una mirada inquisitiva.

—¿Quién dice que debemos esperar? —exclamó una elfa.

Una de ellas acarició la mejilla de Seth; otra le dio un pellizco.

A Seth se le pusieron los ojos como platos.

A Aislinn le dio un vuelco el corazón. «Lo ha notado». Ella jamás había tenido que intentar hablar de manera que los elfos no la entendiesen, con nadie excepto con su abuela, con nadie que no pudiera verlos. Con la esperanza de que las elfas fuesen tan bobas como aparentaban, agarró a Seth por la cintura y tiró de él hacia la puerta, lejos de aquellas elfas lascivas.

—¿Listo para ir a casa?

—Desde luego que sí.

Apretó un poco el paso, y le rodeó los hombros con un brazo.

Las elfas continuaban parloteando.

—A lo mejor el Rey del Verano tiene un competidor.

—¿Y quieres decírselo tú? «Oh, Keenan, tesoro, el novio de tu amada está para comérselo».

—No seas mala. El rey es muy divertido.

Todas rieron de nuevo.

—¿Cómo será de divertido cuando ella ande cerca? Ya sabes cómo se pone…

—Yo me ofrezco voluntaria para distraer al mortal y así Keenan pueda cortejarla.

—Mmmm, yo también. Mirad todos esos aros que lleva en la cara. ¿Creéis que también tendrá uno en la lengua?

Una vez a salvo dentro de la estructura metálica del tren de Seth, Aislinn respiró. El trayecto hasta allí había sido una especie de leyenda medieval, con elfos observándolos y acercándoseles. A ella no la habían tocado ni una sola vez, pero por la mañana Seth se encontraría con unas cuantas e inexplicables moraduras. Le alegraba que él no pudiera ver a aquellas elfas tan guapas.

Lo abrazó, breve y rápidamente, antes de separarse.

—Perdona.

—¿Por qué? —Seth desenrolló a Boomer de la tetera y la depositó en su terrario.

—Por ellos.

Se sentó en la encimera de un salto.

Seth accionó el interruptor que encendía la roca cálida y las lámparas de calor para Boomer.

—¿Té?

—Sí… ¿Los has notado?

—A lo mejor. —Hizo una pausa, moviendo la tetera para calcular cuánta agua había dentro—. En la biblioteca había algo… Cuéntamelo luego; primero explícame esto.

—Señaló su rostro magullado.

Y ella se lo contó. Le contó la agresión en el parque, el rescate de Donia y la furia de esta mientras hablaba con la chica esqueleto. Dejó salir las palabras a trompicones, pero sin callarse nada.

Durante unos largos y tensos instantes, Seth se quedó inmóvil. Su voz sonó crispada cuando al fin preguntó:

—¿Y ahora estás bien?

—Sí. No ha pasado nada, sólo fue un susto. Estoy bien.

Y era cierto.

Seth, al contrario, parecía esforzarse por mantener la calma. Tenía las mandíbulas apretadas y sus rasgos estaban tensos. Se alejó de Aislinn mientras intentaba relajarse, pero ella lo conocía demasiado bien y sabía que eso no le serviría de nada.

—En serio, estoy bien —le aseguró—. Me duele la cara donde me hincó los dedos, pero nada más.

Cuando era pequeña, una vez había visto cómo unos elfos arrastraban a otro de aspecto delicado hasta un bosquecillo del parque. El elfo chillaba, unos aullidos espantosos y espeluznantes que resonaron en las pesadillas de Aislinn durante meses. Que la sujetaran e inmovilizaran contra su voluntad durante unos pocos minutos no se acercaba ni remotamente a lo que podría sucederle.

—Donia me ha salvado antes de que las cosas se torcieran de verdad —insistió.

—No sé qué haría si te ocurriese algo…

Enmudeció, con un pánico desconocido en los ojos.

—Pero no ha ocurrido nada. —Deseaba sosegarlo, de modo que cambió de tema—. Y respecto a tus encuentros con los elfos…

Seth asintió, aceptando su necesidad implícita de cambiar rotundamente de tema.

—¿Qué tal si los dos escribimos lo que ha sucedido?

—¿Para qué?

—Para que yo sepa que no es cosa de mi imaginación ni de tus explicaciones.

Parecía indeciso, y Aislinn no lo culpaba. Ella no podía evitar a los elfos; él, sí. Él tenía elección, cosa que ella jamás había tenido.

Tomó el boli y el cuaderno que Seth le tendía, y escribió: «Pellizco en el trasero, biblioteca. Palmadita en la mejilla, biblioteca. Lametón en el cuello, esquina de Willow Avenue. Golpecitos, codazos y zancadillas, calle Seis, charcutería de Joe, paso de peatones junto a la casa de Keelie, debajo del puente…». Alzó la mirada. Seth contemplaba boquiabierto su creciente lista.

Él le lanzó su hoja para que pudiese leerla: «Pellizco en la biblioteca. Empujón (?) delante de la charcutería. ¿Tropezón debajo del puente?».

Aislinn dejó que Seth viese su lista (todavía inacabada).

—Así que elfos, ¿eh? —Sonrió, pero no con alegría—. ¿Y cómo es que los noto?

—¿Quizá porque ahora estás al tanto de esa posibilidad? No lo sé. —Respiró hondo. Saber que debería decirle que se alejara antes de que los elfos se fijaran demasiado en él era una cosa; volver a estar sola con aquello era algo absolutamente distinto. Pero Seth se merecía la oportunidad de apartarse de la maldad de los elfos mientras tuviera ocasión—. Ya sabes que puedes decirme que te vas, fingir que nada de esto ha sucedido. Lo entendería.

Él metió la lengua en el aro que lucía en el labio inferior.

—¿Por qué habría de hacer eso?

—Porque te están tocando. —Resopló y se sentó más hacia dentro en la encimera—. Ahora lo sabes. Los notas.

—Vale la pena. —Tomó la tetera, pero no la llenó. Sólo miró a Aislinn—. Pensaba que hacían esas cosas en cualquier caso.

—Y así es, pero tú lo has notado más… y todos ellos te miraban. Algo ha cambiado desde que esos dos me siguen.

No intentó ocultar su inquietud ni el miedo de su voz. Si Seth iba a saber de ellos, se merecía conocer lo asustada que se sentía de verdad.

Él llenó al fin la tetera y luego se plantó ante Aislinn.

La muchacha lo rodeó con sus brazos.

—Lamento no haber estado allí antes —susurró él, estrechándola con fuerza.

Ella no respondió. No sabía qué decir. Si le hablara de las cosas que había visto a lo largo de los años, él aún se preocuparía más. Si se permitiera pensar en lo que podría haber sucedido, acabaría con un ataque de nervios. No quería pensar en ello, en lo que podría haber ocurrido, en por qué la habían asaltado.

Al final se separó un poco y le contó lo de las elfas de la biblioteca que la habían rodeado mientras hablaban de él. Al finalizar le preguntó:

—Bueno, ¿qué piensas?

Él le agarró un largo mechón de pelo y se lo enrolló en un dedo mientras la miraba fijamente.

—¿Sobre llevar un aro en la lengua?

—Sobre los comentarios de las elfas —replicó, ruborizándose. Se deslizó hacia delante como si fuera a bajar de la encimera—. Parecían saber lo que está ocurriendo. Quizá puedas averiguar si hay algo sobre grupos de elfas semejantes a Rianne. Ya sabes, de esas que son demasiado superficiales y… hum, Seth…

—¿Sí? —En vez de retroceder para dejarle espacio, él dio un paso adelante, apoyándose levemente en sus rodillas.

—Has de moverte para que pueda bajar de aquí —dijo ella.

Seth pasó por alto su observación y no se movió.

Ella tampoco lo hizo ni lo empujó. Podría haberlo hecho, pero se limitó a preguntar de nuevo:

—¿Qué piensas?

Él arqueó una ceja sin quitarle los ojos de encima.

—Que nunca se llevan demasiados piercings.

Aislinn separó las rodillas y puso una a cada lado de la cintura de Seth, pensando cosas sobre él que no debería… no podía pensar.

—No me…

—¿Sí?

Él no se acercó más, no redujo la distancia que los separaba. Podía bromear, flirtear, pero jamás la acosaba. Dejaba que la elección fuera de Aislinn. En un mundo en que ella podía elegir tan pocas cosas, aquello le producía un sentimiento maravilloso.

—No me refería a eso. —Volvió a ruborizarse, y se sintió ridícula por estar coqueteando a su vez. No debía permitir que el ambiente se enrareciera. Un rollo de una noche arruinaría su amistad. Se estaba dejando llevar por un impulso generado por el peligro vivido. Se echó un poco para atrás—. Prométeme que me lo dirás si te sucede algo cuando yo no esté contigo.

Él retrocedió, dejándole espacio.

Aislinn bajó de la encimera. Sentía que las piernas le flojeaban.

—No me gusta que los elfos se fijen tanto en ti.

Seth sirvió dos tazas de té y abrió una lata de galletas. Luego se puso las gafas y sacó de su bolsa un montón de libros y fotocopias.

Aislinn tomó su taza y lo siguió al sofá, satisfecha de hallarse de nuevo en terreno cómodo.

La rodilla de Seth chocó contra la suya mientras revisaba sus papeles.

«Bueno, no del todo satisfecha».

—Una manera de protegerse es con el hierro o el acero, cosa que tú ya sabías. —Señaló las paredes de su vagón—. Me gusta saber que duermo en un lugar seguro, pero voy a pasarme por Agujas y Alfileres. Sólo para cambiar mis aros de titanio por otros de acero. A menos que… —Hizo una pausa y se giró para mirar fijamente a Aislinn—. A menos que creas que lo del piercing en la lengua es una buena idea. Podría ponérmelo.

Esperó una respuesta.

Ella no dijo nada, no podía. Se ruborizó todavía más. «Sigue bromeando para distraerme. —Y había funcionado—. Demasiado bien». Se mordió el labio y bajó la vista.

—Vale —dijo él—. Bien, se supone que los símbolos sagrados también sirven: una cruz, especialmente de hierro, agua bendita… —Dejó la hoja a un lado y tomó un libro con pasajes marcados con pósits llenos de notas. Las hojeó para resumirlas—. Esparcir tierra de camposanto delante de los elfos. El pan y la sal también son buenas protecciones, pero no tengo muy claro qué hay que hacer con ellos. ¿Esparcirlos como la tierra? ¿Lanzarlos?

Aislinn se levantó y empezó a pasearse.

Seth se quedó mirándola y luego volvió a los pasajes señalados.

—Ponte la ropa del revés para ocultarte de ellos. Eso hace que les parezcas otra persona… Plantas y hierbas útiles como amuleto: trébol de cuatro hojas, hierba de San Juan, verbena roja… todas ayudan a ver a través de un sortilegio.

Dejó el libro y se comió una galleta, mirando a Aislinn, esperando.

Ella regresó al sofá y se dejó caer bastante más lejos de Seth de lo que acostumbraba.

—No lo sé. No me imagino yendo por ahí con la ropa del revés, y no sé nada de tirarles pan. ¿Qué se supone que he de hacer? ¿Llevar siempre encima bagels y tostadas?

—Lo de la sal es más sencillo. —Dejó las fotocopias sobre una de las mesitas y se levantó. Abrió un cajón del armario de plástico que había encajado en una esquina. Tras revolver en su interior un minuto, sacó un puñado de bolsitas de sal—. Aquí está. Excedentes de todas las comidas para llevar. Métetelas en los bolsillos. —Le lanzó unas cuantas bolsitas y se metió otras tantas en un bolsillo—. Por si acaso.

—¿Dice ahí cuánta sal y qué hacer con ella?

—Espolvorearla sobre los elfos o tirársela, supongo. No he visto nada al respecto en este libro, pero miraré también en ese otro. He encargado más al préstamo interbibliotecario. —Se acercó a la mesita y garabateó una nota en una hoja—. ¿Y qué hay de las hierbas? Puedo conseguir alguna. ¿Tienes idea de cuáles serían mejores?

—Seth, yo ya puedo verlos —replicó con impaciencia. Se contuvo, respiró hondo, y tomó una galleta de la lata que tenía al lado—. ¿Por qué habría de necesitar hierbas?

—Yo te sería más útil si también pudiese verlos…

Escribió otra nota: «Buscar más recetas. ¿Pasta? ¿Té? ¿Cómo usar las hierbas para la visión? Infusión de manzanilla para Ash».

—¿Manzanilla?

—Te ayudará a relajarte. —Se inclinó hacia ella; le acarició el pelo con dulzura, y detuvo la mano en su nuca—. Me estás hablando de mala manera.

—Lo siento. —Frunció el entrecejo—. Creía que lo tenía todo bajo control, pero hoy… Si Donia no hubiese estado allí… Pero esa es la cuestión: Donia no debería haber estado allí. Llevo viéndolos toda la vida, pero jamás me habían prestado atención. Ahora es como si todos dejaran de hacer lo que estuvieran haciendo para verme pasar. Nunca había sido así.

Seth se quedó mirándola mientras jugueteaba con uno de sus pendientes. Luego recogió el libro y se sentó en una silla frente a Aislinn.

—Usar margaritas, en teoría, salvaguarda a los niños de ser secuestrados por elfos. No sé si las margaritas continúan funcionando cuando dejas de ser niño. —Cerró el libro y abrió el último que tenía—. Lleva una vara de madera de serbal. Si ellos te persiguen, salta sobre una corriente de agua, especialmente si fluye en dirección sur.

—Aquí hay un río, pero no me veo saltándolo a menos que me broten muelles en los pies. Nada de eso me ayuda mucho. —Detestó sonar tan quejica—. ¿Qué hago con una vara? ¿Darles golpes? Y si hiciera esas cosas, ¿no sabrían entonces que puedo verlos?

Seth se quitó las gafas y las dejó encima de un montón de libros apilados en el suelo. Se frotó los ojos.

—Lo estoy intentando, Ash. Es el primer día que investigo. Averiguaremos más cosas.

—¿Y si resulta que no tengo tiempo? Las reglas están cambiando y no tengo ni idea del porqué. Necesito hacer algo ya.

Se estremeció al recordar la extraña inmovilidad de los elfos cuando pasaba ante ellos. Era aterrador.

—¿Como qué?

Seth seguía sonando tranquilo. Cuanto más ansiosa estaba ella, más tranquilo sonaba él.

—Encontrarlos. Hablar con los dos que iniciaron esto: Keenan y Donia.

Se puso la mano sobre la boca y tomó aire varias veces seguidas.

«Cálmate». Pensarlo no le sirvió de mucho.

Seth se reclinó hacia atrás, balanceándose hasta que la silla se tambaleó sobre las patas traseras.

—¿Estás segura de que es una buena idea? Sobre todo después de que esos tipos del parque…

—Me están siguiendo los elfos —lo interrumpió Aislinn—, elfos cortesanos. Lo que ellos podrían hacerme es muchísimo peor. Quieren algo, y no me gusta ser la única que no sabe lo que es. —Se detuvo, pensando en lo que habían dicho las elfas de la biblioteca—. Las elfas, cuando no estaban babeando por ti, han llamado a Keenan Rey del Verano.

Con un golpe sordo, la silla volvió a descansar sobre sus cuatro patas.

—¿Keenan es un rey?

—Tal vez.

Un destello de algo semejante al pánico cruzó el rostro de Seth, quien sin embargo asintió.

—Mañana veré qué puedo averiguar sobre ese título. Había planeado investigar en Internet mientras me llegan los demás libros.

—Suena bien.

Aislinn sonrió, tratando de mantener a raya su propio pánico, sin querer pensar en la posibilidad de que no la siguiera un simple elfo cortesano, sino un elfo rey.

Seth la observaba del modo en que se observa a una persona que se halla en una cornisa, dudando si acercarse o no. No le pidió que reflexionara a fondo sobre esa peligrosa posibilidad, ni que hablara de ello. En cambio, preguntó:

—¿Te quedas a cenar?

—No. —Se levantó, lavó su taza y respiró hondo de nuevo. Tras meterse las manos en los bolsillos para que Seth no viera cómo le temblaban, se volvió y antes de arrepentirse le dijo—: Creo que iré a ver qué deambula por ahí esta noche. Quizá uno de ellos diga algo significativo como las de la biblioteca. ¿Me acompañas?

—Dame un segundo.

Seth abrió un viejo baúl de barco con la etiqueta LIBROS DE TEXTO y sacó varias cajas de puros llenas de joyas y bisutería. Dentro había brazaletes de cuero con grandes aros de metal, delicados camafeos y aterciopelados estuches de joyería. Mientras revolvía entre las cajas de puros, Seth iba dejando piezas a un lado, incluida una muñequera de cuero.

Siguió escarbando un poco más y encontró un aerosol de pimienta.

—Es para los humanos, pero quizá funcione también con los elfos. No sé.

—Seth, yo…

—Tú métetelo en el bolsillo junto con la sal. —Sonrió de oreja a oreja. Luego sacó una cadena y un brazalete de gruesos eslabones, muy de su estilo—. Acero, se supone que les quema, o a lo mejor sólo los debilita.

—Lo sé, pero…

—Mira, es lógico emplear todo lo que puedas, ¿no?

Aislinn asintió, y entonces él le indicó que se diese la vuelta. Le apartó el pelo a un lado, amontonándoselo sobre un hombro.

—Sujétatelo.

Ella obedeció. Tanta proximidad tras la tensión que habían vivido resultaba algo extraña, pero procuro no moverse mientras Seth le colocaba la cadena alrededor del cuello.

«A lo mejor tiene razón», pensó. Debía aprovechar cualquier tipo de ayuda que tuviese al alcance de la mano. La idea de ir en busca de elfos iba contra todas las normas que había aprendido, pero estaba dispuesta a intentarlo. Era mejor que esperar. «Necesito probar algo —se dijo—. Hacer algo».

En ese momento vio más elfos a través de la ventana: había uno encaramado a un seto.

Seth cerró la cadena y la dejó caer sobre la piel de Aislinn. Luego la besó en la nuca y fue hacia la puerta.

—Vamos.