Capítulo 7

«Los elfos, además de vengativos, son también muy arrogantes, y no admiten interferencias en sus derechos nobiliarios».

Leyendas antiguas, amuletos místicos y supersticiones de Irlanda, Lady Francesca Speranza Wilde (1887).

—Hola, Ash. —Leslie chasqueó los dedos, y su esmalte de uñas plateado atrajo la atención de Aislinn—. ¿Vienes o no?

—¿Qué?

—A casa de Dom —suspiró, con la cara de irritación ya familiar.

Junto a ellas, Carla sofocó una carcajada.

Leslie soltó el aire sonoramente, apartándose del rostro el flequillo, demasiado largo.

—No has oído ni una palabra de lo que estaba diciendo, ¿verdad?

—¡Esperad! —chilló Rianne mientras bajaba corriendo las escaleras.

Como Leslie, ya se había quitado la chaqueta del uniforme, pero además se había desabrochado los dos botones superiores de la blusa. Todo lo hacía para destacar, pero siempre acababa recibiendo sermones de muchos de los miembros del profesorado del Obispo O’Connell.

Desde un extremo del edificio, el padre Edwin gritó:

—¡Señoritas, les recuerdo que siguen estando dentro de las instalaciones del colegio!

—Ya no. —Rianne saltó de la acera a la calzada y le lanzó un beso al sacerdote—. Hasta mañana, padre.

El padre Edwin se tiró del alzacuello, que era su manera de carraspear.

—Procure no meterse en problemas, señorita.

—Sí, padre —respondió Rianne con docilidad. Luego bajó la voz—: Entonces, ¿vienes, Ash?

Y sin aguardar respuesta se dirigió hacia la esquina, esperando que todas la siguieran.

Aislinn negó con la cabeza.

—He quedado con Seth en la biblioteca.

—Humm, con lo bueno que está. —Rianne soltó un suspiro exagerado—. ¿Te estás callando algo? Leslie dice que por eso pasaste de la fiesta la otra noche.

Al otro lado de la calle, oyendo todo lo que decían, estaba Chicamuerta. Las seguía montada en su lobo, que trotaba al mismo ritmo que ellas.

—Somos amigos.

Aislinn se ruborizó, más azorada de lo habitual porque la elfa la estaba escuchando.

Se detuvo, se agachó y se quitó el zapato como si se le hubiese metido algo dentro. Miró hacia atrás: Chicamuerta y su lobo aguardaban entre las sombras de un callejón al otro lado de la calle. Los humanos pasaban junto a ella (inconscientes como siempre), charlando, riendo, ajenos por completo al lobo anormalmente grande y a su feérica amazona.

—Apuesto lo que quieras a que podríais ser algo más. —Rianne la rodeó con el brazo y la obligó a continuar—. ¿A ti qué te parece, Les?

Leslie esbozó, lenta y parsimoniosamente, una sonrisa.

—Por lo que he oído, Seth tiene experiencia de sobra para ser un excelente candidato para ese puesto. Créeme: para tu primera vez, más vale alguien diestro.

—Y yo tengo entendido que Seth tiene mucha destreza —agregó Rianne con voz ronca.

Carla y Leslie se echaron a reír; Aislinn sacudió la cabeza.

—Sheila me ha contado que cuando estaba en el despacho del padre E., vio al nuevo alumno que ingresa esta semana, un huérfano —dijo Carla cuando se detuvieron ante el paso de peatones—. Y dice que es un bocado de primera.

—¿Huérfano? ¿Has dicho «huérfano»?

Leslie puso los ojos en blanco.

Contenta de que la conversación derivara hacia otro tema, Aislinn escuchó a medias, más preocupada por los elfos acosadores que por el nuevo estudiante. Chicamuerta las seguía a una distancia constante. Por el modo en que sus congéneres reaccionaban al verla, dedujo que la elfa era especial. Ninguno se le acercaba. Algunos inclinaban la cabeza a su paso. Pero, en cualquier caso, Chicamuerta no devolvía el saludo a nadie.

En la esquina de Edgehill con Vine, donde las amigas solían separarse, Carla volvió a preguntar:

—¿Estás segura, Ash? Podrías traértelo.

—¿Qué? —Aislinn la miró—. No. Seth va a ayudarme con el tema sobre… mmm, el gobierno. Os llamaré más tarde. —El semáforo cambió y ella empezó a cruzar la calle mientras se volvía para exclamar—: ¡Pasadlo bien!

Chicamuerta no las seguía. A lo mejor se había marchado.

—¡Eh, Ash! —la llamó Leslie cuando ya estaba lo bastante lejos para tener que gritar, tan lejos que todo el mundo podía oírla—. Sabes de sobra que este mes no hay ningún examen sobre ese tema.

Rianne agitó un dedo en su dirección.

—Pero qué chica más mala…

La gente que pasaba no les hizo caso, pero a Aislinn le ardió la cara de nuevo.

—Como quieras.

Aislinn se internó en el parque en dirección a la biblioteca; iba pensando en Seth y en que Chicamuerta la había seguido. No prestaba demasiada atención a lo que la rodeaba, hasta que un tipo (un tipo humano) la agarró por el brazo y la empujó contra su pecho, inmovilizándola.

—Vaya, pero si es una preciosa nena católica… Bonita falda. —Le tiró de la falda plisada, y los dos tipos que lo acompañaban se echaron a reír—. ¿Qué estás haciendo por aquí, reina?

Aislinn trató de darle una patada, pero su pie apenas impactó contra la pierna de su agresor.

—Suelta.

—Suelta —se mofaron los otros dos—. Oh, no, suelta.

¿Adónde se había ido todo el mundo? El parque no solía estar desierto a horas tan tempranas. No había gente, no había elfos, no había nada a la vista.

Abrió la boca para gritar, pero el tipo se la cerró con la mano libre y le introdujo el dedo índice entre los labios.

Aislinn le dio un mordisco. Sabía a cigarrillos rancios.

—¡Zorra!

Pero no apartó la mano. Apretó más fuerte hasta que le clavó el dedo en la cara interna de la mejilla y sangró. El tío de la derecha rio.

—Parece que a la niña le gusta el rollito salvaje, ¿eh?

Aislinn notó lágrimas en los ojos. El brazo que la mantenía sujeta le hacía daño. La mano que le cubría la boca volvió a apretarla, y sintió el sabor de su propia sangre. Intentó pensar, recordar qué sabía de defensa personal.

«Utiliza todo lo que puedas. Grita. No ofrezcas resistencia». Hizo eso último relajando los músculos.

El tipo se limitó a cambiar de lugar la mano que la sujetaba.

Entonces Aislinn oyó un gruñido.

A su lado estaba el lobo de Chicamuerta enseñando los dientes. Parecía un perro grande, pero Aislinn sabía qué era en realidad. Visible por completo para todos y con una apariencia engañosamente humana, Chicamuerta sujetaba la correa del lobo de tal modo que el animal podía acercarse a los tres sujetos lo bastante para que, con una simple arremetida, corriese la sangre.

La voz de la elfa sonó escalofriantemente tranquila:

—Quítale las manos de encima.

Los dos acompañantes retrocedieron, pero el que mantenía sujeta a Aislinn replicó:

—Esto no es asunto tuyo, rubia. Sigue andando.

Ella esperó un momento, luego se encogió de hombros y soltó la correa.

—Tú lo has querido. ¡Sasha, al brazo!

El lobo le dio una dentellada en la muñeca al hombre, que al instante aulló mientras soltaba a Aislinn. Se agarró el sangrante brazo mientras que la muchacha se derrumbaba en el suelo.

Sin una palabra más, los tres tipos echaron a correr. El lobo salió disparado tras ellos, mordiéndoles las piernas mientras huían.

Chicamuerta se acuclilló. Su expresión era indescifrable.

—¿Puedes ponerte en pie? —preguntó.

—¿Por qué has…? —A Aislinn la recorrió un escalofrío cuando la elfa le tocó la barbilla—. Gracias.

Chicamuerta se estremeció ante esa palabra.

—No sé qué ha pasado. —Aislinn miró hacia donde habían escapado sus agresores. Huntsdale no era una mala ciudad, quizá un poquito dura a última hora del día; tal vez la falta de trabajo y el exceso de bares hacían que no fuera sensato utilizar como atajo los callejones oscuros por la noche. Aun así, un asalto en el parque era demasiado extraño. Clavó los ojos en los de la elfa y susurró—: ¿Por qué?

Al principio Chicamuerta no respondió. Esquivando la pregunta, le tendió la mano despacio.

—Lamento no haber llegado antes.

—¿Por qué estabas…?

Aislinn se detuvo, se mordió el labio y se levantó.

—Soy Donia.

—Yo soy Ash.

Le dedicó una sonrisa temblorosa.

—Pues ven, Ash.

Donia emprendió el camino hacia la biblioteca, andando a su lado, sin tocarla pero lo bastante cerca para reconfortarla.

Aislinn se paró delante de una de las columnas que flanqueaban la entrada.

—¿No deberías ir a buscar a tu… mmm, perro?

Sasha volverá. —Donia esbozó una sonrisa que habría resultado alentadora si hubiese sido humana. Después hizo una seña hacia la entrada—. Vamos.

Aislinn abrió la recargada puerta de madera y empezó a sosegarse. La entrada de la biblioteca, al igual que las columnas, desentonaba con la anodina arquitectura que predominaba en Huntsdale. Era como si alguno de los padres de la ciudad hubiera decidido que necesitaban un ejemplo de belleza entre tanta lúgubre estructura.

Le entraron ganas de reír, no por diversión sino por la creciente impresión de que las reglas con que había vivido no eran válidas de repente. No eran los elfos quienes la atacaban, sino seres humanos. «Regla número uno: Jamás atraigas la atención de los elfos». Pero lo había hecho, y de no haber sido así, ¿qué le habría sucedido en el parque?

Sintió que le pesaban los pies y el estómago le dio un vuelco.

—¿Necesitas sentarte? —le preguntó Donia con amabilidad, mientras la guiaba hacia el pasillo donde estaban los servicios, junto a la biblioteca—. Es espantoso lo que te han hecho.

—Me siento como una idiota —susurró Aislinn—. La verdad es que no ha pasado nada serio.

—A veces la amenaza de algo es ya bastante horrible… —Donia alzó los hombros—. Ve a lavarte la cara. Te sentará bien.

Una vez sola en el minúsculo lavabo, Aislinn se limpió la sangre y se palpó la cara. Le saldría un moratón donde aquel tipo le había clavado los dedos. El labio, ya reseco, se le había abierto. Teniendo en cuenta lo ocurrido, no había sido tan malo. Pero podría haberlo sido.

Se lavó de nuevo la cara y se arregló el pelo. Se quitó el uniforme, e hizo con él una pelota que metió en la bolsa. Se puso unos vaqueros gastados y una casaca larga que había comprado en una tienda de segunda mano. Luego salió de nuevo al pasillo, aparentemente vacío, y dejó que la puerta se cerrara despacio a sus espaldas.

Invisible para los humanos, Donia estaba hablando con una chica esqueleto. Como el resto de las chicas esqueleto, aquella era espectralmente blanca, y tan delgada que se le veían todos los huesos debajo de la piel, casi traslúcida. El hecho de que se moviera parecía ir contra alguna ley básica. Algo de aspecto tan frágil debería tener problemas para moverse, ¿no? Pero las chicas esqueleto se desplazaban sobre el suelo sin ningún esfuerzo visible. Y a pesar de su semblante cadavérico, verlas era un espectáculo inquietantemente hermoso.

Lo que resultaba terrible de contemplar era Donia: su cabello blanco se agitaba como si una tormenta la rodease sólo a ella. Diminutos carámbanos tintineaban a sus pies.

—Encuéntralos. Descubre por qué han atacado a la muchacha. Si alguien los ha incitado a hacer tal cosa, quiero saberlo. Aislinn no debe sufrir ningún daño.

La voz de la chica esqueleto fue un susurro seco, como si las palabras tuvieran que precipitarse sobre algo áspero antes de hallar su forma:

—¿He de contárselo a Keenan?

Donia no respondió, pero sus ojos se ensombrecieron con el mismo lustre de marea negra que tenían en Comix.

La chica esqueleto dio un paso atrás y alzó las manos entrelazadas en señal de súplica. Donia se dirigió a la biblioteca, alejándose de la suplicante, y desapareció.

Pero unos instantes después reapareció (otra vez visible para los humanos) y sonrió a Aislinn.

—¿Estás mejor?

La voz de Aislinn no sonó mucho más firme que la de la chica esqueleto:

—Sí. Ya estoy bien.

Pero no era cierto; estaba confusa por muchas razones. Aquellos elfos, Keenan y Donia, tenían alguna razón para seguirla, pero no podía hacer preguntas al respecto. «¿Será sólo que están aburridos y juegan conmigo para pasar el rato?», se dijo. Había muchas historias en ese sentido, pero Donia parecía furiosa por lo sucedido en el parque, parecía creer que alguien podía haber enviado a esos tipos a atacarla. Pero ¿por qué? ¿Qué estaba ocurriendo?

—He aprovechado para leer mientras te esperaba. Antes de marcharme quería saber si tienes a alguien que pueda acompañarte a casa. —Donia ladeó la cabeza, sonriendo. Toda su actitud semejaba amistosa, fiable. Fue hasta un grupo de mesas—. ¿Ash? ¿Te encuentras bien?

—Sí.

Siguió a la elfa hasta una mesa en que había un libro abierto y un bolso andrajoso.

—¿Hay alguien a quien puedas llamar?

—Sí. Y estoy bien.

Donia asintió. Metió el libro en su bolso de cuero.

Se abrió la puerta y entró una mujer con un par de niños.

La seguía un grupo de seis elfas, invisibles al resto de los usuarios de la biblioteca. Las seis eran bellísimas; se movían como modelos y llevaban ropa que parecía confeccionada a medida para sus esbeltos cuerpos. Habrían podido pasar por humanas si no fuese por las enredaderas en flor que se deslizaban por su piel como tatuajes vivientes, desplazándose por propia voluntad y reptando por sus cuerpos.

Una de las chicas se puso a girar en una especie de baile anticuado. Las demás rieron entre dientes y se hicieron reverencias unas a otras antes de imitar a su compañera.

Entonces, una de ellas vio a Donia. Murmuró algo a las demás y todas se detuvieron. Incluso las ondulantes enredaderas se quedaron inmóviles.

Transcurrieron varios segundos.

Donia no pronunció ni una palabra, Aislinn tampoco. «Como ambas estamos fingiendo que no las vemos, ¿qué vamos a decir?», tuvo ánimo de ironizar para sus adentros.

Al cabo dijo:

—Si no hubieses estado allí…

—¿Qué?

Cuando apartó los ojos de las elfas, Donia tenía una expresión afligida.

—En el parque. Si no hubieses estado allí…

—Pero estaba.

Sonrió, pero en su rostro había tensión; parecía angustiada, deseosa de irse.

—Vale. He de ir a buscar a mí… a alguien. —Aislinn señaló hacia las escaleras que conducían al sótano de la biblioteca—. Pero antes quería volver a darte las gracias por todo.

Donia lanzó una breve mirada a las elfas, que reían tontamente.

—Asegúrate de que alguien esté contigo cuando vayas a marcharte. ¿Lo harás?

—Claro.

—Bien. Ya nos veremos por ahí en otro momento. Y en mejores circunstancias, estoy segura.

Entonces la elfa sonrió. Era muy hermosa, deslumbrante, como lo es una tormenta cuando despiertas y ves los relámpagos hendiendo el cielo.

Y probablemente igual de peligrosa.