Capítulo 6

«La visión de una sotana o el tañido de una campana hace huir [a los elfos]».

La mitología feérica, Thomas Keightley (1870).

Aquel lunes, Aislinn abrió los ojos antes de que sonara el despertador. Después de darse una ducha rápida y ponerse el uniforme, fue a la cocina. La abuela estaba ante los fogones, friendo huevos y beicon. Aislinn se inclinó para besarla en la mejilla.

—¿Celebramos algo? —le preguntó.

—Mocosa. —Le dio un manotazo—. Sólo había pensado en prepararte un buen desayuno.

—¿Te encuentras bien?

Le tocó la frente.

La abuela sonrió con languidez.

—Últimamente pareces cansada. He pensado que podrías tomar algo que no fuera yogur.

Aislinn se sirvió una taza pequeña de café de la cafetera medio llena y añadió dos generosas cucharadas de azúcar antes de volver junto a la abuela.

—Dentro de poco son las pruebas preuniversitarias de aptitud, y el último trabajo de Lengua no me quedó tan bien como quería. —Puso los ojos en blanco cuando la mujer la miró con cara de incredulidad—. Bueno, ¿qué? No he dicho que lo hiciera fatal sino que podría haberlo hecho mejor.

La abuela sirvió los huevos en los platos que tenía dispuestos y los llevó a la pequeña mesa.

—Así que es algo del colegio.

—Sobre todo.

Aislinn se sentó y tomó el tenedor. Empujó los huevos a un lado y se quedó mirando el plato.

—¿Qué más? —preguntó la abuela en tono preocupado.

La mano se le tensó sobre la taza de café.

Pero Aislinn no podía contárselo. No podía decirle que la estaban siguiendo elfos cortesanos, que uno de ellos había activado un sortilegio para hablar con ella, que necesitó de toda su voluntad para no tocarlo cuando lo tuvo al lado. De modo que mencionó a la única otra persona que le provocaba las mismas tentaciones.

—Humm, hay un chico…

La mano de la abuela se relajó un poco.

—Es maravilloso —prosiguió—, es todo lo que deseo, pero no es más que un amigo.

—¿Te gusta?

Aislinn asintió.

—Pues entonces es idiota. Tú eres inteligente y guapa, y si te ha rechazado…

—La verdad es que no le he pedido que salga conmigo.

—Bueno, pues en ese caso el problema es tuyo. —Movió la cabeza, satisfecha de sí misma—. Pídele que salga contigo y deja de preocuparte. Cuando yo era una jovencita, no disfrutábamos de la misma libertad que vosotros ahora, pero…

Y, lanzada, se puso a hablar de uno de sus temas favoritos: el avance de los derechos de la mujer.

Aislinn se tomó el desayuno, asintiendo en los momentos adecuados y haciendo preguntas para que la abuela continuase hablando hasta la hora de marcharse al instituto. Era mucho mejor dejar que creyese que los chicos y las clases eran la fuente de sus inquietudes. La mujer ya se había enfrentado a bastantes problemas en su vida: el abuelo murió cuando ella aún era madre joven, y tuvo que criar a una hija y luego a una nieta con la lacra de poseer el don de ver a los elfos. Y si descubriese de qué forma tan extraña se estaban comportando ellos… bueno, entonces cualquier posibilidad de que Aislinn conservase su libertad quedaría anulada de inmediato.

Cuando Carla llamó al timbre de camino al instituto, abuela y nieta estaban sonriendo.

Pero entonces Aislinn abrió la puerta del piso y vio a tres elfos en el descansillo, detrás de su amiga. Se mantenían alejados de la puerta, incomodados sin duda por las volutas de hierro forjado que cubrían la verja exterior. La abuela había tenido que solicitar una autorización especial para instalarla, pero valía la pena.

—Jolín —bromeó Carla cuando se borró la sonrisa de Aislinn—. No pretendía acabar con tu buen humor.

—No es por ti. Es sólo… —Trató de poner buena cara—. Hoy es lunes, ¿lo sabes?

Carla miró para cerciorarse de que la abuela no podía oírlas y preguntó en voz baja:

—¿Quieres escaquearte?

—¿Para ir más retrasada todavía en Mates? —resopló.

Agarró su bolsa y se despidió de la abuela antes de salir al rellano.

Carla se encogió de hombros.

—Te daré clases particulares si quieres. En la tienda de electrónica hay una oferta…

—Hoy no. Vamos.

Bajó corriendo las escaleras, dejando atrás a varios elfos más. No solían internarse en el edificio de apartamentos. Aquella era una de las zonas más seguras: nada de vegetación a la vista, barrotes de acero en las ventanas… no era un mal barrio, alejado como estaba de los peligrosos árboles y arbustos de las afueras.

Mientras recorrían las pocas manzanas que las separaban del instituto, el buen humor de Aislinn se desvaneció por completo. Había elfos acuclillados en los huecos, caminando detrás de ellas, murmurando al pasar. Resultaba más que desconcertante.

Y mientras avanzaban, recordó la frase de Chicamuerta como un eco: «Huye mientras puedas». No creía que pudiese hacerlo de verdad, pero si al menos supiera de qué huía, quizá eso mitigase el pánico que parecía no tener fin.

Entonces uno de los elfos lobunos la olfateó, y, al moverse, su pelaje cristalino tintineó como diminutas campanillas de cristal. Aislinn se estremeció. Quizá saber de qué huía no bastaría para mitigar el pánico que la embargaba.

En el transcurso de la jornada, Aislinn aparcó las preocupaciones de la mañana en un rincón de su mente. No podía contarle al padre James que no prestaba atención porque la estaban siguiendo unos elfos. Quizá la Iglesia advirtiese contra los peligros de las ciencias ocultas, pero encontrar un cura moderno que creyese en algo sobrenatural (aparte del propio Dios) era casi tan probable como encontrar alguno que insinuase que las mujeres también deberían poder ser curas.

Mientras se dirigía hacia la clase de Inglés, la última del día, Aislinn pensó con una sonrisa irónica que quizá existieran sacerdotes proclives a apoyar la igualdad de la mujer, pero en todo caso el Obispo O’Connell no era uno de ellos.

—¿Has acabado la lectura? —le preguntó Leslie, sacando de un tirón su bolsa de la taquilla, que después cerró de un golpe.

—Sí. —Aislinn puso los ojos en blanco—. Otelo era un capullo.

Leslie guiñó un ojo y replicó:

—Todos los hombres lo son, tía. Todos.

—¿Cómo fue la fiesta? —preguntó entrando en el aula.

—Igual que siempre, pero… —Se asomó al pasillo—. Los padres de Dominic van a estar fuera toda la semana. Habrá mucha marcha, sustancias estimulantes, chicos para ligar…

—No es lo mío.

—Vamos, Ash. —Antes de continuar, Leslie miró a un lado y otro del pasillo para asegurarse de que nadie las oía—. El amigo de Ri de la tienda de música ya ha conseguido el pedido extra que ella le encargó.

En ocasiones Aislinn deseaba poder fumar y beber un poco, pero no podía. De vez en cuando se lo permitía si luego preveía quedarse dormida en el sofá de Seth, pero no podía arriesgarse a recorrer Huntsdale con la guardia baja.

—Creo que no —respondió con mayor firmeza.

—Podrías acompañarnos. No tienes que unirte al festival, sólo estar con nosotros. No es que vaya a colocarme; sólo a relajarme un poco. —Probó otra táctica—: Los primos de Dom estarán también.

—Pensaba que habías dicho que todos los hombres eran unos capullos —replicó con una sonrisa de complicidad.

—Pues sí, pero es que sus primos son capullos con unos cuerpazos que te mueres. Si no vas a hacer nada con Seth… —Le dedicó una mueca lasciva—. Una chica tiene sus necesidades, ¿no? Piénsatelo por lo menos.

Entonces entró la hermana Mary Louise, y salvó a Aislinn de tener que rechazar el plan de nuevo.

Con su gesto habitual, la hermana Mary Louise se paseó por la parte delantera del aula, examinando a los alumnos tras sus ostensiblemente feas gafas.

—Bueno, ¿qué podéis contarme?

Esa era una de las muchas razones por las que aquella clase era la favorita de Aislinn: la hermana Mary Louise no se limitaba a soltarles una conferencia. Los incitaba a hablar, y luego incluía sus puntos de vista, que proporcionaban más información, pero con mucho más estilo que los demás profesores.

Antes de que alguien pudiese abrir la boca, Leslie declaró:

—Si Otelo hubiera confiado en Desdémona, todo habría sido muy distinto.

La hermana la recompensó con una mirada de ánimo y luego se giró hacia Jeff, que ponía objeciones a la mayoría de los comentarios de Leslie, y le preguntó:

—¿Estás de acuerdo?

La lección se transformó enseguida en un debate, con Aislinn y Leslie a un lado y la solitaria voz masculina de Jeff al otro. Algunos estudiantes intervenían de vez en cuando, pero básicamente era un intercambio entre las dos amigas y Jeff.

Más tarde, Aislinn dejó a Leslie junto a su taquilla y se unió a la multitud que se encaminaba hacia la salida. En general, su estado de ánimo era bueno. Tener su clase favorita al final de la jornada no molaba tanto como tenerla al principio (en lugar de la tortura de Mates), pero resultaba gratificante de todos modos.

Pero entonces Aislinn cruzó la puerta principal. El miedo que había mantenido a raya desde la mañana volvió a inundarla: fuera, sentada a lomos de su lobo, estaba Chicamuerta… y tenía un aspecto tan terrorífico como el del otro elfo, Keenan, en Comix.