«[Los elfos] pueden volverse visibles o invisibles a su antojo. Y cuando se apoderan de una persona, toman el cuerpo y el alma a la vez».
La fe élfica en los países celtas, W. Y. Evans-Wentz (1911).
Aislinn cerró los ojos mientras terminaba de describir a los elfos que habían estado siguiéndola.
—Son elfos cortesanos; eso lo sé muy bien. Se mueven en el círculo de un rey o una reina, y tienen bastante influencia para actuar sin consecuencias. Son demasiado fuertes y arrogantes para ser cualquier otra cosa.
Pensó en el desdén y desprecio que mostraban por el resto de sus congéneres. Pertenecían a la clase más peligrosa de elfos: los que tenían poder.
Se estremeció antes de continuar.
—No sé qué buscan. Hay todo un mundo que nadie puede ver. Pero yo sí puedo… Yo los observo, pero ellos jamás reparan en mí… al menos no más que en otras personas.
—Entonces ¿ves a otros que no te siguen?
Era una pregunta muy sencilla, de lo más obvia. Aislinn miró a Seth y se echó a reír, no porque fuera gracioso sino porque era horrible. Las lágrimas le resbalaron por las mejillas.
Él se quedó esperando, tranquilo, imperturbable, hasta que ella dejó de reír.
—Supongo que eso ha sido un «sí».
—Sí. —Se secó las mejillas—. Son reales, Seth. No son imaginaciones mías. Hay elfos, criaturas sobrenaturales, casi en todas partes. Horrorosos. O bellísimos. Algunos ambas cosas a la vez. En ocasiones son terribles entre ellos mismos… —La recorrió un escalofrío por las imágenes que no deseaba compartir con Seth—. Y hacen cosas realmente malas, repugnantes.
Él aguardó.
—Ese tal Keenan me ha abordado con aspecto de ser humano, y ha intentado que saliera con él.
Miró a lo lejos, tratando de reunir el sosiego del que dependía cuando lo que veía era demasiado extraño. No lo logró.
—¿Y qué hay de esa corte? ¿Podrías hablar con su rey o lo que sea?
Seth pasó la página.
Aislinn percibió el suave susurro del papel al caer, muy sonoro pese a la música, pese a la imposibilidad de oír un sonido tan leve. «¿Desde cuándo puedo oír una hoja de papel?», se dijo.
Pensó en Keenan, en cómo explicar la impresión de poderío que irradiaba. Parecía haber sido inmune al hierro del centro urbano; esa era una posibilidad terrorífica: cuanto menos, había sido lo bastante poderoso como para activar un sortilegio rodeado de hierro. A Chicamuerta la había debilitado un poco, pero tampoco la había ahuyentado.
—No. La abuela dice que los elfos cortesanos son los más crueles. No creo que pueda enfrentarme a nada más fuerte incluso aunque me descubriese a mí misma, cosa que no puedo hacer. No deben enterarse de que poseo el don de verlos. La abuela dice que nos matarán o nos dejarán ciegas si averiguan que los vemos.
—Supongamos que son otra cosa distinta, Ash. —Seth fue hasta ella—. ¿Y si hubiera otra explicación para lo que ves?
Ella cerró la mano en un puño mientras se quedaba mirándolo, sintiendo cómo las uñas se le hincaban en la palma.
—Me encantaría creer que hay otra respuesta. Los veo desde que nací. La abuela también los ve. Es algo real. Son reales.
No pudo seguir mirándolo; bajó la vista hacia Boomer, que había vuelto a ovillarse en su regazo. Deslizó un dedo por su cabeza con suavidad.
Seth la tomó por la barbilla y le levantó la cabeza para obligarla a mirarlo de nuevo.
—Ha de haber algo que podamos hacer, Ash.
—¿Por qué no hablamos de eso mañana? Necesito… —Sacudió la cabeza—. Hoy ya no puedo lidiar con nada más.
Seth se agachó y alzó a Boomer. La boa no se desenroscó cuando él la llevaba hasta su terrario y la depositó con delicadeza sobre la roca caliente.
Aislinn guardó silencio mientras Seth cerraba con pestillo la tapa del terrario para impedir que Boomer se escapase. De contar con la mínima oportunidad, la serpiente hallaría el modo de escabullirse hacia el exterior cuando él la dejara sola en casa, y durante la mayoría de los meses del año la temperatura de la calle podía resultarle letal.
—Vamos, te acompañaré a casa —dijo Seth.
—No tienes por qué. —Él arqueó una ceja y le tendió la mano—. Pero puedes hacerlo —aceptó ella tomándolo de la mano.
Seth la condujo por las calles, tan inconsciente de la presencia de los elfos como toda la gente con que se cruzaban, pero el simple hecho de que la rodeara con un brazo hacía que a Aislinn le resultaran menos pavorosos.
Caminaron en silencio a lo largo de casi una manzana. Luego, él preguntó:
—¿Quieres que pasemos por casa de Rianne?
—¿Para qué?
Aislinn apretó un poco el paso cuando la elfa lobo que la había perseguido antes se puso a dar vueltas como un depredador.
—No sé. ¿Por la fiesta que da? Esa fiesta de la que me hablaste, ¿recuerdas?
Seth sonrió ampliamente, como si todo estuviera bien, como si la conversación sobre elfos no hubiera existido.
—Dios, no. Eso es lo último que necesito.
Se estremeció sólo de pensarlo. Había llevado a Seth a un par de fiestas con la gente de su instituto; en la segunda quedó meridianamente claro que lo de mezclar aquellos dos mundos era, cómo no, una mala idea.
—¿Quieres mi chaqueta?
Seth la atrajo más hacia sí, tan atento como siempre al más mínimo detalle.
Aislinn negó con la cabeza, pero se apretó más contra él, disfrutando de la excusa para que la abrazara.
Seth no puso reparos, pero tampoco aprovechó para que sus manos rozaran nada indebido. Podía coquetear con ella, pero jamás hacía ningún movimiento que no fuera normal entre «sólo amigos».
—¿Vienes conmigo a Agujas y Alfileres?
El salón de tatuajes estaba de camino, y Aislinn no tenía ninguna prisa en separarse de Seth. Asintió y le preguntó:
—¿Ya has decidido qué vas a hacerte?
—Todavía no, pero Glenn dice que esta semana ha empezado un tío nuevo. Creo que veré cómo trabaja, qué estilos hace, ya sabes.
Aislinn soltó una risita.
—Claro, no querrás elegir un estilo que no vaya con el tuyo.
Arrugando el entrecejo en broma, Seth le retorció un mechón de pelo.
—Quizá encontremos alguna cosa que nos guste a los dos. Podríamos tatuarnos algo a juego.
—Sí, por supuesto… en cuanto conozcas a mi abuela y la convenzas de que firme una autorización.
—Pues entonces no vas a tener un tatuaje. Jamás.
—Es una mujer muy agradable.
Esa era una vieja discusión entre ellos, pero aún no se había rendidoen su empeño… aunque tampoco había logrado ningún progreso.
—No. No pienso arriesgarme. —La besó en la frente—. Mientras no me conozca, no podrá mirarme y decir: «Mantente alejado de mi niña».
—No hay nada malo en tu aspecto.
—¿En serio? —Sonrió dulcemente—. ¿Eso pensaría tu abuela?
Aislinn estaba segura de que sí, pero aún no había conseguido que Seth lo creyera también.
Continuaron en silencio hasta Agujas y Alfileres. La fachada del local era casi toda escaparate, de modo que resultaba menos intimidatoria para los buscadores de tatuajes curiosos, pero, al contrario de los salones de tatuajes que Aislinn había visto en Pittsburgh, este no era lujoso y resplandeciente. Conservaba el aura artesanal; no estaba concebido para las personas a la última… aunque tampoco era que hubiese mucha gente a la última en Huntsdale.
El cencerro de la puerta repicó cuando entraron.
Rabbit, el dueño, asomó la cabeza por una de las estancias, saludó con la mano y desapareció.
Seth fue hasta una larga mesita de centro colocada contra la pared, donde había varias carpetas apiladas. Encontró la carpeta nueva y se sentó a examinarla.
—¿Quieres hojearla conmigo?
—No, gracias.
Aislinn fue hasta la vitrina donde se exponían aros, barritas y tachuelas. Eso era lo que ella quería. Sólo tenía un agujero en cada oreja, y siempre que entraba en aquel local pensaba en ponerse un piercing. Aunque no en la cara, al menos no ese año: en el instituto Obispo O’Connell las normas respecto a los piercings faciales eran muy estrictas.
Uno de los especialistas en piercings se plantó detrás del expositor.
—¿Ya estás lista para perforarte un labio?
—No hasta que termine el bachillerato.
El tipo se encogió de hombros y se puso a limpiar el cristal.
Entonces volvió a sonar el cencerro. Leslie, una antigua amiga de la escuela, entró con un tío con muchos tatuajes, muy distinto de los chicos con los que Leslie solía salir. Era guapísimo: pelo muy corto, rasgos perfectos, ojos negros como el carbón. También era un elfo.
Aislinn se quedó de piedra, sintiendo cómo el mundo se movía bajo sus pies. «Esta noche hay demasiados elfos con rostro humano. Demasiados elfos fuertes».
Pero aquel en concreto apenas la miró al dirigirse hacia la sala del fondo; al pasar deslizó la mano por una de las vitrinas de joyería con armazón de acero.
Aislinn no podía apartar los ojos de él, todavía no. La mayor parte de los elfos no se paseaban por el centro urbano; no tocaban barras de hierro; y desde luego no eran capaces de conservar activado un sortilegio mientras estaban en contacto con el venenoso metal. Ella había vivido con esas reglas. Había algunas excepciones (los escasos elfos fuertes), pero no tantas, no al mismo tiempo, y no en los espacios seguros para ella.
—¿Ash? —Leslie tendió la mano hacia su amiga—. Eh. ¿Estás bien?
Aislinn sacudió la cabeza. Ya nada estaba bien. Nada.
—Sí —mintió, y miró hacia la sala en que aguardaba el elfo—. ¿Quién es tu amigo?
—Está para comérselo, ¿verdad? —Leslie emitió lo que sonó entre un gemido y un suspiro—. Se llama Irial. Lo he conocido justo ahí fuera.
Seth dejó la carpeta y cruzó el salón.
—¿Preparada para irnos? —Rodeó la cintura de Aislinn con su firme brazo—. Puedo…
—Un momento nada más. —Observó al elfo con Rabbit; sus voces eran poco más que un murmullo. Esforzándose por reprimir su paranoia, dirigió su atención a Leslie—. No irás a llevarlo a la fiesta de Ri, ¿verdad?
—¿A Irial? Claro. ¿No te parece que sería un puntazo?
—Bueno… —Se mordió el labio y trató de actuar como si todo fuera normal—. Lo cierto es que es muy distinto de tus habituales víct… quiero decir, parejas.
Leslie dirigió una mirada de deseo al chico.
—Por desgracia no parece estar interesado.
Aislinn contuvo un suspiro de alivio.
—Sólo quería ver si venías a la fiesta. —Leslie sonrió de un modo un tanto salvaje a Seth—. Si veníais los dos.
—No —contestó él sin rodeos.
Toleraba a Leslie, pero eso era lo máximo que podía hacer. La mayor parte de las chicas del Obispo O’Connell no eran el tipo de gente que frecuentaría por propia voluntad.
—¿Tienes algo mejor que hacer? —repuso ella en tono conspirativo.
—Siempre. Sólo voy a esos muermos si Ash insiste —repuso señalando a Aislinn—. ¿Ya estás lista?
—Dame un par de minutos —murmuró ella, y se sintió culpable de inmediato; aquello no era una cita ni nada semejante.
No quería hacer esperar a Seth, pero tampoco quería dejar a una amiga sola con un elfo lo bastante fuerte como para tocar el hierro. Y desde luego no iba a dejar a una amiga sola con un elfo que llevaba un disfraz humano capaz de hacer jadear a la chica más tímida. Y Leslie era cualquier cosa menos tímida.
Se volvió de nuevo hacia Seth.
—Si quieres irte, yo puedo marcharme con Leslie…
—No.
Le lanzó una mirada breve e irritada antes de ir a contemplar los anuncios de las paredes.
—¿Y qué estás haciendo por aquí? —preguntó Leslie.
—¿Qué? —Vio que su amiga sonreía con malicia—. Oh, la verdad es que nada. Seth sólo me está acompañando a casa.
—Hum. —Leslie repiqueteó con las uñas sobre la vitrina de cristal, ajena a la mirada iracunda del empleado. Aislinn apartó la mano de su amiga del expositor: — ¿Qué hay mejor que una fiesta? —Pasó un brazo alrededor de Aislinn y susurró—: ¿Cuándo vas a darle un respiro al pobrecito Seth, Ash? Es muy triste ver cómo alimentas sus ilusiones para nada, en serio.
—No lo hago… sólo somos amigos. Me habría dicho algo si… —Bajó la voz y miró a Seth de reojo—. Bueno, ya sabes.
—Te lo está diciendo muy claro, sólo que tú eres demasiado dura de oído para captarlo.
—Sólo tontea conmigo. Incluso aunque fuera en serio, yo no quiero un rollo de una noche, especialmente con él.
Leslie sacudió la cabeza y suspiró con aire melodramático.
—Necesitas vivir un poco, nena. No hay nada malo en los amores efímeros si son buenos. Y he oído decir que Seth es bueno.
Aislinn no quería pensar en eso, en él con otras. Sabía que Seth salía, e incluso aunque no veía a esas otras chicas, sabía que las había. Era mejor ser sólo su amiga que convertirse en uno de esos ligues de usar y tirar. No le apetecía hablar de Seth, así que preguntó:
—¿Y quién va a la fiesta?
Mientras trataba de mantener bajo control los pensamientos desagradables, escuchó a medias la respuesta de Leslie: el primo de Rianne había invitado a algunos tipos de su residencia universitaria. «Me alegro de que nos perdamos la fiesta». A Seth no le habría gustado nada esa gente.
Cuando el hermano de Leslie entró en el local, Seth regresó y pasó un brazo por el hombro de Aislinn, casi marcando el territorio, mientras todos charlaban.
Leslie articuló con los labios: «Estás ciega».
Aislinn se recostó contra Seth, pasando de Leslie, de los comentarios de su hermano sobre tatuarse una X, del elfo de la sala del fondo, de todo. Cuando Seth estaba a su lado, podía con cualquier cosa. ¿Por qué iba a ser tan idiota de arriesgar lo que tenían, arriesgarse a perderlo, sólo por una aventura?